Por Leroy Thorpe. (1954)
El calor que está aumentando en proporción escalofriante convertirá en agua los hielos polares, elevando el nivel de los océanos que después de cubrir las ciudades costeras, acabarán sumergiendo toda la Tierra, en la que se repetirán las trágicas escenas del Diluvio Universal.
En la Primavera del año 2533, el fin del mundo se aproximaba rápidamente. El planeta que había mantenido a la humanidad a través de la breve gloria de su sorprendente civilización estaba condenado a desaparecer en corto tiempo, y lo que sobrevivía, un puñado de hombres en estado lamentable, no tenía medios de escapar a su trágica suerte.
Tal vez lo que acabamos de decir parezca el preámbulo de un cuento lleno de truculencias y, en este caso, lo lamentamos por los que así lo interpreten, porque la verdad es que no se trata de una fantasía para ponerle los pelos de punta al lector, sino la exposición sombría, lúgubre de lo que muchos hombres de ciencia creen firmemente que ocurrirá en un futuro bastante próximo. Si la humanidad logra sobrevivir al gran espanto, será realmente un milagro puesto que su destino parece realmente sellado.
La catástrofe que los científicos predicen no tendrá su origen en una guerra atómica que destruya la vida animal en la tierra, tampoco en un choque de planetas, ni en la explosión el sol, ni en el descendimiento del hielo polar sobre los continentes como ocurrió en otras épocas, produciendo un nuevo período glacial.
La destrucción de la que hablan los científicos no tiene relación alguna con las posibilidades a que hemos hecho referencia y, lo que todavía resulta más grave, es que ya su proceso ha comenzado, habiéndose dado la voz de alarma hace ya varias décadas, luego esta marcha hacia la catástrofe ha tomado un paso más rápido que confirma las primeras predicciones.
Pero vamos a presentar el cuadro trágico que confrontará la humanidad dentro de seiscientos años. Supongamos que por algún milagro nos hallamos a bordo de una nave aérea capaz de desarrollar asombrosa velocidad y que, en consecuencia, podemos hacer un rápido viaje alrededor del planeta. Nuestra primera escala la haremos en Nueva York.
En el lugar donde se levantaban los rascacielos, no encontramos sino un mar inmenso, un verdadero océano. Luego volamos sobre una cadena de picos que parecían islas y que era lo único que sobresalía sobre la superficie de las aguas, de una imponente coordillera. Chicago estaba también sumergida totalmente. Por último descubrimos que más de la mitad de lo que constituía el área terráquea de la América del Norte en el siglo XX, se había convertido en mar y que lo único que no estaba cubierto por el agua eran montañas áridas en las que apenas era posible cultivar alguna que otra planta.
En la América del Sur había ocurrido lo mismo que en la nórdica; solamente la cima de los Andes y algún que otro sector de tierra muy elevado, sobresalía sobre el nivel de las aguas. Europa estaba igualmente sumergida. Londres, París, Berlín, Moscú habían desaparecido bajo las aguas y sólo quedaban sobre la superficie las regiones más altas de Escocia, Inglaterra, Irlanda, España, Escandinavia, y las mesetas de los Alpes, dando la impresión en conjunto que se trataba de islas. El mismo aspecto presentaba Asia, África y Australia. La mayor parte de la tierra, en suma, se hallaba hundida bajo el océano que parecía crecer y elevar sus niveles inexorablemente. La población humana superviviente de la gran catástrofe se había reunido en grandes alturas no alcanzadas todavía por el agua. La existencia de estos hombres no podía ser en verdad más caótica al hallarse privados de la mayoría de sus tradicionales recursos de alimentación, carbón, aceite y agua potable. De su prodigiosa civilización nada quedaba. Las circunstancias adversas habían retrotraído al hombre a las épocas semi-bárbaras, dando lugar a que la lucha por la vida alcanzara extraordinaria violencia.
Casi la única fuente de alimentación de que disponían estaba representada por la fauna marina.
En cuanto al clima, se apreciaban sorprendentes cambios. Durante la mayor parte del tiempo la luz del sol no llegaba a los restos de la tierra, debido a los bancos de espesas nubes; el aire era húmedo, opresivo y muchas veces terriblemente sofocante.
Inmediatamente después la curiosidad nos movió a dirigir nuestro avión primero sobre el Polo Norte y luego sobre el Polo Sur. En el Norte, la gran capa de hielo había desaparecido completamente, mientras que Groenlandia lucía encogida, reducida en total a dos cadenas de montañas que constituían como una línea costera, y, la capa de hielo de tres millas de espesor que con anterioridad cubría el vasto continente de la Antártica se había desvanecido casi totalmente, dejando al descubierto una desolación de rocas desnudas de vegetación y de fango.
Ahora sabremos lo que había ocurrido a nuestra tierra. En el breve período de menos de quinientos años la temperatura del planeta había ido elevándose de modo sorprendente, licuando tremendas cantidades de hielo que con anterioridad se hallaban en la capa helada de dos millas de espesor en Groenlandia y las regiones del Artico y del Antártico.
