MONSEÑOR EDUARDO BOZA MASVIDAL

Written by Demetiro J Perez

30 de julio de 2024

Por Álvaro J. Álvarez. Exclusivo para LIBRE

Eduardo Tomás Boza Masvidal nació en la casa #18 de la calle Avellaneda en Camagüey el 18 de septiembre de 1915, su padre Aurelio Boza y su madre Clemencia Masvidal. Fue el 13 de los 14 hijos que formaron la familia y fue bautizado el 4 de noviembre de 1915 en la iglesia Nuestra Señora de La Soledad. Fue un niño agraciado con una muy feliz infancia en Camagüey gracias a sus padres, fervientes católicos, que supieron llenar el hogar con el amor de Dios y los valores religiosos de una familia unida y devota. 

Monseñor Valentín Zubizarreta el Obispo de la ciudad le administró la Confirmación.

En 1922, cuando los hermanos mayores empezaron a estudiar en la Universidad, la familia entera se mudó para La Habana y fue entonces cuando Eduardo comenzó a estudiar la primaria y graduarse en 1934 de bachiller en el Colegio de La Salle del Vedado. Del colegio y los hermanos siempre guardó gran agradecimiento y gratos recuerdos. 

En la capilla del colegio hizo su Primera Comunión el 8 de mayo de 1924. Desde los 16 años había sentido el llamado de Nuestro Señor.

Un día se presentó en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio en la calle San Ignacio #5 entre Empedrado y Chacón donde el Rector Monseñor Guillermo González Arocha lo recibió con gran sencillez y afecto. Después de dos o tres entrevistas más con él, ingresó en el Seminario en septiembre de 1935, con 20 años y como alumno externo para poder estudiar en la Universidad de La Habana donde se graduó de Dr. en Filosofía y Letras en 1940 y el 27 de febrero de 1944 fue ordenado sacerdote diocesano en la Catedral de La Habana, por Monseñor Manuel Arteaga Betancourt (1879-1963) y celebró sus dos primeras Misas en la capilla de las Esclavas del Sagrado Corazón en Luyanó y en la de las Religiosas de María Reparadora, porque en ambas comunidades tenía una hermana que era religiosa.

Como joven sacerdote trabajó pastoralmente en la parroquia del Cerro, enseñó Historia en el recién construido Seminario del Buen Pastor, fue párroco de Madruga (59 km al Sureste de La Habana) y finalmente de la centenaria parroquia de Nuestra Señora de la Caridad, en la calle Salud entre Manrique y Campanario, entonces el único templo dedicado a la Patrona de Cuba en la Arquidiócesis de la Habana.

El gobierno castrista creó una Ley anulando los títulos universitarios que habían sido emitidos durante el tiempo que estuvo cerrada la Universidad de La Habana en el gobierno de Batista. Aquello perjudicaba a los graduados de Villanueva, pero como el Rector el agustino americano P. Kelly no dijo nada, como aceptando aquello, los estudiantes reunidos en asamblea pidieron su renuncia. El Episcopado nombró entonces a Monseñor Boza el nuevo Rector.

Cuando el 5 de febrero de 1960 Anastas Mikoyan colocó una ofrenda floral con símbolos soviéticos a Martí en el Parque Central y un grupo de universitarios fueron pacíficamente a retirarla y colocar en su lugar otra con una bandera cubana, se formó una trifulca donde la policía los agredió, hubo muchos disparos, heridos y 17 detenidos. Mons. Boza, como Rector declaró: “Los jóvenes a pesar de haber ido sin armas, pacíficamente, ejerciendo un derecho de todo ciudadano tiene derecho a expresar, porque queremos una revolución cubana no rusa, fueron agredidos”.

En la Revista La Quincena escribió: “¿Es cristiana la revolución social que se está efectuando en Cuba? “Los católicos no estamos en contra de la revolución a la que ayudamos enormemente y queremos las transformaciones sociales que Cuba necesita, pero no podemos apoyar al comunismo materialista y totalitario que niega todo por lo que se luchó y tantos murieron”.

