Por Francisco Vergara (1957)
El triunfo de nuestra “Olguita” Guillot en México, había sido decisivo, sin precedente alguno en tierras aztecas, en cuanto a un cantante cubano se refiere. “Afro”, el cabaret que la había contratado estaba al borde de la quiebra cuando Olga Guillot arribó a la Ciudad de los Palacios. Después de su debut, el público comenzó a afluir al centro nocturno, para deleitarse con sus interpretaciones, y lo abarrotó una noche tras otra. Era tanta la concurrencia que ya el “Afro” resultaba pequeño y todos los días buen número de parroquianos se quedaban con las ganas de penetrar en el local.
En el show, cuando la bella figura de la criolla aparecía bajo el chorro de luz de un spot, los aplausos rompían, atronadores. Luego, se hacía el silencio, y ella brindaba su primera aportación lírica. Después otra, y otra, y otra… Así obligada por las ovaciones que en el “Afro” nunca habían alcanzado tanta intensidad, “Olguita” interpretaba diez y doce canciones.
Una de ellas, “Tú me acostumbraste”, del compositor cubano Frank Domínguez, fue evidentemente, la que más gustó, la que más rápidamente se impuso. Días después de haber sido estrenada por Olga Guillot, ya figuraba en el repertorio de los mejores cantantes y enseguida se instalaba en el primer lugar del Hit Parade Mexicano. Y, para completar el éxito extraordinario, los long playing de “Olguita” comenzaron a venderse como nunca.
En el show del “Afro” figuraba, además, el bongosero cubano Silvestre Méndez, quien desde hacía mucho tiempo estaba radicado en México. Él, precisamente él, fue quien se encargó de matizar el triunfo clamoroso de Olga Guillot con una inesperada y desagradable nota trágica. Debido a que eran tantas las veces que el público, con sus aplausos hacía cantar a “Olguita”, el espectáculo se prolongaba hasta muy tarde, y esto molestaba sobremanera a Silvestre, quien era el que tenía a cargo el número final: el de los bongós, de idéntica índole al que creara e implantara el desaparecido “Chano” Pozo.
El descontento –y quizás la envidia y el celo profesional desmesurado– fue haciendo funestos estragos en el artífice de las tumbadoras, hasta el punto de que llegó a plantear sus injustificadas quejas al señor Fabián, empresario del “Afro”. Eso de que Olga Guillot cantara de un tirón, diez y doce composiciones, prolongando el show como nunca antes; él lo estimaba improcedente y perjudicial a su renombre artístico, ya que cuando salía a hacer su número, los concurrentes –la mayor parte del público abandonaba la sala cuando la cantante hacia le mutis final –eran escasos, y ya, vencidos por los efectos de las múltiples libaciones, le prestaban muy poca atención. El empresario exteriorizó sus razones.
Silvestre levantó el galillo para exponer las suyas. Fabián no quiso ser menos y gritó más. Vinieron los insultos, y se produjo lo tremendo: Silvestre le echó mano a la pistola que portaba, rastrilló dos veces el gatillo, y el mexicano cayó al suelo con dos plomos en el vientre…
Afortunadamente, el agredido sobrevivió a las heridas, y se recuperaba, lentamente, en un hospital de Ciudad México. Pero el agresor, ya en manos de la justicia, para justificar su acción improcedente, había declarado a los reporteros policiales –los rotativos capitalinos se encargaron de reproducir sus palabras, bajo grandes y llamativos titulares –que se había visto precisado a actuar como lo había hecho “porque el empresario lo prefería en el show del cabaret por un injustificado exceso de protección hacia la Guillot”.
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