Por Jorge Quintana (1955)
“El día en que la patria haga justicia a sus hijos meritorios, el nombre de Rafael Rodríguez Agüero será de los que se salven del olvido”. Estas palabras fueron escritas en el “Fígaro” en ocasión de la muerte del general de división del Ejército Libertador Rafael Rodríguez Agüero el 3 de mayo de 1905. En verdad que esa ansiada razón de la justicia a los “hijos meritorios de la patria” no ha llegado todavía porque el nombre de aquel preclaro cubano se ha mantenido sumido en el olvido. Y en verdad es injusto, porque él fue uno de los grandes héroes de aquella larga jornada que fue la Güera de los Diez Años.
El 24 de octubre de 1846 nació Rafael Rodríguez Agüero en la ciudad de Camagüey. De su niñez apenas si se conocen detalles. Sospechamos que debió haberse educado en su ciudad natal y que debió haberse relacionado con los camagüeyanos que en 1868 salieron al campo para secundar la sublevación iniciada por Carlos Manuel de Céspedes en “La Demajagua”. Lo cierto es que en aquel grupo de jóvenes camagüeyanos que salieron detrás de Ignacio Agramonte, el Marqués de Santa Lucía y otros ilustres patriotas, figuraba Rafael Rodríguez Agüero que aún no había cumplido los veinte años.
En el Estado Mayor del general Agramonte pronto figuraba con el grado de capitán. Ramón Roa, que lo conoció en aquella campaña actuando como ayudante del general Agramonte, escribió evocándolo, en ocasión de su muerte, lo siguiente: “Somos testigos de sus hechos de armas en aquella época; de la confianza que inspiraba a su jefe y del instinto singular que poseía para darse cuenta de la topografía de los lugares por donde pasaba, condición ésta que en más de una vez dio lugar a que con justicia se le atribuyera la salvación de la columna en que marchaba, esquivando la audacia y acometividad del enemigo que acrecían a la par de nuestra falta de municiones y de útiles caballerías”.
Cuando en 1870 el mayor general Ignacio Agramonte renuncia al mando de la División de Camagüey, entre los ayudantes que le siguen figura Rafael Rodríguez. Pero a pesar de estar sin mando el Bayardo camagüeyano, se mantiene en la manigua combatiendo a los enemigos de la independencia. Así libra las acciones del Cercado, Jimiorú, Socorro e Ingenio Grande, en las que se distingue el ayudante Rodríguez que no ha querido separarse de su jefe. Esta fue una de las virtudes del general Agramonte, la de hacer subordinados leales hasta el sacrificio. Así, cuando retornó al mando de la División de Camagüey, entre los ayudantes que figuran en su Estado Mayor, a su lado, está el comandante Rafael Rodríguez. El 3 de marzo de 1873 el general Agramonte destroza a una fuerza de caballería española que mandaba el capitán de la Guardia Civil D. Manuel Olega. El comandante Rafael Rodríguez se distingue notablemente en la carga al machete.
El 11 de mayo de 1873 hallábase junto a su jefe en el campo de Jimaguayú. Ya era teniente coronel. En la marcha el general Agramonte le ordenó que se dirigiera a la caballería y le trasmitiera su orden de que se retirase al Guayabo. En ese empeño se hallaba el teniente coronel Rodríguez cuando su jefe cayó abatido por las balas españolas. A ello se debió que como otros ayudantes del general Agramonte, no se encontrase a su lado al ocurrir aquel desastre y como ellos, heroicamente, no se hubiese hecho inmolar.
Por ser el jefe de más graduación en aquella acción histórica, asumió el mando a la muerte del general Agramonte y redactó y firmó el parte oficial de su muerte.
