Hasta la hienas podían reír más a gusto que “bola de churre”… Nuestra mayor alegría fue: Su eterna amargura E.F.
A través de casi toda mi vida y hasta después de muerto ese hijo de la mala leche, yo he sido un látigo constante contra él. No he cedido ni un ápice en las críticas contra el monstruo que se adueñó de nuestro país en 1959.
Y esto trae como consecuencia que varias veces me han preguntado: “Chico ¿No hay absolutamente nada que te haya gustado de este hombre?” Para comenzar yo jamás lo he considerado un “hombre” para mí fue una sabandija.
Pero hoy, de una vez y por todas, voy a darle respuesta a esa pregunta: “No, esa hiena no tuvo ni una sola cualidad que lo pueda redimir ante mis ojos”. Sin embargo, si me obligaran a escoger algo diría que: “Me encantaba su calvario”. Verlo bravo (y encolerizado siempre lo vi) me causaba un placer enorme.
Porque les voy a decir una cosa: Nada más incómodo en la vida -como una vez dijo Roberto Luque Escalona- que ver a un enemigo feliz, alegre, haciendo chistes, burlándose de nosotros; y a él jamás yo lo vi haciendo nada de eso. De principio a fin fue el más malhumorado y resentido de los cubanos.
Nunca lo vimos lanzando una simple carcajada; y nada odio más que ver a Nicolás Maduro o a Miguel Díaz Canel con sus respectivas esposas bailando salsa. Eso me enciende la sangre y nunca lo hizo Fidel Castro.
Claro que vivió muy buena vida, dándose todos los lujos, comiendo los mejores manjares, tragando jamón “Pata Negra” y langostas, tomando vinos importados de la mejor calidad, pero todo lo hizo molesto con el pueblo y consigo mismo. Jamás lo vimos contento ni cariñoso con sus hijos ni con la bruja Dalia. ¿Quién -o qué- lo hizo feliz a él? Nada ni nadie.
Tuvo relaciones íntimas con muchas mujeres, pero todas ellas coincidieron (menos Celia y Vilma que se mantuvieron herméticas al respecto) en que no lograron contentarlo a él, ni disfrutaron ellas, durante el acto sexual.
Dicen que a la hora de la hora no se quitaba las botas, solo se bajaba el pantalón y no soltaba el tabaco de la boca. En lugar de hacer el coito alegre y apasionadamente parecía que estaba sacrificando una vaca en el matadero. Y en la isla, cuando se duda del buen desempeño sexual de una persona, y sobre todo de un hombre, enseguida viene la frase “Es mala hoja, como Fifo”.
Sus discursos eran regaños. Es más, ni su primer mensaje al pueblo después de supuestamente ganar una guerra -donde debió ser y comportarse como un cubano eufórico- parecía un demonio gesticulando. No tuvo ni una sonrisa para la paloma que se defecó en su hombro.
Unos días más tarde todos lo vimos dar un tremendo berrinche público contra los miembros del «Directorio» que se habían apertrechado en el Palacio Presidencial. Todavía retumban en mis oídos sus alaridos histéricos de “¿Armas para qué?»
Jamás tuvo una nota alegre de un éxito momentáneo, sólo promesas de un futuro de imaginaria prosperidad.
Esa gran amargura, para placer mío, lo llevó a terminar su vida luciendo un monstruoso espantapájaros sin poder sonreír ni hilvanar un solo pensamiento coherente. Las hienas reían más a gusto que él.
Murió como vivió, agriado, afligido, apesadumbrado, atormentado, imaginando visiones y fantasmas a su alrededor, endemoniado, decepcionado. Eso es lo único que me gusta de la vida y muerte de este aborto de la naturaleza.
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