Capítulo VI
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Una tarde con presagios de tormenta en que Generoso, Felipito y Aquilino beben sus acostumbrados tragos de aguardiente, un hombre de talla mediana y edad madura traspasa la verja. Generoso, desde su asiento en el panteón de los Vázquez Bello le grita que ya van a cerrar. El desconocido con aplomo cortés responde que su visita no tomará mucho tiempo y se adentra en la sección de tumbas pobres. Profiriendo un “¡Quién coño se ha creído este tipo que es!”; el enterrador se levanta y a voz en cuello repite: “¡Dije que íbamos a cerrar! ¡Tiene que salir!”. Felipito y Aquilino siguen al sepulturero que llega junto al hombre y desafiante dice una vez más.
-Por si no me oyó; ¡ya vamos a cerrar!
El desconocido se voltea y con una sonrisa serena responde.
-Lo he escuchado muy bien.
-¿Entonces por qué se metió en el cementerio?
-Vine a verle y a mostrarle un libro de poemas que escribí para él.
-¿A verme a mí…? ¿Un libro de poesía? ¿Y quién es él…? -se desconcierta y adelantándose reconoce la tumba-. ¡Es la del “Caballero de París”!
-Sí, es la de él -el forastero afirma con naturalidad.
-¿Fue familiar suyo…? -Generoso inquiere con un nuevo talante.
Con aires de franca sorpresa el visitante parpadea y responde.
-Nuestro. Fue familiar de todos nosotros.
Generoso calla incrédulo. Retrocede un paso y Aquilino fiscaliza.
-En definitiva, ¿Quién es usted? ¿Cómo se llama?
-Néstor Molina.
El rostro de Felipito se ilumina y exclama.
-¡Coño! ¡Igualito que el artista que hace de “Yaky el Pecoso!”.
-Ese soy yo -Molina ratifica sin pizca de presunción.
-No; ¡No puede ser! Yo he visto retratos de Néstor Molina y es un muchacho joven -Generoso afirma.
-Fui joven como lo ha sido todo el mundo -el aludido comenta con humildad.
Aquilino desconfía e imbuido de su inveterado y agresivo misticismo, esgrime, en la mano derecha, su navaja, en tanto que con la izquierda, a manera de escudo, adelanta su biblia de bolsillo.
-Si eres loco, comemierda o sinvergüenza, con esta cuchilla te voy a enseñar. Pero si eres un demonio encarnado, te conjuro en nombre del mensaje de estas sagradas escrituras -grita y sacude la biblia frente a los ojos del hombre.
El llamado Néstor Molina sonríe. Por señas le sugiere a Generoso que se aproxime. Pega sus labios al oído curioso del sepulturero y en voz baja pero clara y segura dice.
-Vine a liberar el alma del “Caballero de París”. Después de mi visita no volverás a ver su imagen ni escucharás sus largas peroratas.
Generoso lo mira estupefacto y articula.
-¿Cómo sabes…?
-Porque vengo de otro tiempo.
-Creo que estás enredando la pita -Generoso le advierte.
-¿Qué secreteo se trae este tipo? -Aquilino, agresivo, lanza la pregunta.
-Sólo deseo mostrarles mi libro y leer un poema en memoria del “Caballero de París” -pide con voz blanda e insinuante busca la mirada del enterrador.
Generoso levanta la diestra y media.
-Recitar una poesía no le hace daño a nadie. Además, parece que no está diciendo mentiras.
-Los demonios saben disfrazarse -Aquilino recela.
-Si es “Yaky el Pecoso” tiene que ser buena gente -Felipito alega.
-¡Esa guayaba no se la traga nadie! Este hombre no es ningún jovencito -Aquilino discrepa.
Entonces, adoptando una expresión severa, el personaje olvida el desafío de la navaja e induce a Aquilino.
-Lee el nombre del autor del libro.
Aquilino, estupefacto por la determinación del extrañó visitante, obedece.
-Néstor Molina -dice, posando los ojos en la portada del libro.
Molina, a continuación, abre el volumen y señala para una de las páginas primeras.
-Y la fecha. ¿Qué fecha de edición tiene el poemario? Aquilino busca el dato. Luego escarrancha los ojos y atónito exclama.
– ¡Carajo! falta tiempo, mucho tiempo para llegar a este año. Es una fecha de fin de siglo.
-¿Ahora me crees? -Molina lo interpela. -No sé… no sé que opinar… -Aquilino titubea y mueve la cabeza de un lado a otro.
-Si lo tuyo nada más es ganas de recitar una poesía, acaba de una vez -Generoso, inseguro, le propone al hombre.
-Así lo haré -afirma Néstor Molina. Se coloca frente a la cruz de madera y elevando la voz declara- “En mi celda hay un pueblo triste”; es la poesía que voy a declamar para desatar el alma de este condenado.
El poema es largo y sentido. La voz del recitador cala el ánimo de los presentes y el tiempo se condensa en un sentimiento inefable; autónomo de la respiración humana y las pulsaciones que delatan el paso de la sangre por venas y arterias.