El periódico Hoy no demoró en reaccionar, acusó al obispo de vendido al imperialismo y Fidel llamó a la Unidad de Villanueva como Yankilandia, donde se inculcaba el odio al campesino. 

En marzo de 1960 fue designado Obispo Auxiliar de La Habana por el Papa Juan XXIII y titular de Vinda en la S.I.M. Catedral de La Habana por Monseñor Evelio Díaz. Su lema episcopal era: “No he venido a ser servido, sino a servir”. 

En adición a su trabajo pastoral en la Iglesia de la Caridad, fue fiscal y defensor del Vínculo en el Tribunal Eclesiástico y Capellán Nacional de los Scouts de Cuba.

Siendo Monseñor Boza el Rector de la Universidad Católica de Santo Tomas de Villanueva se atrevió a cerrar las puertas de la universidad para observar un día de luto por el fusilamiento el 10 de octubre de 1960 en La Campana en Manicaragua, del estudiante universitario de Las Villas Porfirio R. Ramírez. Cuando se aparecieron las turbas comunistas los expulsó a todos.

El 17 de abril, cuando se produjo la invasión de la Brigada 2506, los colegios de varones, templos, universidades y locales de la Acción Católica y la ACU fueron allanados, quedando arrestados en sus colegios. El arzobispo de La Habana, Monseñor Evelio Díaz junto a su auxiliar Boza Masvidal fueron encarcelados en el G2, teniendo que dormir en el suelo.

Quiero incorporar a este relato lo planteado por el sacerdote camagüeyano Arnaldo Bazán (era sacerdote en Santa Cruz del Sur. En Miami sirvió en St. Agatha, St. Brendan, St. Michael, San Lázaro, Little Flower, St. Joseph and St. Peter and Paul. Falleció el 11 de marzo de 2024 a los 89 años en Rep. Dominicana) que contó que tuvo la suerte de librarse de la cárcel el día de la invasión, logró huir a Camagüey, luego pudo viajar a La Habana y encontrar refugio en la parroquia de Nuestra Señora de la Caridad donde su párroco el apreciado obispo auxiliar de la Arquidiócesis habanera, Monseñor Eduardo Boza Masvidal, siempre tuvo abiertas las puertas para todo el que lo necesitara. Allí encontraron refugio varios sacerdotes camagüeyanos, además de otros que habían tenido que abandonar su residencia por la persecución que se había desatado. En esa parroquia pasó los últimos 4 meses antes de ser expulsado junto con otros 129 sacerdotes y Monseñor Boza, a bordo del vapor español Covadonga el 17 de septiembre de 1961.

Según el padre Bazán el gobierno castrista quería destruir la religión, pero no les convenía una persecución que ocasionara mártires y se debía dar la apariencia de que existía una total libertad de cultos, mientras se obstaculizaban por todos los medios la asistencia del pueblo a las iglesias. 

La maquinaria propagandista del gobierno poco a poco fue controlando todos los medios de comunicación, muchos cubanos se dejaron engañar y fueron abandonando la práctica religiosa, fuese por miedo de ir a la cárcel o por el temor de perder oportunidades en los trabajos o sus hijos verse limitados en sus estudios. De esta manera las iglesias permanecerían abiertas, pero muy pocos asistirían a ellas.

Llegó el 8 de septiembre de 1961, fiesta de la Caridad del Cobre, como era tradicional, por esos días en toda Cuba se organizaban procesiones, verbenas y fiestas en honor a la Patrona. Monseñor Boza, consciente de la situación que se estaba viviendo, supo con tiempo solicitar los permisos necesarios para la tradicional procesión en La Habana, que solía recorrer céntricas calles de la capital. Los permisos fueron otorgados y la procesión se realizaba tradicionalmente el domingo más cercano al 8 de septiembre, para que la mayor cantidad de fieles pudiesen participar. Ese año de 1961 le tocó al domingo 10.

