Estos días de comienzo de año han tenido una rara característica: hay muchas personas alegres, pero al mismo tiempo hay incontables personas que se encarcelan en sus tristezas y se hunden en un pedregal de angustias.
Estar alegres al comenzar un año, sin embargo, no es traicionar cariños de ayer ni profanar compromisos que la muerte extinguió. Recordar es una noble manera de rescatar dichas fecundas del pasado, y esto podemos hacerlo sin empañar la mirada y sin vestir de luto el corazón.
Un año que se estrena es un encuentro renovador con la alegría. Recordar la hora feliz de la familia abrazada en lazos de amor es un don que nos concede Dios para que celebremos con espíritu vivaz, animado y consolador nuestras horas mejores de ayer.
Una señora, ya viuda, con los hijos esparcidos por el mundo, me confesaba que para ella las fiestas de fin de año no existen. Le dije que hiciera suya la alegría que la rodeaba y que honrara a los seres de su pasado con el regalo tierno de un corazón feliz. Yo no sé si los que nos han antecedido en la ruta de la vida pueden vernos desde las cúspides de la eternidad; pero seguro estoy de que si pudieran tener acceso a nosotros, hubieran querido que fuéramos alegres y felices en la bella celebración del nacimiento del Niño Dios que en días pasados disfrutamos y que emprendiéramos los retos del mañana con espíritu de conquistadores.
Nuestra alegría, sin embargo, tiene que reunir sus virtudes. Estar alegres no es enloquecernos con el vino, aturdirnos con los ruidos de melodías manchadas o arriesgar nuestra salud con comelatas excesivas. No es el desvío de la conducta ni el permiso para la exorbitancia. La alegría es un estado de ánimo propicio para el disfrute de la paz, la expansión de los sentimientos mejores y la exaltación de un gozo que clausura la inoportuna presencia de la tristeza.
Los primeros días de un año que nace son una fiesta, y las fiestas no se visten de negro. Para determinadas personas de fe cristiana, la religión suele ser adusta, austera y vigilante. Todos debemos considerar, sin embargo, que la fe es fuente de alegría y la música plena de mensajes es el marco de toda celebración. Si leemos La Biblia vamos a encontrarnos con parejas que bailan, parejas que le cantan al amor, invitaciones de Dios a que riamos y saltemos de júbilo.
En el macizo sermón del monte es Jesús quien nos dice “regocijaos y alegraos”, expresión que reitera en el evangelio de San Lucas: “alegraos y saltad de gozo”. Yo quiero en este modesto artículo hacer algo que es apropiado para los momentos que nos preceden ante los retos de un futuro que comienza. Quiero compartir mi espacio con uno de los grandes poetas de América, Amado Nervo, quien escribió un bello trabajo titulado Alégrate. Leámoslo, van a agradecer mi invitación.
Alégrate (Amado Nervo)
“Si eres pequeño, alégrate;
porque tu pequeñez sirve de contraste
a otros en el universo; porque esa pequeñez
constituye la razón esencial de su grandeza;
porque para ser ellos grandes,
han necesitado que tu seas pequeño,
como la montaña para culminar
necesita alzarse entre colinas, lomas y cerros.
Si eres grande, alégrate,
porque lo inevitable se manifestó en ti
de manera excelente,
porque eres un éxito del artista eterno.
Si eres sano, alégrate;
porque en ti las fuerzas de la naturaleza
han llegado a la ponderación y a la armonía.
Si eres enfermo, alégrate;
porque luchan en tu organismo
fuerzas contrarias que acaso buscan
una resultante de belleza
porque en ti se ensaya ese divino alquimista
que se llama el dolor.
Si eres rico, alégrate,
por toda la fuerza que el Destino
ha puesto en tus manos
para que la derrames…
Si eres pobre, alégrate;
porque tus alas serán más ligeras;
porque la vida te sujetará menos;
porque el Padre realizara en ti
más directamente que en el rico,
el amable prodigio periódico del pan
cotidiano…
Alégrate si amas;
porque eres más semejante a Dios que
los otros.
Alégrate si eres amado;
porque hay en esto
una predestinación maravillosa.
Alégrate si eres pequeño,
alégrate si eres grande;
alégrate si tienes salud;
alégrate si la has perdido;
alégrate si eres rico;
si eres pobre, alégrate;
alégrate si te aman;
si amas, alégrate;
¡Alégrate, siempre,
siempre, siempre…!
El presidente Franklin Roosevelt, desde el refugio de su silla de ruedas, dijo que “la alegría es la piedra filosofal que todo lo convierte en oro”. Ciertamente la alegría no es solamente la medida de lo que tenemos, sino la justa expresión de lo que somos, y hablando del disfrute de la alegría recordamos la expresión de Ralph Waldo Emerson, “la alegría, cuanto más se gasta, más se queda”.
Probablemente muchos no esperarían estas palabras en el candente libro de Apocalipsis: “los que moran en la tierra se regocijarán … y se alegrarán y se enviarán regalos unos a otros”.
Me fascina esta descripción de los llamados reyes magos en el evangelio de San Mateo inspirados por la señal del cielo para internarse en una deliciosa aventura. Emprendieron un camino nuevo y renovaron sus vidas después de haber adorado al niño Jesús en Belén: “cuando vieron la estrella se regocijaron sobremanera con gran alegría”.
Este año 2024 es la presencia luminosa de una estrella derramando santa claridad en el manto oscuro de la noche. Quizás nosotros necesitemos esa estrella. Nuestra vida a menudo es árida, demandante y tediosa. Nos hace falta fertilizar nuestra horizontalidad con el fulgor vertical de una estrella creada por Dios para iluminar nuestro camino y enseñarnos cómo emprender la jornada de cada día desde el bajo nivel de nuestras rodillas hasta alcanzar la altura bendita del cielo.
Nuestro deseo: ¡en este nuevo año llenemos nuestros corazones de santa alegría y dediquemos la ofrenda de nuestro amor para adorar al Señor de señores y Rey de reyes que entró en la vida humana en el humilde espacio de un pesebre, siendo el Dios santo del Universo!
El año 2024 es un cofre pleno de sorpresas. Preparémonos para el encuentro con cada nueva hora, lleno el corazón de gratitud y listas las manos para hacer lo bueno, para honrar a Dios y ser dignos de su protección.
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