Simbolismo y costumbres de la Pascua de Resurrección

Written by Libre Online

4 de abril de 2023

Por Bertha Díaz Martínez (1951)

Mensaje de Resurrección. Domingo de Resurrección en nuestro país y en España. Significado del “Beso de Paz”. La Expulsión de la Muerte y la Propiciación de la Primavera. Reminiscencias paganas. Simbolismo de los “Huevos de Pascua”. Hace tres mil años los conocían los chinos. Costumbres relacionadas con los “Huevos de Pascua”. Simbolismo de la Liebre o el “Conejo de Pascuas”. El “Fuego Nuevo”. Supersticiones relacionadas con el mismo. Desfile de Pascuas en “New York”. Los olvidados de la Suerte deben tener también sus Pascuas de Resurrección.



He aquí la promesa.  La promesa que cada año reafirma la cristiana fe. La inspiradora de una vida que se transforma y renueva incesantemente tomando como símbolo la Resurrección de su Dios.

Y, para patentizar esa promesa de que la vida humana no se extingue convirtiéndose meramente en un puñado de cenizas mezcladas a la tierra, los cristianos del Evangelio nos dan su versión del extraordinario acontecimiento:

La losa del sepulcro había sido removida, dicen, y un joven de reluciente túnica les anunció a las fieles mujeres que vinieron a ungir su cuerpo por última vez que allí no estaba porque había resucitado. …Pero hay más… Como para que no hubiera lugar a dudas de que él había vuelto al mundo material de la carne se les hace tangible dejando que ellas, emocionadas y tiernas, se abracen a sus pies.

San Juan -quizás más adentrado en las extrañas reacciones del corazón humano- hace surgir, materializándose, la pálida figura del maestro al conjuro del llanto inconsolable de la Magdalena. En ese llanto expresión plena del dolor sin límites y sin esperanzas…  ¡Imponente manifestación del humano anhelo de enraizarnos a todo lo amable y efímero de la resistencia! Y es su respuesta una sola palabra: “María”.

Pero basta esa única palabra, dicha con el inconfundible acento de siempre, para hacer vibrar de gozo el corazón de la mujer trayéndole un aliento de esperanza.  El que así la ha llamado es su “Rabboni”, su maestro querido que no ha desaparecido para siempre. Esta, su prodigiosa aparición que hace cuajar las lágrimas en sus ojos y pone una dulce sonrisa en sus labios, tiene una suprema finalidad: decirle que no han sido inútiles sus lágrimas como no son inútiles el amor,  la bondad y la fe.

Y,  más por tradición que por haber descifrado el verdadero sentido de ese mensaje de amor, de bondad y de fe en los destinos humanos es que los pueblos cristianos de toda la tierra se preparan alborozados a celebrar la Pascua de Resurrección.

Pero,  un día vendrá en que,  habiendo comprendido a plenitud el simbólico mensaje, los hombres de todos los pueblos, de todos los credos, de todas las razas, dejando a un lado sus vanidades, sus egoísmos, sus pequeñeces y hermanados en una mutua y fructífera comprensión, haría nacer la verdadera Resurrección:

¡La Resurrección de una humanidad mejor!

DOMINGO DE 

RESURRECCIÓN EN 

NUESTRO PAÍS Y EN ESPAÑA

Dejados atrás los días locos del Carnaval y tras la Semana de Pasión,  en que pocas de nuestras mujeres vuelven a tocarse con la clásica mantilla, reviviendo el espíritu de la madre tierra, el día de la Resurrección no tiene para nosotros,  aparte de la católica asistencia a la Tulsa, la trascendencia popular que cobra en nuestros países.

Los alegres presentes de estos días pascuales: los huevos multicolores, verdaderas cajitas de sorpresa; lo graciosísimos conejitos; las cestitas primorosas, conteniendo pollitos de suave plumón o afelpados patitos; así como la instauración del “Día de los Ahijados” en el Domingo de la Resurrección,  son cosa reciente en Cuba.

