Ser ‘Pesao’ es un crimen

Written by Libre Online

14 de enero de 2025

Por Eladio Secades (1957)

¿Podría llegarse a la completa definición del “pesao”? Pensar que se es muy simpático es el más corto camino para, llegar a ser muy “pesao”. Hay los graciosos. Y los pujadores de gracias. Casi todos tenemos un amigo o un pariente “pesao”. “Pesao” es el que llega inesperadamente a nuestra casa y para demostrar que tiene confianza con la familia, sin avisar se mete hasta la cocina. Y ve en uno de los cuartos el orinalito del niño y la faja de la señora. 

La pena más grande que puede sufrir una mujer es que sea descubierta la faja que al llegar de la calle arrojó sobre una silla, poniendo así fin a la angustia de las masas contenidas por la dictadura de los elásticos. Al alivio de quitarse la faja sigue irremediablemente una picazón eufórica de rascarse la barriga con las dos manos. 

Aquellas señoras de antes que arrollaban a toda prisa y escondían el corsé, como puede esconderse una deshonra muy íntima. Claro que el corsé fue desapareciendo por lo que tenía de complicado y de ortopédico. Ahora lo que priva es el “maiden form”. Que en la mujer muy flaca es un secreto a voces. Y en la mujer muy gorda la peor de las derrotas que en este siglo ha sufrido la ley de gravedad.

En Cuba se han ensayado distintos estudios sobre la pesadez humana y se han logrado doce clasificaciones. Yo tengo mi propia definición y sustento que el “pesao”, como el poeta, no se hace, sino que nace. Es un fenómeno congénito. Puede ser también una desgracia hereditaria. De un padre “pesao” de verdad, es muy difícil que salga un niño con alma de castañuelas.

El hijo empieza el calvario de la pesadez cuando la madre pretende que a los demás nos hagan gracias sus carganterias. Y nos da una patada en el pantalón cuando ella le pide que señale con el dedito donde está papi. Y la mamá se muere de pena. Pero nosotros la consolamos con una risa fingida. Y decimos que no tiene importancia. 

La pesadez aparentemente es una disposición espiritual negativa. Pero yo se que en su formación hay algo físico y por lo tanto ajeno a la voluntad del sujeto. Así únicamente se explica que haya mortales que para caer “pesaos” no tengan más que llegar. Sin decir una sola palabra, ya nos habrán disparado esas tres patadas en la barriga con que el vulgo hace el diagnóstico de la antipatía del prójimo. Con frecuencia oímos decir:

—Fulano me cae “pesao” y no sé por qué.

Lo que comprueba la existencia del “pesao” legítimo. Del “pesao” espontáneo. Del que no tiene que poner nada de su parte para serlo. Del “pesao” por unanimidad.

No creo que esta convicción mía pueda ser interpretada como un rasgo de inmodestia. Pero yo creo sinceramente que el criollo en general es simpático. Nuestra inclinación a esas tres grandes delicias que son el juego, la siesta y la botella en el gobierno, han ido forjando un alma nacional de sangre ligera. No hay problemas. En Cuba el “pesao” escasea. Por eso cuando sale uno llama la atención. Nuestros “pesaos”, eso sí, son muy “pesaos”. En nuestro medio la pesadez es punto menos que un pecado capital. Aquí llegan a perdonarse los robos y llegan a olvidarse algunos crímenes. Pero no se perdonará nunca la pedantería. Por eso no nos cansamos de repetir:

“Juan es un sinvergüenza, pero tiene gracia”. O: “Pedro es honrado, pero el pobre es un bofe”. La simpatía es virtud en cuyo nombre pueden cometerse en Cuba las mayores atrocidades. Lo terrible es que a uno lo califiquen de plato de hígado a las tres de la madrugada.

El “pesao” que más choca, el que menos puede padecerse, es el amigo cariñoso en exceso que está con nosotros en las penas y en las alegrías. El que en el entierro de un ser querido, en el momento crítico de sacar la caja, se abre paso entre los acompañantes y no para hasta que mete un pedazo de hombro bajo el féretro. Más afectado y más trágico aun que los mismos familiares. Ese tipo de “pesao” halla su mejor campo de acción en los velorios. Y se pasa la noche de grupo en grupo asegurando que le parece imposible que el muerto esté muerto. 