El Gobierno de la República designa al mayor general Máximo Gómez para sustituir, en el mando, al jefe caído en Jimaguayú. Inmediatamente el general Gómez comprende que para ganarse la adhesión de aquellos antiguos jefes y oficiales que habían operado a las órdenes del general Agramonte, le era preciso demostrar tanta o mayor competencia en el modo de hacer la guerra. Como jefe de Estado Mayor designó al teniente coronel Rafael Rodríguez. A su lado situó a Jefes camagüeyanos como Julio Sanguily, Henry Reeve y otros. No finaliza aquel año sin que ya los antiguos jefes y oficiales del general Agramonte se hayan percatado del valor del hombre que le ha sustituido. En diciembre de aquel mismo año de 1873, a orillas de la Sabana de San Joaquín, el general Gómez libra ruda batalla con una columna española. Le hizo setenta prisioneros y trescientos muertos. En su Diario de Campaña el general Gómez anota: “Todos los míos se han distinguido y sobre todo el teniente coronel Jefe de Estado Mayor Rafael Rodríguez”.
El 10 de febrero de 1874 se libra la batalla del Naranjo. Allí una vez más el teniente coronel Rodríguez da muestras de su valor y de su pericia. El 18 de marzo de aquel mismo año se libra la batalla de las Guásimas. Fue la acción de guerra más reñida y más larga de aquella campaña de los Diez Años. La derrota española fue sonada. Dos brigadieres tuvieron que batirse denodadamente con las fuerzas mambisas que avanzaban impetuosas hacia Las Villas, tratante de forzar la marcha de la invasión a Occidente.
El teniente coronel Rodríguez es uno de aquellos héroes que no descansaron en las setenta y dos horas que duró la acción. El 20 de abril el general Gómez le separa de la jefatura de su Estado Mayor para darle el mando de las fuerzas que mandaba el teniente coronel Martín Castillo que había muerto, heroicamente, en Sibanicú, tratando de distraer al enemigo, mientras el general Gómez atacaba a Cascorro. Ahora opera por el territorio de Yaguajay. El 19 de mayo de 1874 se reúne con su jefe en San Luis de Antón, separándose dos días más tarde para ir a operar, según sus instrucciones. El 10 de junio regresa al campamento del general Gómez que se hallaba en La Lisa, volviendo a salir a operaciones el 13. El 7 de octubre asume el mando del Regimiento Agramonte reuniéndose con el general Gómez en La Horqueta.
A fines de ese mismo mes de octubre sale a operar bajo las órdenes del general Henry Reeve. El 19 de diciembre llega a Contramaestre con el coronel Gabriel González. Junto con ellos viene el teniente coronel español Virué, que trataba de localizar a un hijo suyo muerto en la acción de Las Guásimas. El 23 de diciembre sale a operar por la zona de Camagüey, de acuerdo con instrucciones precisas del general Gómez que se preparaba a avanzar sobre Las Villas.
En 1875 le vemos reintegrarse a la jefatura del Estado Mayor del general Gómez. Su hoja de servicios registra más de cien combates.
El 16 de abril de 1875 llega a Los Hoyos, bajo las órdenes del general Sanguily, trayendo refuerzos de Camagüey. El 30 sale a operar en la zona de Cienfuegos. La actitud del mayor general Vicente García pone en peligro la campaña invasora. El 6 de septiembre le encontramos reunido con el general Gómez en Viajacas, donde por órdenes de su jefe, se queda a operar en aquella zona, mientras el general Gómez pasa a la de Sancti Spíritus, El 12 se hallan ambos en Palo Prieto. El 10 de noviembre se vuelven a reunir en Quemado Grande, marchando juntos varios días hasta que se separan. El 23 de febrero de 1876 en los potreros de Lomas de las Minas se reúnen el general Gómez y el coronel Rafael Rodríguez.
El 28 se libra la acción de la Loma del Jíbaro, donde resulta herido el coronel Rodríguez. El general Gómez se retira a Viajacas. Una vez restablecido sale de operaciones, reuniéndose con el general Gómez en Monte Oscuro el 15 de agosto de aquel mismo año. El 1º de septiembre presenta la renuncia del mando que se le había confiado, saliendo el 10 en busca del Gobierno de la República. Ascendido a general de brigada, asume provisionalmente el mando de fuerzas que mandaba el general Benítez el 25 de junio de 1877. En octubre de aquel mismo año le encontramos por la zona de la Trocha de Júcaro, investigando, por órdenes del general Gómez, la conducta del coronel José Gómez.
