Se veía venir. Era tan obvio y previsible, que los consejeros se lo repetían incesantemente al presidente Biden, cuya insensatez, o incomprensible temor, le movían a ignorarlos, evitando así, a su entender, la extensión del conflicto que se desarrolla en el Medio Oriente después del ataque a Israel por Hamas el pasado 7 de octubre. Biden estaba renuente a ripostar los frecuentes ataques de Irán, a través de sus proxis, contra nuestros barcos, nuestras fuerzas armadas destacadas en la región, y nuestras bases en Irak y Siria, hasta que, en el ataque 172, perpetrado contra una de nuestras bases en Jordán, cerca del borde con Siria, un drone, o misil, disparado por supuestos rebeldes hutíes, mató a 3 soldados americanos e hirió a otros 34.
Resulta desconcertante, y ciertamente incomprensible, que el presidente Biden haya tolerado 172 ataques producidos por peones militares terroristas bajo el apoyo y dirección de la corrupta claque autocrática que gobierna en Irán, para entender, si es que al fin lo ha entendido, que las trágicas bajas sufridas por nuestras tropas en Jordán son una consecuencia directa de su errónea política, y de su indecisión, en no confrontar a Irán con la enérgica firmeza necesaria. El presidente parece no haber aprendido absolutamente nada, de su humillante fiasco en Afganistán.
¿Y, a propósito, qué ha hecho el presidente durante estos tres meses de incesantes ataques contra nuestras tropas e intereses? Ocasionalmente registrar retóricas notas de disgusto, y, en raras instancias, responder con muy limitados ataques aéreos que no han tenido efecto disuasorio en lo absoluto con la autocracia de los ayatolas, porque tales incursiones aéreas fueron dirigidas contra las milicias, cuando no era secreto para nadie, que el verdadero instigador, orquestador, promotor y diseñador de todos los ataques perpetrados, era Irán.
Pero el presidente ha decidido poner sus ansiedades y su preocupación en no perturbar a Irán con una escalada del conflicto, por encima de su superior obligación de proteger a nuestros soldados sirviendo en el exterior. La cuestionable e irónica estrategia de Biden de evitar una escalación con Irán por encima de otras prioridades, podría traerle el efecto del boomerang, y forzarlo, como resultado de las bajas militares sufridas, a una retaliación militar mucho más fuerte que si hubiera respondido con devastadora fuerza cuando se produjeron los primeros ataques.
El escenario del Medio Oriente no puede ser más complejo, como difusas parecen ahora las perniciosas alianzas en la región, cuyo objetivo es la destrucción de Israel y sacar a Estados Unidos del área. En el momento actual, estas circunstancias, en un área tan propensa a la violencia, elevan, peligrosamente, la inestabilidad geopolítica, presentándonos la posibilidad de una guerra generalizada entre varias naciones de la región, con Irán como la cabeza de la serpiente.
En el contexto de esta ostensible realidad, es difícil entender la tenaz reticencia del presidente Biden en asumir una postura más agresiva y directa contra la fuerza esencialmente creadora y promotora de los actos agresivamente criminales que se han realizado en la brevedad de los pasados tres meses. Irán es el perro rabioso de la comarca, y es de todos conocido el efectivo remedio para erradicar ese mal.
Ese vecindario que no ha conocido la paz plena por largo tiempo sabe que Irán es un pésimo y peligroso vecino de la barriada. La brutal autocracia fanática que ejerce el poder mantiene, de antaño, una imprudencia temeraria y hostil en su forma de gobierno en relación con sus vecinos. Esto no tiene que ver con la defensa de principios, sino con la irresponsabilidad y la estupidez. Irán, tácitamente, le ha declarado la guerra a Estados Unidos y a Occidente. Los ayatolas, señores de una teocracia que practica el terrorismo, patrocina a Hamas, Hezbolá, y otros grupos terroristas, y que lapida mujeres, y reprime las libertades, se ha lanzado, de últimas, a la agresión solapada, a través de terceros, contra los que considera sus enemigos, aunque éstos no hayan provocado esas agresiones.
