Por Emma Pérez. (1950)
Si uno de los surveys se propusieran informar al público de las causas que llevan a los padres a “poner en la escuela a sus hijos” se comprobaría que en nuestro país lo que se desea de la enseñanza es que prepare para la vida. El cubano no ama el estudio por el estudio mismo. En la medida en que “vive al día” es un ser quemado de impaciencia por abrazarse a una seguridad. Si el survey continuara hasta investigar si a los cubanos les sirve realmente lo que aprenden en los centros de enseñanaza para ganarse la vida, la respuesta general sería NO.
Entonces ¿por qué las aulas están llenas? Porque no hay cosa que hacer. Según el viejo diablo Bernard Shaw los padres universalmente, mandan a la escuela a sus hijos para quitárselos de encima. Esto también es una explicación.
De cualquier forma esta es la realidad nuestro sistema de educación no articula con nuestras formas de vida. La economía de nuestro país anda por una lado y la enseñanza por otro. Este mal lo denunció Arango y Parreño, empeñado en que la Isla se desarrollara con la ayuda de sus propios hijos y queriendo que se aprediera el modo de superar la economía cubana, antes de aprender ninguna otra cosa. Contra este mal vociferó Saco, pidiendo “la supresión de tantas “catedras inútiles” y clamó Martí dramáticamente. Todo nuestro siglo XIX está lleno de ese justo clamor.
Pues bien, cincuenta años después de haber alcanzado los cubanos su libertad política, nuestro sistema de educación nacional (que ni es educación ni es nacional) no mantiene la conexión con las necesidades de Cuba. Algo se ha hecho heroicamente en ese sentido; pero todavía la educación cubana no existe.
Los españoles nos trajeron -aunque casi solamente en sus Reales Órdenes que si parecían favorables no se cumplían- las escuelas que ellos tenían en la península.
(Continúa la próxima semana)
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