La Guerra de los Diez Años toca fin. El 7 de febrero de 1878 la Cámara se disuelve, porque prefiere desaparecer antes que aprobar un pacto con el adversario que era tanto como revocar acuerdos que había mantenido con entereza. Se elige un Comité para que tramite las gestiones de paz. El general Rodríguez forma parte del mismo. Según el general Gómez hace constar en su “Diario” fue preciso “suplicarle mucho para que acepte”, porque el valiente guerrero no quiere participar en aquellos arreglos que liquidaban la lucha sin haberse conquistado la independencia.
El 9 febrero ya el Comité tiene redactadas las proposiciones de paz. Ese día salen el teniente coronel Ramón Roa y el Dr. Emilio Luaces a presentarlas al general Martínez Campos. Al día siguiente ya estaban de regreso con la noticia de que el jefe español las había aceptada. El 12 de febrero salen el general Rodríguez, el comandante Enrique Collazo para la provincia de Oriente a informar al general Maceo de los acuerdos en Camagüey.
Los acompaña el mayor general Máximo Gómez. El 13 están en Manzanillo, saliendo ese mismo día para Santiago de Cuba, donde se encuentran el 14. Se quedan a bordo hasta el 15, en que abandonan el barco para dirigirse a San Luis. El 16 marchan a La Curia y el 13 se reúnen con el general Maceo en Piloto Abajo. En aquella reunión el general Maceo declara que no acepta lo acordado en Camagüey y que se organizará para continuar la lucha.
El 20 de febrero el general Rodríguez y el comandante Collazo, siempre acompañados del general Máximo Gómez que no quiere intervenir para nada en aquellas discusiones, abandonan el campamento del general Maceo emprendiendo el viaje de regreso a Camagüey. El 28 ya están informando a los camagüeyanos. El 27 vuelven a salir Rodríguez y Collazo con el general Gómez acompañados de otros oficiales para entrevistarse con el general Martínez Campos en Vista Hermosa.
El jefe español le propone al general Gómez toda clase de ayuda pidiéndole, inclusive, que no salga de Cuba y coopere con sus planes pacificadores. El general Gómez rechaza todo lo que se le ofrece y solamente reclama, de acuerdo con lo pactado entre cubanos y españoles que le trasladen a Jamaica. El general Martínez Campos accede. Con el general Gómez abandonan la isla el general Rodríguez, el comandante Collazo y otros jefes y oficiales. El 28 ya están listos para salir. El 3 de marzo se embarcan en el puerto de Santa Cruz del Sur. Cuatro días más tarde estaban en Jamaica. El 11 llegan a Kingston.
Mientras el general Gómez trataba de rehacer su vida, ocupándose de su familia, el general Rodríguez trata de trabajar en aquellas islas antillanas. El 1° de mayo de 1880 le vemos llegar a Honduras, donde el general Gómez ha sido incorporado al ejército. Inmediatamente el general Rodríguez es incorporado también. El 12 asume el mando de la comandancia militar de Amapala, sustituyendo al general Gómez que se ausenta con licencia.
En 1882 vuelven a encontrarse los dos viejos guerreros en Puerto Sal. Ya al general Gómez le bulle en la cabeza un nuevo plan insurreccional. Dos años después el general Gómez se mueve entre las emigraciones cubanas que viven en los Estados Unidos. Los viejos proyectos comienzan a hacerse realidad. El 24 de octubre de1884 llega a Nueva Orleans el general Rodríguez, a quien ha hecho venir, desde Honduras, el general Gómez. El 8 de diciembre siguen viaje a Nueva York. En los primeros días de enero de 1885, regresan a Nueva Orleans, para trasladarse a Cayo Hueso, donde el general Rodríguez se queda, mientras el general Gómez sigue a Santo Domingo. A mediados de junio se reúnen nuevamente, en Nueva Orleans.