Para Biden, ha llegado la hora. No es sensato ni seguro, esperar más. Joe Biden ha desperdiciado demasiado tiempo esquivando una confrontación en una guerra regional, sin aceptar la realidad de que, Estados Unidos, está ya, dentro de ella.
El palpable resultado es que las gestiones timoratas, disuasorias, de Washington, en la región, han colapsado. Las frecuentes repetidas muestras de debilidad del presidente Biden, no han hecho más que invitar más y más ataques contra esta nación y su principal aliado en el área. Le han tomado la medida.
Hace casi medio siglo, en la década de los 70, Irán, bajo la influencia de los ayatolas de entonces, tan barbáricos como los presentes, arruinaron la presidencia de Jimmy Carter manteniendo a más de cien empleados de la embajada americana en esa nación como rehenes.
Jimmy Carter pagó con la presidencia su irresolución. Como la historia tiene esa caprichosa e incorregible tendencia a la repetición, es muy posible, y hasta probable, que Joe Biden, que viene siendo, en muchos aspectos, una réplica de Carter vea el final de su presidencia igualmente arruinada, si no responde con suficiente fuerza aleccionadora al reto del grupo fundamentalista religioso que ambiciona el control del Medio Oriente.
BALCÓN AL MUNDO
Febrero será bisiesto. Tendrá 29 días. Un día más largo en el mes en que se dijo que entrarían en vigor las nuevas ordenanzas del paquetazo que el régimen comunista le impondría al pueblo de Cuba, con un aumento en todos los productos, desde la gasolina hasta los plátanos. En el momento en que esta edición esté en sus manos, habrá comenzado otro capítulo de la larga historia de sacrificio sin fin que comenzó hace 65 años.
Su desplome económico es tan devastador, que se necesitan, al precio de hoy, 285 pesos para comprar un dólar; y ya se calcula que, dentro de cuatro, a seis semanas, se necesitarán 300 para obtener un greenback.
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Los planes de Maduro para inhabilitar a María Corina Machado como aspirante presidencial se le han enredado. Washington le ha dejado saber que, de no cumplir con lo acordado recientemente, y que dio paso al levantamiento de varias sanciones, las mismas serán reimpuestas el próximo primero de abril. Maduro está contra la pared. Necesita exportar el petróleo y con las sanciones nuevamente en vigor, le será muy difícil.
Por otra parte, Estados Unidos, necesita cada día menos su petróleo. Guyana está produciendo 500,000 barriles diarios y llegará a 600,000 a finales de año, con proyecciones de alcanzar un millón para fines del 2025. Y este crudo lo están extrayendo Exxon-Mobil and Chevron, dos compañías americanas.
Con su producción récord de 13.3 millones de barriles diarios, y la adición de Guyana, esta nación, en términos prácticos, no necesita importar crudo de cuestionables proveedores en lo absoluto. En caso necesario, ahí está Canadá, siempre listo y confiable.
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El último revuelo en el mundo técnico-médico-científico, lo está produciendo Elon Musk, con el implante de un chip producido por su compañía Neuralink en un cerebro humano. Se vaticina que su impacto será trascendental, con el paso de los años, para el destino de la Humanidad.
¿Caminarán los parapléjicos? ¿Llegarán a ver los ciegos? ¿Oirán los sordos? Eso queda para la comprobación de las próximas generaciones.
Evidentemente estamos en presencia de un nuevo genio.
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La porra política está lanzando aullidos lastimeros desde la Cámara de Representantes y ha iniciado un procedimiento de impeachment contra el secretario de Homeland Security, Alejandro Mayorkas por no haber resuelto la crisis migratoria en la frontera. Mala, baja, y grotesca práctica política que pone en juego un mal precedente. No creo que este disparate le rinda fruto a ese grupito radical porque una disputa sobre política no califica como crimen. Y, además, abriría la Caja de Pandora para que otros miembros de Gabinetes, de cualquier gobierno, o partido, sean sometidos, frívolamente, a proceso de impeachment.
Ciertamente la política es un asunto muy serio para dejarlo en manos de los políticos, como una vez dijo, en memorable ocasión, Charles De Gaulle.
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