Por José “Chamby” Campos
Ahora que nos encontramos presenciando los playoffs de Las Grandes Ligas y notamos cómo ha cambiado la estructura del juego, en especial las actuaciones y restricciones de los lanzadores; hoy les traigo a uno de los inmortales que su gran actuación ese año cambió el curso del deporte.
En una temporada donde cuatro lanzadores trabajaron más de 300 innings; siete tuvieron promedio de carreras limpias por debajo de 2.0 incluyendo el cubano Luis Tiant quien lideró la Liga Americana con 1.60; una docena completó más de 15 encuentros y uno, Denny McLain, obtuvo 31 victorias siendo esta la última vez que esa hazaña se ha logrado, Bob Gibson fue la máxima figura del montículo en lo que se bautizó y hasta la actualidad es conocido como el “Año del Lanzador”.
Muy pocas campañas han sido tan comentadas, analizadas y veneradas como la del genial derecho de los Cardenales de San Luis. Su labor no solamente le valió el premio Cy Young que se le otorga al mejor lanzador de la liga, sino que también fue recompensado con el trofeo al “Jugador Más Valioso” lo cual es más sorprendente porque compitió contra tanto los lanzadores como con los jugadores de posición. Hay que añadir que se llevó el “Guante de Oro” y fue seleccionado al “Juego de Las Estrellas”.
Sus estadísticas durante la temporada regular lucen como cifras de ficción. He aquí los números:
22 victorias, 268 ponches propinados en 304 y dos tercios entradas. 28 juegos completos. 13 blanqueadas que contribuyeron a un promedio de carreras limpias por juego de 1.12, siendo esta la efectividad de una temporada regular más baja en la historia de la Pelota Viva que comenzó en 1920.
Su dominio continuó en la postemporada guiando a los Cardenales a la Serie Mundial. En el primer choque del Clásico de Octubre frente a los Tigres de Detroit estableció un récord al abanicar a 17 bateadores, una marca que aún se mantiene vigente. En su segunda aparición volvió a la carga y dejó a 10 felinos con el bate al hombro. Perdió su duelo en el séptimo encuentro, pero no sin antes haber ponchado a otros ocho Tigres más y completar otra faena en la lomita.
Durante sus tres juegos completos en la serie terminó con una efectividad de 1.67 carreras limpias por juego y 35 ponches.
Para analizar su superioridad hay que entender que permitió solamente 38 carreras limpias en toda la contienda. De sus 34 aperturas en 24 de ellas permitió cero o una carrera. Por cada 4.32 ponches que propinó, regalaba una base por bola.
Comparado con los serpentineros de hoy día, que según los datos que nos ofrecen, lanzan hasta siete u ocho diferentes lanzamientos en cada actuación, el arsenal de Gibson consistía de solo dos opciones: una recta intocable y un slider imponente.
Sin embargo, la gran diferencia era su manera de lanzar. Con una fortaleza mental única, el gigante de ébano era una presencia intimidante, con un control y un dominio de engaño impresionante. Sin miedo a lanzar adentro, nunca se dejó intimidar por el contrincante y jamás confraternizó con ellos.
Su profesionalismo y liderazgo dentro del terreno fueron sus cartas de presentación desde que se estableció en la ciudad de San Luis. En recompensa su nombre inmortalizado, siempre será sinónimo de Los Cardenales de San Luis.
Si la contienda de 1968 fue responsable de que Las Grandes Ligas creara nuevas reglas de juego por el dominio de los lanzadores que mencionara anteriormente, Bob Gibson fue sin duda alguna la figura clave de esa decisión.
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