Una vez perdida la gran oportunidad, por culpa directa de la administración del inhábil Presidente Kennedy, el tirano de Cuba ya no tuvo límites en su carrera hacia la total demolición de la nación; y, por su parte, comenzó también la estampida de las familias cubanas para escapar de la nueva cárcel al estilo de Corea del Norte. A diario, en toda la isla, miles de personas saturaban las oficinas de expedición de pasaportes. El farsante que a inicios del triunfo de la revolución había declarado pomposamente que “el día que un solo cubano me mire mal, renunciaré a todos mis cargos y me marcharé”, pareció considerar como “cubanos” solamente a los cancerberos comunistas afiliados a su campaña destructiva, porque ignoró a los millones que querían salir de él para siempre.
Pero, ante la oleada de cubanos abandonando el país o en proceso de hacerlo, el “Máximo Perverso” extrajo otra de las aviesas herramientas disponibles según los diabólicos preceptos comunistas.
Así, en el verano de 1961, con apenas pocos días de aviso, el gobierno revolucionario decretó la “Ley del Cambio de Moneda”. El gran delincuente despojó de toda su riqueza al pueblo de Cuba con un simple trazo de su maldita pluma, anulando la salida de capital. Los billetes de la república ya no tendrían validez alguna a partir de la inminente fecha señalada.
Todas las cuentas de banco quedaban congeladas hasta que se convirtieran sus fondos a la nueva “Moneda Nacional Revolucionaria”, las cuales, según la tasa de cambio señalada por la revolución, dispondrían entonces de sus “convertidos” depósitos en la naciente moneda. Los estrenados billetes con diseño distinto y fotos de los “héroes revolucionarios” comenzarían a circular por todo el país en dicha fecha, exhibiendo la irrespetuosa rúbrica del Comandante Ernesto “Che” Guevara, que sólo firmaba los mismos como “Che”, en obvio desdén hacia el Estado cubano. Cada ciudadano podría cambiar —hasta un límite de quinientos pesos por persona—, los billetes viejos por la bisofta moneda. Aquellos que tenían miles de pesos en sus casas, sus cajas de seguridad en los bancos, o sus bolsillos, sencillamente “perderían” la diferencia. Quienes ocultaban fortunas, mejor ni buscarlas; esos billetes obsoletos sólo servirían como confetis de carnaval tras la fecha oficial anunciada.
¡Sólo quinientos pesos por persona serían cambiados a la nueva moneda y durante pocos días nada más! Con esa medida comunista, se empobreció de golpe a toda la nación cubana. Los profesionales, los hombres de negocios, los industriales, las clases media, alta y ricas del país que aún quedaran —que eran cada vez menos—, lo perderían todo; en otras palabras, se lo robaría todo el “Máximo Ladrón” de la “Robolución”.
Recuerdo cuando mi padre y mis tíos tuvieron que contactar a algunos parientes y amigos más pobres para que les hicieran el favor de cambiar quinientos pesos como si fueran suyos. Mi padre y mis tíos le regalaban algún dinero a los que prestaban ese favor, como hicieron miles de familias cubanas a todo lo largo del país, para recuperar desesperadamente algo. De todas formas, unos pocos miles de pesos salvados convertidos a moneda nueva, no reparaban en nada las fortunas que muchos cubanos poseían, producto de largos años de esfuerzo, sacrificio y trabajo honesto en el desarrollo de sus profesiones, negocios o industrias. ¡El “Gran Ladrón” se robaría casi todo el dinero ajeno!
Felipe Lorenzo
Hialeah, Fl.
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