Capítulo III
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Balbino, en la pieza contigua, con resignación eleva los ojos al techo. Se arrellana en su sillón favorito y prende la radio que descansa encima de una pequeña mesa de centro. Al instante Pablo Quevedo: “El divo de la voz de cristal”, acompañado por la orquesta de Cheo Belén Puig, irrumpe en pleno apogeo del danzonete “La cama vacía”.
La riña verbal de Eufemia naufraga en los acordes musicales e inopinada termina tarareando la melodía.
Felipito, cuando el agua humea, retira el cubo del reverbero. Se despoja de la camisa y coloca una toalla sobre sus hombros. Toma el cubo por el tirante y calzando chancletas, hechas de madera y ligas obtenidas de cámaras de neumáticos desechables, sale al patio y camina rumbo a la caseta del excusado, que también sirve de baño.
***
El segundo día de trabajo de Felipito en el cementerio no augura nada bueno para sus pretensiones de quedarse con el empleo de ayudante del enterrador.
Generoso que hasta tarde, la noche anterior, estuvo bebiendo aguardiente con Aquilino, producto de la resaca, muestra un humor pésimo. El asco que siente en el estómago lo descarga contra el aprendiz, al que no se cansa de señalarle defectos: “¡Así no, tolete! El pico no se tira tan fuerte. Saca la tierra con la pala antes de seguir cavando. ¡Esto no parece una fosa sino un pozo mal hecho!”.
Y para colmo de males Felipito experimenta un ardor agudo en la piel de las axilas causado por el desodorante, a base de bicarbonato y limón, que se aplicó para combatir el olor a sudor.
-Yo no sé para que le dije a tu padre que iba a probarte. ¡Qué perdedera de tiempo! -Generoso martilla despreciativo.
La mañana es de un sol deslumbrante y tórrido que bruñe la superficie pétrea de símbolos y monumentos funerarios. El enterrador suda copiosamente y Felipito, a duras penas, contiene la soberbia y la comezón de las axilas. Sin chistar, hora tras hora, soporta las impertinencias de Generoso y se concentra en el trabajo.
Sin embargo, al filo del mediodía, la virulencia de Generoso llega al tope junto con el ardor en las axilas de Felipito.
El muchacho con un gesto de dolor suelta la pala y se despoja de la camisa.
-Aquí no se puede trabajar sin camisa. Esto no es una playa, es un cementerio y hay que respetar a los muertos. ¿Entiendes? -Generoso grita desafiante.
-¡Cono! -Felipito explota-. ¡Mira como tengo los sobacos despellejados por culpa del bicarbonato!
-A mí eso ni me va ni me viene. O te pones la camisa o te vas ahora mismo -lo conmina.
-¡Pues me voy! Está bueno de aguantar tantos insultos. Ni cuando estaba en la escuela los muchachos me jodían tanto como tú.
-Sí, ¡vete malagradecido! Esto me pasa por querer ayudar a tu padre. A ver, ¿por qué Balbino no te puso a trabajar con él vendiendo flores?
-No le hago falta. Mi mamá y mis hermanos atienden el negocio de las flores.
-¡Boberías! No te quiere con él porque eres medio mentecato y tiene miedo que te roben flores o dinero.
Felipito permanece parado en mitad de la fosa que cava. El sol se demora en el cénit y el calor lo exaspera y le abrasa las axilas.
-¡No es verdad! -grita ofendido y la ira resalta el acné grasiento de su rostro.
-¡Sí es verdad! -Generoso ratifica-. ¡Mira cómo te babeas! -se regodea en humillarlo.
Es cierto, Felipito, súbitamente, abre la boca y un hilo de saliva espesa desborda los labios y pende de su barbilla. Y también es cierto que la expresión de soberbia que prevalecía en su faz es engullida por una ola de pasmo. Con la vista fija en un punto del espacio, cercano al enterrador, el cuerpo se le afloja y cae sentado en el fondo de la tumba inconclusa.
-¿Qué carajo te pasa? -Generoso se asusta. Felipito, por respuesta, en ademán irreflexivo, levanta el brazo derecho y temblándole la mano sigue la trayectoria de su mirada-. ¿No habrás visto un muerto…?
-¡Su… Susanita…! -murmura espantado.
Generoso voltea el rostro y sus ojos confirman el balbuceo del joven.
-¿La ves…?
-Sí… la veo… -dice en un susurro. -¿Seguro que la ves…? -Generoso insiste. Esta vez Felipito responde con un lento movimiento de cabeza.
-¿Qué hace ella…?
-Carga un bebé que está envuelto en pañales y habla; habla mucho… creo que con Aquilino… -¿La puedes oír…?
-Dentro de mi cabeza siento su voz. ¿Tú también puedes verla… ? -se anima.
-Sí, veo lo mismo que tú y oigo lo mismo que tú oyes -Generoso contesta y empieza a recobrar el aplomo.
– ¡Susanita está muerta…! ¿Por qué está aquí? -inquiere con candidez.
-Los muertos siempre están -Generoso simplifica. -¿Ella nos ve…?
-Ni ve ni oye. Es una imagen y la voz es igual a la que sale del traganíquel del bar “Iris”, que repite y repite el mismo disco de Ñico Membiela.
-¿Hace tiempo que la ves?
-Desde el mismo día que la enterramos.
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