Por Herminio Portell Vilá (1944)
Maceo es afirmación y ejemplo entre los libertadores de América, el último en el tiempo legión heroica que en poco más de un siglo convirtió a las colonias europeas del Nuevo Mundo en naciones independientes sin que ninguno de sus hermanos en la gloria le superase por la consagración al esfuerzo libertador, por la bravura o por la calidad de los sacrificios hechos en aras de la patria.
Según su partida de nacimiento, Maceo nació en Santiago de Cuba el 14 de junio de 1845 y fue bautizado en la Auxiliar de Santo Tomás, de esa ciudad. La madre era cubana, se llamaba Mariana Grajales Cuello y fue mujer extraordinaria por su carácter y su patriotismo. Viuda de Fructuoso Regueiferos en 1840, se casó después en segundas nupcias con Marcos Maceo venezolano que hacía veinte años que vivía en Cuba. Tuvo trece hijos de ambos matrimonios y vivió hasta edad muy avanzada, combatiendo por la independencia, su marido y casi todos sus hijos.
Mariana Grajales tenía la mezcla racial que entonces se llamaba en Cuba, de pardos, y no obstante el atraso general del país en materia de educación, que se hacía sentir más duramente sobre la población de color, su buen sentido y su inteligencia natural la llevaron a adoptar normas morales y cívicas que habrían sido un crédito para una madre espartana o romana y que se identifican en el patriotismo y las demás cualidades de sus hijos. Marcos Maceo, como Narciso López, Francisco Oberto y otros muchos venezolanos, fue soldado español en la Guerra de Independencia de la Colombia, y emigró con ellos después en un gigantesco convoy que fue a parar a Santiago de Cuba, el primer gran puerto de Caribe. Mientras Francisco Tomás Morales, Narciso López y otro, seguían viajes a La Habana a pedir ayuda para los refugiados, la mayor parte de éstos quedaron en Santiago y pasaron grandes penalidades.
Finalmente, Marcos Maceo, los hermanos Oberto y otros soldados, pidieron su licenciamiento y se quedaron en el Departamento Oriental, dedicados a la agricultura y al comercio por espacio de muchos años, al cabo de los cuales, ya asimilados, participaron de las revoluciones cubanas por la independencia y heroicamente sacrificaron sus vidas por su segunda patria.
Antonio Maceo, era hijo de soldado, y de soldado que una y otra vez había tenido ocasión de arrepentirse como combatiente contra la independencia de América y en defensa de monarcas ingratos, más déspotas a medida que pasaban los años, como si las lecciones dadas por Bolívar, Sucre, San Martín, O´Higgins y Guerrero no hubiesen sido aprovechadas en Madrid. Marcos Maceo tenía ascendencia francesa y dominicana.
Casado con Mariana Grajales, ésta y sus hijos de anterior matrimonio fueron a vivir en la casa que Marcos tenía en la calle Providencia (hoy Maceo), número 16, donde nació su hijo Antonio. Su dignidad, su carácter laborioso y su sentido de la responsabilidad hicieron que la familia Maceo-Grajales contase con buenos amigos en la sociedad santiaguera, tanto con los cubanos como con los españoles. Dos de esos amigos, el licenciado Ascencio de Asencio Y su esposa, doña Salomé Herrador, apadrinaron a Antonio Maceo y miraron por su ahijado mientras éste se desarrollaba corporal y espiritualmente. Años después, cuando se iniciaron las conspiraciones revolucionarias que llevaron a la Guerra de los Diez Años, el licenciado Asencio, complicado en ellas, se valió a su ahijado, resuelto, astuto y sin miedo para algunas gestiones.
Alguna vez, al caer la tarde, sentados bajo el colgadizo que daba al patio de la casa Marcos Maceo contó a los suyos los incidentes de la batalla de Carabobo, la decisiva de la Guerra de Independencia de Venezuela, de la cual él participó en las filas realistas. Olvidado de esos extravíos rendía homenaje de orgullo nacional a José Antonio Páez, el gran llanero y a Manuel Cedeño, el guerrero Bayamés, que habían sido los héroes del día con sus formidables cargas de caballería, las cuales habían roto los cuadros españoles y puesto en fuga a los soldados del rey.
