No se suponía que fuera así. Se anticipaba, por la experiencia de su primer término, que la posición de la administración Trump, en su segundo término, resumiría el curso adoptado en su primer mandato de fuerte presión contra la dictadura vociferante de Nicolás Maduro, y que, en los primeros cien días de su gobierno, se restaurarían sanciones existentes que fueron removidas por la administración Biden, como aquella de suspender la licencia de exportación de petróleo venezolano por la empresa Chevrón y otras que llenaban las arcas del tesoro del estado y de sus gobernantes por igual.
Pero, todo lo contrario, ha sucedido. A sólo tres semanas en el ejercicio de gobierno, las gestiones iniciales hacia la dictadura de Maduro han sido de acercamiento y acomodo extendiéndoseles de nuevo las licencias de exportación a cambio de la liberación de seis rehenes americanos mantenidos en Caracas y la promesa de éste, de aceptar a miles de sus conciudadanos deportados por Estados Unidos. Además, en oferta generosa, Maduro pagará por la transportación de éstos de regreso a casa. En este qui pro quo, Venezuela queda atrapada en el limbo, y los millones de venezolanos que votaron por la reinstauración de la democracia en su país, mediante un sufragio masivo contra el dictador, sufren una deprimente y legítima frustración.
Estos intercambios preliminares entre Washington y Caracas no ofrecen ninguna tranquilidad a los ciudadanos venezolanos esperanzados en la ayuda de Estados Unidos para el rescate de la usurpada democracia en su país. Como tampoco lo es la sorpresiva visita a Venezuela del enviado especial americano Richard Grenell, a quien Maduro recibió sonriente y complacido como muestran las fotos en la prensa nacional.
Estos tanteos de posible acercamiento entre las dos naciones, inyecta un alto grado de preocupación en la oposición del país, que opinaba (tal vez lo siga creyendo) que el apoyo de esta nación hacia la suya era indudable. Quizás lo siga siendo. Ahora no sabemos. Ciertamente en Washington han cambiado las cosas, por lo menos el gobierno; pero, por ahora, a juzgar por las tomas y dacas de los actores, existe la duda de la próxima proyección en firme de USA ante la dictadura de Nicolás Maduro. Una porción, nada minúscula de la población venezolana, se pregunta si Donald Trump abandonará su estrategia anterior de traer cambios democráticos a su país, o, en un sorprendente giro, decidirá trabajar con el oficialismo para lograr su propósito de deportar a cientos de miles de venezolanos.
A simple vista, estos eventos de los recientes días pasados le han dado un reconocimiento inmerecido y previamente negado por la administración Biden a Nicolás Maduro. Ya en Washington no se habla de la legalidad de Edmundo González Urrutia como presidente. Se conversa con Maduro. Se negocia con el dictador. Y tal vez, finalmente, hasta se pacten, con más frecuencia, tratados como el que se proyecta en estos momentos. Maduro fue claro al respecto cuando declaró, después de reunirse con Grenell, que las conversaciones habían sido muy positivas y que su gobierno estaba deseoso en sostener nuevos contactos y envolverse en más negociaciones con Estados Unidos. En este primer round de la pelea entre el presidente y el dictador, adivinen quién fue el ganador.
Sin embargo, los ecos emanados de Washington, para los oídos de los venezolanos, aseguran que U.S. no está haciendo negociación alguna con Maduro, sino que su prioridad es asegurar el retorno de los venezolanos emigrantes ilegales y criminales como las gangas transnacionales llamadas “Tren de Aragua”.
En ningún momento ha existido duda en cuanto a esa prioridad. Ha sido una promesa de campaña. Y la orden ejecutiva firmada por el presidente horas después de asumir la presidencia revocando el Status de Protección Temporal (TPS) lo que garantiza la permanencia legal a personas que arriban a este país debido a persecución política o desastres naturales, así lo confirma. Esta revocación afectaría a más de medio millón de venezolanos acogidos a ese beneficio, los cuales estarían abiertos a la deportación dentro de pocos meses.
Ante la llegada de un nuevo gobierno a Washington, irónicamente, las razonables expectativas venezolanas de un inmediato futuro democrático pierden fuerza, a pesar de la inquebrantable lucha de María Corina Machado por mantener la llama de libertad ardiendo contra todo revés.
Todavía es temprano para doblar campanas de alarma. El gobierno disfruta los clásicos cien días de “luna de miel” donde las críticas acerbas y severas quedan en suspenso para fechas próximas; pero, a pesar de esta calma diplomática, las señales, en el caso de Venezuela, no dejan de ser inquietantes. Cualquier entente por parte de Estados Unidos con la dictadura de Maduro es mala noticia para la democracia regional tan alterada por el triunvirato Cuba-Venezuela-Nicaragua.
Mientras tanto, tengamos el cinturón de seguridad a mano, porque una era de turbulencia nos aguarda.
BALCÓN AL MUNDO
Al genio de Tesla, Elon Musk, se le está pasando la mano en el ejercicio de las atribuciones que le otorgó el presidente Trump para frenar el desenfreno en los gastos que ocasionó la administración Biden. Para ahorrar dinero, y algún día llegar a balancear el presupuesto, Musk quiere desemplear, despedir, a cientos de miles de empleados federales. ¿No resulta sarcástico ahorrar gastos creando desempleo? Si el genial ejecutivo no encuentra otros medios más plausibles y menos dolorosos de aliviar el malgasto, ¿por qué no empieza por Tesla o Space X? Ahí también, a través de subsidios, el gobierno federal derrocha millones de dólares.
Tan lejos va llegando Elon Musk en sus intentos correctivos de nuestro presupuesto nacional, que ha llegado a penetrar, con varios de sus jóvenes discípulos, documentos confidenciales sobre miles de empleados gubernamentales, incluyendo números del Social Security, récords médicos y archivos de seguros médicos. Musk, y el DOGE a su cargo, han extendido su injerencia y control sobre funciones del gobierno federal siguiendo el patrón que él usó cuando compró Twitter. Pero alguien, desde la Oficina Oval, debe decirle a Mr. Musk, que el gobierno federal no es una factoría de automóviles como Tesla. Es algo mucho más grande y más importante que Tesla y Space X juntos.
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De acuerdo a informaciones emitidas por el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, Washington y Moscú han intensificado sus conversaciones para poner fin a la guerra en Ucrania. No se han filtrado detalles, pero se afirma que ambas partes están dispuestas a ceder ligeramente en sus respectivas posiciones. ¿Hasta qué grado? Nadie sabe. El estira y encoge empieza ahora y tomará unos meses para una conclusión aceptable para ambos bandos combatientes, para USA y la OTAN de igual manera.
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En el ámbito internacional 2025 será un año pródigo en noticias y crisis. Ucrania, Siria, Irán, Panamá, China, Rusia, y, sobre todo, como siempre, el Medio Oriente, estarán en el tablero del ajedrez geopolítico. No habrá aburrimiento. Habrá un poco de todo, para todos.
¡Ah!, y lo de los aranceles todavía no ha terminado. Está en pausa y es hasta posible que termine en el congelador por algún largo tiempo.
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