Realmente resulta difícil explicarse la causa de su tardía adopción por que,  aparte de ser un motivo de recreo para los ojos y para el espíritu,  son costumbres que con ligeras variantes se practican en casi todo el mundo desde los tiempos más remotos. Máxime cuando en España, de donde han venido nuestras más caras tradiciones, se conocen algunas de ellas desde muchos siglos atrás.

Sin embargo, en otros países de Hispanoamérica como México,  por ejemplo,  los huevos duros y los peculiares pasteles adoptados de la Madre Tierra han encontrado cálido arraigo. Aquellos que lo hayan visitado en Semana Santa no habrán podido dejar de comparar la exhibición de repostería y confituras en las vitrinas de las dulcerías con esas tentaciones al paladar más exigente que por esa misma fecha se contemplan en diferentes lugares de España.

En Asturias son los panes de escanda -especie de trigo- hechos exprofeso,  y que los padrinos regalan a sus ahijados a cambio de ramos de “lorocos”,  -Laureles- cuando en la ciudad Pola se celebra la fiesta de los “huevos pintados”,  decorados delicadamente a mano luego de haber sido cocidos. Pero, no es solo en la ciudad de Pola, sino en otros pueblos de la fecunda y pródiga región asturiana donde los engalanados “Huevos de Pascua” se intercambian al tiempo de que se da el “Beso de Paz”,  el beso de ritual en infinidad de países cristianos, que simboliza la aparición de Jesucristo a sus discípulos después de la Resurrección, diciéndoles: “Paz a vosotros”.

En Murcia y Galicia,  por el contrario, blancos huevos endurecidos coronan dorados pasteles hechos de huevo y leche. Pero,  es el caso que lisos, mondos y lirondos o bellamente decorados, los huevos son regalos obligado en prácticamente,  en toda España como también es de uso general ese beso pacífico que, paradójicamente,  ha sido capaz de trastornar tantos corazones. ¿Acaso la tragedia de Katiuska, la heroína de la Resurrección de Tolstói, no comenzó con un cándido beso?”

En Cataluña, por su parte,  los huevos vienen a ser la moneda con que se premia a los mozos que vienen a cantar a sus amigos y conocidos las “Caramellas”, especie de canto religioso y cívico popular.

También cantan las mujeres de Castilla las “Albricias” en la visita que hacen a la iglesia hacia la medianoche de Resurrección o en la procesión matinal de ese día. Como lo hacen las mozas de Salamanca, acompañándose de gaita y tamboril.

Son canciones religiosas las más de las voces o tiernos romancillos como los que entonan las gitanas o serranillas en Burgo de Osuna, en la procesión matinal del domingo de Resurrección, del siguiente matiz:

“En el cielo hay un castillo pintado a la maravilla no le pintan carpintero, ni hombres de ebanistería,  que lo pintó San José para la Virgen María…”

No podía faltar en España la bendición de la tierra y de los ganados que alrededor de la Pascua o el mismo día de la Resurrección se lleva a cabo en los más disímiles rincones del mundo y que extrañamente se relaciona con prácticas paganas durante el inicio de las cosechas de primavera. Así sucede en Asturias, por ejemplo, en donde mientras un sacerdote bendice los terrenos para que sean fructíferos los moradores de la aldea cantan esta especie de conjuro: 

“salí,  ratu, sali sapo, 

salí toda comezón

que aquí está el agua bendita, 

el agua de la pasión”.

 LA EXPULSIÓN DE LA MUERTE Y LA PROPIACIÓN DE LA PRIMAVERA

Esta mezcla de rezo y de “despojo” invocando los poderes santificadores del agua bendita, al tiempo que se apremia a las ratas, los sapos y todo lo que de dañino pudiera haber en la tierra para que salga de ella, tiene sus raíces en los orígenes mismos de la humanidad.

Asombroso acontecimiento fue para el hombre primitivo contemplar la transformación de las

tierras cubiertas de nieves frías, estériles como muertas en campos llenos del verdor de la hierba nueva. Las pinceladas multicolores de las flores, el retorno de los trinos de los pájaros y el triscar de los animales. Aquel ambiente le daba nuevas fuerzas, nuevos bríos, nuevas alegrías y junto con el tibio calor del Sol, ¡era la vida!

