Raras veces ocurre, pero cuando las potencias, a pesar de sus opuestos intereses, se unen por determinadas circunstancias de cronología momentánea, los resultados suelen ser devastadores. El último evento de esta naturaleza aconteció el pasado lunes en el seno de la ONU. En la votación de ese día se produjo, para Ucrania, un fatídico “black Monday”. Para Estados Unidos un gesto grotesco, totalmente inesperado de la nación líder incuestionable de la democracia a nivel mundial. Un día triste para el pueblo ucraniano que, después de 3 años en heroica defensa de su tierra, su dignidad, y su soberanía, se ve traicionado por su aliado más fuerte y tenaz durante el tiempo de ese conflicto injusto y atroz, a un costo que oscila entre 150 y 200 billones, no 350 billones como asegura el presidente Trump en su proverbial infamante estilo estratosférico.
En el atardecer del pasado lunes 24, Estados Unidos se unió a Rusia y China para apoyar una resolución, precisamente preparada en Washington, que no culpaba a Rusia por la guerra en Ucrania, y que, a la vez, abogaba por un fin a las hostilidades en un límite de tiempo breve. En el espacio de unas cortas semanas todo había cambiado en Washington. Se perfilaba el advenimiento de un nuevo orden. Y un cambio dramático de esta nación en cuanto al respaldo a Ucrania en el futuro inmediato, y con toda seguridad, a largo plazo.
Irónicamente, en la mañana de ese mismo lunes, la Asamblea General de ese organismo que representa un total de 193 estados miembros, había aprobado una resolución de Ucrania mencionando a Rusia como culpable por el inicio de la guerra, a pesar, (y esto es ciertamente repudiable) de los esfuerzos de la delegación de Estados Unidos por derrotarla. ¿Quiénes se unieron a USA para aplastar la resolución que en definitiva fue aprobada? Las estrellas del despotismo: Corea del Norte, Bielorrusia y Rusia.
Pese a sus cuatro desastrosos años en la Casa Blanca, la administración Biden tomó solaz en liderar la alianza de los poderes occidentales contra Vladimir Putin marchando a la cabeza en los esfuerzos para castigar la agresión de su país a un país vecino, incluyendo la aplicación de sanciones económicas. Estados Unidos en todo el trayecto de la guerra enmarcó el conflicto, esencialmente, como uno de democracia versus autocracia. Pero las cosas comenzaron a cambiar a partir de enero 20 cuando Donald Trump asumió la presidencia. El nuevo presidente, en su segundo, no consecutivo término, se presenta en la escena internacional como un negociador deseoso de litigar directamente con Rusia, no solamente para terminar la guerra, sino dispuesto a revivir relaciones comerciales con ella, potencialmente deshaciendo los esfuerzos de la administración anterior.
Obviamente resulta lógico esperar una nueva agenda o desvíos en la trayectoria de la previa administración. Sin embargo, la agenda del presidente Trump va mucho más allá de los cambios convencionales. Resalta en ella un ostensible propósito de desmantelar una buena parte del gobierno federal, mientras impone un nuevo orden en reemplazo del que ha existido desde el cese de la Segunda Guerra en 1945. El voto en la ONU contra Ucrania es una señal clara de los notables cambios que se avecinan. La posición de Estados Unidos en la esfera internacional no será la misma, ni nuestra relación con los aliados continuará el patrón seguido por los últimos 75 años. Entramos, como afirmé en un artículo anterior, en la era de turbulencia aquí, en casa, y también en los vecindarios cercanos y lejanos.
En un análisis realista y racional no hay nada fuera de lo común en el hecho de que la nación americana reclame compensación por gastos incurridos en ocurrencias de paz o guerra en otros países; pero en el caso de Ucrania los gastos han sido de ayuda, no de préstamos con la obligación de ser repagados por esa nación en plena depauperación.
La última negociación donde Ucrania firmó un acuerdo cediendo concesiones a Estados Unidos para la futura explotación de valiosos minerales, es un destacado triunfo para Trump y fortalece la impresión de que el presidente está guiando la nación al camino del “great superpower” con estrategia mundial. Esta percepción se ve respaldada con su intención de adquirir Groenlandia, controlar el canal de Panamá, anexar Canadá y tomar posesión de Gaza. No hay duda de que estos proyectos envuelven un reto al status geopolítico del momento y un desafío a países, sobre todo europeos, que resienten la ambición americana como una amenaza a sus intereses. Europa, para empezar, con Trump en el poder, no ve a Estados Unidos como un aliado confiable y como resultado buscará alternativas.
¿Será el presidente Trump exitoso en todos sus propósitos expansionistas? Es posible. Sin embargo, con todos sus posibles éxitos, no podrá borrar la tristeza y desconcierto que causó a la nación con su decisión de votar con Rusia, en deplorable colusión, en una resolución ignorando a ésta como la nación agresora en el conflicto con Ucrania.
Estas maniobras en la ONU, al final del día, confirman las esperanzas de Vladimir Putin de que, en sus momentos de aprietos, siempre puede confiar en Mr. Trump para rescatarlo de una guerra que ha impuesto costos y considerables riesgos sobre su gobierno si continúa un año más.
De nuestra parte, también enfrentamos riesgos. Pronto, el nudo de nuestras alianzas comenzará a aflojarse.
BALCÓN AL MUNDO
El presidente Trump ha ordenado al departamento de Inmigración la creación de una visa especial, llamada “Residencia Permanente Legal”, o la “Tarjeta Dorada”, a un costo de 5 millones$ para los que quieran y puedan venir a invertir en Estados Unidos. Al preguntársele, dijo que sí, que los oligarcas rusos serán elegibles. Agregó que él conoce a muchos “oligarcas” que son muy buenas personas. ¡Menos mal!
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En el Medio Oriente, en medio de los intercambios de rehenes por terroristas encarcelados en Israel, la atmósfera, no la climática, sino la otra, la política, sigue caliente. Irán, exportador de terrorismo y elemento perturbador en toda la región, está temeroso de que Israel le ataque sus proyectos nucleares. Por su parte Israel se mantiene en silencio. Pero, cuando el río suena…
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Ucrania ha acordado conceder derechos a nuestra nación para explotar las riquezas minerales de ese país como socios. No es mala idea para Ucrania. Estados Unidos, ahora, con cuantiosos intereses que defender en el terreno, representa cierta tácita garantía para los ucranianos, porque Putin, o su sucesor, lo pensaría dos veces antes en lanzarse en otra estúpida invasión como la de febrero 22, del 2022.
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La licencia que permitía a la compañía petrolera americana “Chevrón” producir y exportar petróleo venezolano ha sido suspendida por el presidente Trump. Esa licencia, reinstaurada por Joe Biden, luego de ser suspendida previamente por Trump en su primer gobierno, le produjo a Venezuela, y a su corrupto gobierno, más de 4 mil millones de dólares en los pasados tres años. La licencia será revocada con fecha de marzo primero.
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Aunque la economía no está del todo mal, a pesar de que la inflación persiste, la confianza del consumidor americano registró en febrero su mayor descenso mensual en más de 3 años.
Éste es un índice de suma importancia para la salud económica del país, puesto que el consumidor es la fuerza motriz contra la recesión. Por ahora el peligro es mínimo, pero los economistas están cautelosos en cuanto al futuro en vista de la probable aplicación de aranceles a varios países, entre ellos México y Canadá.
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