El 8 de septiembre se programaron varias Misas en la mañana y una Paraliturgia a las 8:00 pm, en la que se tendrían lecturas bíblicas, oraciones, cantos y un sermón, todo presidido por Mons. Boza. La mañana transcurrió con orden y una gran asistencia de fieles. En esos momentos, además del padre Agnelio Blanco, que era el vicario parroquial, estaban en la iglesia otros 3 sacerdotes refugiados: los padres Francisco Botey, escolapio, cuyo colegio había sido robado, el padre Pedro Wong, sacerdote chino que ejercía su ministerio en la diócesis de Matanzas, pero antes había estado en la parroquia y el padre Arnaldo Bazán.

El viernes 8 cuando se acercaba la hora de la Paraliturgia notaron la ausencia de Mons. Boza, ninguno de ellos cuatro sabía de su paradero, pero comprobaron que no se encontraba en la parroquia. Esperaron un tiempo prudencial y decidieron realizar la celebración sin su presencia. Fue a las 10:00 pm que llegó Monseñor y les contó a ellos cuatro lo que había ocurrido. Fue llamado de urgencia a presentarse en las oficinas del G2 (Seguridad del Estado), para ser interrogado.

Recordemos que Monseñor Boza simpatizó con la revolución durante la lucha contra Batista y durante los primeros días, hasta que se empezó a sospechar de quien era en realidad FCR.

Monseñor Boza supo escribir varios artículos en los que alertaba a la ciudadanía a abrir los ojos ante lo que estaba ocurriendo. Como colofón de la entrevista, los del G2 le advirtieron que la procesión quedaba prohibida tal como había sido aprobada y que sólo podía tener lugar a las 7 am del domingo y solamente por las calles aledañas a la Iglesia. ¿Qué debíamos hacer?, fue la pregunta que les hizo y todos le dijeron cancelar procesión en la mañana, pues sería una clara rendición ante el régimen.

Tenían el sábado 9 para informarlo en las misas y además poner carteles en las puertas de la iglesia sobre la orden del gobierno.

El padre Agnelio Blanco, que era el vicario parroquial, se había comprometido a atender los domingos la parroquia de Isla de Pinos, que era además su lugar natal y donde vivían sus padres y familiares, de modo que el sábado temprano emprendió el viaje que hacía prácticamente cada semana. Quedaron junto a Monseñor Boza, los otros tres sacerdotes mencionados.

Llegó el domingo 10 y las Misas en la mañana transcurrieron normalmente, para ese entonces sólo había permiso para algunas Misas vespertinas. La parroquia tenía programada una a las 5:00 y ese día era Arnaldo Bazán el que debía celebrarla. 

Como se había decidido, en todas las Misas matutinas se explicó a los fieles lo que el gobierno había decretado sobre la procesión. Todos pensaban que la tarde transcurriría sin problemas. 

Pero en un programa de televisión, al mediodía, se dijo que el clero estaba preparando una manifestación contrarrevolucionaria, por lo que se alertaba al pueblo por lo que pudiera ocurrir. Esto los preparó para lo peor. Como todos los domingos, la iglesia parroquial se cerraba después de la última Misa matinal y se volvía a abrir a las 2 p.m., en que comenzaban los bautismos, que se hacían por entonces en forma individual. En uno de los lados de la iglesia, en la parte de atrás, había varias capillas que se usaban para la celebración de dicho sacramento. Los tres sacerdotes que estaban allí refugiados se encargaron de irlos realizando. 

En un momento dado alguien enviado por Monseñor Boza se acercó al padre Bazán para decirle que cuando terminara el bautizo que estaba realizando, fuera a la sacristía. 

Para su sorpresa la misma estaba repleta de personas que gritaban, pues al parecer exigían que la procesión se sacara de todas maneras. Mons. Boza, sabiendo que yo poseía una fuerte voz, me pidió que arengara a todos los que allí estaban, diciéndoles que ya estaba decidido que no habría procesión, y que había que evitar a toda costa que las cosas se nos fueran de las manos y pudiera ocurrir una matanza. 

Después de que a gritos les transmití el mensaje la gente se fue calmando, pero mientras seguían llegando más y más personas con el ánimo de participar en la procesión, ya que no hubo ningún medio que transmitiera que la procesión había sido suspendida. 

