65 AÑOS DE INFAMIA (III)

Written by Libre Online

26 de diciembre de 2023

En los primeros tiempos el entusiasmo del pueblo cubano se acostumbró gustoso al acelerado ritmo político en el cual todas las semanas ocurría algo nuevo. Pero, después, comenzó a mostrar grietas en su apoyo revolucionario a medida que más cambios se presentaban, casi todos conflictivos, dudosos, y por regular erráticos e incoherentes. Comenzó con la “Reforma Urbana” y la ley de alquileres. Ya los inquilinos “no serían explotados por los dueños de las viviendas”, proclamaba en sus disertaciones; ahora “ellos serán los propietarios”. 

Todos los personajes que practican la demagogia en el mundo, buscan siempre persuadir a los más frágiles, aquellos de baja escolaridad y escasa preparación, fáciles de engatusar con falsas y absurdas promesas. Nunca se le concedió a nadie un verdadero título de propiedad y, luego, más adelante, se estipuló el pago de “impuestos” a dichos “propietarios”. Realmente, el nuevo propietario de todo era el “Máximo Traidor”, y dichos “impuestos” no eran más que las rentas que ahora irían directamente a sus bolsillos, como buen delincuente y ladrón, pero con una grave diferencia: Ya nadie podría reclamar nada ni protestar por nada. Las recién otorgadas “propiedades” no tendrían mantenimiento, ni garantía alguna, ni la opción de venderla y trasladarse a otro sitio. El “gobierno revolucionario” no estipulaba eso en la ley inicial de “Reforma Urbana”, sino sólo la permuta en casos necesarios, y no la venta libre como en los casos de los legítimos dueños ya existentes. (Más tarde, la “Ley de Reforma Agraria” sería otra simulación por el estilo, creada para la explotación del campesinado, y el envío de sus “productos sobrantes” a la URSS).

Alrededor del mes de marzo de 1959, la nueva “Policía Nacional Revolucionaria” estrenó sus uniformes. Ya no usarían más el “odiado” color azul de la policía nacional durante los años de la república, sino un uniforme distinto, color “pardo”, curiosamente parecido al usado por los “SS” de la Alemania Nazi. Y entonces, en mi barriada, nos tomó por sorpresa ver al “tuerto”, el ladronzuelo del barrio, ratero conocido de todos, saqueador de casas, lucir su impecable uniforme de la Policía Nacional Revolucionaria.

Acto seguido comenzaron los virulentos discursos de Castro, más cargados de odio cada vez. Se eliminarían los clubes privados y las playas privadas (que eran muy pocas, porque casi todas eran públicas en Cuba). “Ya los ricos no podrán marginar a los pobres”, repetía colérico, mientras afirmaba que “en Cuba se acabará la discriminación racial de los blancos contra los negros” (en un país donde blancos, negros, chinos y españoles se codeaban y convivían por igual sin que existiera discriminación alguna a nivel nacional). “Divide y vencerás” —Razonaba posiblemente el cínico traidor mientras continuaba en sus arengas. 

Los primeros grupos que participaron en la lucha de la clandestinidad contra el régimen de Batista alzaron sus voces discrepantes, y algunos se negaban a entregar sus armas al “Movimiento 26 de julio” o aceptarlo como único podio de gobierno. Entonces el canalla emprendió los discursos contra ellos con su demagógica frase de “¿Armas para qué?”,  mientras secretamente las acaparaba todas para su pandilla. Agregaba en aquellas vitriólicas peroratas que “en Cuba lo que hay que hacer es convertir los cuarteles en escuelas”, pero, en su lugar, hacía todo lo  contrario (tal citamos antes) con el campo deportivo del colegio habanero de los “Hermanos Maristas”, convirtiendo “Villa Marista” en un escabroso centro de su policía política, al igual que hizo con la mayoría de las escuelas privadas cuya “confiscación” se completó en 1961, bajo la supuesta “Alfabetización”. Mientras tanto, la «Robolución Cubana» continuaba sin tregua con el atropello y el saqueo indiscriminado. 

El aventurero asesino y criminal “Comandante” Ernesto “Che” Guevara quien, (como también mencionamos anteriormente en nuestro análisis “El Cáncer de Ibero América” publicado exclusivamente en “LIBRE” durante el pasado mes de octubre) llegó a Cuba con licencia para asesinar a cubanos inocentes, —lo cual hizo durante sus tiempos al frente de la fortaleza de “La Cabaña”—, decidió “intervenirle” a su legítimo propietario, un educador con largos años de experiencia y labor honesta, su bella residencia en la playa de Tarará, en las afueras de La Habana, y la convirtió en su propia mansión; robada, por supuesto. 

Felipe Lorenzo

Hialeah, Fl.

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