Confieso que es característica del número de años que pesan sobre mis hombros, me refugio en el consuelo de recuerdos y añoranzas que jamás se han desgastado dentro de mi corazón. “Nosotros morimos, pero Matanzas sigue viva más allá de nuestra muerte”, me dijo en cierta ocasión un querido compatriota que dejó en mi alma las huellas de un cálido abrazo.
Confieso que mis recuerdos a veces están marcados de fantasía porque me quedan muy lejos los tiempos de mi niñez y adolescencia y a menudo la imaginación ocupa el espacio que dejan vacío los olvidos. Voy a mencionar la ocasión en que me fue contestada una pregunta que siempre paseaba por mi mente sin la recompensa de una respuesta. El encuentro con esa tétrica verdad lo debo a mi querido amigo y distinguido compatriota Rolando Espinosa, ya fallecido, investigador acucioso de la historia y escritor de una fertilidad asombrosa, quien ha dejado sus huellas imborrables en las páginas de este querido semanario LIBRE. Me dijo Rolando “no te aflijas, aunque muramos Cuba seguirá viva”. Rolando era hijo de un pueblecito matancero llamado San José de los Ramos. Y, como siempre, tenía razón.
Yo fui agradecido alumno, durante tres años, del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, enclavado cercano a una modesta barriada llamada Simpson. Mi interés consistía en tratar de saber qué hacía alguien con ese foráneo apellido al noreste de la ciudad de Matanzas en una pobre y tranquila barriada que hizo mundialmente famosa el compositor Miguel Failde con la creación de su danzón “Las Alturas de Simpson”.
Sabía que Failde estrenó un ritmo bailable que a su tiempo fue vientre que parió otros muchos ritmos. El día primero de enero del año 1879 el Liceo de Matanzas se vistió de gloria con el aporte musical de este humilde y creativo músico cuyo nombre hoy mencionan con admirador respeto incontables amantes del baile.
Se me ocurrió preguntarle a Hugo Byrne, mi querido coterráneo fallecido, si sabía algo sobre alguien apellidado Simpson que injertó su nombre en la historia matancera, y mi asombro fue exaltado cuando simplemente me dijo: “es uno de mis ancestros”. Simpson era un hombre de negocios procedente del Reino Unido que se ubicó en una extensa finca con su esposa cubana en 1860.
Disfrutó de una numerosa familia y adoptó a Matanzas como su hogar definitivo. No era, como algunos pensaban, un descendiente solitario de padres esclavos de la raza negra que había quedado rezagado en un rincón de la Isla, era un caballero de amplia fortuna y finos modales, jefe carismático de sus empleados y un gran coleccionista de amigos. Hugo hablaba con justificado orgullo de Juanita Byrne, su bisabuela, de Rosario Valdés viuda de Byrne su abuela paterna, y de la doctora Angélica Byrne, quien le enseñó a leer y a escribir dos idiomas, regalo que siempre disfrutó.
En el acervo cultural matancero brilla con luz propia el poeta, escritor, estadista y líder patriótico Bonifacio Byrne, (1861-1936), recordado por todos los cubanos que aman su tierra por los emotivos versos dedicados a la Bandera, de los que citamos una estrofa:
“si desecha en menudos pedazos
llega a ser mi bandera algún día
nuestros muertos alzando los brazos
la sabrán defender todavía”.
Es oportuno señalar que en el año 1915, por las autoridades pertinentes, Bonifacio Byrne fue declarado “hijo eminente de Matanzas”.
Matanzas, linda y acogedora, fue fundada como ciudad el 12 de octubre de 1693. Celebramos recientemente su cumpleaños 328. La llaman con devoción “La Atenas de Cuba”, por su cultura y su identidad poética y patriótica. Otros títulos que la dignifican son “La Bella Durmiente”, “La Venecia Cubana” y “La Ciudad de los Puentes”, éste último apelativo por los tres bellos ríos que la engalanan. Hemos leído que la ciudad cuenta con más de veinte puentes que hermanan las orillas de los ríos Yumurí, San Juan y Canímar.
