Durante 1959 y primicias de 1960, reveló otras antagónicas disposiciones cuyo propósito servía únicamente para ajustar más los grilletes del poder omnímodo y macerar al máximo a su pueblo. Invitó públicamente a todos los que apoyaban la revolución a unirse activamente a la misma (“divide y vencerás”). Creó las “Milicias Nacionales Revolucionarias”, dotándolas con uniformes propios de color azul claro y boinas negras, organizando marchas improvisadas por todas las carreteras y avenidas del país, al tiempo que recibían instrucción militar. Declaró que habían sido formadas para “defender la revolución” de los sabotajes de la contrarrevolución, los esbirros y los vende patrias al servicio de las potencias extranjeras (pero su verdadera intención era dividir a la sociedad cubana, fraccionarla por completo y destruir la familia y la moral).
Milicianos y milicianas deberían hacer guardia en fábricas y edificios asignados durante las madrugadas, separando a los matrimonios. Su léxico cada vez se asemejaba más a la retórica de los líderes comunistas que salpicaban los países de Europa del Este y Asia.
La ilusión del masivo júbilo popular de los primeros meses de 1959 ya se había desvanecido. Las milicias populares lograron su objetivo quebrantando aún más y de manera súbita a las familias, los amigos, los conocidos y la sociedad en general. Cuando alguien nos sorprendía vestido de “miliciano” o “miliciana”, ya sabíamos a qué bando pertenecía. Se crearon enemistades en los centros de trabajo, los sindicatos, las industrias, los medios de prensa, los clubes sociales y todos los gremios del país. Hasta en el seno de las herméticas fraternidades de los Masones y los Rosacruces comenzaron a rasgarse fisuras. Si vestías el uniforme de las milicias, se acercarían a ti nuevos amigos que nunca conociste antes; pero, casi con toda seguridad, perderías a la mayoría de los que siempre tuviste y apreciaste.
Recuerdo la última vez que acudí a la barbería que frecuentaba desde muy niño, con cinco barberos afables y sonrientes. En aquella última ocasión, Héctor, mi barbero, lucía su atuendo de miliciano. A pesar de que entonces era apenas un jovencito, pude captar de inmediato “el cambio de ambiente”. Había una rara seriedad entre los barberos; ya apenas se hablaban entre ellos. Vi varias personas esperando por los otros y nadie esperando por Héctor, que se hallaba sentado en el sillón de barbería, austero y pensativo. Me saludó como siempre y me acomodé. Cuando salí de allí le dije a papá que ya no regresaría a esa barbería, y le expliqué el motivo.
En septiembre de 1960 fueron creados los siniestros “Comités de Defensa de la Revolución”. Dicha medida se trataba simplemente de seleccionar en cada manzana o bloque a una familia que simpatizara con la revolución y darle poder para vigilar a las demás familias. Los flamantes emblemas “Con la Guardia en Alto” comenzaron a colocarse en las fachadas y los portales de las viviendas designadas como “Comité de Defensa de la Revolución”; en otras palabras, las casas de los “chivatos”, los delatores que ya no serían tus vecinos ni tus amigos, sino los “ojos de la revolución” sobre tu persona y tu familia, tus nuevos enemigos que compartían, claro está, los detestables “atributos” que todos conocemos. Ellos se encargarían de vigilar quién entraba o salía de tu casa, si emergías de tu hogar con una maleta, un bolso o un paquete que consideraran sospechoso, y gozaban de potestad para acudir a tu puerta e interrogarte si albergaban alguna duda, así como indicarte que algo que hacías no estaba correcto de acuerdo a los dictados de la revolución.
Muchas prácticas se asemejaban al régimen chino en los primeros tiempos de 1949 tras la victoria de Mao. El malévolo huracán que destruyó a la nación cubana, más por aquellos meses finales de 1960 continuaban las “nacionalizaciones” de las empresas extranjeras, y comenzaron las “confiscaciones” de las nacionales.
Felipe Lorenzo
Hialeah, Fl
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