Lejos de la calmada apariencia, se esconde una naciente inquieta realidad en las relaciones chino-rusas que, aunque no en futuro inmediato, parece estar vaporizándose lentamente con potenciales serias consecuencias que pueden cambiar la geopolítica Indo-Pacífica afectando las relaciones, no tan sólo de la región asiática, sino también la de Estados Unidos.
A pesar de las visitas, los abrazos, las declaraciones y los acuerdos alcanzados por Rusia y China, en los respectivos encuentros de sus líderes, Xi Jinping y Vladimir Putin, hace pocas semanas, lo cierto es que ambas naciones entretienen diferentes intereses y ambiciones diplomáticas en toda la región, lo que en estos momentos las sitúan en polos opuestos. China y Rusia, aunque en la superficie muestran una unidad monolítica, dadas las condiciones imperantes por la guerra en Ucrania, que impone una camisa de fuerza a Rusia, impedida de un movimiento adverso contra China, en el trasfondo Putin está ansioso de mostrar al mundo que Rusia no es un vasallo de China como el resto del mundo empieza a creer y ha realizado ciertas visitas para desvirtuar esas opiniones.
Por otra parte, está India, actor de primera categoría en el teatro regional y global que está creciendo exponencialmente en importancia política, económica y militar con su prestigio de ser la mayor democracia del mundo, y a la que hay que tomar en cuenta como parte esencial del triunvirato asiático.
Hace pocas fechas el primer ministro de India, Narendra Modi visitó Moscú por primera vez en cinco años. ¿Para qué? Para lo que siempre se dice: para arreglar desbalances comerciales, replantear intereses y, por encima de todo, para enviarle mensaje a sus enemigos (entiéndase China) de que cuenta con aliados de peso para cualquier confrontación, de cualquier índole. Modi, a su vez, ha moderado y suavizado sus relaciones con Washington, por aquello de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Tanto Putin como Modi en su reciente acercamiento están dirigiendo su conversación, en términos inequívocos, a Beijing: no estamos solos. Tenemos amigos importantes que son nuestros aliados.
Si es cierto que los acontecimientos de las últimas semanas en Estados Unidos han ocupado la atención mundial por el desvelo de las deficiencias mentales del presidente Biden, no es menos cierto, quizás hasta al mismo nivel, que los eventos en Asia, donde el presidente de Rusia, Vladimir Putin, el líder chino Xi Jinping y el primer ministro de India, Narendra Modi, han hecho noticia de alto relieve con viajes de posibles repercusiones para la geopolítica euroasiática Lo que sucede en Eurasia, sin duda, importa más a la política mundial y a los intereses norteamericanos, que cualquier otra cosa en este lado del Atlántico.
Resulta incuestionable que los estados autoritarios y despóticos, como China, Rusia, Vietnam y Corea del Norte, por la naturaleza de sus sistemas, esconden sus luchas políticas domésticas. Esta condición de secretismo de estado hace más difícil y complicado leer y entender, al menos para los analistas americanos, este enredijo político que impera en esos países.
La reciente visita de Putin al Este de Asia en junio, y la de Jinping a Asia Central, días después, señalan una emergente tensión en el compadrazgo chino-ruso que pretende, juntos, o cada uno por su cuenta, reformar el existente orden mundial a sus respectivas conveniencias.
El viaje de Putin a Corea del Norte se puede considerar exitoso. Tuvo su impacto positivo internacional al lograr un acuerdo con Kim Jong Un por el cual los coreanos le aseguran el continuo flujo de armamento para la guerra en Ucrania, mientras que Rusia provee a Corea de petróleo a bajo precio. En el campo doméstico, le alivia a Putin las criticas agudas de parte de los nacionalistas locales de que su confrontación con Occidente está transformando a Rusia en un estado vasallo de China.
Putin sabe que en considerable escala depende de la ayuda china. Sin embargo, en defensa y preservación del orgullo nacional quiere poner un claro límite a esa percepción de dependencia. Penetrando la pretendida esfera de influencia china en el Lejano Oriente, le está enviado un clarísimo mensaje a Beijing y a sus críticos dentro de Rusia: Rusia permanece como un gran poder independiente, sin intenciones de convertirse en lacayo de China.
China no está contenta con la visita de Putin a Corea. Considera a corea del Norte como una molestia incómoda que quiere controlar. Por su parte Rusia la valora como un perturbador regional y trata de alentarla hacia su independencia de China. Además, y éste es otro punto de contención entre ambas naciones, China tiene disputa territorial con Vietnam en el Mar Sur de China y quiere que Hanoi acepte su hegemonía. Por su parte Rusia apoya a un Vietnam fuerte e independiente como un dique contra el poder chino.
Las fricciones que ya han comenzado prometen intensificarse en tiempo no lejano, Los une y los separa la geopolítica. Los separa, ciertamente, sus respectivos intereses. Vladimir Putin tiene como goal la recreación del Imperio Ruso reabsorbiendo las repúblicas del Asia Central. Todo eso está contra los planes chinos de reorientar la región bajo su control. La alianza chino-rusa no es un apacible idilio. La discordia existente es como un volcán durmiente que cuando despierta desata fuego destructivo.
Estas emergentes tensiones, apenas visibles hoy, no significan que este concubinato chino- ruso se va a romper mañana, pero el pegamento que los une, no es, necesariamente, de larga duración. La historia, que tiende a su repetición, así lo promete.
Ha sucedido antes. A principio de los 50s, del siglo XX, China y la Unión Soviética eran socios muy allegados. Una alianza fuerte, diríamos. Pero una década después, en los 60s, cuando Estados Unidos estaba estancado en Vietnam, los dos aliados bifurcaron sus caminos y terminaron en combates por disputas fronterizas.
Finalmente, Mao Zedong entabló lazos de conveniente unión política con Richard Nixon para balancear sus relaciones con Moscú. Funcionó entonces la estrategia de divide y vencerás. ¿Por qué no en este siglo XXI?
BALCÓN AL MUNDO
Hace ocho meses, octubre 7 del año pasado, ocurrió la masacre perpetrada por los palestinos terroristas de Hamas contra Israel, asesinando a 1,200 inocentes, con cientos de lesionados de todas las edades y géneros, y más 250 secuestrados.
Ni la Asamblea General, ni el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se han molestado en condenar el crimen.
*****
Dentro de siete días se celebrarán las elecciones generales en Venezuela. Mientras la oposición hace campaña abierta en las calles, parques y lugares públicos, en forma correcta y civilizada, las tropas maduristas agreden e insultan a los candidatos oposicionistas.
*****
El gobierno norteamericano impuso tarifas a importaciones de México que usen acero o aluminio de China para evitar que esos metales entren a Estados Unidos libre de aranceles.
0 comentarios