Una historia de amor (Final)

Written by Libre Online

17 de junio de 2025

Por Eric María Remarque (1934)

A la noche siguiente debía volver al frente. Trató de estar constantemente solo con Anita. Era un hombre transformado por la fiebre. No quería ver a nadie y se pasó caminando por el cuarto, o paseando con ella por las plazas y jardines, estrechamente unidos. A Anita aquello resultabale extraño y tuvo un poco de temor. Al despedirse, la estrechó violentamente contra su pecho y le habló rápida y apasionadamente. Cuando saltó al tren, ya éste se encontraba en movimiento.

Cuatro semanas más tarde moría en un combate y Anita era viuda a los diecisiete años.

La guerra prosiguió y, a medida que pasaban los años, apenas quedó una sola casa en la pequeña ciudad que no vistiera de luto. El destino de Anita—del cual mucho se habló en principio- fue nada comparado con el de aquellas familias donde habían caído padres e hijos. Además, ella se sabía joven y venció la tristeza. Los pocos días que pasara al lado de Gerhard no habían sido suficientes como para darle la sensación de que era su marido. Para ella fue uno de sus jóvenes camaradas que había muerto… como tantos otros.

Sin embargo, su vida no era la misma. No profesaba hacia sus amiguitas el entusiasmo de antes. No se sentía lo suficientemente joven como para ello, y, a pesar de todo, tampoco se creía demasiado adulta: 

La rapidez de los acontecimientos la había colocado en una extraña situación, en la cual no sabía cómo comportarse.

Pero, a pesar de ello, los sucesos de los últimos años no le dejaron tiempo para pensar. 

Trabajaba como enfermera en un hospital. Los horrores el momento fueron lo suficientemente fuertes como para hacerle olvidar sus pesares personales.

Cuando llegó el Armisticio,  la revolución,   el tiempo  de los “putsches”, la pesadilla de  la inflación   del marco,  y, al fin, cuándo  todo pasó y Anita pudo volver sobre sí misma, descubrió que era una muchacha de veinticinco años, que su vida carecía de encantos. Gerhard ya no existía en su memoria. 

Sus padres no vivieron mucho tiempo, y la fortuna familiar había disminuido tanto que tuvo que agradecer el conseguir un empleo de enfermera en un hospital en el norte de Alemania.

Meses más tarde conoció a un hombre que simpatizó con ella y que, colmándola de atenciones, le solicitó que se casara con él. Ella resistió al principio, pero luego cedió a sus requerimientos. Llegó el día en que debía fijarse la fecha del casamiento. Teniendo ocasión y motivos para sentirse feliz, empezó a sentirse abatida. Algo había en su interior que le hacía, temer una nueva felicidad… Se abstraía en sus meditaciones, no prestaba atención cuando le hablaban. Estaba espiritualmente transformada. Sus ideas fueron haciéndose obscuras y se vio presa de una melancolía profunda y sombría.

Su sistema nervioso se vio seriamente afectado.

De noche se despertaba llorando sin motivo. Luego, con una extraña ansiedad de cariño, trataba de sobreponerse a la barrera que comenzaba a levantarse en ella.

A veces, cuando se encontraba sola en su habitación y miraba a través de su ventana las casas grises y desamparadas, le parecía que las paredes concluían por esfumarse en una neblina transparente y más allá se abrían los portones que dejaban entrever veredas, aleros, praderas veraniegas y jardines desiertos.

Sentía entonces la imperiosa necesidad de volver a su hogar, hasta que llegó a creer que de ello provenía el malestar que le acechaba.

Todo lo que sufría era nostalgia por los lugares queridos, y comprendió que sólo con volver a verlos se curaría definitivamente. Decidió visitar por breves días la ciudad natal, y marchó acompañada de su novio, que se prestó a ello.

Llegaron de noche. Anita estaba muy excitada. No bien hubo arreglado el equipaje, dejó a su novio y se marchó sola.

Se detuvo ante la casa que había sido su hogar. Corrió hacia el jardín.

Su intranquilidad iba en aumento; la luna brillaba fuertemente. Había perfume de primavera en el ambiente y presintió algo que comenzaba a manifestarse, que surgía desde el horizonte acercándose, buscando de ser recordado, persiguiendo un nombre. Cruzó las praderas. La hierba estaba cargada de rocío. Los cerezos brillaban como si estuvieran cargados de nieve caída.

Y de improviso, “aquello” llegó: una voz lejana, olvidada, sepultada; muerto, algo remotamente lejos, doloroso, algo en lo que había dejado de pensar y que marchaba ahora hacia ella, más potente que la vida misma, algo de repente muy querido, perdido y jamás poseido: Gerhard Jager.

Regresó al hotel, vacilante, desvanecida. Miró a su novio. ¡Cómo era de extraño en ese momento! Creyó odiarlo cuando lo vio frente a ella sonriente y con vida. Con dificultad pudo decirle las pocas palabras necesarias.

Él quería hablarle, decirle que reconsiderase su repentina negativa. Le manifestó que la esperaría. Ella sólo prometió recordar promesa, y le pidió que la dejase sola.

Los pocos días que había vivido con Gerhard se convirtieron para Anita en un intenso tormento y un secreto.

Sacó de un cofre las cartas de su marido y las releyó con ojos empañados por las lágrimas. Buscó a algunos de los que habían sido camaradas suyos, para pedirles que le contaran detalles de su vida. Uno de ellos había hablado mucho con Gerhard, habiendo conversado con él el mismo día que fue muerto. 

Por primera vez Anita se daba cuenta de lo que la guerra había sido   realmente; por vez primera  comprendió las palabras que Gerhard le había dicho antes de la partida; por primera vez supo lo que él había deseado de ella; un lugar de reposo, un abrigo, un pequeño fuego de amor en medio de tanto odio; una chispa de humanidad entre el aniquilamiento; calor, fe, un lugar donde desenvolver tranquilo su vida; la tierra, el  hogar cariñoso, un puente tendido para regresar otra vez.

Sintió remordimiento y amor.

Anita, para quien el matrimonio había sido solamente una pequeña vanidad, una frívola invitación a lo desconocido, una amistad ligera y un poco de placer de muchacha; ella, que tan rápidamente había olvidado todo, comenzó de repente a idolatrar, a querer intensamente… a amar una sombra.

Aislóse de todo lo que la rodeaba. Sus amistades trataron de discutir con ella, para convencerla a levantar su ánimo. Todo fue inútil. Si hubiese vivido con un ser humano, tal vez hubiera sido posible hacerla olvidar; pero, desgraciadamente, estaba enamorada de un recuerdo. Cada día que transcurría, tornábase más extraña. Frecuentemente, al encontrarse sola en la habitación, hablaba en voz alta consigo misma. Al poco tiempo, perdió su empleo. Más adelante, se unió a una secta que celebraba sesiones espiritas. Cierta vez, creyó que Gerhard se había acercado a su lado. De esa manera, los años pasaron… 

Un día, Anita murió… Su última visión fue una oscura cruz formada en el suelo de su habitación por el marco de la ventana tras el cual brillaba el sol poniente.  

FIN

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