REMEMBER DE MAINE. (Recordando al MAINE)

Written by Libre Online

4 de junio de 2024

Por Oliver Gramling (1941)

La prensa, la mayoría de las ocasiones, revela a través de la noticia los acontecimientos que formaron parte de una época y con ello palpita la historia de nuestro mundo. LIBRE reproduce para sus lectores un capítulo de nuestra historia patria narrada por The Associated Press sobre un hecho particular de la guerra hispano-norteamericana.

En Key West, el 15 de febrero de 1898 se deslizaba la noche plácidamente. El operador del cable permanecía sentado junto a su instrumento ocioso, bostezando de aburrimiento mientras pasaban los minutos.

Luego el “sounder” –o cajita de 

resonancia del aparato telegráfico— que estaba sobre la mesa rompió el silencio cobrando súbitamente vida como si fuese un robot mecánico; Habana llamando a Key West… Habana llamando a Key West… El operador abrió su llave.

Habana estaba transmitiendo con urgencia. El operador de Key West descifró el mensaje a medida que brotaba del estrepitoso instrumento:

HA HABIDO UNA GRAN EXPLOSION EN UN LUGAR DEL PUERTO.

Luego el instrumento bruscamente quedó en silencio y pasaron algunos minutos antes de que el operador de La Habana volviese a transmitir: 

EL MAINE HA SIDO VOLADO, Y CIENTOS DE MARINEROS HAN PERECIDO.

Mientras el “sounder” sonaba en Key West, F J. Hilgert, corresponsal de The Associated Press en La Habana, ya se encontraba en el puerto lleno de escombros, reuniendo precipitadamente los hechos del desastre sufrido por el buque de guerra americano en su puesto de anclaje. Uno tras otro, fue interrogando a los atontados supervivientes. Vio la superestructura destrozada del buque y observó el ir y venir de la pequeña flota de salvamento que sé había improvisado.

El sounder comenzó a sonar nuevamente en Key West, transmitiendo la información de Hilgert, y el operador del cable agitadísimo, inclinado sobre su máquina de escribir, copiaba la narración escrita precipitadamente sobre la explosión que había costado la vida a 266 hombres.

La información de Hilgert fue publicada en todo el mundo y los titulares de la prensa conmovieron a los Estados Unidos. Aunque el capitán del «Maine» advirtió que «la opinión pública no debe formar juicio hasta que pueda informarse más detalladamente», inmediatamente se culpó de la explosión a una mina colocada por los españoles. La fiebre de guerra saltó a las calles y en un bar de Broadway un hombre levantó su copa y dio al país su grito de batalla:

—Caballeros, —dijo, —¡recordar al Maine! (Remember the Maine)

(El 16 de agosto de 1940, en Chardon, Ohio, Fred Gould, de 83 años murió. Este fue el hombre que acuñó la frase: “¡Remember the Maine!”. Esas palabras que se convirtieron en el lema patriótico de los Estados Unidos durante la guerra hispanoamericana fueron el título del poema escrito por Gould conmemorando el hundimiento del Maine).

Hacía ya varios años que los Estados Unidos habían estado observando la situación de Cuba, arrasada por la insurrección, donde los nativos desarrollaban una, al parecer, lucha imposible para independizarse de España. La opinión popular estaba horrorizada ante las drásticas medidas del gobierno del General Valeriano Weyler, gobernador militar, quien, – según se decía, brutalmente acababa con los insurrectos y maltrataba a los no-combatientes. Ciudadanos americanos y sus propiedades con frecuencia sufrieron y hacía ya algún tiempo que el magnate periodístico William Randalph Hearst y su periódico el New York Journal habían estado pidiendo la intervención americana.

