Fidel Castro Ruz, —el ser mezquino y criminal que más ha odiado al pueblo de Cuba— nunca engañó a mi padre, quien siendo médico culto y ávido lector, vislumbró desde un principio la lóbrega conculcación que le caería encima al pueblo cubano. Fidel Castro Ruz, el sujeto más envidioso, vengativo, ambicioso, perverso y transgresor que engendró la tierra cubana, era poseedor de todos los “atributos” que ya hemos descrito en previas ocasiones. (Léase “El Legado de Mao”, publicado exclusivamente en “LIBRE” en mayo de 2023).
El antiguo pandillero universitario se hizo comunista para lograr perpetrarse en el poder de forma vitalicia como se proyectaban los dictadores comunistas. Si la revolución cubana hubiese tomado lugar en 1939, él se hubiese declarado “nazista” o “fascista” para lograr el mismo propósito. Su única doctrina real era el “Fidelismo”, la ambición desmedida de su alma ennegrecida y deshumanizada, el infinito culto a su propia personalidad, su hegemónico y feróstico carácter.
Admiraba a Adolfo Hitler, Benito Mussolini, y losif Stalin. Intentaba crear una sociedad al estilo de Kim Il-sun, considerándose un Semidiós al que todos debían aplaudir incondicionalmente como autómatas apoyando cada una de sus locuras, su total ineptitud como gobernante, sus fracasadas ideas y su fría y despiadada crueldad. ¡Era un ser lleno de odio!
En la totalidad de sus años detentando el poder, hasta su muerte, no generó ni una sola idea productiva. Fue el más incapaz e irresponsable de todos los jefes de estado del mundo. Sería irrisorio, si no fuese trágico, extendernos aquí en algunos de sus desvaríos como “la zafra de los diez millones”, la “vaca ubre blanca”, “los campos de arroz de la ciénaga de zapata” que serían “los más productivos del mundo”, y un listado interminable de desaciertos que sólo aceleraban la precipitada caída de la pujante economía de la nación cubana. ¡Su cerebro sólo servía para hacer daño!.
Y ese ente diabólico, para nuestra desgracia, llegó al poder en Cuba el primero de enero de 1959, la fecha más luctuosa de nuestra historia como veríamos más tarde cuando, transcurrida la jubilosa embriaguez de la revolución, la horrible realidad convirtió risas en llantos, alegrías en tristezas, felicidad en angustia, tranquilidad en zozobra, nobleza en maldad, ansias de libertad en abyecta esclavitud, una existencia civilizada en un aplastante terrorismo de estado. Ahora Cuba se transformaría en Corea del Norte, pero con la economía de la República de Haití.
¡Qué infortunio! ¡Qué aciaga desgracia! El “Máximo Delincuente”, sumamente habilidoso para la vileza, sabía muy bien que el tiempo era esencial para lograr el “poder absoluto”, algo que aún no controlaba en enero de 1959. A pesar de aquel recordado lema del ingeniero Manuel Ray, su primer Ministro de Obras Públicas, que rezaba: “Revolución es Construir”, el “Máximo Traidor” se encaminaba a todo lo contrario. Había que destruir a la República de Cuba para finalmente estrechar las sólidas bridas del poder despótico en una nación nueva y diferente, totalmente a su medida, donde la convivencia sana del cubano debería mutarse en un odio irracional a ser fecundado entre ellos.
De haber convocado la revolución cubana a elecciones generales libres y democráticas en seis meses —como tanto se prometió desde la Sierra Maestra—, no hay duda alguna que Fidel Castro Ruz hubiese sido electo como presidente de Cuba en el verano de 1959 con una aplastante victoria popular. Y si, además, hubiese llevado como vicepresidente a Camilo Cienfuegos, entonces la victoria electoral habría sido más que aplastante, con un monolítico apoyo de 90% como mínimo, pues los primeros meses de 1959 constituyeron realmente su breve “pináculo”. Él lo sabía muy bien, desde luego.
Pero a Fidel Castro Ruz nunca le interesó el poder en un país democrático, con un término limitado como es usual. A él sólo le interesaba “el poder absoluto”, algo muy diferente. (Recordemos aquello de: “¿Elecciones para qué?”) Él sólo aspiraba a robárselo todo a todos, ser el dueño único de la nación completa como un verdadero “Señor feudal” hasta el fin de sus días. Sólo deseaba ser un nuevo Kim Il-sun o un Mao Tse-tung criollo, con la misma ambición expansionista de sus radicales ideas, al cáustico estilo de los países con regímenes comunistas. Su revolución, luego de someter a toda Cuba bajo un sofocante yugo, había que extenderla a todos los ámbitos de Iberoamérica. Para el nuevo “Señor feudal”, una isla próspera y rica era poca cosa; ¡él quería robar mucho más! Adolfo Hitler quería a toda Europa, lo mismo que quiso después losif Stalin. Mao quería toda el Asia. ¡Él quería toda Ibero América!
Felipe Lorenzo
Hialeah, Fl
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