Capítulo VIII
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
La presencia de la mujer e imaginar lo que acaba de acontecer estimula en Felipito un rebullir de lujuria. Cierra los puños y poco falta para que triture el paquete de cigarrillos que le obsequió el Jabao. Inquieto abre las manos y verifica que no ha dañado el contenido.
El alboroto de la vida, frente a la muerte del Jabao le infunde un valor masculino que sobrepuja su comportamiento habitual.
-En cuanto traigan las cajas con los fusilados, empiecen a enterrarlos. Viro enseguida-ordena con determinación repentina.
Con pasos firmes llega junto a Juana.
-Quiero hablar contigo -le espeta provocativo.
Juana, que fuma un cigarrillo con fruición, se voltea y quedan frente a frente. Hasta ellos llega el martilleo que asegura las tapas de los féretros.
-¿Para qué…? -inquiere con la calma de quien conoce la respuesta. La entereza de Felipito flaquea. La boca se le llena de saliva y tartamudea.
-Yo… bueno… quisiera…
Ella sonríe con despego que infructuosamente intenta ser cálido y apunta.
-El viejo enterrador y tú son los únicos que no se me habían arrimado. El viejo todavía no lo ha hecho -corrige.
Felipito, cada vez más cohibido, sólo atina a extender la diestra y mostrar el paquete de cigarrillos.
-Esa caja está abierta. Le faltan cigarros -ella dice con mirada fría.
-Muy pocos. Está casi entera.
Juana titubea, pero a la postre acepta.
-Vamos para detrás de aquel panteón. Pero que sea rápido
-advierte y con un ademán de manos lo invita a que la siga.
-Todavía no puede ser -alega inseguro-. Mi jefe no está trabajando y estoy a cargo de enterrar a los fusilados. Cuando termine y los soldados se hayan ido podemos… -la timidez le impide completar la frase.
-No, no me quedo tanto rato. Esta noche he trabajado mucho y quiero irme a dormir temprano
-Juana responde con calma.
El rostro de Felipito se llena de consternación y balbucea.
-No me demoraré mucho con los muertos… No tendrías que coger el sereno de la noche… Iríamos a la casita donde se guardan las herramientas… el tiempo está frío… -argumenta sin demasiada convicción.
Juana frunce la boca de labios finos y luego de un rápido cálculo mental condiciona.
-Tendrías que darme algo más.
-¿Qué más quieres…?
-Dinero.
-¿Cuánto…?
-Un peso.
-¡Es mucho! Ya te di un paquete de cigarros -Felipito protesta y gana cierto aplomo.
-Tienes que pagar por el tiempo que voy a esperarte. Además el paquete de cigarros no está completo -le recuerda.
-Está bien… está bien… -accede dominado por el sexo y la ansiedad-. Voy a apurar a los soldados para terminar pronto -dice y mira en dirección a las fosas.
-¡Un momento! -Juana lo detiene-. Por si a última hora te arrepientes del trato y me dejas embarcada, adelántame cincuenta kilos del peso.
-¡Tengo palabra! -molesto alza la voz.
-Eso no lo sé. Hasta hoy nunca había hablado contigo
-refuta llanamente.
Felipito introduce la diestra en el bolsillo más pequeño del pantalón y extrae algunas monedas. A pesar de las tinieblas aguza la vista y cuenta. Se reembolsa una parte y alargando la mano exclama.
-Aquí tienes el medio peso.
0 comentarios