“Buena era la caballería del Mariscal La Torre a la que pertenecía el coronel Narciso López, famoso lancero, pero quedó destrozada y escapó como pudo cuando los jinetes de Páez y Cedeño, sable en mano y otros sobre ella. Páez era el “León de los Llanos”, combatía atacando, al bayamés Cedeño que cayó en el asalto final, Bolívar lo llamó “el bravo entre los bravos de Colombia”.
Los esposos Maceo labraron una pequeña fortuna con su trabajo, poseían, además de la casa de Santiago de Cuba, tres fincas rústicas, Majaguabo, Delicias y Esperanza, que mantenían en continua producción. Numerosas bestias de carga servían para el acarreo de los frutos de esas fincas, y Antonio Maceo y sus hermanos conducían las reses a Santiago y las traían de regreso con los artículos que necesitaban.
Marcos Maceo y Mariana Grajales hicieron lo posible por dar a sus tres hijos alguna educación, aunque fuese rudimentaria, y Antonio asistió mientras pudo a las escuelas de Mariano Rizo y de Francisco y Juan Fernández en Santiago. Su inteligencia con creces compensó el tiempo perdido por los períodos de intenso trabajo en que no podía asistir a clases, y en los ratos de ocio el joven arriero, pulcro en el vestir y de buenas maneras, buscó la compañía del libro que le ilustrase y huyó del juego, la bebida y el tabaco, como de debilidades abominables contra las cuáles estuvo hasta el último día de su vida. Galante y amigo del baile, no había “guateque” en casa de familia amiga en que Antonio Maceo no figurase entre los jóvenes asistentes.
Mariana Grajales, cuyo espíritu vigilante guiaba a aquella numerosa familia y moldeaba el carácter de sus hijos, era una influencia ejemplar trabajadora de gran valor. Mandaba sin fanatismo, discreta sin rebajarse, era por sobre todo muy cubana y había logrado cubanizar a su marido hasta el punto de que se había identificado con la tierra de su mujer y de sus hijos.
A los veinte años de edad, Antonio Maceo, ya trabajaba por su cuenta como arriero. Conocía todos los caminos y pueblos de la jurisdicción de Santiago y era generalmente estimado por su formalidad y sus maneras. A caballo, erguido y con porte marcial, parecía más alto de lo que era, en realidad, con solo una presión de las rodillas saltaba a su cabalgadura que siempre era de primera clase. Hombros y brazos poderosos, el cuerpo ágil y pies pequeños. Maceo era espléndido ejemplar de hombre. Su voluntad y despierta inteligencia se habían impuesto a una ligera tartamudez que resultaba casi imperceptible por el hablar reposado y lento.
Muy joven se casó Antonio Maceo con María Cabrales, compañera de su vida y estímulo constante de su obra libertadora, cuando ya había fracasado la Junta de Internación y los cubanos, perdida toda esperanza de que España les hicieron justicia, se disponen a lanzarse a la lucha. El licenciado Asencio, padrino de Antonio, era uno de los más activos conspiradores santiagueros y fue él quien primero se acercó a los Maceo con la información de los preparativos revolucionarios, que se llevaban a cabo en secreto, por grupos organizados a la manera de las logias masónicas.
El viejo Maceo, su compadre, se mantuvo dispuesto desde el primer momento a luchar por la tierra de su mujer y de sus hijos, y Antonio empezó enseguida a realizar trabajos al servicio de la revolución en proyecto.
–Mariana: el compadre Asencio me pidió que le ayudase en lo que se prepara en toda la Isla contra España…–dijo sencillamente el viejo venezolano a su esposa.
Y aquella admirable mujer le contestó con unas pocas palabras al mismo tiempo que le envolvía en una mirada de gratitud y cariño:
–Has hecho bien Marcos ésta es nuestra Patria.
En los primeros momentos de la sublevación los Maceos permanecieron precavidos antes de aventurarse y cometer una imprudencia, pero el 23 de octubre llegaron a la finca Majaguabo los patriotas que seguían al capitán Juan Bautista, quien era amigo de la familia.
–¡Viva Cuba libre!, gritaron Bautista y los suyos.