Así aprendió a temer instintivamente al invierno que le dejaba huérfanos de alimentos y a amar a la primavera que le traía la oportunidad de sustento fácil. Y se dio a pensar, ignorando el siempre renovado proceso de la naturaleza, el modo de alejar al primero y procurar atraer a la segunda. Cavilando y cavilando llegó a la conclusión de que toda aquella mágica transformación obedecía al poder de alguien superior a él, sobrenatural, a quien debía alagar para conseguir sus fines y así creó los dioses de la primavera y con esos dioses, los ritos que, por simpatía, por similitud con esa transformación, debían propiciar la aparición de los fenómenos por él tan apreciados. 

Personificación de dioses que morían y volvían a revivir, simbolizando la decadencia y el despertar anual de la vida, en particular de la vegetación fueron: Osiris, Tammuz, Adonis y Attis, reverenciados en los pueblos de Egipto y del Asia Menor. Mientras que los pueblos teutónicos escogieron como representación primaveral una diosa Ostera o Eostre cuyo nombre se deriva de “Oster”, 

palabra de júbilo que quiere decir Renacimiento, y de “Oster” viene “Easter” que es como llaman en toda tierra de origen inglés a las Pascuas cristianas.

Como reminiscencia del culto a esos y otros dioses de análoga significación han llegado hasta nuestros días particulares costumbres de expulsar lo viejo, la muerte y atraer a lo nuevo a la primavera, a la vida. En fin, durante el carnaval, por ejemplo, vemos aserrar a “Madam invierno” o “La Fea” y quemar, ahogar o en alguna forma destruir a la vieja, la bruja o, como se acostumbra en España: el “entierro de la Sardina”.

Una forma que remeda perfectamente el culto de los dioses paganos de la primavera la vemos practicar en nuestros días al finalizar el carnaval “Humahuaqueño” en el noroeste de Argentina. Allí los muñecos, diablillos representativos del espíritu del carnaval que han acompañado a las diferentes comparsas a través de sus días de euforia llamados “Pujillay”. Son enterrados entre cantos y sollozos con la intención de que este sacrificio simbólico ha de fecundar las entrañas de la “Pacha Mama”, la Madre Tierra, inyectándole nueva vida y energías.

Durante la Cuaresma y hasta llegar a la Pascua de resurrección, siguen llevándose a cabo tradiciones llenas de colorido que en el fondo no son más que ancestrales simbolismos.

Así tenemos el “funeral” de Kostrubonko, deidad de la primavera que hasta no hace mucho se practicaba en algunos pueblos de Ucrania y sur de Polonia durante la Pascua de Resurrección. Mientras que en Moravia se contentan con despeñar a un muñeco de paja adornado con cintas y telas 

brillantes después de haberlo desposeído de sus alegres atavíos con los que se engalana entonces una muchacha del grupo, representación triunfal del espíritu de la primavera sobre el invierno.

Entre ciertas tribus gitanas de Transilvania y Rumanía, esa representación primaveral la encarna “Jorge el Verde”, un mozo cubierto de hojas verdes y capullos de flores que se encarga de tirar puñados de hierba a los animales de la tribu para que no carezcan de alimento durante el año. Y de realizar conjuros para propiciar a los espíritus de las aguas y que esta no falte a las cosechas.

A las aguas del río también van en Albania el Sábado Santo con antorchas encendidas, que simbolizan a Koré el espíritu del mal y al momento de arrojarlas, exclaman: “Eh Koré, nosotros te lanzamos al río como estas antorchas para que no puedas volver ya jamás”. Y, en aguas purificadoras, asimismo, es “ahogada” en Bohemia la efigie de la muerte cantando después las mozas para celebrar el acontecimiento:

La muerte flota en el agua 

la primavera viene a visitarnos 

con huevos que son rojos 

con tortas que son doradas,

nosotros echamos a la muerte del pueblo, 

nosotros traemos el verano al pueblo.