Las consecuencias de esta licuación fueron en primer término el aumento de las aguas del océano que se elevaron a mil pies sobre su nivel en el siglo XX, prediciéndose al mismo tiempo que en pocos años alcanzaría los 300 pies. El área actual de la tierra no sumergida representaba solamente el cincuenta por ciento de la existente en 1953. Las tierras de labranza se habían reducido en un mil por ciento, y los otros recursos del hombre para vivir, en un quinientos por ciento, mientras que la población de la tierra había aumentado diez veces.
En tales circunstancias el futuro de la humanidad no podía ser otro que la muerte en masa por la carencia de alimentos, lo que sería seguido por un retroceso a la vida salvaje. Por otra parte no podía intentarse un viaje interplanetario como forma de escape a la destrucción total de una parte de la humanidad, aunque fuera muy pequeña, porque se carecía del combustible atómico necesario para ese empeño. Pero como si estos horrores no fueran bastante, las perspectivas para el hombre no podían ser más descorazonadoras. El planeta en su totalidad no tardaría en resultar demasiado caliente para la especie humana, tanto como lo había sido en las épocas remotas de las selvas carboníferas. La humanidad estaba condenada a morir a causa de las inundaciones y del calor.
Si todo esto le parece fantástico, imposible, permítanme exponerles de los hechos conocidos actualmente que constituyen la base de las aseveraciones de los hombres de ciencia sobre el desastroso futuro del hombre.
Desde hace cien años, aseguran, se viene apreciando la elevación de las aguas de los océanos. Hace un siglo este proceso era casi imperceptible. Sin embargo en 1900 se pudo comprobar que el nivel de las aguas había subido más de una pulgada en los últimos cien años y ahora el porcentaje de elevación es de muy cerca de once pulgadas por siglo, habiendo muy claros indicios de que esta proporción continurá aumentando. Al mismo tiempo se ha comprobado que las áreas heladas del globo terráqueo experimentan una merma, una disminución apreciable. Hasta no hace mucho tiempo el océano Artico estaba helado durante los doce meses del año, pero actualmente presenta agua abierta, libre en muchas zonas durante el verano, mientras que el total de su área de hielo ha decrecido setecientas cincuenta mil millas cuadradas en veinticinco años. Vastas áreas de Groenlandia, Alaska y Siberia que estaban cubiertas de hielo en 1899, han perdido su capa helada.
En el extremo sur del mundo la gran capa helada del Antártico, que se estima cubre más de seis millones de millas cuadradas del continente y de los mares vecinos, también se está reduciendo con sorprendente rapidez. Además en estas mismas regiones antárticas, el almirante Richard E. Byrd ha descubierto montañas libres de hielo y hasta lagos.
En regiones más cálidas del globo también se ha notado que los ventisqueros se están reduciendo. Los investigadores han comprobado este hecho sorprendente en Alaska, anotando que el Muir Glacier se ha reducido en 20 millas en los últimos veinticinco años; que el famoso Jostedal de Escandinavia se ha reducido mil pies en el mismo período; que el gigantesco Jungfrau ha perdido dieciocho pies de espesor y el Stor, de Laponia, treinta pies, comprobándose el mismo fenómeno en muchos otros sectores del mundo.
Al mismo tiempo que se han hecho las observaciones que dejamos apuntadas, se ha comprobado el aumento del calor en muchas regiones. En Lancashire, por ejemplo, donde se llevan los récords desde hace más de doscientos años se ha precisado un aumento lento pero continuo. Desde los últimos años del siglo pasado hasta el presente se observa un aumento de seis grados Spitzberg, Islandia y Finlandia y hasta las aguas polares se han vuelto menos frías. En las de Groenlandia, por ejemplo el bacalao que es un pez de aguas templadas, ha hecho su aparición desde 1900, llegando más al norte cada año. Igualmente la tuna ha sido vista en los últimos años en el Atlántico Norte a la altura de las costas de Nueva Inglaterra.
En todas partes los inviernos van resultando menos crudos y los veranos más ardientes, extendiéndose en consecuencia a otras regiones la vegetación de los climas cálidos y también la fauna. El globo terráqueo de un extremo a otro experimenta un aumento constante de calor. ¿ Cómo se explica ese fenómeno y cuánto durará su proceso?
De acuerdo con el profesor Carl Gustav Rossby, uno de los meteorólogos suecos de fama mundial, el sol puede estar produciendo “más luz ultravioleta… si lográsemos descubrir las causas de este fenómeno podríamos hacer un estimado de lo que durará este proceso y por lo tanto de sus consecuencias…”
Los records geológicos, sin embargo, no parecen apoyar la teoría del profesor Rossby. De ellos se desprende que el sol ha sido una fuente de energía permanente durante millones de años, y que la física nuclear no indica que vaya a cambiar ahora la cantidad de calor que aporta a la tierra. Quizás la teoría más sorprendente y tal vez la que más se acerca a la realidad, fue anunciada por primera vez por el químico y astrónomo sueco Svante Arrhenius hace cincuenta años y en la que se ha venido trabajando todo este siglo.
