Estamos seguros que miles de cubanos que huyeron del país durante aquellos años tuvieron que soportar “compartir’sus casas con desconocidos porque, según la revolución, una casa no era para una sola persona. “¡Eso es un latifundio urbano!” —Le informó a mi tía la ignorante presidenta del Comité de Defensa de la Revolución de su cuadra, cuando le dio la mala noticia de que tendría que compartir su residencia.
Aunque, claro, el “Máximo Delincuente” disponía de docenas de residencias secretas a todo lo largo y ancho de Cuba. El nuevo “Señor feudal” estaba excluido de esos conceptos comunistas inventados sólo para fines de propaganda hacia los tontos, y para oprobio de sus esclavizadas y oprimidas víctimas.
Y también estamos seguros que muchas familias cubanas que marcharon al exilio en los años sesenta y setenta tuvieron que tolerar afrentas y ordinarieces en numerosos países del mundo durante aquellas décadas en que la revolución cubana era admirada por los crédulos habitantes de países extranjeros, totalmente embelesados por la ilusoria propaganda comunista.
La falacia del marxismo radical se puso de manifiesto en todos los sectores de la nación cubana durante aquellos años, y se ha agravado en los subsecuentes. Uno de mis primos mayores —que Dios tenga en gloria—, fue cautivado por la revolución en sus inicios y tristemente se hizo miliciano.
En noviembre de 1962 despertó del encantamiento cuando, mientras hacía guardia de madrugada en unos almacenes donde se guardaban las pertenencias “robadas” de los que abandonaban el país y se veían obligados a entregarlo todo (en 1962 ya no podía extraerse más que un equipaje al salir de Cuba y había que firmar la entrega de todos los bienes al Comité de su cuadra para obtener el permiso final de salida) presenció, a las tres de la madrugada, el arribo de varios vehículos color negro, con vidrios opacos y fuerte escolta. Emergieron de los mismos las mujeres de algunos “Comandantes” muy destacados, y comenzaron a sustraer del almacén joyas, accesorios, adornos, cuadros y pieles a su gusto. Al día siguiente, mi primo concluyó que todo era una patraña, y dos meses más tarde escapó en una lancha que salió desde una playa cercana a Guanabo.
Los años de 1961 a 1963, presenciaron la mayor lucha y resistencia del pueblo cubano, y el mayor recrudecimiento, por su parte, de la naciente tiranía comunista, porque, entre otros muchos eventos, se dio inicio a la etapa final de las “intervenciones” de las industrias y empresas cubanas. Ya no se trataba de las inversiones extranjeras, o las compañías americanas que “explotaban a los trabajadores”.
Ahora se trataba simple y llanamente del robo total al pueblo cubano, la expropiación insolente de todos los bienes que con esfuerzo y sacrificio habían logrado miles de familias cubanas en todos los renglones del comercio, la actividad profesional y la vida pública. Desde las más importantes hasta las más humildes, fueron cayendo por turno las empresas cubanas. Tomaría un gran libro enumerarlas, pero, entre las más notables podríamos mencionar, sin separarlas por ramas, a “El Encanto”, “Fin de Siglo”, “La Época”, “Los Precios Fijos”, “La Filosofía”, “Almacenes Inclán y Ultra”, Maderera Pérez y Hermanos, Orbay y Cerrato, destilería Bacardí, las bodegas, almacenes, carnicerías y farmacias, las cervecerías Tropical y Cristal, los calzados Ingelmo y Cordobán, Cafeteras Royal y Nacional, las sastrerías Brummel, Casa Ramallo y El Sol, joyería Riviera, laboratorios Sarrá, publicitaria Guastella, Vaillant Motors, tabacaleras Partagás y Regalías el Cuño, las familias Aspuru, Crusellas y Barletta, diarios “Prensa Libre”, “Crisol”, “Avance”, “Diario de La Marina”, “El País”, revistas “Bohemia” y “Carteles”, los cabarets “Tropicana”, “Sans Souci”, “Deauville”, “La Red”, y los demás; todos los cines de Cuba, los medios impresos y de televisión, las estaciones de radio, las escuelas, los hoteles, las tiendas, las ferreterías, los restaurantes y las cafeterías, los talleres, las quincallas, y miles y miles más, desde grandes a pequeñas, hasta llegar a las insignificantes. Nadie se salvó del despojo. ¡El gángster cubano se lo robó todo a todos! ¡Y destruyó a Cuba!
Felipe Lorenzo
Hialeah, Fl.
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