El general Rodríguez trae algunos recursos. Después retorna a Cayo Hueso donde se queda con órdenes de aguardar. Al año siguiente se traslada a Montecristi, en Santo Domingo, para entrevistarse con el general Gómez. El 31 de mayo de 1886 se reúnen. Allí el general Rodríguez le expone al general Gómez que los cubanos de Cayo Hueso pasan por una intensa crisis, con motivo del incendio que ha arruinado a la ciudad y en consecuencia es imposible obtener fondos en aquel lugar. El 9 de junio regresa a Cayo Hueso. Al final de cuentas todos aquellos proyectos fracasan y el general Gómez se instala en Montecristi, en espera de otra oportunidad, mientras el general Maceo se traslada a Costa Rica, aguardando también la misma oportunidad. El general Rodríguez regresa a Honduras, donde le designan comandante militar de Roatán.
El 24 de febrero de 1895 se reinicia el combate del pueblo cubano dispuesto a conquistar su independencia. Unas semanas más tarde, el 10 de abril, el general Gómez desembarca en Playitas acompañado de José Martí. Después de la muerte del Delegado del Partido Revolucionario Cubano en Dos Ríos, el general Gómez encarga al general Maceo del mando de la provincia de Oriente, con instrucciones de preparar un contingente de soldados con los que debe avanzar hacia Occidente, tan pronto expida la orden correspondiente. En tanto el general Gómez cruza la línea divisoria entre las provincias de Oriente y Camagüey, decidiendo con su acción la actividad de los camagüeyanos.
En julio de 1895 ya el general Gómez comienza a pedir al Delegado don Tomás Estrada Palma que le envíen al general Rodríguez. En esta oportunidad el general Gómez escribe: “He recomendado muy mucho a nuestro enviado Betancourt, la incorporación a mi lado del brigadier Rafael Rodríguez, cueste la suma de dinero que sea necesario, acompañado de los hombres que es bueno dejar que él mismo designe. La presencia de ese jefe es necesarísima, y por lo tanto su incorporación será de gran efecto y de ventajas notables. Yo estoy muy solo, no nos hacen falta soldados, lo que necesitamos son jefes”.
El 8 de agosto es el Presidente del Consejo de Gobierno de la República don Salvador Cisneros Betancourt quien insiste en el mismo asunto en carta a Gonzalo de Quesada. Así el Marqués de Santa Lucía escribía: “Yo tengo entendido que se encuentra entre Vds. y aprestado a venir a ocupar su puesto acompañado de Lechuga y otros compañeros. Si no fuera cierto, creo sería altamente conveniente que se le mandase a buscar y se le confiase el mando de una expedición, que de seguro conducirá con el mayor acierto, siendo por otra parte cierta la necesidad que de él tenemos”.
Doce días más tarde el Marqués insiste: “Hagan porque Rafael Rodríguez —escribe a Gonzalo de Quesada— venga cuanto antes, pues nos es necesario aquí”. Y el 22, en carta a Estrada Palma, el Marqués vuelve a insistir, diciendo: “Uno mi petición a la de Gómez, mande cuanto antes a Rafael Rodríguez, José Manuel Lechuga y vea si Payán viene”. Ese mismo día 22 el general Gómez también escribía a Estrada Palma: “Rafael Rodríguez, Carrillo y Collazo hacen falta, haga usted de modo que salgan como quiera, aunque sea sin expediciones, me hacen notable falta”. El 23, aún sin haber recibido estas últimas, el Delegado Estrada Palma informaba al general Gómez que el día antes había enviado a Miguel Betancourt a Honduras a fin de que háblese con los generales Rius Rivera y Rodríguez y los invitase a venir.
El 28 de agosto Miguel Betancourt llega junto al general Rodríguez. Ese mismo día el general Gómez, escribía a Estrada Palma como si estuviese clamando en medio de una gran desesperación: “A Rafael Rodríguez que lo espero”. Pero el viejo guerrero está ciego y enfermo. Además, la familia no puede dejarla abandonada a la miseria que significaría su separación. Por ello pide que le permitan cuatro meses de plazo para resolver.