–¡Viva Cuba libre!, gritaron los Maceo, y luego, con la vieja cortesía criolla agregaron: Entren, que están en su casa. ¿Qué se dice por ahí?
–La revolución se extienden por todas partes. Bayamo está por los patriotas, hay partidas en Jiguaní, Baire, Cauto y cerca de Manzanillo. Hasta se dice que los camagüeyanos y los villareños se han sublevado. En cuanto a mí me he lanzado a la lucha con estos amigos. ¿Cuál de tus muchachos nos das?
El padre, que estaba recogiendo las armas de que disponía para dárselas a Rondón, se volvió para el grupo que formaban sus hijos, quienes seguían ansiosos el diálogo, y antes de que pudiese contestar él, lo hicieron de acuerdo ya tres de ellos, Antonio, José y Justo, como si contestaran “presente” a un pase de lista:
–¡Nosotros!
No hubo vacilación por parte de la familia y, como para hacer más terminante la decisión, Mariana Grajales, la matriarca, la confirmó diciendo:
–Acá, muchachos, a jurar sobre este crucifijo que defenderán a Cuba, aunque tengan que morir para que sea independiente.
Y en aquel momento, mientras Marcos repartía una docena de machetes, cuatro escopetas, doce revolver y otras armas, los hermanos Maceo hicieron su juramento de dedicar sus vidas a la independencia de la Patria.
Los sublevados, al mando de Rondón salieron de Majaguabo hacia Ti-Arriba, aumentando su número en la marcha y batiéndose con los españoles. En esos primeros encuentros los juramentos de Majaguabo se distinguieron por su valor y su habilidad y Antonio Maceo no tardó en ser hecho teniente del Ejército Libertador, mientras que su medio hermano, Justo Regueiferos Grajales, mayor que él, ascendido a capitán, pocas semanas antes de ser hecho prisionero por los españoles en San Luis de Oriente, donde le fusilaron: era la primera víctima que los Maceo -Grajales ofrendaban por la libertad de Cuba.
Perseguida la familia por los guerrilleros españoles, huyó de Majaguabo para El Piloto: pero Rafael Maceo, un joven de 10 años, fue capturado por la guerrilla y llevado a San Luis como rehén. La noticia llegó a los fugitivos en su escondite del monte, por medio de unos vecinos, y el antiguo soldado sorprendió a su esposa, al decirle:
–Mariana: me voy al pueblo para ofrecerme como preso a cambio de la libertad de Rafael. A mi probablemente no me harán nada por haber sido soldado en Venezuela: pero esos muchachos.
nuestros son muy impulsivos y temo por Rafael…
La determinación no era para ser discutida y allá fue Marcos Maceo con su proposición sin conseguir otra cosa que ser apresado con su hijo para ver si de ese modo atraían los demás, una estrategia que parecía de éxito seguro a los españoles. No le faltaban amigos a Marcos entre los peninsulares, y dos de éstos facilitaron su huida mientras que Rafael escapaba por su cuenta. Padre e hijo se internaron en el bosque, en busca de las fuerzas a que pertenecían los otros hijos, y cuando se incorporaron a ese batallón, allá se encontraron con que Miguel Maceo, a pesar de sus 17 años, resuelto a vengar la prisión de su padre y de su hermano, también se había alzado y les había precedido uniéndose a las tropas en que militaba Antonio. Este, después de haberse distinguido en los encuentros de Ti-Arriba, El Cristo y El Cobre, en la Jurisdicción de Santiago, había sido ascendido a capitán y mostraba excepcionales condiciones de militar. En las cargas al machete, iniciadas en la acción de Baire, los cubanos habían encontrado el arma que les convenía para la caballería, y Maceo jinete formidable y acostumbrado a manejar la cortante hoja desde la niñez, resultaba el guerrero ideal para los asaltos de la caballería, que le recordaban los relatos de su padre sobre la campaña de Venezuela, cuando Páez, Cedeño y sus dragones rompían los cuadros de los realistas a golpes de sable.