Bazán no podía ver lo que estaba ocurriendo en las calles, pero, aunque los simpatizantes del gobierno, en general, no se atrevieron a enfrentarse en masa a aquel gran número de fieles, la sacristía de la parroquia se convirtió en una sala de socorros improvisada, pues fueron muchos los que llegaron con golpes, magulladuras y hasta heridas. 

Existía un verdadero enfrentamiento no sólo verbal, sino también corporal. Alguien, por ejemplo, le arrebató a un miliciano o soldado un fusil y entró a la iglesia y se lo entregó. Bazán le dijo que lo tirara a la calle, pues la iglesia no era lugar para armas de fuego. 

Serían más o menos las 4 pm cuando alguien le dijo que habían llegado dos oficiales del G2 (uno era Ramiro Valdés) y el padre Bazán salió a verlos, en medio de la multitud que ya abarrotaba la iglesia y las calles aledañas y les aseguró que la procesión no saldría. Ellos le dijeron que sólo querían hablar con Mons. Boza, él los acompañó y se quedó cerca para no abandonar a Monseñor en aquellos momentos. 

Por entonces ya la multitud coreaba consignas en contra del gobierno y gritaba: “Boza, seguro, a los comunistas dale duro” y otras cosas por el estilo. Ellos dijeron que hacían responsable de todo lo que allí pasara a Monseñor, Bazán les rebatió que allí había miles de personas y que la mayoría de ellos no pertenecían a la parroquia, por lo que él no podía ser responsable de nada. En un momento uno de ellos le pidió a Monseñor que le ordenara callarse, pero Boza le respondió que él estaba hablando muy bien. Así era Monseñor Boza, un hombre a toda prueba. Por fin llegó la hora de la Misa, era la 5 de la tarde, ellos habían pensado que era mejor no la suprimieran y seguir con el programa habitual. 

El padre Arnaldo Bazán aseguró que fue una Eucaristía muy especial, ya que todo aquel gentío que llenaba la iglesia mantenía un silencio respetuoso, mientras en las calles muchos miles, que alguien calculó en unos 50,000, gritaban a pleno pulmón consignas contra el comunismo y el gobierno castrista.

Se leyeron las lecturas y los altoparlantes estaban funcionando, pero nadie pudo oír nada de lo que se decía. Sólo querían seguir el ritual y nada más. Cuando llegó la hora de la comunión, en la que sólo Bazán participó, pues no había condiciones para otra cosa, todo cambió. Apenas había él comulgado cuando se oyeron ráfagas de ametralladora y entonces sí que todos los que estaban dentro perdieron la compostura y gritaron con desesperación, pensando que allí iba a ocurrir una carnicería. 

Bazán aprovechó el momento para retirarse a la sacristía, y luego subió a la azotea desde donde pudo mirar lo que estaba ocurriendo en la calle. Entre otras cosas pudo ver un carro de la compañía de teléfonos volcado y jóvenes que luchaban con los policías. Mientras, el padre escolapio Foix aprovechó para dar la comunión al grupo que se encontraba en la sacristía. 

Siguieron llegando víctimas de la refriega, aunque ninguna, gracias a Dios, con pronóstico grave. 

Toda aquella situación duró hasta poco más o menos las ocho de la noche, en que el joven Arnaldo Socorro miembro de la Juventud Obrera Católica (JOC), enarboló una imagen de la Virgen de la Caridad que no sabían cómo la consiguió, porque no era de la Iglesia e invitó a los presentes a salir detrás de él. Aquel gesto le costaría la vida, pues los esbirros de la tiranía aprovecharon la ocasión para cebarse en aquella multitud de fieles, que sólo quería mostrar su amor por aquella que acompañó a los mambises en las guerras de Independencia. Fueron precisamente aquellos héroes los que pidieron al Papa que nombrase a la Virgen de la Caridad patrona de Cuba. 

Pero esa tarde esos, no eran héroes ni patriotas, sino canallas dispuestos a secundar una de las tiranías más largas que ha padecido el mundo. Solamente he podido leer 3 nombres de los castristas involucrados en aquellos hechos de sangre: el capitán Malmierca (¿Isidoro?), José Antonio López y José Antonio Vázquez.

