REFERÉNDUMS Y AUTONOMÍAS, EL EFECTO BOLA DE NIEVE

Written by Demetiro J Perez

3 de octubre de 2023

Nadie me dio vela ni en uno ni en otro entierro -de hecho, ahora que escribo la frase a manera de exordio, se me hace que en España principia de hecho el entierro de la democracia y de lo que ha sido una cierta manera de vivir en el postfranquismo – pero el domingo 28 me acerqué a la gran manifestación que la derecha madrileña convocó en la Plaza de Felipe II para sostener una aspiración gubernamental que boqueaba y que de hecho fracasó el pasado viernes 29. Hice lo mismo tres días más tarde yendo a contemplar el ambiente y el circo mediático montado delante de las Cortes el segundo día de la intentona de Feijóo. Ya yo tenía un pie en el estribo, un vuelo a París pocas horas después pero no quise perderme el espectáculo. En ambos casos lo poco que observé me sirvió para confirmar lo que dos amigos me habían confiado durante mi semana de vacaciones: España es un barco que hace agua y que se va irremisiblemente a pique.

No fui educado en un hogar que profesara devoción por lo que los cursis llaman amor a Madre Patria. Más bien todo lo contrario. De 1959 no he encontrado razones para modificar tal acervo.  Pero a estas alturas del juego sí tengo en lo personal muy claro en qué campo militan mis enemigos y los de la causa de una hipotética democratización en Cuba. Una vez posicionadas las premisas anteriores sobre la mesa de trabajo sobre la cual escribo esta crónica me veo obligado a venir al indescriptible grado de irascibilidad que invade al reino español desde hace dos décadas. Este presente no ha portado por generación espontánea, porque todo comenzó con José María Aznar y sus despropósitos, al día siguiente de los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004. El entonces jefe de gobierno tiró por la borda para su partido una elección cuyo resultado era mero trámite. Habló cerrilmente, la tortilla se viró y días después, con el inesperado triunfo socialista, José Luis Zapatero entró a la Moncloa. Fue entonces que, cual fatal espiral, se inició la hecatombe en cuyo cenit se encuentra ahora el país. 

El enfrentamiento actual entre los factores que componen la compleja vida pública española es a garrotazo limpio.  No por gusto los números muestran hasta qué punto se ha enraizado una división irreconciliable en el seno de la sociedad española. Los jefes de partido son casi todos pintores de brocha gorda que se jactan de serlo a golpe de despropósitos. Durante dos días han estado compareciendo en los debates dos malas palabras que hasta ahora se evitaban. Son amnistía y referéndum, con las cuales el bando de los socialistas y sus aliados acaban de ratificar si falta hiciera, que son capaces de cualquier barbaridad en aras de obtener la investidura.  Cuando en un conglomerado social se preparan acciones que al final conducirán a dejar sin castigo a delincuentes y corruptos confesos, bueno es concluir que no se puede ir más lejos en materia de traición, desamparo e indignación.

Los resultados cuando las elecciones generales del pasado 23 de julio recompensaron una estrategia que agarró movida a las derechas, siempre lastrada por inevitables alianzas con el partido extremista Vox. ¿Qué hacer con las agrupaciones de extrema derecha mientras en el extremo contrario del espectro la extrema izquierda es poco menos que acogida con complacencia? En Francia ocurre algo por el estilo con el antes llamado Frente Nacional que consolidó Le Pen en tiempos de Mitterrand. El viejo zorro socialista no era un mago de la marrullería politiquera por casualidad: sentaba cátedra en la materia. Y los peores enemigos de las democracias son las formaciones que tienen claro que aritméticamente carecen de posibilidades ganadoras. Se aferran hasta a un clavo caliente.

Es el caso de los independentistas catalanes que no solo son minoría, sino que año tras años observan como merman sus filas y la asistencia a los actos que convocan todos los 11 de septiembre desde 2012. En ese contexto la preponderancia de Carles Puigdemont, prófugo en Bruselas, pero intocable por el acta de diputado europeo que detenta, es el elemento que está sirviendo de columna vertebral a la definición del próximo jefe de gobierno.  El proceso tendrá una segunda fase que se iniciará después de la aparición de este número de LIBRE. 

Al mismo tiempo, moviéndome en una ciudad capital en la cual no se podía dar un paso por la afluencia de visitantes, tuve la impresión de que en ella la ciudadanía vive de espaldas a la gran crisis que viven. Es como si el pulseo politiquero tuviera lugar en una burbuja solo reflejada en las pantallas de los televisores. Impotente, el ciudadano de a pie siente que nada más le queda por hacer. Haya votado o no.  Uno de mis amigos, cubano expatriado para más señas, ya está imaginando largarse, solo que no sabe verdaderamente en cual dirección pondrá proa. Máxime que en España hay una calidad de vida aceptable, difícil de encontrar tal cual están las cosas en otros lugares.  No menciono a quienes poseen un patrimonio por modesto que sea: están convencidos de que si la hegemonía socialista reengancha la pesadilla que viven se agudizará. 

Latente está el tema de las independencias cuyo vórtice más visible se encuentra en Barcelona. Los catalanes desde luego pero no son los únicos porque navarros, valencianos, vascos y otras yerbas están detrás de la puerta. Todos halando la sábana gracias a los diputados electos bajo sus colores: un simple voto puede decidir. El viernes 29 Feijóo y su PP se quedaron cortos por cinco. Mientras tanto el camino de quienes toman decisiones está minado y es por eso que algunos contemplan con estupor cómo es posible que tantos españoles, y no solo de izquierdas, observen con indiferencia pasmosa lo que está sucediendo, vale decir la disolución posible de la legalidad representada por los preceptos constitucionales.  Con las lenguas regionales también, dicho sea de paso. Pronto las sesiones en las Cortes de España tendrán aires de Torre de Babel. Ha aparecido una nueva palabra: pinganillo, que son las orejeras por las que se reciben la traducción en simultáneo. Vivir para ver.

Desde muchas capitales europeas se contempla con no poca preocupación lo que está sucediendo en España.  En Francia particularmente, país en el cual existe un pasado explosivo que durante decenios ha acunado aspiraciones independentistas sobre todo en Bretaña y en Córcega, sin olvidar la parte vasca del lado francés de los Pirineos.  Nadie ha olvidado el nexo terrorista que hermanó a todos los vascos bajo una bandera única, frecuentemente ensangrentada con ejecuciones sumarias y extorsiones.

El presidente Macron estaba hace pocos días en Córcega y ha prometido “hacer cosas” en materia de posibles modificaciones a la constitución para que los corsos sigan haciendo de las suyas. En otro momento escribiré sobre el sectarismo y el racismo que reinan en la isla que fuera cuna de Bonaparte. Al final ninguna de estas realidades son en su esencia políticas. El PSOE español lo comprendió desde hace mucho tiempo y exhiben un nivel de cinismo tal que su principal dirigente se abstuvo de tomar la palabra durante los debates ante Feijóo. Para intervenir designó a un cateto bajo cobertura de un secretismo que solo compartió con media docena de próximos.

Algunos han avanzado la idea de que con un segundo gobierno Pedro Sánchez se irá hacia una dictadura “distinta”, inspirada en la táctica chavista de cambiar “legalmente” el régimen entrando por la puerta trasera con el apoyo de parte de la población que aún minoritaria en tal empeño pueden resultar invencibles por su grado de organización y de determinación. Los próximos días donde serán pletóricos los golpes de estoque y de puñal ilustrarán la sustancia del bullón donde cocinarán a los españoles durante los próximos seis años. ¡Bon appétit!

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