En síntesis la teoría del profesor Arrhenius establece que muy ligeros cambios en el bióxido carbónico en la atmósfera pueden producir asombrosos cambios en la temperatura planetaria al extremo de que una ligera dismunución daría lugar a un Período Glacial, mientras que un cambio de la misma importancia pero en sentido opuesto, o sea aumento de calor, traería aparejado una era parecida al Período Carbonífero que produjo la mayor parte del carbón y del petróleo de la tierra, hace millones de años.
Esto se debe, según explican los hombres de ciencia a que el bióxido carbónico tiene la propiedad de absorver los rayos infrarojos del sol, evitando la radiación en el espacio. Este proceso tiene lugar casi enteramente en la estratósfera donde el bióxido carbónico absorve los rayos oblicuos infrarojos que de otra manera pasarían a través de la atmósfera y continuarían en el espacio abierto. Este proceso es acumulativo. Con mayor cantidad de bióxido carbónico en la atmósfera y en consecuencia con un mundo más caliente, los hielos polares y glaciales tenderían a licuarse, reduciendo el “albedo” o reflejo de los rayos del sol como si se tratara de un espejo sometido a los efectos del calor solar en las horas en que se manifiesta más intenso. Mientras mayor sea la cantidad de hielo que desaparezca, mayor será también la cantidad de calor que se retendrá y, en consecuencia el proceso del aumento de calor será cada vez más acelerado.
A medida que aumente el calor de la tierra, más y más vapor de agua quedará suspendido en la atmósfera, produciendo nubes más densas, las que a su vez retendrán mayor calor.
Cómo se sabe el bióxido carbónico es el elemento esencial para la vida de las plantas. Durante los períodos de lujuriante vegetación, la tierra debe haber tenido unha atmósfera relativamente rica en esta sustancia, en tanto que durante los períodos glaciales, cuando el crecimiento de las plantas fue relativamente insignificante, hubo muy poco bióxido carbónico en la atmósfera..
El hecho de que la atmósfera del planeta Venus esté recargada de bióxido carbónico y literalmente opaca con nubes, hace pensar a muchos astrónomos que este planeta se encuentra en un período de calor y de exhuberante desarrollo vegetal, comparable al que experimentó la Tierra en épocas remotas.
Hay indicios de que el bióxido carbónico contenido en la atmósfera de la Tierra está aumentando nuevamente. Este elemento llega a la atmósfera a través de actividades volcánicas, las que como se sabe han sido considerables durante los últimos siglos. Entre otras recordamos en estos momentos las enormes erupciones del Krakatoa, Etna, Mount Pelé y el nacimiento del Bogoslov en la costa de Alaska y del Monte Paracutin, en México, ocurridos en fecha muy reciente. Otros muchos ejemplos podríamos ofrecer a este respecto, particularmente en el llamado anillo de fuego volcánico que rodea en su totalidad el área del Pacífico.
En el lecho del Océano Pacífico, nuevas cadenas volcánicas han hecho notar recientemente su existencia y están arrojando grandes cantidades de lava y gases mientras se elevan hacia la superficie con rapidez convulsiva.
Todas estas actividades extrañas contribuyen al aumento del bióxido carbónico contenido en la atmósfera y, de acuerdo con los estimados, el aumento de una milésima del uno por ciento es suficiente para producir una subida de tres grados en la temperatura atmosférica o sea lo bastante para comenzar otro ciclo de la era de calor.
La erupción del Krakatoa por si sola produce nubes de polvo y gases que viajan varias veces alrededor de toda la tierra y cambian los colores de la puesta de sol durante muchos meses.
Pero la prueba final y definitiva de cuanto dejamos dicho la encontramos en los hechos comprobados. La temperatura media de la tierra ha sufrido un aumento de más de tres grados en relación con la que tenía hace cien años. El aumento por lo tanto se ha producido a un paso acelerado. Los océanos por otra parte están elevando su nivel con mayor rapidez todavía. Para 1975 el promedio actual de once pulgadas de elevación por siglo, podrá muy bien haberse multiplicado por diez y, en otros cien años puede muy bien alcanzar el promedio de cincuenta pies por siglo.
Después vendrá el verdadero diluvio. ¿Cuánto durará el período de calor? Su duración depende, por supuesto, de la cantidad de bióxido carbónico que haya en la atmósfera. Si el aumento de las actividades volcánicas fuese ligero y temporal, la vuelta a un mundo más frío no demoraría mucho. Pero en cambio si se produce una gran actividad volcánica, con la destrucción de los viejos continentes y la formación de otros, el período de calor puede prolongarse millones de años. Naturalmente que en tales condiciones la humanidad sería exterminada rápidamente.
Si la que hemos presentado resulta una visión tétrica del futuro del mundo, mucho lo lamentamos, tanto más cuanto que todo lo que hemos dicho tiene grandes posibilidades de suceder. Observen la frecuencia con la que los hombres de ciencia hablan de que se aproxima un período más cálido teniendo en cuenta estas declaraciones, imagínense el futuro de la humanidad, tal como nosotros acabamos de hacerlo, no sin reconocer que se trata de una tarea harto penosa.
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