El pasado domingo, junio 2, se celebraron elecciones generales en México. Fue un evento histórico. Por primera vez, se elige a una mujer para regir los destinos de la nación. En un país de marcada tradición machista, no deja de ser notable este acontecimiento. Claro, no es el primero en observar esta distinción. Ha ocurrido antes en la América Hispana, como en Argentina, y ahora en Honduras. Pero esta elección en México reclama especial atención por esa predisposición de género tan arraigada en la sociedad de la nación azteca. El presidente debía, tenía, que ser un hombre… hasta el domingo pasado.
Ocho estados mexicanos, más Ciudad México, la capital eligieron gobernadores en adición a cientos de congresistas que alcanzan la mayoría para Morena con dos terceras partes del congreso.
Pero, la figura estelar de la contienda fue la candidata oficialista Claudia Sheinbaum, que se cobijó, a lo largo de todo el proceso, bajo el ala del presidente López Obrador, a quien considera su tutor político, y, a quien debe su elección, en una escala arrolladora. Fue una noche estupenda para el partido en el poder.
Aunque la nueva presidenta hereda una economía relativamente estable, también recibe una sociedad agobiada por un altísimo nivel de criminalidad, evidenciada, incluso, hasta en el mismo día de los comicios. En los dos meses previos a las elecciones, más de 40 candidatos fueron asesinados, y en el propio día de los comicios, dos individuos perdieron la vida cuando trataban de robar cajas conteniendo boletas ya finalizadas por votantes para su final tabulación.
Éstos, y otros, como el libre albedrío que disfruta el narcotráfico, y la rampante corrupción que reina en el país, son los desafíos que el nuevo gobierno federal tendrá que enfrentar de inmediato.
Sin embargo, existen, en el otro lado de la ecuación, notables factores positivos en México, como la demografía, con una edad promedio de 30 años, una clase media creciente, y un poder productivo estable, de manera provechosa y rentable, para el futuro inmediato de la nación.
Con la elección de Claudia Sheinbaum, surge la incógnita de la próxima política gubernamental. ¿Continuará el populismo socialista al estilo López Obrador, con la impunidad de los carteles de la droga y una criminalidad galopante? ¿O se impondrá una resistencia al estilo Felipe Calderón? Probablemente será lo primero.
La cuestión es si este triunfo amplio y robusto, traerá consigo, una apertura para introducir cambios inconstitucionales, y de qué carácter. Tengamos en cuenta que, López Obrador, impedido de aspirar nuevamente, luego de haber cumplido su sexenio como presidente, como manda la constitución, retiene una muy considerable influencia sobre su protegida, la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, y su partido, Morena, obtuvo, en estos sufragios las dos terceras partes de la legislatura, lo que facilitaría pasar conflictivas enmiendas constitucionales ambicionadas por López Obrador para consolidar el poder de Morena , y, de hecho, establecer, en la República mexicana, un sistema de partido único. El nuevo congreso toma posesión el primero de octubre, un mes antes de la partida de AMLO, lo que le abriría a éste una propicia ventana, para empujar sus proyectos reformativos con la nueva mayoría a su disposición.
AMLO sale del poder con un alto nivel de popularidad, debido, en parte, al reparto monetario, a manos llenas, a sectores pobres de la población, y, sobre todo, a la clase media, la más tendiente a votar. Pero, a la vez, fracasó, rotundamente, en el control de los carteles de la droga, con los que contemporizó, ante los ojos de los mexicanos, cuando aquéllos asesinaban a la ciudadanía, entronizaban el terror, secuestraban, extorsionaban, y practicaban, abiertamente, el tráfico humano, elevando la criminalidad a magnitudes desmesuradas.
López Obrador ha sido en su gobierno una mezcla curiosa: autoritario, altanero, demagogo y socialista, sin llegar a ser un autócrata, en el sentido exacto de la palabra. Y no es, que, por escrúpulos democráticos, no lo haya intentado. Lo intentó, pero no pudo. Se lo impidieron las instituciones. La Corte Suprema de la nación y el Instituto Nacional Electoral se les opusieron y bloquearon sus intentos de ampliar su poder en forma no autorizada por la Carta Magna. Andrés Manuel López Obrador no fue, ni es, un demócrata.
Sin embargo, con la elección de Claudia Sheinbaum, una socialista a la hechura y semejanza de AMLO es probable que se puedan lograr las reformas constitucionales que aquél articuló como necesarias para implementar sus planes de cambio institucional, como aquellas de la elección directa de los jueces de la Corte Suprema, el cese de la representación proporcional para asientos del congreso y la eliminación del Instituto para el acceso a Información y Protección Personal. Estas reformas, en su conjunto, serán malas para México, pero sus efectos, de conjurarse, no serán de efecto inmediato. Vendrán, como ciertos venenos, en pequeñas dosis.