Simbolismo de los huevos de Pascua

Huevos rojos son nuncio de primavera en la pintoresca Bohemia. ¿Pero por qué precisamente rojos? Porque tanto allí como en otras 

tierras de origen teutónico, los huevos rojos son sinónimo de buena suerte. Es por eso que, en el Domingo de la Resurrección, tanto los niños como los mayores, que buscan con afán en niditos previamente escondidos en jardines y prados, huevos pascuales, desean que éstos sean preferentemente rojos.

Esta simpática “caza de huevos de Pascua” llevada a cabo en 

varios países europeos y traída a Norteamérica por sus ascendientes ingleses, es una de las tantísimas formas de realzar al huevo como representación de la fecundidad del origen de la vida y, por extensión, del inicio de la primavera. 

Ya desde los tiempos paganos se miraba el huevo como símbolo místico del principio de los seres y del mundo, y muchas mitologías entre las que tenemos la egipcia lo tomaron como el origen de todo lo creado. No es de extrañar que al iniciarse el cristianismo sus adeptos lo siguieran interpretando en el mismo sentido de vida que renace y que en esculturas y pinturas, representaran a Jesucristo saliendo de una sepultura en forma de huevo. Tanto como que los primeros católicos ofrendaran a los clérigos huevos en Pascua.

La costumbre fue transformándose y embelleciéndose y a los primeros huevos duros, cocidos con raíces y musgos para colorearlos siguieron las más originales formas de adorno hasta que en nuestros días vemos verdaderos primores.

Regalo simbólico entre católicos y protestantes en algunas regiones constituye un obsequio obligado de los padrinos para sus ahijados, pero también en China fueron motivo de presente. La costumbre surgió nada menos que mil años antes del nacimiento de Jesús, durante la fiesta   de la renovación de la primavera. Como en esa época no se podía encender fuego, había que preparar de antemano alimentos que no se corrompiesen y entre éstos, se empleaban huevos cocidos o duros, los que se pintaban y regalaban entre parientes y amigos.

Otras costumbres relacionadas con los huevos de Pascua

En estos días de Pascua de Resurrección los huevos no solo se toman como motivo de regalo, sino que dan lugar a peculiares supersticiones y costumbres. 

Ninguna nos luce tan extraordinaria como la de los “huevos salvavidas”. No. No crea que se cogen de flotadores o algo parecido. Se trata de la creencia de que los huevos puestos durante la Semana Santa tienen la virtud de preservar de ahogarse a los que se los comen. O esa otra que ha llegado hasta nuestro país relativa a que los puestos en Viernes Santo poseen la cualidad de no corromperse.

En Suiza tiene lugar una original forma de competencia: las 

“carreras de huevos”. El asunto comienza cruzándose apuestas entre los representantes de ambos contendientes. Ansiosamente esos partidarios observan a uno de ellos correr a un sitio previamente determinado –empleando quizás una media hora entre la ida y la vuelta–, mientras no pierden de vista al otro, que presenta una estampa jocosa, recogiendo unos 200 o 300 huevos colocados sobre el suelo en una larga hilera, tratando de hacerlo antes que su contrincante llegue a la meta y procurando que no se rompan al depositarlos en el recipiente que lleva a ese objeto.

Si los suizos procuran no romper los huevos de su inocente diversión, los montenegrinos, por el contrario, se complacen en ello. Beber “Raki”, el típico aguardiente de ciruelas en honor de la Santísima Trinidad, mientras quiebran huevos, constituye para ellos una forma de atraer la buena suerte y deshacer las malas influencias entre amigos. Las cáscaras se rompen haciéndolas chocar unas contra otras, mientras con la mano libre al alegre grupo se lleva el licor a los labios.

Otros huevos que se rompen para procurar solaz los encontramos en Italia. Pero esta vez son frágiles huevos de cristal soplado que al quebrarse dejan escapar una hermosa lluvia de confeti.