Matanceros son Dámaso Pérez Prado (1916-1989), “el rey del mambo”; Arsenio Rodríguez, guitarrista y reconocido compositor del ritmo llamado “salsa”; Aniceto Díaz, un polifacético director y compositor musical; José White, (1836-1918), un regio violinista que recorrió el mundo, aclamado especialmente en Francia y otras capitales europeas por su estilo único y su habilidad profesional sin precedentes, y no olvidamos el nombre de Barbarito Diez, el rey de las fiestas bailables en Cuba y en muchos otros escenarios del mundo.
Pudiéramos seguir hablando de Matanzas y la música porque el tema es extenso e intenso. Famosos son sus conjuntos musicales, como la Sonora Matancera y Los Muñequitos de Matanzas, oriundos del Barrio de La Marina; pero vamos, aunque sea brevemente, a mencionar a algunos de sus poetas.
Ya hemos mencionado a Bonifacio Byrne y corresponde ahora recordar a Agustín Acosta, “el poeta nacional de Cuba”, quien muriera en Miami en el año 1979 y a quien visité en reiteradas ocasiones con mi hermano y amigo Rolando Espinosa. Acosta era un hombre polifacético: participó en la política, fue un estadista, un previsor, un extraordinario comunicador y un poeta de originalidad y belleza en sus versos.
Debido al espacio de que disponemos no es posible ofrecer detalles biográficos de todos los famosos poetas matanceros, así que nos conformaremos con mencionar algunos de sus nombres. En Miami tenemos a Raúl Tápanes Estrella, autor de docenas de novelas y un poeta de inigualable estilo y sugestiva variedad, a Francisco Henríquez, quien naciera en el año 1928 y residía entre nosotros, regalándonos su talento en una extensa obra poética.
Desde el infinito escenario de los cielos recibimos la inspiración poética de hombres como José Jacinto Milanés, Miguel Teurbe Tolón, José Victoriano Betancourt, y otros muchos que ahora escapan de nuestra limitada memoria.
No quiero terminar esta caminata por los iluminados senderos de mi Matanzas querida sin referirme, aunque sea brevemente a los deportes. En nuestra ciudad se levanta todavía el estadio de béisbol más antiguo del mundo, el Palmar de Junco, erguido de manera airosa en la acogedora barriada de Pueblo Nuevo. Muy cerca de ese templo de los deportes nací yo. Mis abuelos maternos vivían en la calzada de Esteban, a pasos del estadio y uno de mis tíos, Mario Cosío, llegó al profesionalismo formado en sus terrenos.
Ya que este trabajo se basa en recuerdos, quiero mencionar dos de mis grandes experiencias. Una tarde, probablemente del año 1948 asistí con mi padre al estadio de El Cerro, en La Habana. Mi padre jugó béisbol en sus años mozos en el Palmar de Junco, donde entabló amistad con “el inmortal” Martín Dihigo. La tarde de que hablo estreché la mano de Dihigo, quien no conforme con el clásico saludo, me haló hacia él en un cálido abrazo. Miembro de varios Salones de la Fama en países como México, Venezuela, Cuba, Santo Domingo y en especial Estados Unidos, para mí Dihigo era una persona fuera de serie. Nació en Matanzas el 25 de mayo de 1905, aunque muchos insisten en que fue en una pequeña ciudad aledaña a Cienfuegos, donde falleció el 20 de mayo de 1976. Una indiscutible estrella del deporte, considerado “el mejor pelotero” de toda la historia del deporte de “las bolas y los strikes”.
La otra ocasión que recuerdo, con cierto tono de tristezas, fue mi visita a Edmundo Amorós quien residía en los días finales de su vida en la cercana ciudad de Tampa. Amorós nació en la barriada de Pueblo Nuevo, quizás a pocas cuadras de la modesta casa en la que llegué yo al mundo, y logró ser un héroe inolvidable en las Grandes Ligas de Estados Unidos. Cuando le conocí estaba alojado en una silla de ruedas, con la sonrisa apagada y las añoranzas de su pasado glorioso alentándolo en medio de la repentina vejez.
¡Recuerdos y Añoranzas: dos soleados caminos que me han llevado de regreso a Matanzas!
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