Al fin, el presidente Joe Biden, tiró la toalla. Renunció, pero no voluntariamente. No pudo resistir más le abrumadora presión que el establishment de su partido ejerció sobre él para que retirara su candidatura a otro término presidencial. Lo hizo molesto, refunfuñando, contra su voluntad, sintiéndose traicionado por los que, en primer lugar, lo exhortaron a la aventura. Los líderes del Partido Demócrata, actuando cínica y cruelmente, sabían de las crecientes disminuidas capacidades físicas y mentales de Biden y prosiguieron con sus planes con la quimérica ilusión de que podrían esconder estas condiciones del candidato ante los votantes de su partido y del pueblo americano en general hasta noviembre. La maliciosa estrategia les falló. Y los dejó con una crisis caótica, y una división interna, que pone en serias dudas sus posibilidades de victoria en los próximos comicios.
Después de la debacle de Biden en el debate de marras, pretendieron continuar la saga ocultando lo inocultable. Querían decirles a los 51 millones de televidentes que presenciaron el debate, que lo que ellos vieron era sólo el espejismo de una mala noche, pero que Joe Biden estaba “sharp y robusto” para otros cuatro años. Una increíble farsa que habla muy mal de la inteligencia, pero, sobre todo, de la honestidad política, intelectual y moral de ese liderazgo.
De no haber sido por las patéticas revelaciones surgidas en su noche triste del nefasto debate, la dirigencia demócrata hubiera continuado ocultando la realidad, y, probablemente, todavía estuviera Biden en una moribunda campaña, a media luz, enfrentándose a la opinión pública esporádicamente, pasito a pasito, hasta llegar a la meta de noviembre. Pero en el espacio de 90 minutos, o tal vez en los primeros diez, todo se desplomó. Incluso, momentos después del debate, al ser entrevistada por Anderson Cooper, de CNN, la vicepresidenta Kamala Harris, estoicamente, dijo que Joe Biden había tenido “una buena actuación”. Otro personaje cómplice en el plot de la tragi-comedia. Todos jugaron su papel hasta la potencial nominada.
En los últimos diez días, cuando la realidad se hacía inevitable, con precipitación desesperada, escribieron el párrafo final del script: Biden renuncia y nombra a Kamala como su sucesor en el ticket presidencial. ¡Qué alivio!
Ahora ya es Kamala la candidata, aunque provisionalmente, porque, aun cuando sus probabilidades de permanencia al frente del ticket son amplias, casi seguras, todavía podrían surgir otros candidatos que complicarían seriamente el proceso de nominación del Partido Demócrata antes de su convención el 19 del mes próximo. Todo es posible, aunque poco probable. La situación es fluyente y las siguientes semanas serán cruciales para los demócratas y, en particular, para Kamala Harris.
La pregunta que muchos americanos votantes se formulan hoy con motivo de la abrupta recalibración de posiciones debido a la potencial candidatura de Kamala Harris es, si la substitución de Biden por ella, altera, de manera substancial, la ecuación política actual del Partido Demócrata. Y, en realidad, no lo creo. Los números de aprobación de Kamala no están muy distantes de los de Biden. Fluctúan un punto arriba o un punto abajo. En ambos casos los dos presentan niveles de aprobación escuálidos, no más allá del 40% en sus mejores momentos, y por encima del 50% en la desaprobación. Es posible que en las primeras semanas después de confirmarse su nominación, si es que, como parece inevitable, se materialice, esos niveles mejoren, pero será momentáneamente.
¿Es Kamala Harris mejor campaigner o candidato que Biden? Lo es solamente cuando se le compara al Biden de estos días, débil, confuso, inestable y disminuido en sus facultades cognitivas. Pero un análisis somero, sin mucha profundidad, demuestra que Kamala Harris es un candidato mediocre, como lo mostró en 2019 cuando aspiraba a la presidencia, y antes de las primeras votaciones de las primarias, se retiró de la contienda porque no pudo resistir el fragor de la campaña. Nunca tuvo un mensaje coherente, convincente, para el electorado. Además, durante su oficio como vicepresidente, su desempeño en las asignaciones a su cargo, especialmente en lo referente a la crisis migratoria, ha sido un fiasco.
Probablemente la Sra. Harris recibirá un fuerte apoyo de la izquierda puesto que ella está en el ala ultraliberal de su partido. Esto puede significar un factor positivo entre la juventud y parte de la minoría. Sin embargo, en el curso de las próximas semanas, Kamala tendrá que enfrentarse a las críticas y cuestionamientos sobre su actuación en el ejercicio de su cargo, y no podrá evadir su innegable responsabilidad en el legado de los años de Biden, la desmesurada inflación, y su role en el encubrimiento del ostensible declive cognitivo del presidente, lo que pudiera considerarse un engaño al pueblo americano. Muchas son las preguntas que se le presentarán a Kamala Harris en el decurso del tiempo desde ahora hasta noviembre. Pero lo que resulta evidente es que ella no podrá desentenderse, para bien, o para mal, de la política de la administración de Biden. Los une el mismo cordón umbilical.