Si en Cuba le interrogáramos a algún brujo el porqué de esos huevos rotos no vacilaría en contestarnos, que se trata de una forma de “despojo”. Ya en la Antigüedad los romanos acostumbraban a romper las cáscaras de los huevos, después de haber sido ingeridos, para evitar que los enemigos hicieron brujería con ellas, basándose en el ancestral tabú de la magia negra que cree que se puede atrapar al hombre a través de los restos de su comida.

Simbolismo de la liebre de Pascua

Si el huevo, como hemos visto, desempeña papel principal en las celebraciones de la Pascua de Resurrección, la liebre también tiene el suyo entre los pueblos de origen germánico o anglosajón.

En Alemania se llama a la liebre de Pascua “Osterbase” en honor de la diosa de la mitología anglosajona, Ostara. Con tal motivo, la liebre es una supervivencia de la fiesta pagana de la primavera, presidida por Ostara, en la que el ágil animalito era considerado como un símbolo de fecundidad o de la naturaleza resucitada.

Esa creencia de que la liebre representa el espíritu del grano o de las cosechas subsiste en infinidad de países europeos, creyendo los campesinos que, durante la recolección, el espíritu de esa liebre mística ronda los campos. Vemos así que se llama liebre a la última gavilla, la que muchas veces es dejada sin segar para atraer buenas cosechas o como dicen ellos “para hacer venir a la liebre”. Por el contrario, “cortar la liebre” o “cortar el rabo de la liebre”, es decir, segar la última gavilla se considera en muchos lugares de pésimo augurio y ningún aldeano quiere ser el último para no verse enredado en las mallas de su maleficio.

Es muy posible pues, que tomándola como signo de vida que renace la adoptaran de los paganos los primitivos seguidores de Jesús, pues en monumentos pertenecientes a los mismos se han encontrado figuras de liebres grabadas o pintadas a veces de modo que parecen seguir el curso o carrera de la vida; otras corriendo hacia el monograma de Cristo o perseguidas por perros, indicando probablemente la persecución de los primeros cristianos; y aún frente a la imagen de un carnero, en las urnas bautismales.

El “fuego nuevo” y supersticiones relacionadas con el mismo

En muchos países católicos en el Sábado Santo se procede a la bendición del “Fuego Nuevo” que simboliza la “Luz de Cristo”. Según el ritual, aquellos a quienes se bendice con el “fuego nuevo” son apartados de las tinieblas del pecado y restituidos a la divina gracia.

En la liturgia para proceder a la bendición figura la extinción de todas las luces de la iglesia, de ahí que en España se le llame ceremonia de “Las Tinieblas”. Después, el 

sacerdote, con pedernal y eslabón de acero enciende el llamado “fuego nuevo”, con el que más tarde se ha encendido el “Cirio Pascual”, el que, a su vez, sirve para volver a iluminar las luces apagadas del templo y los cirios que han traído los feligreses.

En algunos países, entre los que tenemos ciertos distritos rurales de Alemania frente a la Plaza de la Iglesia o en algún lugar abierto cercano a la misma, es consagrada y encendida por medio de este fuego una hoguera.

Pero, como a las prácticas religiosas el hombre no ha dejado de mezclar las creencias paganas, en esa hoguera son carbonizados maderos de nogal y de haya, con la finalidad de llevarlos luego al hogar y allí quemarlos para preservar a la hacienda de incendios, rayos y escarchas, recibiendo así todas las casas el “fuego nuevo”. Sin embargo, no todos esos maderos son quemados, sino que se reservan algunos para enterrarlos y sacarlos solamente cuando hay fuertes tormentas, creyendo que, si entonces los queman, se previenen todas las desgracias que las mismas pueden ocasionar.

En otros pueblos de Alemania, por su parte, los leños chamuscados en el fuego sagrado se colocan en los sembrados con una oración para que el señor los guarde, haciendo también un abono con las cenizas de la hoguera Pascual, mezclada a la de las palmas consagradas al Domingo de Ramos y a las simientes que van a sembrar.

Estas prácticas mágico-agrícolas se hallan tan difundidas en todo el centro y el norte de Alemania que nadie sería capaz de desperdiciar ni un tizón, ni un puñado de ceniza de las inmensas hogueras que arden en las cimas de los montes el día de la Resurrección y para las que tan arduamente han laborado los aldeanos recolectando materiales inflamables.

