El 28 de enero de 1853 pare Doña Leonor y nace en La Habana el niño José Julián, en la calle Paula 41. Día glorioso.
Se trata del recién nacido ilustre que llegará a ser el Apóstol de la tierra cubana. Allí, es donde por primera vez abre los ojos al mundo el más insigne de todos nuestros compatriotas.
Y es muy difícil actuar patrióticamente sin tener que acudir en su ayuda, sin tener que mencionarlo, sin tener que leer sus prédicas y su pensamiento.
Se convierte en algo sagrado de dimensiones grandiosas entre nosotros. Es un héroe en cada hogar cubano. Criticarlo o burlarse de él resulta una blasfemia entre todos los que nacimos después de su fallecimiento.
Me encanta celebrar su nacimiento (era el día más importante en mi terruño: Día del güinero ausente, de San Julián y de Martí.
El 28 de enero nace un humilde niñito, pero más de 40 años después se convierte en un Príncipe y logra ser un familiar cercano nuestro, en nuestro más brillante antepasado. En orgullo familiar.
Y cuesta mucho trabajo encontrar un compatriota que los 28 de enero no tenga aunque sea un minuto de místico recuerdo para él.
A José Julián Martí y Pérez nunca lo olvidamos cada 28 de Enero, nadie llora a Martí.
Todos, ese día y siempre, lo recordamos con unción, con la frente en alto, con orgullo, con deseos de ayudar a liberar a su Nación, a la nuestra, a la Cuba adorada por él.
Cada 28 de enero todos pensamos en el ser humano más grande nacido en nuestra bella tierra. El hombre sincero de donde crece la palma, el de La Rosa Blanca, el de “Abdala”. El gran cubano de los cuatro acentos.
Tendrá el leopardo un abrigo pero nosotros tenemos eternamente a José Martí. Honor a quien honor merece.
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