DATOS CURIOSOS

Written by Libre Online

3 de diciembre de 2024

Por María C. Rodríguez

Laberinto del Minotauro o Laberinto de Creta

Poseidón, dios de los océanos, obsequió a Minos, rey de Cnosos (Creta), con un magnífico toro blanco para que se lo ofrendara en sacrificio; pero éste, se apropió del animal. Y para vengarse, Poseidón hizo que Pasífae, esposa de Minos, se enamorara perdidamente del toro. De tales amores, Pasífae dio a luz al Minotauro, de cuerpo humano y cabeza de toro, que rápidamente y en obediencia al oráculo pertinente, fue escondido de las miradas curiosas. Para ocultar su vergüenza, se dice que Minos encargó al arquitecto Dédalo la construcción de un vasto palacio del que fuera imposible escapar.

 En cada novilunio había que sacrificar un hombre al Minotauro. Un día, el Rey Minos recibió una trágica noticia: su hijo Androgeo acababa de morir asesinado en Atenas. Minos clamó venganza, reunió a su ejército y lo envió a Atenas para iniciar el ataque. Atenas, al no estar preparada, no pudo ofrecer resistencia y solicitó la paz. Minos, con severidad dijo: “Os ofrezco la paz, pero con una condición: cada nueve años, Atenas enviará siete muchachos y siete doncellas a Creta para que paguen con su vida la muerte de mi hijo”.

Aquellos jóvenes serían arrojados al Minotauro para que los devorara. Los atenienses no tuvieron más remedio que aceptar, aunque con una única reserva: que si uno de los jóvenes conseguía matar al Minotauro y salir del laberinto (cosa poco menos que imposible) no sólo salvaría su vida, sino también la de sus compañeros, y Atenas sería eximida de dicha condena. Dos veces pagaron los atenienses el trágico tributo. Se acercaban ya el día en que por tercera vez la nave de velas negras, signo de luto, iba a surcar la mar. Entones, Teseo, hijo único del rey de Atenas, Egeo, ofreció su vida por la salvación de la ciudad.

El Rey y su hijo convinieron en que, si a Teseo le favorecía la suerte, el navío que los volviera al país enarbolaría velas blancas. La prisión en Creta, donde Teseo y los otros jóvenes fueron alojados como prisioneros lindaba con el parque por donde las hijas del Rey Minos, Ariadna y Fedra solían pasear. Un día el carcelero avisó a Teseo que alguien quería hablarle. Al salir, el joven se encontró con Ariadna, quien subyugada por la belleza y la valentía del joven decidió ayudarle a matar al Minotauro a escondidas de su padre. “Toma este ovillo de hilo y cuando entres en el Laberinto ata el extremo del hilo a la entrada y ve deshaciendo el ovillo poco a poco. Así tendrás una guía que te permitirá encontrar la salida”. Le dio también una espada mágica.

Teseo salvó su vida, la de sus compañeros y liberó a su ciudad de tan horrible condena. Dispuestos ya a reembarcar, Teseo llevó a bordo en secreto a Ariadna y también a Fedra, quien no quiso abandonar a su hermana mayor. Durante el viaje y tras una feroz tormenta tuvieron que refugiarse en la isla de Naxos. Vuelta la calma, emprendieron el retorno, pero Ariadna no aparecía. La buscaron, la llamaron, pero fue en vano. Finalmente abandonaron la búsqueda y se hicieron a la mar.

Habían zarpado cuando Ariadna despertó en el bosque, después de caer extenuada por el cansancio. De pronto, y rodeada por una monumental ceremonia se le apareció el joven más bello que nunca antes haya visto. Era Dionisio, dios del vino, quien le ofreció matrimonio y hacerla inmortal.

La joven aceptó y después de un viaje triunfal por la Tierra, el dios la llevó a su morada eterna. Al mismo tiempo, Minos, encolerizado por la fuga, encarceló a Dédalo y a su hijo Ícaro en el laberinto. Aunque los prisioneros no podían encontrar la salida, Dédalo fabricó unas alas de cera para que ambos pudieran salir volando del laberinto. Ícaro, sin embargo, voló demasiada cerca del sol; sus alas se derritieron y cayó al mar. Dédalo voló hasta Sicilia, donde fue recibido por el rey Cócalo.

Minos persiguió después a Dédalo, pero las hijas de Cócalo lo mataron. En tanto, en Atenas cundía la tristeza. El anciano Rey iba todos los días a la orilla del mar, esperando ver a su hijo retornar. Al fin, el barco apareció en el horizonte, pero traía las velas negras pues Teseo, abatido por la desaparición de Ariadna había olvidado izar las velas blancas, signo de su victoria. Egeo se desesperó, y loco de dolor, el rey se arrojó al mar que desde entonces lleva su nombre. Pasó el tiempo y los atenienses reunidos en asamblea ofrecieron la corona a Teseo, quien se casó luego con Fedra y reinó por largos años.

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