El entierro del enterrador

Written by Libre Online

26 de julio de 2023

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Justo al frente, cruzando la calle Prolongación de Independencia, se alzan los pinos de troncos con marcas de tiempo y ramas de susurrante color verde sucio que, pertinaces en el recuerdo, se aferran al ámbito donde antaño hubo un parque zoológico y un mono que respondía al nombre de Simón.

A mano derecha, luego de concluir el espacio arbolado del otrora parque zoológico, pasando una estrecha y terrosa calle lateral, comienza una cuadra larga de negocios pequeños y solares vacíos.

El primero es el taller de Marcelo Foyo, marmolero que, ayudado por dos eternos y constantemente renovables aprendices, modela, labra y decora cruces, lápidas y jardineras. Asimismo, en barro y yeso crea tinajas, tiestos, figuras religiosas y de animales, ligadas al sincretismo religioso que predomina en las tierras del Mar Caribe y cala en la Mayor de las Antillas. Próximo al taller del marmolero, con un solar yermo de por medio, queda la modesta fonda de María Viña, viuda cuarentona que, junto a dos hijas casaderas, cocina y atiende a los clientes. A continuación, otro taller, «El Rápido» donde el viejo Juan Irene arregla bicicletas, relojes, cerraduras, candados y hace llaves. La talabartería de Pupo, el que todo lo resuelve con la frase: «Suave y tranquilo», se ubica entre el «Rápido» y la tabaquería «Cabrera» con sus tres operarios y un radio afónico que inalterable permanece sintonizado en la emisora «Radio Reloj».

Luego, sigue la tienda de don Pío Otero; un segundo solar yermo y al final de la cuadra la herrería de Genaro, sitio en el que los campesinos provenientes de Matagua, Seibabo, Antón Díaz, Las Minas y demás poblados colindantes traen a herrar sus cabalgaduras, recuas de mulos y burros. En tanto las bestias quedan al cuidado del herrero los campesinos intercambian y venden productos del agro; huevos, aves de corral, cerdos y chivos con comerciantes y vecinos del área.

Los olores propios de la herrería se mezclan con el de los establecimientos restantes. Sin embargo, predomina el aroma a comida y café recién colado que lanza la fonda en la que Teresita y Eloína, las hijas de la propietaria, sirven a los parroquianos, prodigando miradas cálidas y sonrisas húmedas que se apoyan en la turgencia juvenil de sus senos.

En sentido inverso y tomando nuevamente como punto de partida los pinos del antes parque zoológico, nacen varias cuadras de viviendas entre las que se cuenta la escuela primaria «Maestra Nicolasa». Más adelante, en la intersección con la calle Virtudes, resalta el fondo azul celeste de las paredes del bar «Iris» y los motivos cabalísticos que, dibujados en amarillo brillante, insinúan la posibilidad de combinar el mundo místico con el disfrute pleno de los sentidos y las sensaciones corporales.

***

Gracias al orden que impera en el Barrio del Cementerio y Llega y Pon, a pesar de las vicisitudes diarias, esta noche fría y lluviosa, víspera de Nochebuena, se respira un generalizado ambiente festivo.

Generoso Tacorante, auxiliado por Aquilino, saca el cerdo del corral rústico, donde durante meses lo ha mantenido en ceba.

El animal chilla y patalea como si presintiese su destino inminente. Candelaria con un quinqué de queroseno en la diestra, seguida de Susanita, se asoma a la puerta de la cocina e ilumina, pobremente, la escena que se desarrolla en el pequeño patio. Ráfagas de aire frío y húmedo le castigan el rostro y se trenzan en su falda.

La piel del cerdo, mojada por el agua que no deja de caer y el fango acumulado en el corral, se torna más resbaladiza que de costumbre. Generoso maldice y con un ademán imperioso rechaza la ayuda de Aquilino.

En el forcejeo por someterlo el animal logra escurrirse. Alborotado de pánico busca una salida, pero choca contra un trecho del muro del cementerio que delimita el fondo del patio. Recula y arremete contra el flanco izquierdo de la malla metálica que contribuye a cerrar el espacio. La red lo rechaza y facilita su captura.

Esta vez Generoso lo tira sobre la tierra que, llena de pequeños charcos de agua, salta en escupitajos de fango. Coloca una de las rodillas encima del vientre del cerdo; la otra se afinca en la tierra lodosa.

Con la mano izquierda le inmoviliza las dos patas delanteras, al tiempo que levanta la diestra provista de un cuchillo de larga hoja.

Fracciones de segundos antes de apuñalar al cerdo, Aquilino lo aferra por la muñeca y con una sonrisa de espeluznante bondad mortuoria le pide.

-Déjame sacrificarlo. Dentro de unas horas se conmemora el nacimiento del hijo de Dios y yo estoy preparado para darle a este acto el significado religioso que requiere.

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