Septiembre 25, 2016. El día que lloró Miami

23 de septiembre de 2025

Por José “Chamby” Campos

Cuando esta edición salga a la luz el miércoles lo hará en la víspera del noveno aniversario del fallecimiento del joven lanzador José Fernández.

Llegó a este mundo el 31 de julio de 1992 en la ciudad de Santa Clara en la antigua provincia de Las Villas. Desde ese momento todo en su vida llevaba un significado, comenzando con el nombre con que sus padres lo registraron, José Delfín Fernández Gómez.

¿A quién se le hubiera ocurrido que en el transcurrir de su corta existencia tuviera que actuar como un delfín para rescatar a su madre en el mar?

Dotado de un gran talento para jugar béisbol, lo acompañó una pasión desbordante que juntos desde pequeña edad lo convirtieron en un gran pelotero.

En tres ocasiones trató de escapar del infierno castrista pero desafortunadamente falló las tres veces, lo que lo llevó a prisión en cada instancia. Sin embargo, de la misma manera que desafiaba a sus contrarios desde el montículo, el derecho lanzador no se dio por vencido hasta que finalmente pudo llegar a tierras de libertad en México.

Fue durante esa travesía que su mamá se cayó de la embarcación y fiel a su segundo nombre se lanzó al agua y logró salvarla. Ese gesto fue típico de su persona, el cual, con el tiempo, el mundo del béisbol descubriría. 

Con su familia establecida en Tampa, ciudad con un buen historial de dar vuelo a la carrera de tantos cubanos, sus hazañas dentro del diamante fueron legendarias. 

De todos los High Schools en que pudiera haberse inscrito, se anotó en el único que lleva el nombre de un descendiente de cubanos, Braulio Alonso. Su labor como pitcher ayudó al equipo a coronarse campeones estatales en dos temporadas consecutivas y su nombre subió a las más altas esferas de los buscatalentos de Grandes Ligas.

Al graduarse en mayo del 2011 de la escuela secundaria fue seleccionado por los Marlins de Miami en la primera ronda del draft amateur de las ligas mayores.

Su corto paso por las ligas menores fue bien documentado, primero por sus grandes estadísticas, pero más importante como campaña publicitaria al fanático miamense que con ansias añoraba una estrella. José reunía todas las cualidades.

Un estupendo serpentinero, agradable persona, hablaba inglés y español y sobre todo era un cubano que, contrario a otros atletas paisanos que no se atreven a criticar la farsa comunista de Cuba, no tenía miedo denunciarlos al mundo.

Su debut en la MLB llegó el 7 de abril de 2013 e inmediatamente se convirtió en una sensación nacional. Con una recta imbatible y una curva devastadora fue elegido para el Juego de Estrellas y ganó el premio al Novato del Año de la Liga Nacional. 

La ciudad de Miami no podía sentirse más orgullosa. Más allá de sus estadísticas, lo que hacía especial al joven lanzador era su conexión con la comunidad. Siempre sonriente, accesible y humilde, representaba el sueño americano en su forma más pura. Para los cubanos en Miami, era un héroe; para los amantes del béisbol, una promesa que parecía destinada a marcar una era.

El día anterior al accidente tuve la dicha de ser el maestro de ceremonia de un homenaje que se le hizo a un grupo de legendarios peloteros cubanos donde estaba incluido el inolvidable Felo Ramírez. 

José estuvo invitado e incluso confirmó su presencia. Desafortunadamente llamó a Felo para indicarle que lo excusara y que estaba apenado de no poder compartir con aquellas figuras, especialmente con Camilo Pascual a quien le tenía una gran admiración.

Mi último recuerdo del villaclareño fue una conversación que sostuvimos después que varios colegas de la prensa lo jaranearan llamándolo “chancletero” en referencia a la noticia de que iba a ser padre de una niña.

Me confesó que hubiera preferido tener un varón. Le pregunté si solamente pensaba tener una criatura, a lo que me contestó que no, “que iba a tener un team de pelota”. Me eché a reír y le dije, “no te preocupes que ahí vendrán varios machos”. En ese momento me dio un abrazo y me dijo “gracias, no había pensado en eso”.

Cuando escuché la noticia del infortunado por primera vez, sentí como si hubiera perdido un miembro de mi familia y con el pasar de las horas me di cuenta que como yo, una enorme multitud de personas se sentían igual. Tal era el don que Fernández poseía. Su carisma iba mas allá del terreno de juego.

La gran ironía de esa tragedia es que el mismo mar que le brindó las puertas de la libertad y las oportunidades fue el que ese fatídico domingo se lo llevó.

Creo que nunca habíamos experimentado una muerte tan devastadora para el deporte local como la suya. El muchacho de 24 años que su público bautizó “Joseíto” se nos había marchado para siempre. Sin embargo, su legado continúa porque su alegría y efervescencia siguen aún vivas dentro del deporte.

Descanse En Paz José Fernández

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