Ya desde 1896 The Associated Press decidió que era necesario un corresponsal en La Habana, cubierto por un periodista enviado por la redacción en New York, pues normalmente el puesto de La Habana lo cubría un corresponsal ocasional. La institución tomó grandes precauciones para ocultar su identidad, y ni siquiera a los periódicos miembros de la asociación el director general quiso divulgar el nombre del hombre que secretamente había sido enviado a cubrir aquel peligroso teatro de noticias. Desde el primer momento, Hilgert trabajó con infinitas dificultades y con gran riesgo personal. El General Weyler prohibió toda labor periodística bajo amenaza de fusilamiento, pero durante dos años, empleando toda clase de estratagemas, Hilgert había logrado enviar subrepticiamente sus emocionantes informaciones sobre la guerra en Cuba. La noche de la voladura del Maine, echó por la ventana todas las precauciones, y utilizó el cable.

Tan pronto como se recibió la noticia, el subdirector General Diehl, comprendió que eran necesarios rápidos preparativos. Pensó con razón que se establecería una estricta censura en los cables de Cuba. Si The Associated Press quería dar informaciones sobre la guerra en el Caribe, sería necesario formar una flotilla de barcos correo que llevasen todas las noticias a los lugares más próximos, neutrales, donde hubiese oficinas cablegráficas, en Jamaica o en Haití. Trazó sus planes ante el Director General Stone, que se mostraba reacio a dar su aprobación para que cualquier actividad prematura por la asociación no inflamase a un público ya de por sí excitado. Stone había visto los esfuerzos vociferantes de algunos periódicos para llevar a la nación a un frenesí militar y precipitar la guerra, y no estaba deseoso de que The Associated Press hiciese nada que pudiera intensificar aún más la agitación en pro de la guerra.

A pesar de eso, si se producían noticias había que transmitirlas. Diehl indicó que, si se declaraba la guerra y The Associated Press no estaba preparada, la prensa y el público por igual acusarían a los directores de abandono e incompetencia. Los preparativos que él sugirió eran de precaución y podrían realizarse sin llamar la atención.

Stone comprendió la lógica del razonamiento y el subdirector general salió para Washington para asediar a los círculos oficiales con una audaz petición. Quería permiso para situar corresponsales en los buques insignias de las dos flotas americanas que era más probable que entrasen en servicio activo. El Secretario de Marina John D. Long no quiso ni escuchar el plan. Diehl presentó el caso directamente al Presidente McKinley, que no conocía precedente alguno para tal solicitud extraordinaria y pensó salir del paso con tacto haciendo que Diehl reconociese que tal cosa jamás se había hecho. Hizo una pregunta:

—¿Alguna vez un corresponsal de guerra ha sido permitido a bordo de un buque insignia en tiempo de guerra y en acción?

Por el momento Diehl fue contenido. Pero en un rincón de su cerebro surgió una noticia casi olvidada.

—Sí, le dijo al Presidente. Un corresponsal del “London Times” estaba en el buque insignia chileno “Esmeralda”, durante la guerra entre Chile y Perú.

McKinley entonces accedió sin dudar más.

La histeria de guerra fue en aumento en las semanas que siguieron a la destrucción del Maine, mientras una Junta Investigadora Naval hacía indagaciones sobre la explosión. El comercio y el presidente eran contrarios a la guerra, pero la presión de la opinión, pública se había hecho casi abrumadora. Theodore Roosevelt, subsecretario de Marina, perdió la paciencia ante aquellas dudas y tronó: “McKinley no tiene más energía que un helado de chocolate”. Y predijo: “Tendremos esta guerra por la libertad de Cuba a pesar de la timidez de los intereses comerciales”.

Y las bandas militares dejaban oír el estruendo de la marcha militar de 1898: “Las cosas se van a poner caliente en la vieja ciudad esta noche.” 

Aunque la posición de Hilgert en La Habana se había hecho más peligrosa que nunca, se mantuvo firme en sus deberes. A pesar del secreto oficial que rodeaba a las investigaciones sobre la destrucción del Maine, supo que las pruebas recogidas por los expertos que habían examinado el casco destrozado establecían que el buque de guerra había sido volado “desde afuera”.