En el campo insurrecto la desesperación porque el general Rodríguez llegue, aumenta por momentos. No encuentran jefe adecuado para colocar al frente de los camagüeyanos. Piensan, lógicamente, que, por sus viejos prestigios, por haber luchado en aquella provincia donde naciera, lo hacían el hombre indicado para ese mando. Lo que los jefes que actúan en Cuba ignoran es que la salud no le acompaña y que por el momento no puede venir.
Sin embargo, el Marqués insiste. “Antes de cerrar esta, escribe el Marqués a Estrada Palma el 4 de octubre de 1895, quiero decirle que en esa se encuentran, los jefes siguientes: Calixto García Iñiguez, José Payán, Rafael Rodríguez, José Manuel Lechuga y otros, lo cual pongo en su conocimiento, para que asimismo active Vd. todo lo posible el modo de que vengan, pues por un lado hacen mucha falta y por el otro ya Vd. sabe que no presentándose a tiempo perderíamos su valioso concurso”. El 16 el Marqués volvía a suplicar a Estrada Palma: “Haga todo cuanto esté en sus manos porque Calixto y Rafael vengan a la mayor brevedad”. Y el 25 vuelve a decir: “Trate de que vengan también Rafael Rodríguez y los otros que allá se encuentran”. El 27 de noviembre insistía: “No olvide si ya están ahí Calixto García y Rafael Rodríguez el que vengan cuanto antes, pues ya están haciendo mucha falta”. Todavía el 23 de diciembre preguntaba el Marqués: “¿Qué es de Calixto García, Rafael Rodríguez y demás jefes de la inmigración?”
En los primeros meses de 1896 el general Rodríguez se traslada a Nueva Orleans. El 25 de febrero de 1896 J. Nelson Polhamus, desde Nueva Orleans, escribía a Estrada Palma: “Hace una semana que está aquí Rafael Rodríguez, el Tuerto Rodríguez. ¡Qué malo está! Está muy enfermo, la vista casi perdida y sus negocios le van mal, tanto que se va a Veracruz, en donde piensa establecerse en negocios. Pienso irle a ver y le avisaré. A mí madre, le manifestó su gran pena de estar físicamente imposibilitado de poder ir a la guerra. Si Vd. lo viera no lo conocía”.
En mayo de 1896 el Marqués no se daba por vencido. Ignoraba la verdad de lo que sucedía e insistía, explicando claramente los motivos de tanta espera desesperada. “No sé qué resultado tuvo la Comisión con Rafael Rodríguez”, escribía el Marqués a Miguel Betancourt el 16 de mayo de 1896, y agregaba: “¿no podríamos conseguir que él viniese? Si fuese posible, debíamos hacerlo, pues como jefe de Camagüey satisfaría, no que con Suárez no se está conforme, ni puede estarse”.
El 22 el Marqués decía a Joaquín Castillo Duany: “Se queja Vd. de la falta de jefe que hay allí para remitir expediciones, y aunque muy pronto irá de aquí un comisionado de toda nuestra confianza, encargado de las expediciones, con instrucciones suficientes, en mi anterior le decía que allá teníamos varios jefes que precisaban acá y era propio que vinieran al mando de expediciones, y era preciso hacer todo lo posible por hacerlos venir a cumplir con su obligación; tales como Rafael Rodríguez, Rius Rivera, Martínez Freyre y Manuel Lechuga, Este último se me ha dicho que estaba dispuesto a venir, pero no podía hacerlo, por falta de peculio de poder pagar su pasaje; pero creo que todo sacrificio que se haga porque lo efectúe, será bien remunerado con su presencia en Camagüey; así hagan todo lo posible porque venga, porque para Camagüey hace falta un jefe idóneo, y él y Rafael hacen mucha falta, cualquiera de los dos”.