Rondón, el primer jefe de Maceo, se pasó a los españoles antes de que terminase el año de 1868: pero el joven capitán permaneció fiel a su juramento y el 8 de enero de 1869, en el combate del Salado, venció al enemigo a pesar de que éste le superaba en número y su superior jerárquico, el coronel Pío Rosado, había creído que fracasaría en su empresa. Poco después, en el asalto y toma de San Agustín, y delante de sus hijos, Marcos Maceo cayó combatiendo por su Patria de Adopción, que era la de la familia que había creado en Cuba, legando a los suyos el ejemplo de su sacrificio por la libertad de un pueblo americano después de haber luchado contra la de otro, como para redimirse de su yerro.
El prestigio militar de Antonio Maceo crece después rápidamente. Herido una y otra vez, es siempre el primero en el ataque y el último en la retirada y sus soldados esperan de él lo imposible… y lo logran. Después del combate de Michoacán alcanza el grado de comandante y en el asalto a Guantánamo llegó al de teniente coronel. Buen observador y dotado de un talento militar de primer orden, operaba entonces a las órdenes del general Máximo Gómez quien, era de las primeras figuras de la Revolución Cubana. El contacto con Gómez fue en extremo beneficioso para Maceo, ya que aquel jefe era más experimentado, además de ser un gran disciplinario, y el joven oficial aprendió los secretos de la milicia sin dificultad. Por otra parte, Gómez, adusto y duro, era un gran juez de hombre, y adivinó en su subordinado todas las buenas cualidades que después demostraría ampliamente.
Desde el primer día de enero de 1871, el “año terrible” de la Revolución, las fuerzas de Gómez hicieron una excursión por el distrito españolizante de Monte Tauro, en Guantánamo, y tuvieron que detenerse ante un fuerte bien defendido. Cayeron allí muchos mambises, en los sucesivos asaltos, y en uno de ellos José Maceo quedó gravemente herido y expuesto a los fuegos españoles. Gómez hizo llamar al corneta para que tocara retirada y Maceo le interrumpió para decirle:
–General, allá está herido mi hermano, o quizás muerto, y yo no le abandono por nada en poder del enemigo…
Gómez lo admiró por un momento y después le dijo:
–Pues, ataque. Si usted cae herido o muerto yo iré a ocupar su puesto. O nos cazan a todos como venados, o nos apoderamos del fuerte.
Con ese estímulo Antonio Maceo rescató a su hermano y colaboró en lograr la rendición del fuerte. Gómez se hacía lenguas de la habilidad, la bravura, la formalidad y la nobleza de Maceo, y cuando un día lo presentó al presidente Céspedes lo hizo en términos tan elogiosos que el joven oficial pasó uno de los ratos más amargos de su vida mientras Gómez, siempre tan parco en sus alabanzas, lo presentaba como uno de los más grandes soldados de la Revolución. Por supuesto que Céspedes conoció como todos los dirigentes cubanos, la brillante hoja de servicios de Maceo, ascendido a coronel desde marzo de 1872, y así tuvo ocasión de felicitarle por su victoriosa campaña de Guantanámo.
Pocos meses después, ese mismo año, al ser relevado el general Máximo Gómez del mando de la Primera División de Oriente, el presidente Céspedes designó a Maceo para que asumiera el mando de esa unidad y así se lo ordenó personalmente, pero Maceo, leal a Gómez, quien había sido el mejor de sus jefes, parecía no estar muy convencido.
Ya desde el movimiento sedicioso de las Lagunas de Varona, los descontentos y los ambiciosos de toda laya habían chocado con Maceo, inflexible en el cumplimiento del deber y respetuoso siempre de la disciplina. Vicente García, cabeza principal de todos aquellos funestos sucesos que minaban a la república se negó en 1877 a obedecer las órdenes del gobierno, el cual le había nombrado jefe de las tropas revolucionarias en Las Villas, y pretendió arrastrar en su insubordinación a Maceo: pero la respuesta de éste fue terminante:
–Al mismo tiempo que indignación, desprecio me produce su invitación al desorden y la desobediencia a mis superiores, rogándole se abstenga en lo sucesivo de proponerme asuntos tan degradantes, que sólo son propios de hombres que no conocen los intereses patrios y personales… Siempre apoyaré al gobierno legítimo no estaré donde no puedan estar el orden y la disciplina.
(Continuará la semana próxima)
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