El despacho de esta noticia hubiera sido indudablemente una sentencia de muerte de haber sido hallado en poder de Hilgert. El uso del cable no había ni que pensarlo, por lo cual logró enviar de contrabando su información por correo. Su autenticidad se confirmó el 21 de marzo cuando el informe de la Junta Naval achacó el desastre a la detonación de una mina submarina por personas desconocidas. Ese informe liquidó el asunto, aunque su exactitud más tarde fue puesta en duda.

Diehl estaba formando una flotilla de barcos y un grupo de corresponsales de guerra competentes. Después de recorrer los astilleros a lo largo de la costa, fletó cinco barcos: el Wanda, un yacht, y el Pauntless, el Dandy, el Cynthia y el Kate Spencer todos remolcadores.

El grupo de corresponsales estaba formado por Elmer E. Roberts, J.R. Nelson, Arthur. I, Copp, Byron R. Newton. A. W. Lyman, J. W. Mitchel, Howard B Trompson, H. L. Beach. Harold Martin A. C, Gudie. G. E. Graham. W. A. M. Goode, H. C. Wright, Albert C. Hunt, J. C. Marriott, E. R. Johnstone, Oscar Watsort, R. B. Graemer, y John P. Dunning, el héroe periodístico del desastre de Samoa en 1889 y el único corresponsal norteamericano que cubrió la guerra civil chilena en 1891.

Los preparativos quedaron completos rápidamente. El 20 de abril —el día antes de la declaración formal de guerra los barcos correos de “The Associated Press” fueron a toda prisa a Key West, punto de concentración del grueso de la escuadra norteamericana. Cuando Goode subió al buque insignia del Almirante Sampson, el New York, al cual había sido asignado, el saludo que recibió no fue muy estimulante que digamos:

–¿De modo que usted quiere venir a bordo para que le vuelen la cabeza, no es eso? —preguntó Sampson malhumorado. ¡Es una tontería!

Al amanecer, dos días después, la escuadra salió, rumbo a Cuba, y el marinero Patrick Walton a bordo del crucero Nashville hizo el primer disparo de la guerra hispanoamericana para capturar a un buque mercante español.

Fue el inicio de un conflicto como no se había conocido antes, ni desde entonces ha habido otro. Desde el punto de vista de la obtención de noticias, era una guerra de corresponsales. Los botes correos de The Associated Press cruzaban a voluntad las líneas de batalla en el mar maniobrando para obtener mejores puntos de observación sin hacer caso al fuego de los contendientes, e iban de un lado para otro para entregar sus informaciones en las oficinas de cables utilizables más próximas. Los barcos de los periódicos individuales funcionaban de modo similar. Toda clase de personalidades periodísticas fueron atraídas a esta información y en ocasiones toda la situación trágica asumía un carácter de ópera cómica. Con mucha frecuencia los corresponsales arriesgaban sus vidas en una proporción que no estaba de acuerdo con la importancia de los detalles que buscaban, pero en los Estados Unidos había gran interés y los periodistas se suponía que eran los llamados a satisfacer por cualquier medio que fuese.

La primera gran noticia no vino de Cuba ni de los mares meridionales, sino de las remotas Filipinas. El Almirante George Dawey con la escuadra asiática cayó sobre la bahía de Manila el 1º de mayo. Puede disparar cuando esté listo Gripley, le dijo al oficial comandante de su buque insignia, y procedió a destruir la escuadra española sin perder un solo marinero americano. La noticia enviada a toda prisa a Hong Kong por medio de un guardacostas y por cable a través, del Pacífico, pero no llegó a los Estados Unidos hasta el 7 de mayo. El país enloqueció de júbilo y casi todo el mundo llevaba en la solapa un gran botón de celuloide que decía: “¡Dewey lo Hizo!”.