Reviviendo otra ancestral creencia en el distrito de Munster, los mozos y las mozas saltan sobre las llamas mientras cantan himnos pascuales. Y, en la Alta Baviera y la Alta Franconia queman un muñeco de paja llamado “el hombre de la Pascua” en la primera y “el Judas” en la segunda.

Los campesinos suecos y holandeses demuestran ser también 

supersticiosos encendiéndolas con la finalidad de alejar a los malos espíritus y los suizos no se quedan atrás, guardando los carbones de la hoguera encendida con el fuego nuevo por considerarlos muy efectivos para realizar varios hechizos.

Una versión más moderna pero que en el fondo, sigue encerrando un motivo de añejas creencias tiene lugar el Sábado Santo en la hermosa ciudad de Florencia. El fuego de las primitivas hogueras es sustituido aquí por un hermoso alarde de pirotecnia para lograr conectar el carro adornado que contiene los fuegos artificiales con el altar mayor de la Catedral por medio de un alambre en el momento de la ceremonia, el 

sacerdote prende fuego a un cohete atado a una palomita de madera la que “volando” a través del alambre encenderá al fin los voladores y luces de bengala que arden en espléndida lluvia. 

Si la paloma consigue incendiarlos, la multitud que aguarda ansiosamente entre la que se encuentra un buen número de campesinos, lo toma como feliz augurio para las cosechas, y en caso contrario, se marcha mohína, juzgándolo como signo evidente de que ese año la cosecha será mala. 

Otras costumbres de Pascua de resurrección

No todas las costumbres de Pascua Florida han de tener su raíz en las edades paganas, sino que existen alegrías limpias, riente, sin asomos de superstición.

Así sucede con las fiestas de Pascuas en Palermo, donde desde antiguo se celebran con gran regocijo. Las calles llenas de sicilianos pintorescos parecen jardines y casi todo el mundo se encuentra taberneando y danzando. Los campesinos gustosos abandonan el arado para llenarse las manos de castañas, de esas exquisitas castañas producto de sus fértiles campiñas y vaciarlas en las faldas amarillas, franjeadas de rojo, de esas robustas mozas sicilianas.

 Mientras el vino y el gozo corren a la par: para los ricos, los de los viñedos de Siracusa y para los pobres, los de Marsala pero todos hermanados en la euforia que se experimenta en ese día de gozo inigualable bajo su cielo azul.

Otro derroche de color, de movimiento, de alegría en un marco completamente distinto lo constituye el clásico desfile por la Quinta Avenida neoyorquina, el “Easter Parade”. A la salida de San Patricio de la Pequeña iglesia, al doblar de la esquina o de otros templos de los alrededores de la avenida más exclusiva de Nueva York afluye un verdadero río humano. Allí, la millonaria tocada con el sombrero de la firma más exclusiva se deja pisar los talones por la bellísima modelo, la estrella de fama o la chiquilla humilde que ha hecho increíbles pininos para poder competir en ese mar de elegancia. 

Y los que han presenciado ese hermoso cuadro en que cada mujer parece viva encarnación de la primavera nos dicen que más de una chica se ha desmayado tratando, inútilmente de hacer resaltar su engalanado sombrerito entre las oleadas de flores y de pájaros.

Los olvidados de la suerte también tienen sus Pascuas

Como acontece con las Pascuas de la Natividad del señor en estas Pascuas de Resurrección en muchos países se acostumbra a acordarse de los desvalidos.

Entre ellos tenemos a los Estados Unidos que aprovechan el espíritu de regocijo y cordialidad que debe reinar entre los cristianos para ir a los hospitales e instituciones benéficas a llevar a los enfermos y desheredados de la fortuna alegres presentes pascuales. 

Es así, compartiendo nuestras alegrías y aliviando los ajenos dolores, como realmente debemos interpretar el mensaje de la Resurrección, ese mensaje que cuando todos los hombres lo hayan comprendido, hará surgir una humanidad mejor.

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