SANGRE EN  EL RíO

16 de diciembre de 2025

El inmenso y bello río Canímar, orgullo de la ciudad de Matanzas, nace en un pequeño poblado llamado Santa Ana, y desde ahí, nutrido su caudal por varios afluentes se dirige al mar en un recorrido de más de cuarenta kilómetros, de los cuales doce son perfectamente navegables. 

El río se ha convertido hoy en una verdadera atracción turística. Su entrega a las aguas del mar es sumamente pintoresca por los grandes farallones que le sirven de escolta. Mucho se habla de sus acogedoras orillas, donde abundan muelles que le dan una pintoresca perspectiva veneciana, y donde hay restaurantes, zonas de descanso,  albergues, paseos campestres y refugio para engalanadas embarcaciones turísticas.

Para los matanceros y para los visitantes que llegan desde sitios incontables, el Canímar es un lugar de encanto y fantasía, pero al mismo tiempo, y de esto pocas hablan, ha sido escenario de sangrientos y dramáticos sucesos. En un promontorio que se levanta sobre su profunda y amplia confluencia, en el año 1720 los españoles construyeron una fortaleza para defenderse de los reiterados ataques de corsarios y piratas, propios de la época. Este sitio, conocido como El Morrillo permanece hasta hoy, convertido en un museo arqueológico y con instalaciones para estudiosos y amantes del arte. Durante un largo período de tiempo fue una cárcel, convenientemente situada a cinco kilómetros de la ciudad de Matanzas. Recordamos una vívida y hermosa pintura de la vieja fortaleza que creara esa gran artista del pincel que fue Dominica Alcántara, a quien profesábamos un admirador respeto y un cariño profundo.

El Morrillo se ha hecho famoso por albergar la tumba de dos destacados hombres  que adelantándose a los actuales tiempos alentaban posiciones socialistas y antinorteamericanas. Son ellos Antonio Guiteras Holmes, quien durante el gobierno del Dr. Ramón Grau San Martín ocupara importante posición ejecutiva, y Carlos Ponte Hernández, de ascendencia venezolana.

En el año 1979 fue declarado Monumento Nacional el viejo castillo que ha sufrido históricos enfrentamientos con los elementos naturales, huracanes y tormentas, y  que hoy  luce reparado y esmeradamente cuidado.  Se encuentra prácticamente a pasos de la espaciosa Vía Blanca y frente al desafío del océano en cuyo seno vacía su vida el romántico río Canímar.

El hecho de que El Morrillo haya sido usado años atrás como campo de fusilamiento, y lo hayan convertido en luctuosa fuente que derramara sangre sobre la corriente del Canímar es recuerdo lamentable. Sin embargo hay otro cruento incidente que supera la sombría historia del vetusto Castillo que le cuenta sus secretos al mar.

Sucedió el 6 de julio del año 1980, y tristemente no muchos nos acordamos de la fecha para honrar la Memoria de los mártires que inesperadamente, y sin alternativas para defenderse, cayeron ese día en los negruzcos brazos de la muerte.

Partiendo de las riberas del río Canímar circulan sobre sus aguas coloridas embarcaciones turísticas, desde cuyos escenarios guías expertos hablan de la cultura indígena que en sus bosques floreció antes de la invasión aventurera de conquistadores ávidos de riqueza. Cuentan anécdotas, interceptan expresiones risueñas y recomiendan los sitios mejores para merendar y sacar fotos y películas. 

Era un domingo plácido del mes de julio, ocasión que aprovechaban los padres para ofrecerles a sus hijos los entretenimientos propios del período de vacaciones. En el Centro de Recreo de Canímar, casi a la sombra proyectada por el imponente puente de la Vía Blanca, el barco turístico “XX Aniversario” emprendía su ruta con alrededor de 70 pasajeros. En el barco, puestos de acuerdo y preparados para la hazaña, viajaban tres jóvenes hastiados del llamado servicio militar obligatorio y deseosos de emprender una vida de libertad en la acogedora tierra de Estados Unidos. Eran Sergio Águila Yanes, de 19 años de edad, y su hermano Silvio, de 18 años. El tercero, que iba desarmado, era Roberto Calveiro, de 15 años.