Arnaldo Socorro cayó abatido por balas asesinas, mientras los que lo siguieron fueron atacados por una horda de forajidos, que cual animales salvajes, arremetieron contra ellos causando muchos heridos. La iglesia se llenó nuevamente, pero esta vez de policías y milicianos, mientras un grupo se dedicó a realizar un registro minucioso de la Casa parroquial. 

Bazán los seguía para evitar que causaran daños o les pusieran algo para luego acusarnos. Venían con ínfulas superiores, dando patadas a las puertas. Bazán les dijo claramente que no se los iba a permitir, ya que él les abriría las puertas y les enseñaría todo lo que quisieran ver. Como les habló con autoridad le obedecieron y así fueron habitación por habitación, sin que lograran encontrar nada que al les sirviera para una acusación. 

Al llegar a la habitación de Mons. Boza y cuando levantaron las sábanas que cubrían su cama, pudieron comprobar que dormía sobre el alambre del bastidor, quizás para hacer penitencia por la libertad de la Patria esclavizada. 

Bazán no recuerda el tiempo que había pasado cuando oyó una voz fuerte que gritó: “Esto parece un saqueo al templo, esto no puede ser, yo vengo en nombre del Cmte. Fidel Castro y todos tienen que salir de aquí inmediatamente”. Fidel, siempre lanzando la piedra y escondiendo la mano, quiso evitar que lo acusaran de ser el responsable, por lo que mandó a un oficial, nunca supieron su nombre, pero fue obedecido sin chistar. 

Bazán se acercó a él y le preguntó si también ellos tenían que salir, se refería a los sacerdotes. Él le dijo que no, sólo los que habían entrado a hacer el registro. Bajó con ellos y entraron en la Iglesia. Pudo ver a un guardia al que se le había encasquillado el fusil y estaba temeroso arreglándolo porque creía el gentío pudiera regresar y los atacara. Al fin todos se fueron y el padre Bazán pudo cerrar las puertas de la iglesia.

Monseñor Boza se reunió con los sacerdotes para dar gracias a Dios, todavía sin saber lo que había ocurrido en la calle. La muerte de Arnaldo Socorro y la suerte que corrieron muchos de los fieles, se vinieron a enterar de todo, al día siguiente. 

El padre Agnelio Blanco regresó en la tarde de Isla de Pinos y ellos por precaución se mantuvieron en la parroquia, previendo cualquier acción. La multitud que se había congregado convenció al gobierno de que todavía le quedaba a la Iglesia un gran poder de convocatoria, por lo que se podía temer cualquier represalia.

Aunque Arnaldo Socorro Sánchez era miembro de la JOC (Juventud Obrera Católica), el gobierno se hizo cargo de su cadáver, para que apareciera como un revolucionario que había sido muerto por los católicos contrarrevolucionarios. Es más, en un periódico salió la noticia de que el asesino era el padre Agnelio Blanco, que había disparado desde la torre de la parroquia de la Caridad. Como ya se dijo, el padre Agnelio se encontraba en ese momento en Isla de Pinos, por lo que era una mentira manifiesta. Pero ¿es que se puede confiar en un régimen que se ha valido de la mentira para mantener sometido a todo un pueblo? 

El lunes 11 fue el funeral del “compañero Socorro”, cuyo entierro convirtieron en un mitin político, en el que los discursos iban dirigidos sobre todo a amenazar a la Iglesia Católica. Se dijo que la madre de Socorro, en la funeraria, gritaba a los sicarios llamándolos asesinos de su hijo. La pobre mujer tuvo que sufrir la afrenta de que tomaran a su hijo muerto como un mártir de la revolución. Cuando en la parroquia se enteraron de los discursos incendiarios que se hacían en el cementerio, antes de dar sepultura al cadáver de Socorro, comprendieron que el gobierno estaba tramando algo grande.

Monseñor Boza quiso ir ese martes 12 a informar al arzobispo Monseñor Evelio Díaz y a la Nunciatura, de lo que había ocurrido en la parroquia el domingo anterior. 