Es el mismo “pesao” de densidad tremenda que después de darnos la lata con un cuento dramático, para provocar en nosotros un afecto definitivo, cuando termina el relato alarga el brazo y mostrándonos la piel nos dice: “todavía me erizo”. A pesar de los autores dramáticos, las cosas que más erizan en la vida son el Himno Nacional y Las primeras gotas de la ducha fría. Ese mismo personaje es el que cuenta el chiste picante que ya todo el mundo sabe. El que nos abraza cuando nos ha salido un furúnculo. El que nos receta para la última enfermedad. Y antes de darnos la receta nos pregunta si queremos curarnos. 

Pujar gracia es otra cualidad del auténtico “pesao”. Por esa razón son “pesaos” tantísimos humoristas. Hacer reír a los demás por obligación es firmar un pacto con el mal gusto que es la gracia como un todo. Las personas que hacen alarde de que han visitado mucho, están siempre a medio centímetro de caer mal. 

Aprovechan cualquier coyuntura de la conversación para deslumbrarnos con un recuerdo: “Una vez en Holanda”. “Una noche en Bruselas”. “Los ingleses no le dan importancia a estas cosas”. Que es el mismo tipo de pesadez de algunas mujeres cultas. Hay amigas que piensan que tres recetas de cocina, dos novelas color de rosa y la experiencia de un “week end” en Miami forman un poderoso equipo de cultura. Y ahuecan la voz. Hablan muy despacio. Y se piensan las autoras de una frase genial cuando aseguran que todos los hombres son iguales. Creer que todos los hombres son iguales es no haber podido saciar el deleite de la variación. Es verdad que hay unos más imbéciles que otros.

Nuestra raza ha producido un “pesao” exclusivo, un “pesao” característico e insufrible. El que quiere hablar en todas partes. El que experimenta el placer de dejarse oír. Y oírse a sí mismo. El radio y la televisión han venido a empeorar este cuadro. El arte de la oratoria está en franca decadencia. Su quiebra se inició al decretarse el desuso de aquellos grandes puños postizos de celuloide, que se salían de las mangas y que los oradores, con un golpe enérgico, reintegraban a su posición, apoyando con el gesto una concepción feliz, o subrayando una frase intencionada. 

Antes los oradores cuando no sabían qué iban a añadir, se daban un golpecito en los puños postizos. Ahora apelan a aquello de ¡ah señoras y señores! Pero no es lo mismo. Ya la oratoria no merece la pena. Los “pesaos” que creen que hablan bien viven buscando una oportunidad para demostrarlo y sólo necesitan que estén reunidas más de diez personas para empezar diciendo que acceden a hablar, a pesar de que no han venido preparados. Y así nos disparan las tres sandeces que traían ensayadas. Les da lo mismo un entierro que una piñata.

El buen “pesao” debe tener el don de la inoportunidad. Gastarnos una broma cuando tenemos el ánimo invadido por el gris parejo de la neurastenia. Hay que reír todo momento. Por educación. Pero el “pesao” cree que, efectivamente, ha tenido un éxito y nos asalta con una segunda broma. Peor todavía que la primera. 

El “pesao” afectuoso es mortal. Es espectacular en sus desahogos de cariño. Acompaña el abrazo con fuertes palmadas en la espalda. Lleva el apretón de manos hasta la tortura. Habla tan rápido que nos salpica con su saliva. Y es una de las grandes injusticias que tiene la vida, los amigos con mal aliento son precisamente los que muestran una marcada predilección a decirnos secretos. Se piensa en la crueldad humana. Y en el cliché. Los “pesaos” en las fiestas se ríen alto, para que los demás se enteren de que ellos se están divirtiendo. Y le preguntan a la mujer la edad que tiene. Cuánto pesa. 

La mujer disimula los años pintándose las canas. Y disimula el peso escondiendo la barriga. Y no le gusta que le hablen de eso. Como todo mal que no puede curarse, ni siquiera atenuarse, la pesadez en el fondo es digna de compasión. Hay personas que, sin poder evitarlo, siendo buenas, son pararrayos de todas las antipatías. Jamás se podrá saber por qué se es “pesao”, o por qué se es simpático. La pesadez se empieza antes de la cuna. Y más allá de la tumba. Por eso hay amigos que al llegar rompen el grupo. Y se sospecha que haya cadáveres respetados por los gusanos.

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