«… Por Caballero me juzgaron como indigno
por sincero
me trataron de rufián
Prohibieron mis pasos libres sobre la Tierra y me dieron por castigo esta celda
y mis ganas de llorar…»
Terminada la lectura sobreviene un silencio laxo. Néstor Molina entorna los ojos y menea los labios en algo menos que un murmullo.
Generoso se le acerca y a media voz requiere.
-¿Y ahora qué…?
-Se fue. El efluvio espectral del «Caballero de París» partió para siempre -Molina responde.
-Es una buena noticia, porque el pobre bastante que jodia -el enterrador comenta con alivio.
-¡Que hable alto para saber qué se trae entre manos! -Aquilino requiere.
Generoso desoye la queja y le insinúa al forastero.
-Y con las demás apariciones, ¿no podrías darme una manito para que también se vayan? Susanita lleva años de estar aquí.
-No puedo ir contra las reglas. Ella se irá junto con él -y sugestivo posa sus ojos en Aquilino.
Aquilino que algo barrunta insiste airado.
-Felipito y yo no estamos pintados en la pared. Me estoy cansando de tanto misterio.
Generoso, áspero, le replica.
-Déjame hablar tranquilo con este señor. Yo no me meto a opinar de tus conocimientos como fabricante de ron y aguardiente. Estoy tratando un asunto del cementerio y de eso yo soy el que sé. Así que no jorobes más.
-Trato de protegerte… -Aquilino se justifica.
-Lo agradezco, pero mantente callado -Generoso dice conciliador e intrigado retoma la charla con el enigmático Moli na—. ¿De dónde conoces a Susanita y Aquilino…?
-Vengo de un sitio en el que todo esto está contenido.
-¿Y qué lugar es ese…?
-El Atiempo.
-¡El Atiempo…! -repite atónito-. ¿Dónde queda eso? -Aquí mismo y en cada partícula de la creación. -No entiendo nada.
Néstor Molina, empleando un lenguaje didáctico, pero sencillo, intenta satisfacer la curiosidad del enterrador.
-No te compliques la cabeza tratando de buscar una explicación. Acepta mi presencia y mis palabras lo mismo que aceptas la presencia de la energía que brota de los muertos de tu cementerio. Es más -Molina puntualiza -te recomiendo que olvides mi visita.
-Está bien, está bien -Generoso transige-. Pero, ¿por qué «el Caballero de París» y no Susanita y los demás? -ahonda.
—Fue un mandato cósmico cuyo misterio desconozco. Nadie tiene facultad para alterar lo establecido.
-¿Ni tú?
-Ni yo -es parco-. Ya es tiempo que me vaya -interpone sin dejar de ser amable.
-Tómate un aguardiente con nosotros -el sepulturero lo invita.
-Imposible. Tengo que regresar -declina y girando sobre los talones se dirige rumbo a la verja.
-¡Oye! Regálame el libro de poemas. Me gusta leer por las noches -Aquilino le pide.
Molina interrumpe la marcha y responde.
-Si pasa a tus manos dejaría de existir porque estos poemas no son de tu tiempo físico.
-¿Qué pasará con «Yaky el Pecoso» en el episodio de mañana? -Felipito lo interpela.
-No sé. Tienes que seguir la trama o preguntarle al escritor de la serie o al joven Néstor Molina -dice a punto de trasponer la verja.
Aquilino, azorado, confronta a los enterradores y exclama.
-¿Lo vieron salir…? ¡Casi llegando a la reja se perdió de vista! ¿Lo vieron salir…? -recalca.
-Se fue; eso fue lo que hizo -Generoso ratifica con dejo cansado.
-¡Cono Generoso! Yo creo que tú sabes más de cuatro cosas sobre ese tipo -Aquilino recela.
-Primera vez que lo veo. Pero cuando te has pasado la mayor parte de la vida enterrando cristianos nada te espanta. ¿Ya no queda aguardiente? -inopinado desvía la conversación.
-Muy poco. Pero si me invitas a comer esta noche busco una botella de ron para nosotros y una de vino de fruta bomba para Candelaria -Aquilino propone.
-¡Dalo por hecho! -Generoso se entusiasma.
-¡Y yo que me joda! -Felipito protesta medio en serio, medio en broma.
-¡Qué malo es tener un piojo pegaol -el enterrador, con aspaviento fingido, levanta los brazos al cielo.
Felipito sonríe. La baba le asoma por las comisuras de los labios y excitado dice.
-¡Qué bueno! Así los tres oiremos el episodio de «Cruz Diablo» y Candelaria nos cuenta que pasó hoy con «Los Tres Villalobos». Ayer se terminó cuando «Sakiry el Malayo» iba a matar a Miguelón.
-Muy bueno todo. Comida, ron y episodios, pero se te olvida cerrar el cementerio -Generoso le reprocha al ayudante y le tira el manojo de llaves tintineantes.
Felipito las atrapa en el aire y se justifica.
-Ahora mismito te las iba a pedir.
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