Llegado el momento planeado uno de los jóvenes  extrajo su arma y conminó al piloto de la nave a que emprendiera rumbo hacia el norte,  sin poder evitar que un miliciano que custodiaba la embarcación extrajera su arma con el propósito de frustrar tal operación. Uno de los jóvenes hirió al miliciano y autorizó posteriormente a un  pasajero no comprometido con la fuga que acompañara al herido hacia la ribera del río en un bote anexo a la nave. Evidentemente este gesto piadoso se convirtió en tragedia, pues el secuestro que hubiera pasado inadvertido fue comunicado a las autoridades castristas.

En Matanzas, a pocos kilómetros de distancia, se celebraba una reunión de oficiales del Partido Comunista presidida por Julián Rizo Álvarez, primer secretario provincial del Partido en la provincia, quien acompañado por el jefe del Ministerio del Interior Romelio Pérez, dejando sus actividades se fueron con desordenada prisa al lugar de los hechos en la desembocadura del río Canímar.

Rizo Álvarez, fanático líder comunista, impuso su perversa voluntad: “¡De aquí no pueden irse, hay que detenerlos a como dé lugar!” gritó de forma continuada e histérica. De inmediato los tripulantes de una lancha guarda fronteras atacaron con poderosas armas de fuego a la indefensa nave turística, y no conforme con esto apareció en el espacio una avioneta de fumigación que desde el aire roció de disparos la embarcación que se enfilaba hacia mar abierto. 

Las autoridades comunistas insistían en impedir que el barco, en el que viajaban cerca de 70 personas, incluidas mujeres y niños, y en la que iban turistas atrapados en una contiendan de la que eran totalmente ajenos se internara en aguas del océano. Los que pudieron dar el salto, se lanzaron a las aguas del río para salvar sus vidas. El resto murió por ahogamiento. Se sabe que hubo once sobrevivientes rescatados y 10 cadáveres extraídos de las aguas.

El fatal desenlace es que Rizo Álvarez divisó una draga arenera y dio órdenes de que la misma detuviera con un severo choque a la turística embarcación, que partida a la mitad se hundió sin remedio. No hay información exacta sobre el número de víctimas ni de la identificación personal de las mismas. No obstante se registraron los nombres de cuatro niños que murieron dramáticamente. Recordémoslos. Eran ellos Lilliam González López, de 3 años de edad, Osmany Rosales Valdés, de 9 años; Marisel San Juan Aragonés, de 11 años, y la adolescente Marisol Martínez Aragonés, de 17 años. 

En el sistema marxista leninista que atropella a Cuba y a los cubanos no se castiga a los asesinos que matan al servicio de la revolución, sino que se les premia con ascensos y  privilegios. A Rizo Álvarez, como reconocimiento a su cobarde y miserable hazaña se le concedió un cargo de importancia en la Secretaría del Comité Central del Partido Comunista, y posteriormente se le nombró miembro alterno del Buró Político del Comité Central del Partido.

Catorce años después del inolvidable drama de Canímar, tuvo lugar el 13 de julio del 1994 en aguas de la bahía habanera el cobarde y criminal hundimiento del remolcador “13 de marzo”. Esta fecha que está inscrita con el color de la sangre en la historia del exilio, junto a la 6 de julio del 1980, deben ser observadas con devoción patriótica por las nuevas generaciones de cubanos.

Los culpables de estas infames acciones no han sido todavía enjuiciados por la vileza de sus crímenes. Incapaces nosotros hoy día de aplicar los rigores de la justicia, nos encomendamos a Dios para que imponga la autoridad de su castigo sobre los miserables que se manchan las manos de sangre y se creen héroes, siendo en verdad viles y miserables cobardes.

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