El 28 el Marqués volvía a hablarle a Castillo Duany del asunto, diciéndole en carta fechada en este día: “Rafael Rodríguez que tiene su puesto señalado como jefe del Camagüey’”. Ese mismo día a Betancourt Guerra le escribía: “Haga todo lo posible por mandamos a Rafael Rodríguez y a José Manuel Lechuga, nos hacen mucha falta, y jefes de esas tallas, muchísimos más”. El 4 de junio el Marqués escribe nuevamente a Betancourt Guerra sobre el asunto: “En mis anteriores le hablaba sobre Rafael Rodríguez y José Manuel Lechuga, que sí fuese posible y ellos quisieran, creo sería conveniente vinieran cuanto antes”.
Calixto García, después de haber desembarcado escribe insistiendo en el mismo tema. El 29 de agosto de 1896, desde Banabacoa, escribía Estrada Palma: “Las armas hacen mucha falta, pero los jefes que valen hacen más. Mándenos a Rius, Rivera, Rafael Rodríguez, Martínez Freyre y Fonseca, aunque no me manden armas. Los jefes viejos en su mayoría están gastados y los nuevos todavía no han tenido tiempo de hacerse”.
A fines de 1897 el general Rodríguez ha logrado reponer un tanto su quebrantada salud y está en disposición de venir. Le sorprende en los Estados Unidos la entrada de este país en el conflicto hispano-cubano. Inmediatamente se incorpora a una expedición que conducida por el general Emilio Núñez, desembarca en Palo Alto el 3 de julio de 1898. El general Gómez le recibe con mucho afecto, designándolo jefe de su Estado Mayor, cargo que estaba en ese momento vacante, por hallarse el coronel Boza en una comisión en los Estados Unidos. Al incorporarse al Ejército libertador el general Gómez le reconoció su grado de general de brigada y le ascendió a general de división, con antigüedad desde la fecha de su desembarco en Palo Alto.
Veinte días después forma parte de la Junta de Guerra que juzgó la conducta de una compañía de soldados norteamericanos que el general Miles había enviado para que combatieran a las órdenes directas del general Gómez, y que se habían comportado indignamente en el ataque y toma del Jibaro. El 24 de septiembre pasa a La Habana para gestionar con la Comisión Americana la ayuda al Ejército libertador y en particular a los hombres del cuartel general del mayor general Máximo Gómez. El 7 de octubre regresa a su cargo de jefe de Estado Mayor del general Gómez. Conducía algunas provisiones y mil pesos en efectivo.
El 24 de febrero de 1899 entra en La Habana formando parte de la escolta de cinco generales que marcharon detrás del aguerrido jefe del Ejército Libertador de Cuba. Después continuó desempeñando su cargo en el cuartel general del general Gómez instalado en la Quinta de los Molinos. El 6 de julio de 1899 el general Gómez enviaba con él una comunicación a la Comisión Ejecutiva de la Asamblea de Representantes en la que le pedía estudiasen el problema de la constitución de la República de Cuba. En esa comunicación, refiriéndose al general Rodríguez, dice el general Gómez que es “compañero de toda mi confianza y quien, compenetrado de mis ideas y sentimientos, podrá aclarar todos los puntos que se desprenden de esta comunicación, haciendo mayor luz en el ánimo de Vds., a fin de ponernos en completo acuerdo de actitud”.
Al ser licenciado del Ejército Libertador ingresó en la Guardia Rural con el grado de comandante, pasando a la jefatura de la provincia de Santa Clara. Más tarde fue ascendido y designado Inspector general interino; después pagador del Cuerpo, y, finalmente, con el grado de teniente coronel, pasó a ocupar la jefatura del Cuerpo de Artillería destacado en la fortaleza de La Cabaña. Allí le sorprendió la muerte el 3 de mayo de 1905, siendo su cadáver conducido a La Habana donde se le rindieron los honores correspondientes a su alta jerarquía en el Ejército Libertador y en las fuerzas armadas de la República.
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