En las operaciones navales preliminares en los alrededores de Cuba, los corresponsales reportaron el bombardeo de posiciones enemigas en Matanzas y más tarde el cañoneo de las fortalezas de La Habana. Además, los hombres que estaban en los barcos-correos y con la escuadra, tenían también como ayudantes a los 

corresponsales que Diehl colocó en la calurosa Tampa donde el ejército apuraba galones de té frío y se mostraba inquieto ante la repetida posposición de su salida para Cuba.

Una gran interrogante mantenía al ejército inmovilizado en Tampa. Todo el país se preguntaba: ¿Dónde está Cervera? El Almirante español con la principal escuadra enemiga, había salido de las Islas de Cabo Verde, del otro lado del Atlántico el 29 de abril. Después no se habían, tenido noticias suyas y la incertidumbre diseminaba rumores nerviosos. Un rumor lleno de pánico decía que él se proponía atacar la costa de New England otro, que bombardearía a New York; otro más, que su objetivo era batir a la escuadra de Sampson cerca de Cuba.

Para un corresponsal de guerra esta noticia significaba la magnífica oportunidad de llegar a la emocionante escena de las hostilidades. George E. Graham, había sido asignado al Brooklyn, buque insignia de la escuadrilla volante mandada por el Comodoro Winfield S. Schley.

—¿Sabe usted pelear? —preguntó Schley cuando Graham subió a bordo. No permitimos vagos a bordo de un buque de guerra, y si un número de hombres perece en este buque durante un combate, tendrá usted que ayudar a cubrir sus puestos. Y a un subordinado le añadió con un guiño: “Póngale a trabajar con la tripulación de un cañón de proyectiles de seis libras”. Él se mantendrá próximo.

Pero Graham había tenido un tiempo muy aburrido. La escuadrilla volante se mantuvo en Hampton Boads, Virginia, como precaución contra la posible aparición de Cervera frente New England o la costa central del Atlántico. La noticia de que la escuadra española, se encontraba en aguas meridionales rompió la atadura que había mantenido a Schley en puerto y la escuadrilla volante, salió a todo vapor para Key West con el fin de cooperar con Sampson.

¿Pero dónde estaba Cervera? Más rumores circulaban mientras los buques de guerra americanos buscaban a la elusiva flota española. Goode que estaba en el buque insignia del Almirante Sampson, estaba en posición de apreciar cuan poco sabían la escuadra y, el Departamento de Marina sobre el paradero del enemigo. Finalmente, por su propia iniciativa, desembarcó en Haití en uno de los barcos- correos de la institución y envió un cable a los corresponsales de The Associated Press, primero en la zona Caribe a Sur América, y luego a ciudades estratégicas en otras zonas. Todos los mensajes pedían informes sobre Cervera.

Días de tensión pasaron y el 20 de mayo la tan esperada noticia llegó, en un despacho de The Associated Press procedente de donde menos se hubiera pensado— la capital española: Madrid. Los periódicos miembros de la institución publicaron el anuncio de que la escuadra de Cervera había llegado al puerto de Santiago de Cuba veinticuatro horas antes. En Washington, el Departamento de Marina, reconoció la noticia dando a la publicidad este Boletín: “El Departamento tiene informes, que se consideran auténticos, de que la escuadra española se encuentra en Santiago de Cuba”. Y lejos, en el sur, el Almirante Sampson ordenó al Comodoro Schley que fuese a Santiago a toda velocidad para embotellar al enemigo en el puerto.

Los acontecimientos cobraron un ritmo más rápido y a las 4 a.m. del 3 de junio el Teniente Richmand P. Hobson y su tripulación hundieron al Merrimac en la entrada del puerto de Santiago de Cuba bajo el fuego de los cañones españoles. Antes de partir Hobson dio al 

corresponsal Goode la única entrevista que permitió, y mientras el Merrimac corría hacia el puerto a la brillante luz de la luna, Graham permanecía en pie en el puente del Brooklyn observando con sus prismáticos para transmitir una 

narración de testigo presencial de la hazaña.