La cuestión que no deja de sorprendernos es la veloz premura con que los demócratas y la prensa liberal se han lanzado de bruces en desmesurado apoyo a Kamala Harris.
En el estrecho espacio de dos días, como temiendo algún contratiempo inesperado, la avalancha de encomios, alabanzas, ponderación y loas hacia la vicepresidente se han multiplicado en insólita proliferación como el candidato ideal para reemplazar a Biden, ¿No resulta curiosa esta vertiginosa carrera? ¿Es que quieren una coronación temprana, ante el peligro, real o imaginario, de una rocosa convención en Chicago en agosto 19?
Creo que los líderes demócratas están preocupados ante la posibilidad, por remota que esta sea, de un sorpresivo imponderable que rete la oportunidad de Kamala Harris de convertirse en la primera mujer de color en ascender a la presidencia de Estados Unidos. Tal vez sea ésta la razón primordial de la presurosa ansiedad por coronar a la vicepresidente lo antes posible.
La diferencia que existe entre esta coronación, o, nominación, para llamarlo de alguna forma, es que, de haber continuado Biden como candidato, y ser electo para un segundo término, Kamala Harris hubiera heredado la presidencia sin someterse a votación alguna.
De esta forma el votante tendrá la oportunidad de votar por ella o en su contra.
¿No es ésta la forma en que funciona la democracia?
BALCÓN AL MUNDO
Escribo esta nota cuatro días antes de las elecciones generales en Venezuela donde prevalece un ambiente caldeado, pleno de dudas, por la creciente sospecha de que el madurismo planea otro fraude electoral. Es reconfortante, sin embargo, que el presidente de Brasil, Inacio Lula da Silva, haya advertido, de forma directa a Nicolás Maduro que “si pierde entregue el poder y ya”. También lo ha hecho el presidente Gustavo Petro, de Colombia, en términos más leves, pero con el mismo mensaje.
Pero el trick de la cuestión descansa en “si pierde”. Pero ¿qué pasaría si Maduro “no pierde”, sino que “gana” con una trampa descomunal, de esas que hacen las dictaduras para perpetuarse en el poder y que Maduro la ejecutó hace seis años? Bueno, nos imaginamos que les dirá a Lula y Petro que no entregará el poder porque no perdió, sino que triunfó con una votación récord a su favor.
Estas son, por supuesto, hipótesis al vacío, que pudieran, al final, como todas las hipótesis, ser o no ser realidad.
¡Ojalá!
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Rumores abundan en el mundillo político de Washington sobre fricciones entre los obamistas y los clintoninistas sobre las calamidades que rodean al Partido Demócrata, la despedida de Biden, y la casi nominación, o nombramiento, de Kamala Harris como candidata a la presidencia en substitución del presidente Biden.
Los clintonistas querían a Biden fuera. Los obamistas también. Pero discrepaban en el procedimiento para encontrar a un substituto para que no luciera como una injusta coronación en perjuicio de otros prominentes demócratas que pudieran ofrecer sus candidaturas.
Por el momento, los clintonistas ya lanzaron su apoyo a Kamala. Obama, y su grupo, también ya lo hicieron. Se dice que Obama, personalmente, orquestó la salida de Biden.
La división no ha cesado en el lado demócrata. Se ha mermado ligeramente, pero sigue en pie.
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El presidente Joe Biden habló a la nación el pasado miércoles explicándole la razón por la cual renunció a la candidatura (sobre la cual nadie tenía la menor duda) y lo hizo en tono simple, moderado, pero poniendo énfasis en sus logros como si aún estuviera en campaña. Estuvo bien. Pero dejó en claro su posición y deseo de seguir siendo el presidente por el resto de su término y no parte de una co-presidencia.
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Para los americanos, atrapados en el drama presidencial de las últimas semanas, las noticias han sido más acerca de personalidades y partidos que preocupaciones sobre la política extranjera. Todo ha sido un conflicto doméstico. Una desavenencia familiar. Sin embargo, para los gobiernos extranjeros, aliados y opositores, los acontecimientos internos de Estados Unidos han provocado una lucha por entender las incertidumbres y riesgos, así como la próxima dirección del mayor poder económico y militar del mundo.
Parecen no entender el poder de las instituciones que hace a América una nación única.
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