Para pasar desapercibido pidió a un hermano suyo que le prestara su carro. Pudo llegar al Arzobispado y hablar con Mons. Evelio, pero cuando se disponía a entrar en la Nunciatura unos esbirros se lo impidieron, lo detuvieron y se lo llevaron para el G2 de 5ª y 14 de Miramar. Mientras, otros agentes se personaron en la parroquia, exigiendo la entrega del automóvil de Mons. Boza, que estaba en el garaje. Esto les confirmó que a él lo habían cogido preso, aunque sin saber dónde estaba. 

Decidieron que el padre Agnelio Blanco y Arnaldo Bazán, por ser los únicos cubanos de entre los sacerdotes que estaban en la parroquia, fueran a hablar con Monseñor Evelio para informarle de sus sospechas. Luego llegó Monseñor Zacchi, el Nuncio y les contó que Boza estaba detenido, entonces regresaron a la parroquia e informaron a los otros dos sacerdotes y algunos laicos de lo que habían averiguado. 

El miércoles 13, la mañana transcurrió tranquila, cuando estaban terminando de almorzar, Bazán se asomó por la ventana y pudo ver que había alrededor de una docena o más de hombres que portaban, envueltas en papel periódico, cabillas de las que se usan en la construcción. Fue el único momento en su vida en que pensó le había llegado la hora de ser mártir. Pero Dios no lo quiso así, apareció un “carro patrulla o perseguidora” y los policías que venían en ella dispersaron a aquellos hombres.

Como a las cuatro de la tarde se presentaron en la parroquia unos policías del G2 y los apresaron a los cuatro. Los llevaron al G2 de 5ª y 14 y los pusieron junto con Mons. Boza. 

Casi a la media noche les hicieron “la prueba de la parafina”, para descubrir quién había sido el asesino de Arnaldo Socorro. ¡Vaya descaro! 

El viernes 15 durante la tarde y en la noche fueron llamados los sacerdotes, uno por uno, a un interrogatorio. A los padres Botey y Wong, que eran extranjeros, se les dijo que, a las cinco de la mañana del sábado, se les llevaría a la parroquia para que preparasen su equipaje, pues serían deportados a España. Luego le tocó a Arnaldo Bazán, lo llevaron a una habitación donde había un frio enorme, fue despertado pasada la medianoche, sólo vistiendo el pantalón y la camisa azul. El interrogador, con gesto adusto, lo mantuvo esperando, sin siquiera dirigirle la mirada, por más de quince minutos. Él se dio cuenta de que se trataba de una táctica para ablandarlo antes de ser interrogado, no le dio el gusto y supo escabullirse a todas las preguntas y nada le dijeron de irse de Cuba, volvió a la celda convencido de que allí se quedaría por mucho tiempo.

El sábado 16, a las 5 de la mañana, se llevaron a los sacerdotes Botey y Wong. A las 5 de la tarde más o menos lo llamaron y lo reunieron con el padre Blanco, los montaron en un carro hasta el puerto donde estaba el barco español Covadonga. Al subir a bordo se encontraron con otros 128 sacerdotes. El gobierno quiso que la Compañía Naviera dejara pasajeros en tierra, pero esta se negó y como el barco era de carga y pasaje y las bodegas estaban vacías, allí improvisaron los dormitorios. La tripulación se comportó admirablemente. 

Al otro día, domingo 17 ya todo estaba listo para la partida. Llegó la hora de levantar el ancla, cuando alguien se encargó de llevar un aviso: “Falta un pasajero”. Enseguida pensaron en Monseñor Boza, efectivamente, fue llevado en un automóvil hasta la misma escalerilla, mientras todos en el barco aplaudían calurosamente. Ahora eran 131 los expulsados.

Allí estaba esperándolo el embajador de España que se arrodilló y besó su anillo.

Desde el buque veían desfilar los carros por el Malecón, y algunas personas que se habían enterado de aquella partida se habían reunido en grupos y los despedían haciendo señales con los brazos. 