Nadie de cuantos vieron al joven teniente y a sus hombres partir para su misión esperaba que escapasen vivos, pero a última hora de aquella tarde Goode estaba escribiendo la noticia de que todos habían sido capturados ilesos, por los españoles.

Balas de máuser perforaron al yacht-correo Wanda el 9 de junio cuando se encontraba cerca de Guantánamo, mientras los soldados de infantería de marina, nadando llegaban a la costa en el primer desembarco de tropas en gran escala en tierra de Cuba. Nadando con ellos iba Harrison L. Beach, el primero de los corresponsales de Diehl que recibiría su bautismo de fuego en tierra. Fue casi un bautismo fatal. Un regimiento español combatió el desembarco a pesar del cañoneo de tres buques de guerra americanos y mientras los soldados de infantería de marina avanzaban un tirador español en el espeso chaparral vio a Beach al alcance de su rifle y oprimió el gatillo. La bala perforó el puente de su nariz debajo de la línea de sus ojos. Con la sangre rodando de su rostro, Beach continuó en su puesto y la herida aún estaba abierta cuando Diehl le vio escribir su información del combate a su regresó a bordo del Wanda.

Los corresponsales que estaban en los botes correos de la cooperativa, junto con la escuadra de bloqueo cerca de Santiago estaban pasando horas igualmente difíciles. Cuando los fuertes del puerto fueron bombardeados, los barcos estuvieron constantemente expuestos al fuego de contestación del enemigo. La navegación nocturna era particularmente peligrosa, pues todos los barcos tenían que navegar sin luces, y frecuentemente los buques de guerra americanos abrieron fuego contra los buques-correos confundiéndoles con barcos exploradores españoles.

Los barcos noticieros no habían sido bien recibidos cuando aparecieron, primeramente, pero este sentimiento de hostilidad no duró mucho. Después de unas cuantas semanas la propia escuadra daba instrucciones a los barcos-correos para que se colocasen en cualquier lugar que las circunstancias justificasen y los utilizaban para llevar mensajes y para remolcar o convoyar a buques de guerra averiados, hasta el puerto para ser reparados. En una ocasión el remolcador de The Associated Press Dauntless fue comisionada para llevar una goleta capturada a Key West.

La tan aplazada fuerza expedicionaria militar llegó a un lugar próximo a Cuba en treinta transportes el 20 de junio y el desembarco comenzó dos días más tarde en Daiquírí, al este de Santiago. El Wanda, con Diehl a bordo, y el Dauntless estuvieron presentes cuando se efectuó el bombardeo preliminar de las posiciones de tierra españolas, y tan pronto como las tropas salieron para la costa en botes descubiertos, los corresponsales Lyman, Mitchell, Goudie y Beach, que aun llevaba un vendaje de la herida en Guantánamo, y Dunning fueron desembarcados para reportar el avance del ejército sobre Santiago. Diehl posteriormente les reforzó con Thompson, Martin y él. Ese fue el último reportaje de Lyman. Contrajo la fiebre amarilla y murió al regresar a los Estados Unidos después de la caída de Santiago.

Cuatro días después del desembarco en Daiquirí Dunning avanzaba a través de espesa manigua tropical con los Rough Riders del Coronel Leonard Wood y Theodore Roosevelt. Un sol abrasador hacía sudar a las tropas que iban deshaciéndose de pieza tras pieza del equipo a medida que avanzaban a lo largo del estrecho y tortuoso sendero. No había vestigios del enemigo y el laberinto de árboles, enredaderas, maniguas y chaparral casi obstruía el trillo. Los hombres comenzaron a caer víctimas del intenso calor. El sendero se hizo más empinado al acercarse la columna de Las Guásimas. Dunning avanzaba en la caravana no lejos de Roosevelt. Aquel era un lugar maravilloso para una emboscada. Súbitamente desde una arboleda sonó un disparo de Máuser, y otro, y otro…

—-¡Ahora nos toca   a nosotros, muchachos!… gritó Roosevelt.

