El Dr. Diego Medina Hernández es una de las figuras recordadas con más respeto y admiración en el exilio cubano. Por sus valores democráticos y su pasión por hacer el bien supo ganarse un lugar de honor en nuestros corazones. Lamentablemente, el destino nos lo arrebató con tanta prisa que nos dejó un vacío que no hay forma de llenar. Fue, como Andrés Nazario Sargén, un líder irremplazable. Ambos compartieron por muchos años la dirección de Alpha 66. Ambos nos enseñaron el camino que conduce a la libertad y la forma de transitarlo humildemente, pero con inteligencia y con coraje para enfrentarnos a las inevitables adversidades de una lucha desigual y prolongada en exceso.
Poco más de dos décadas han transcurrido desde aquel día amargo cuando el Dr. Diego Medina perdió su batalla más importante; la batalla por vencer una dolencia física que ni siquiera por su condición de médico experimentado quiso atender adecuadamente, porque el tiempo para dedicarle a la libertad de Cuba siempre le parecía insuficiente.
Cuba era su amor y su pasión, Cuba era su lágrima prohibida y el manantial de ilusiones con que alimentaba sus arterias. Sí, era Cuba, sin duda, su universo entero, eran los ríos y los mares, la montaña más alta, el árbol frondoso que florecía y daba los más dulces frutos en su noble corazón.
Enfrentar esas dolientes realidades en que Cuba se había hundido y vencer toda adversidad, con espíritu fuerte, era sólo posible con la naturaleza heroica de un luchador como Diego, a toda prueba.
Y él supo hacerlo, a pesar de los escollos, de lo abrupto del camino que le tocó transitar, con la intransigencia de los que nunca claudican, de los que se empinan con fuerza de gigantes a la hora de defender los principios, que es la única fórmula adecuada para ganarse el respeto de todos, de ser reconocidos por la inmensa estatura alcanzada por la decencia y pureza de sus actos, por su estoica dignidad.
Diego Medina Hernández, el insustituible líder en las filas del clandestinaje interno, y en los insondables caminos del exilio, aún a 22 años de su fallecimiento, como el péndulo de un reloj que nunca cesa en su marcha por el filo del tiempo, es el amigo que simbólicamente transita a tu lado, por la luz que germina en tus pupilas y por la sombra que anuda tu garganta.
Es la mágica flor que abre sus pétalos, tenues como el rocío, al sol de la mañana, para vestir de fiesta tu jardín y darte la primera alegría, el primer rayo de fe y de esperanza. Es la magia de esa fuerza indescriptible que te inspira a escribir un poema como este, que he soltado a volar, libre de las cadenas que la oprimen, desde el fondo de mi alma:
Diego, radiante de luz
tú estás en la inmensidad
y en el viento tu bondad
nos teje rizos de aurora.
¿Cómo no tenerte ahora
germinando en las pupilas,
si en la patria tú eres vida
y eres vida en la esperanza?
Cuba creció en tu garganta
de manantial y palmeras
y vestiste su bandera
de lirios y rosas blancas.
Diego, titán, hoy descansas
en las alas del sinsonte
y eres el eco del monte
y el canto de la cigarra.
Justo es que recordemos a Diego, simplemente Diego, porque basta con su nombre para ver brotar de entre las vigorosas espigas y el polvo del camino llamaradas de fuego y luces multicolores. Justo es que le recordemos en este día y siempre, por su patriotismo. Pero su trayectoria en el campo de la medicina nos obliga a recordarlo en su condición de médico virtuoso también.
Porque fue un profesional de la salud con verdadera vocación humanitaria, que jamás antepuso a las necesidades y limitaciones monetarias de sus pacientes, ni sus intereses financieros ni ningún otro beneficio personal. Practicó el arte de la medicina, hasta el último día de su vida, como un sacerdocio puro y desinteresado. Curar las dolencias del cuerpo y del espíritu, hacer el bien (y hacerlo con amor y sincera humildad) era la mágica medicina de su felicidad.
Por eso hoy no nos parece que nos falta su calor, su compañía. No está físicamente entre nosotros, pero sentimos su mística presencia. Respiramos simbólicamente su aliento, estrechamos su sedosa mano, cálida y fraterna. Y en un leve susurro, como si le hablásemos en confidencia al oído, o en el idioma de las palmas reales y los arrecifes tatuados de esperanza le decimos: Descansa en paz entrañable amigo. Descansa en paz entre los buenos hijos de la Patria que ofrendaron su vida en aras de una causa noble, de un destino mejor.
Por gigantes de la conciencia humana como tú, más temprano que tarde Cuba será libre. Y como siempre en tu larga lucha deseaste, si así lo quiere Dios, habrá confraternidad y espontánea armonía entre todos los cubanos. Tu ejemplarizante trayectoria, entrañable Dr. Diego Medina, preñada de sacrificios y ternura no ha sido en vano. ¡Tú fuiste un vencedor! Gracias por tu bondad. Gracias por tus extraordinarios valores humanos, por tu hermoso sacrificio.
Ernesto Díaz Rodríguez
Secretario General de Alpha 66
0 comentarios