Monseñor Boza, desde la cubierta y rodeado de los otros 130 sacerdotes expulsados bendijo a la multitud mientras el Covadonga se alejaba lentamente por las aguas de la bahía.

El Covadonga llegó a La Coruña el 27 de septiembre con su carga religiosa de 86 españoles, 33 cubanos y 12 de otras nacionalidades.

Los sacerdotes cubanos fueron misioneros por el mundo, Mons. Boza después de peregrinar por España, Colombia y Venezuela, donde vivió 41 años y de éstos, 34 en la Diócesis de Los Teques, población cercana a Caracas, compartiendo tarea con la parroquia San Felipe Neri, como un ayudante más. Creó La Fraternidad del Clero y Religiosos en el Exilio, la Unión de Cubanos en el Exilio (UCE) y Comunidades de Reflexión Eclesial Cubana (CRECED).

Monseñor Boza no era un hombre de aspecto impresionante ni un fogoso orador de trinchera, era un hombre apacible, de aspecto humilde y tranquilo, con finos modales, que con suavidad expresaba firmemente su pensamiento sin levantar el tono de su voz.

Como obispo cubano en el destierro, fue el único prelado de la isla que asistió a todas las secciones del célebre Concilio Vaticano II celebrado en Roma de 1962 a 1965.

En su Ideario del Hombre Cristiano nos enseñó:

Dios. – Es la suprema realidad de nuestra vida. 

Religión. – Nuestra fe cristiana no solo la aceptación teórica de una doctrina sino toda la adhesión entusiasta a una persona. 

Derechos humanos. – El hombre es un ser racional dotado de cuerpo y espíritu dados por Dios y son inviolables. 

Libertad. – Dios nos ha hecho libres y esa libertad no puede ser ahogada por ningún otro hombre.

Fraternidad. – Por ser hijos de un mismo Padre Celestial todos los hombres somos hermanos y esencialmente iguales. 

Trabajo. – Todo hombre tiene el derecho y el deber de trabajar para ganar su sustento. 

Propiedad. – Todo hombre tiene derecho natural, dado por Dios, a poseer cosas como propias. 

El Estado. – El Estado ha de impedir los abusos y defender a los más débiles cuando lo exija el bien común. 

Familia. – Es la célula fundamental de la sociedad. 

Juventud. -El mundo necesita de una juventud fuerte y limpia, capaz de construir.

La Patria. Todo hombre tiene el sagrado deber de amar, de procurar su bien y de trabajar por ella. 

El Exilio. – Debe ser un tiempo de maduración en el sacrificio. La dispersión física no debe convertirse en la dispersión espiritual ni la pérdida de nuestra identidad.

En noviembre de 1987 visitó Cuba y celebró misa en la parroquia del Cristo, se reunió con obispos, sacerdotes, amigos, familiares y presos políticos en la prisión Combinado del Este.

Regresó en enero de 1998 con motivo de la visita de SS Juan Pablo II, esta fue la última.

Visitó casi todas las comunidades de cubanos repartidos por muchísimos países de América y Europa.

Dejó su huella en la hermosa Basílica de la Caridad del Cobre, en Santa Paula, Caracas, con la ayuda de Mons. García Cuenca y del exilio cubano.

A las 11 de la noche del 16 de marzo de 2003, Mons. Boza falleció a los 87 años en el Hospital Centro Médico El Paso de Los Teques, donde había ingresado una semana antes por una bronconeumonía. 

Fue en Los Teques donde ejerció durante tantos años como vicario general, fundando movimientos para ayudar y mantener unidos a los cubanos de la diáspora. 

Tres días permaneció en capilla ardiente, con guardias de honor, en su querida Catedral, donde sus restos fueron depositados en una cripta para su descanso eterno.

En su libro Episcopologio Cubano de 2003, el sacerdote avileño, expreso político y principal historiador de la iglesia hispanoamericana, Reinerio Lebroc Martínez (1932-2018) escribió: “Boza ha sido durante años y años el profeta de su pueblo y el mejor lazo de unión entre nuestro pueblo creyente y la jerarquía”.