—¡Despliéguense, al suelo! dio la orden Wood a todo lo largo de la línea de Rough Riders, y las carabinas Krag Jorgenson comenzaron a disparar. Era la primera experiencia del regimiento en batalla y Dunning vio a algunos hombres tambalearse mientras los compañeros caían heridos o agonizantes. Durante una hora continuó el combate furiosamente. Entonces llegaron los refuerzos, y toda la línea avanzó en una carga que derrotó a los españoles.

Dunning regresó a toda prisa a buscar la base del ejército en Sydney encontrándola llena de informes erróneos respecto a la acción, en Las Guásimas. El Coronel Wood, se decía había sido muerto. Los Rough Riders eran barridas. Soldados rezagados habían traído las noticias fantásticas. El Wanda acababa de llegar cerca de la costa y Dunning fue a bordo para comenzar a escribir su información del primer combate importante de la campaña. Cuando el yacht terminaba su rápido recorrido a Guantánamo él tenía ya cuatrocientas palabras listas para transmitir por la sección Cuba-Haití del cable que la marina había ocupado. Entonces el Wanda se dirigió al Caribe en medio de una tormenta tropical y salió para Jamaica. Durante toda la noche estuvo escribiendo detalles adicionales mientras el mar amenazaba con tragarse al zarandeado barquito. El despacho estaba listo cuando llegaron con él iba la única lista exacta de los muertos y heridos publicada hasta que los informes oficiales se publicaron al terminar la guerra.

Las Guásimas fue simplemente un preludio. El 1 de julio las fuerzas americanas comenzaron su ataque contra los fortines y defensas exteriores de Santiago de Cuba, Diehl tenía a Beach, Thompson y Mitchel en la línea de fuego durante toda la lucha que añadió los nombres de El Caney y Loma de San Juan a la historia militar norteamericana. Los españoles barrieron las líneas americanas con una granizada de balas desde las posiciones fortificadas. Cervera volvió la artillería gruesa de la escuadra sobre las tropas que avanzaban, y los tiradores ocultos en las copas de los árboles iban escogiendo y matando a los hombres como si fuesen moscas.

En los Estados Unidos las circulaciones de los periódicos se multiplicaron fantásticamente y la nación se estremeció en un delirio patriótico y un agitar de banderas. La guerra trajo con ella la época de los titulares vociferantes —y en ninguna parte fueron más escandalosos que en New York. Luchando por superarse mutuamente, unos 

periódicos convertían las primeras páginas en verdaderas pesadillas tipográficas. Tipos cada vez mayores se usaron hasta que las grandes letras de madera llegaron a las cuatro pulgadas de alto. Cuando la tinta más negra parecía inadecuada para gritar la última sensación, tambores de tinta roja se elevaban a las imprentas y titulares cada vez más sensacionales aparecían.

La noticia más grande de la guerra, sin embargo, aún no se había producido. El 3 de julio la escuadra americana que bloqueaba a Santiago se preparaba para la inspección dominical en la mañana. En el puente del acorazado Brooklyn el corresponsal Graham charlaba con el Comodoro Schley. Cerca, hacia el este el Dauntless y el Wanda reposaban en el mar en calma. Con Dunning a bordo, el Wanda acaba de regresar del cable en Jamaica y estaba satisfecho de haber podido volver. Las autoridades del puerto habían amenazado con someterlo a cuarentena durante tres días debido a la existencia de fiebre amarilla en Cuba. Diehl, alarmado no fuese, a ser que paralizasen a su barco-correo, se quedó en Jamaica para cablegrafiar las oficinas de “The Associated Press” en Londres con el fin de que apelase ante el gobierno británico con objeto de lograr una orden exceptuando a sus barcos-correo de las regulaciones existentes en Jamaica.

