Capítulo II
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
La llovizna blanda gana fuerza y un viento helado azota el follaje de los árboles cercanos.
La compañera del desconocido, de aspecto casi infantil, todavía con las bragas en las manos se repone del susto inicial. Regresa y se atraviesa entre los contendientes.
-¡No Aquilino…! ¡No lo mates que vas a desgraciar el día de nuestra boda! -chilla y agita los brazos.
-Quítate del medio Susanita… -con las mandíbulas apretadas y tono amenazador, demanda el llamado Aquilino.
La penumbra del ocaso se densa y pone una pincelada irreal en la lluvia que chorrea los pelos, castiga las tumbas y pega la ropa a los cuerpos.
Generoso, cauto, palpa la parte trasera de su cintura. Allí, terciado entre la camisa y la faja, suele llevar un cuchillo dentro de una vaina, pero esta vez no lo trae. Se lo dejó a Candelaria para que lo afilara, ya que es el arma que utiliza para sacrificar y preparar el cerdo que, año tras año, cría y ceba con miras a que aporte la rica carne asada; plato principal en la tradicional cena de Nochebuena.
Generoso, fiel a una práctica heredada de abuelos y padres, acostumbra a matar el cerdo, entre tragos de ron o aguardiente, al oscurecer del día veintitrés de diciembre. A la medianoche lo adereza con sal, ajo y zumo de naranja agria. Empapado en el adobo el cuerpo del animal queda en reposo hasta la mañana siguiente, cuando Generoso y Candelaria comienzan a asarlo, socorridos por vecinos, amigos y chiquillos del barrio con los que comparten bromas, golosinas navideñas y tragos de licor.
«No tengo con que defenderme y este tipo es capaz de cualquier cosa»; Generoso cavila preocupado. Abandona la expresión huraña y conciliador pregunta.
-¿Es cierto que son recién casados?
-Estábamos a punto de formular los votos matrimoniales cuando usted osó interrumpir ceremonia tan sagrada -Aquilino contesta resentido y ampuloso.
-¡Matrimonio en un cementerio…! Yo lo que vi es que estaban templando -dice impensado.
—¡Ah, cobarde descreído! -Aquilino lo increpa y levanta la navaja.
-¡Por tu madre Aquilino…! -Susanita implora sacudida por los sollozos.
-Aquilino, yo no quise meterme con ustedes -Generoso, como táctica de acercamiento, lo tutea-. Tienes que entender que esto es un cementerio y que mi trabajo es enterrar muertos y cuidar el lugar. ¡Trata de comprender! -insiste.
—El hombre tiene razón -Susanita media.
La mano que buscaba el cuchillo sigue bajando y toca la caneca de aguardiente que lleva en el bolsillo del pañuelo.
—Vamos a olvidar lo que pasó. Mañana es Nochebuena y los invito a un buche -Generoso propone y muestra el recipiente de licor.
Aquilino afloja las mandíbulas e indaga.
-¿Qué tomas?
-Aguardiente.
-¿Qué marca?
-Creo que «Cuadrado» -responde intrigado. -Yo soy el químico de la licorería «Cuadrado» -confiesa con orgullo.
-¡Vaya, vaya! ¡Quién lo iba a decir! -el sepulturero comenta sorprendido. Ingiere un trago largo y le ofrece a la pareja.
Aquilino con un preciso movimiento de mano y muñeca, cierra la navaja y aferra la caneca. Se la lleva a los labios; echa la cabeza hacia atrás y deja que la fuerte bebida juegue con su nuez.
«¡Coño, que tragón es!»; Generoso piensa.
-Acaba de ponerte los pantalones y deja aguardiente para mí -Susanita exige con sorna humorística que contradice su patetismo anterior.
Aquilino dibuja una sonrisa de justificación. Le alcanza la caneca a la joven y como niño tomado en falta se sube los calzoncillos y los pantalones que destilan agua.
Generoso, achispado por el aguardiente y la tensión que aminora, ríe de buena gana y desata la curiosidad.
-No entiendo… ¿Por qué en el cementerio? Tampoco veo notario o cura.
-No hacen falta-Aquilino afirma-. Leí algunos versículos escogidos y tomamos a Dios por testigo -dice y muestra su maltratada biblia de bolsillo.
-¿Eres un predicador protestante? -Generoso aventura.
-No exactamente, aunque soy hombre de fe -contesta en tono enigmático.
Susanita le devuelve la caneca a Generoso.
-¡Caramba!, no hay más -se lamenta volteando el recipiente.
-¡Dios proveerá! Por algo soy el químico de la licorería «Cuadrado» -Aquilino se ufana.
-¿Tienes aguardiente? -el sepulturero se aviva.
-Susanita, ¿dónde dejaste el maletín?
(Continuará la semana próxima)
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