Monseñor Boza le dio a Reinerio Lebroc una copia de la carta escrita por él en Roma el 25 de noviembre de 1963 y enviada a Monseñor César Zacchi, el Nuncio Apostólico en La Habana en ese momento, para que la publicara después de su fallecimiento. 

Lebroc la publicó en las páginas 340-342 de su libro Episcopologio, pero por problemas de espacio estoy poniendo lo más relevante.

Carta inédita post-mortem.

Muy estimado Monseñor Zacchi: Mucho he sentido que la grata visita que Ud. nos hizo en el Hotel Americana haya sido tan breve, pues hubiera querido conversar con Ud. más despacio sobre todos nuestros asuntos. Como no hubo tiempo de ello le hago estas líneas para precisar algunas cosas que no pudimos aclarar bien.

Yo no sólo estoy dispuesto a ir a Cuba, sino que lo deseo grandemente, pues creo que allí es donde está mi lugar. Nunca tuve la menor intención de salir, me sacaron por la fuerza y en el momento en que me lo permitan regreso. No me interesa estar en La Habana ni tampoco de obispo, sino donde pueda ejercer mi ministerio con más provecho y con menos inconvenientes.

Por sus palabras pude ver que el gobierno cubano le disgusta mi actitud en el exilio y a Ud. también, y que ambos desearían que yo me desligara de toda actividad con los cubanos como una manera de obtener el permiso.

Yo quiero decirle que nunca me he metido en lo político ni he actuado en ese campo. Mi labor con los cubanos ha sido la de orientarlos y atenderlos espiritualmente, consolarlos y ayudarlos en lo posible, y orientarlos también ideológicamente tratando de formar en ellos una conciencia cívica y una conciencia social cristiana. Esto lo necesitan enormemente. Ellos sienten un vacío, una sensación de orfandad, y si los obispos somos padres y pastores de nuestro pueblo, hemos de serlo más que nunca en momentos tan difíciles y críticos como estos. Si al gobierno le disgusta que yo haya visitado a los muchachos que estaban en el ejército americano, Ud. puede decirles que yo voy a donde quiera que pueda cumplir mi misión y que, si ellos me dejan entrar en los cuarteles de las milicias y del ejército revolucionario, voy allí también a hablarles de Dios.

Para evitar suspicacias de parte de ellos yo no vivo en los EE. UU y solamente he ido allá unas pocas veces y muy rápidamente, siempre por asunto de orden espiritual, y jamás a invitación de ningún grupo político. He tenido el cuidado posible, pero despreocuparme de los cubanos y volverles las espaldas, es algo que en conciencia creo que no lo puedo hacer.

Otra cosa que creo les ha disgustado es decir la verdad sobre Cuba en las ocasiones en que las circunstancias me imponían hacerlo. Hay ocasiones en que el silencio es culpable, en que callarse puede ser un grave pecado de omisión.

Si vuelvo puede Ud. asegurarle al gobierno que no actuaré en absoluto en política, como no lo hice antes. Lo que sí no pueden esperar de mi en absoluto es ninguna actitud positiva de apoyo o compromiso con el comunismo, ni muestras especiales de amistad, que son interpretadas por el pueblo como aprobación, y que el gobierno sabe explotar a las mil maravillas en su provecho tergiversando la verdad.

Ud. sabe muy bien que la inmensa mayoría de los cubanos, no solo los de afuera sino los de adentro, están en contra del comunismo y que una actitud de amistad y de deferencias especiales les causa un propio y verdadero escándalo, y ocasiona un gran daño a las almas y un anticlericalismo peligroso para el futuro.

Creo la Iglesia debe permanecer allí y salvar todo lo que pueda para cumplir su misión, pero sin nada que signifique aprobación o aceptación de lo que en conciencia es imposible e inaceptable.

Hubiera sido mejor hablar estas cosas personalmente, pero como nuestra conversación tuvo que ser de pie y rápida, lo hago ahora por escrito con toda lealtad y sinceridad.

Rogándole me tenga presente en sus oraciones quedo suyo affmo. en Cristo y s.s.                                                                                                                 Eduardo Boza Masvidal

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