Era un domingo perfecto con el cielo azul y el sol cálido, Graham hablaba con el Comodoro. Entonces una voz, gritó: “Los buques enemigos están saliendo”. La escuadra española, embotellada en el puerto de Santiago durante varias semanas, salía mar afuera. Al frente iba el buque insignia del almirante Cervera, el María Teresa.

Schley tomó sus prismáticos, –iVamos, muchacho! —le dijo a Graham. ¡Ahora vamos a darles, lo suyo! 

Las órdenes estallaron como una serie de cohetes. Sonaron las campanas.

–¡Limpien el puente para la acción! – Señalen. ¡El enemigo se escapa! 

¡Señalen a la escuadra: ¡Zafarrancho! 

-Con Graham pegado a sus talones, Schley subió por la escalerilla de la torre de mando.   A la mitad de la ascensión sacó su reloj —un reloj que le había pedido prestado a Graham pocos días antes. 

— “Son exactamente las 9:35”, dijo. Los cañones de la escuadra americana tronaron en acción. Los estampidos en el Brooklyn casi ensordecieron a Graham. A través de los prismáticos pudo ver la boca del puerto obstruida con el humo de las chimeneas enemigas y los brillantes relámpagos amarillos de las llamas, producidas por los proyectiles americanos al estallar. Los buques españoles en fuga tornaron hacia el oeste en columna. Iban a tratar de escapar. 

Mientras Graham observaba desde el Brooklin una verdadera tormenta de proyectiles y bombas estremecía las aguas, el Wanda y el Dauntless vinieron a toda marcha a la zona de fuego, maniobrando audazmente con la escuadra para obtener mejor visión posible. Tan cerca estaba el Wanda que pudo, salvar a un oficial y ocho marineros de un torpedero-destroyer español que estaba hundiéndose bajo el intenso cañoneo. El oficial salvado sorprendió a Dunning besándoles en ambas mejillas.

Antes de que pasara mucho tiempo el buque insignia de Cervera quedó inutilizado y se incendió y el almirante español mismo fue recogido del mar por el buque de guerra americano Gloucester. Dunning fue a bordo de ese buque para entrevistar al comandante enemigo que chorreaba aun agua. Aunque Cervera había, perdido todas sus ropas, su compostura no había sufrido, y relató brevemente, desde el punto de vista español, la historia de la batalla que aun continuaba.

Al oeste, a la cabeza de la columna, el Brooklyn y el Oregón, continuaban lanzando un fuego devastador contra los buques en fuga que habían escapado de ser destruidos en la terrible primera hora de combate. En el Brooklyn, Graham estaba en pie con varios más frente a la torre de mando desde la cual el Comodoro Schley dirigía la acción. En el grupo, con el corresponsal había un marinero que estaba tomando la distancia del enemigo. 

–Son mil doscientas yardas, señor, gritó el marinero a Schley.

Graham sintió un ruido sordo en el puente junto a él y sangre caliente roció su rostro y sus ropas. Ante él yacía un montón deforme de carne y telas destrozadas —el marinero que había estado tomando, la distancia un segundo antes—. Un proyectil español le había decapitado.

A la 1:15, aquel 3 de julio de 1898, la enseña de España se arrió en señal de rendición del último buque de la escuadra de Cervera. El Wanda se acercó a tiempo para presenciar el acto final de la victoria. Luego, después de recoger las informaciones escritas por los corresponsales que estaban en el Dauntless, Graham en el Brooklyn y Goode en el New York, el yacht se dirigió a toda marcha hacia el cable en Jamaica.

Dunning, que había reunido todas las informaciones en un despacho completo durante la travesía, desembarcó en Jamaica a la 1 a. m. del 4 de julio. Diehl le recibió con la noticia que el barco-correo de uno de los periódicos de New York había llegado una hora antes.

