Transcurrido un mes del ataque terrorista de Hamas a Israel, no existen dudas del móvil antisemita que los implementó. De manera progresiva se ha venido observando con claridad los efectos de la campaña que se ha organizado en el mundo entero para desvirtuar su raíz transfiriendo el horror de los crímenes de un campo al otro. El objetivo prioritario de ese colosal empeño es debilitar política y militarmente en Estados Unidos y en Europa la progresión de la riposta israelí. Es un caso de libro suscrito por las izquierdas. El mismo remite a lo que se vio hace 22 años después de los ataques del 9/11. En esta oportunidad la idea genocida remite a las ideas demoniacas que los racistas pusieron en práctica durante la Segunda Guerra Mundial.
Muchos de nuestros lectores han estado atentos, tal vez preocupados, ante las acciones pro-palestina que están teniendo lugar en todas las esferas de la arena pública internacional. En ese sentido tanto en Estados Unidos como en otros países la irrupción de un antisemitismo galopante ha coincidido con una exposición abierta, desfachatada y militante de los sectores más proclives al extremismo de izquierda; todos bogando para hacer avanzar la galera de los pobres y los oprimidos. Manida y mendaz maniobra. No han desaprovechado la oportunidad que les brindó el ataque sanguinario perpetrado por los sicarios de Hamas el 7 de octubre contra civiles judíos. Esa acción tuvo como corolario una confrontación inédita que va en el sentido de estigmatizar la riposta del estado hebreo, el cual, bueno es recordarlo, está luchando en estos momentos por su supervivencia ante un enemigo colosal que no oculta un único propósito cardinal: hacerlo desaparecer de la faz del planeta.
Cuando los atentados de 2001 Oriana Fallaci enfocó magistralmente la génesis de aquella barbarie. Primero publicando un artículo que hizo mucho ruido; a continuación, en su libro La rabia y el orgullo. Es paradójico tener que volver a aconsejar la lectura de un opus que data de hace veinte años, para ilustrar la crisis gravísima que se está desarrollando en estos momentos. Lo cierto es que observando el desenvolvimiento de la crisis releí en diagonal esa obra ya clásica y enseguida La fuerza de la razón, en la cual la difunta italiana hace el recuento de todo lo que tuvo que afrontar en materia de ataques, insultos y procesos desatados por una cohorte de militantes tan fanáticos como profesionales, cuyos continuadores están ahora mismo actuando en aras de proseguir un proselitismo favorable a la dominación del mundo por el islam. Lo cual nos trae a la tesis de Fallaci.
Verdadera Casandra contemporánea la Oriana hizo una pormenorizada historia de la guerra santa que el islamismo viene timoneando a nivel planetario desde hace más de quince siglos, a partir de la muerte del Profeta en el año 635. En su óptica, el credo de los que ella califica como “hijos de Alá” está definido por tres propósitos: invadir, conquistar y someter. Relacionando triunfos y derrotas leer a Fallaci es recorrer parte de la historia partiendo de enfrentamientos que tuvieron lugar entonces en Persia, Armenia y Mesopotamia hasta llegar a Nueva York y Madrid. Póstumamente la lectura permite que desemboquemos en lo que ahora está sucediendo en la Franja de Gaza. Los franceses, quienes gracias a las victorias épicas de Charles Martel en Poitiers y en Tours se salvaron de ser convertidos en 732, tienen actualmente un desafío peor a cuando aquello en las calles de sus grandes ciudades. Existen generaciones de musulmanes nacidos en el Hexágono, mayoritariamente inasimilables y enemigos a tiempo completo de la nación que les permite vivir bajo un régimen de democracia inexistente en las sociedades que a distancia exaltan.
La “política del vientre”, enunciada públicamente en su momento por el argelino Boumediene continúa en vigor. El Tercer Mundo, mayoritariamente musulmán, prosigue exportando sus excedentes demográficos, un expansionismo permanente que obedece a una estrategia a largo plazo que el capitalismo occidental no ha querido bloquear por la avidez que le inspira disponer de mano de obra barata y un circuito de consumadores que haga tornar la maquinaria del sistema. Cualquiera que se oponga a esa manera de hacer es sentado en la picota pública, condenado al ostracismo y sufre una irreversible muerte social. La autora definió como “mortadelas” a los quintacolumnistas que en Occidente van en el sentido de nuestros enemigos.
En ambos libros está descrita magistralmente la alianza contra natura que coloca codo con codo a dictaduras y países autoritarios que tienen como objetivo común debilitar a Europa y a Estados Unidos. No importa que en sus raíces existan ideologías diferentes y hasta antagónicas: nacionalistas, teócratas y comunistas harán causa común en ese tipo de propósito. Y ahora igual que cuando los dos libros fueron escritos, la envejecida Europa resulta ser el lugar más expuesto a la amenaza mortal islamista. Es por eso que vemos como gravísima la situación en España donde, gracias a la incompetencia de sus adversarios, Pedro Sánchez se dirige a reenganchar un segundo período de gobierno que será fatal para ese país y para el continente. El vientre blando europeo será más accesible a la daga musulmana con la coalición de lo peor de las izquierdas en el poder.
Los organismos internacionales controlados por hombres y mujeres procedentes de las izquierdas son el espejo de una situación que se agrava cada vez que surgen crisis como la actual. Las mayorías mecánicas estructuradas alrededor de gobiernos frecuentemente corruptos que distan de representar democráticamente a sus ciudadanos actúan concertadamente porque su supervivencia depende del pacto tácito que suscriben a la hora de pronunciarse. Entre ellos abundan los que desearían regirse por el Corán. Himno a la razón y a un sentido común que cada vez se hace más raro en nuestra realidad, los libros de Oriana Fallaci pueden servir a comprender qué está ocurriendo y por qué. Conocimiento inútil si no se traduce en actos ejecutivos de parte de quienes tienen sobre sus hombros la responsabilidad de dirigirnos.
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