Pese a la entendible euforia que ha provocado el histórico evento de haberse elegido, por primera vez, a una mujer, que además es judía, en un país que es eminentemente católico, hay, en el horizonte, varias presagiosas nubes negras que pudieran entorpecer el gobierno de la nueva presidenta. El mandatario saliente no le deja, precisamente, un jardín de rosas.
Mientras formula el enfoque de su gobierno para los próximos seis años, no puede ignorar los problemas que hereda. El sistema del cuidado a la salud, en manos del estado, está en ruinas, y la nación está envuelta en un déficit fiscal progresivo. Pemex, el conglomerado petrolero controlado por el gobierno, sostiene una deuda de más de 100 billones de dólares, con una adicional, separada, a los suministradores de partes y equipos, por otros 20 billones.
Estas preocupantes luces rojas, al margen de otras, igualmente serias, no han sido desestimadas por los sectores inversionistas, nacionales y extranjeros, activando una reacción negativa al día siguiente de los resultados electorales. La bolsa de valores de México bajó 5.7% y el peso declinó 4%.
López Obrador le deja a la presidenta electa un menú nada deseable. Tendrá que lidiar con la campaña del gobierno saliente sobre el control de la generación eléctrica, la exploración petrolera, el millón de migrantes acantonados en su tierra esperando la entrada a este país, la seguridad interna y la caótica situación de las caravanas manipuladas por contrabandistas, más el proyecto de su predecesor, todavía en espera, de colocar la economía bajo el control del estado. Contra todo esto tendrá que trabajar Claudia Sheinbaum, si quiere presidir un gobierno independiente de la influencia del anterior. De lo contrario, tendremos el mismo perro con diferente collar.
No obstante, estas dificultades, México cuenta con una gran ventaja geográfica y una población muy trabajadora.
La nueva presidenta encuentra serios problemas, pero también, una república democrática con mucho potencial.
Ojalá que así permanezca.
BALCÓN AL MUNDO
Finalmente, después de casi cuatro años, el presidente Biden descubre que sí, es cierto, existe una profunda crisis migratoria. Y, por lo tanto, decidió tomar medidas. Desde el 5 de este mes de junio, se limitará la entrada a 2,500 aspirantes a asilo, y los que entren ilegalmente, después de esa cantidad, serán deportados y no podrán a aspirar por 5 años.
En realidad, esta “solución”, no significa mucho, pero es lo mejor que Biden creyó oportuno, que, dicho sea de paso, no es ni siquiera de su propia creación.
Resulta irónico que el presidente invoque, en este caso, la misma autoridad legal bajo la Inmigration and Nationality Act que Donald Trump usó para imponer su prohibición de entrada ilegal al país, y que él combatió, ferozmente, durante su campaña presidencial del 2020.
Se puede deducir, sin mucho esfuerzo, que Joe Biden actuó no por convicción, sino movido por dos poderosas razones: desesperación y táctica política ante unas elecciones que corre el peligro de perder.
El caos creciente en la frontera Sur es propiedad de Biden. Él lo creó, y ahora no sabe qué hacer con él.
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Jorge Rodríguez y Diosdado Cabello, dos personeros de la dictadura venezolana, capaces de fabricar cualquier patraña mentirosa, dicen que, en los últimos sondeos de popularidad, Maduro está por encima del candidato oposicionista presidencial Humberto González Urrutia.
¿De dónde habrán sacado esos misteriosos números? Porque, por lo que los venezolanos, y el mundo saben, de acuerdo a la mayoría de las encuestas, Maduro perdería las elecciones, en caso de que las hubiera, por más de 35 puntos.
Cuidado, que ya están preparando el fraude como en el último sufragio. ¿Se saldrán con la suya esta vez? Es posible, pero les será más difícil. Petro y Lula, dos figuras de peso en el vecindario, le han aleccionado sobre los beneficios para el área de unas elecciones legítimas.
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Mientras que el último gobierno argentino de los Fernández (Alberto y Cristina) firmaba acuerdos militares y de otras índoles con China comunista, el presente, de Javier Milei, está trayendo el país a una alianza firme con Estados Unidos, y ha firmado varios importantes acuerdos económicos, y de mutua defensa, con el Pentágono y otras instituciones federales.
El péndulo comenzó su viaje de retorno.
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