—Hemos sido vencidos, dijo desalentado Dunning. Diehl también lo pensó así hasta que supo que toda la escuadra española había sido derrotada y destruida. Su desaliento se desvaneció inmediatamente. El barco-correo rival había abandonado la batalla después que sólo dos barcos enemigos habían sido hundidos.

Pero aquel corresponsal rival intentaba hacer todo lo posible por proteger su ventaja de tiempo sobre la noticia del inicio del combate. Tan pronto como su primer despacho “urgente” fue transmitido, depositó un largo despacho sin importancia con la tarifa de prensa mínima, para mantener ocupado el cable, Diehl estuvo a la altura de la emergencia. Notificó a la compañía del cable que si no aceptaba la información de Dunning con la tarifa de “urgente” a razón de $1.67 la palabra tan pronto como la primera historia especial se transmitiese, él le pondría pleito por daños y perjuicios. La amenaza fue efectiva y la información completa de Dunning sobre la batalla de Santiago de Cuba fue transmitida rápidamente por el Cable. Con la tarifa urgente, transmitirla desde Jamaica, costó $8,000.

La victoria naval de Santiago de Cuba virtualmente puso fin a la guerra. La ciudad de Santiago de Cuba se rindió el 17 de julio y un corresponsal de The Associated Press precedió a las tropas en la entrada de la ciudad a pesar de la negativa de las autoridades militares a permitir a los periodistas penetrar en ella antes de efectuarse la ocupación formal. El corresponsal fue Alfred C. Goudie. Cuando se le negó el permiso, Goudie, que hablaba español y francés, se vistió de campesino y se unió a una multitud de reconcentrados cubanos que ahora podían regresar a sus casas en la ciudad. Llevando un loro en una jaula en un brazo y en la otra un niño de brazos que le había confiado una madre cansada, Goudie pasó las líneas sin que le detuviesen. Una vez en la ciudad, transmitió tres mil palabras describiendo los preparativos para la rendición, la marcha de los refugiados, la difícil situación de la ciudad, y la proximidad de las fuerzas americanas.

El cuerpo de corresponsales se había reducido muchísimo por esa fecha. De los doscientos corresponsales que habían desembarcado con las tropas en junio para cubrir las operaciones en tierra, sólo quedaban nueve. Tres de ellos—Goudie, Martin y Thompson— representaban “The Associated Press”. Las vicisitudes de la campaña, el clima tropical, y el peligro de la fiebre amarilla había hecho que los otros regresasen a los Estados Unidos a toda prisa.

Thompson se quedó allí cuatro años, y en 1902, cuando la bandera americana se arrió del Palacio en La Habana y la bandera de la nueva República de Cuba independiente se izó en su lugar, escribió una descripción tan brillante del momento histórico que el Congreso de los Estados Unidos por resolución conjunta unánime ordenó que se reprodujese íntegro en el Congressional Record como historial oficial del evento.

Con la caída de Santiago, el interés nacional se trasladó a las ofensivas finales contra España en Puerto Rico y las Filipinas, donde otros corresponsales estaban cubriendo la noticia. 

Los cañones que comenzaron a tronar en otros frentes ahogaron los últimos disparos de la escuadra cerca de Santiago de Cuba. Varios días después de la destrucción de la escuadra de Cervera, el buque de guerra americano Potomac, vio una pequeña embarcación cerca de los restos de uno de los buques de guerra españoles. El cañonero, sospechando algo abrió fuego, y tres disparos cayeron peligrosamente cerca del pequeño blanco. Entonces, los oficiales vieron que la embarcación atacada, izaba su estandarte.

Los últimos tres disparos de la guerra hispano-americana cerca de Santiago de Cuba, habían sido hechos contra el “Cynthia” uno de los cinco barcos-correo de “The Associated Press”.

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