Dr. Warren Weaver (1955)
¿Qué es la Ciencia?
Es la actividad por la cual el hombre adquiere conocimiento y control de la naturaleza. Unos pocos la practican profesional e intensamente, pero todos la practican en cierta medida. Se desarrolla observando y experimentando, construyendo y probando teorías, descartando las que no concuerdan con los hechos, y trabajando sobre buenas teorías para hacerlas mejores. Nunca es perfecta; nunca es absoluta; nunca es definitiva. Pero es útil y progresa.
No todos los científicos aceptarían esta definición. Casi todos querrían cambiarla un poquito, y unos cuantos la modificarían mucho. Pero, al fin y al cabo, todos estarían dispuestos a definir la ciencia. El científico no experimenta la necesidad (como la sentiría si se tratara de definir la religión) de calificar su definición diciendo: “Esta es “mi” ciencia; esto es lo que la ciencia significa para mí.”
¿Qué es Religión?
La religión es un asunto extremadamente personal. Por mi parte, yo sólo puedo decir lo que esa palabra significa para mí. La religión para mí tiene dos facetas principales. Primero: es una guía para la conducta. Segundo: es la teoría del significado moral de nuestra existencia. No se sorprenda usted de que esta definición de la religión tenga un aspecto práctico que alcanza a cada acto de cada día, y un aspecto más “intelectual” que entra en juego con menos frecuencia. Como veremos esa es la doble respuesta que se espera del científico. Y los científicos son, precisamente, la clase de personas que no pueden sorprenderse si estos dos aspectos no concuerdan entre sí.
La ciencia trata de responder a la pregunta: “¿Cómo?”. ¿Cómo actúan las células en el cuerpo? ¿Cómo se diseña un aeroplano que vuele más rápido que el sonido? ¿Cómo se construye una molécula de insulina?
En contraste, la religión trata de contestar la pregunta: “¿Por qué?” ¿Por qué se creó al hombre? ¿Por qué debo decir la verdad? ¿Por qué debe existir tristeza, pena o muerte?
La ciencia trata de analizar cómo se conducen las cosas, las personas y los animales, independientemente de si esta conducta es buena o mala, si tiene o no un objetivo. Pero la religión tiende, precisamente, a buscar esas respuestas: si un acto es correcto o equivocado, bueno o malo, y por qué.
He notado que cuando los teólogos definen la religión ponen mayor énfasis en las consideraciones abstractas. Probablemente nos dirán que: “La religión es el servicio y adoración de Dios”, o es “un sistema de fe y de culto”, o que la religión es, sustancialmente, “una comprensión, conocimiento o convicción de la existencia de un ser supremo, que controla el destino del hombre y La naturaleza.”
¿Cómo Define usted a Dios?
Algunos se refieren a Dios en términos muy humanos, como un padre bondadoso, pero que, sin embargo, está sujeto a estallidos de cólera. Otros asignan a Dios un buen número de cualidades humanas (amor, ira, simpatía, conocimiento, etc.) pero expanden estas cualidades más allá de las posibilidades del hombre (amor ilimitado, sabiduría infinita, conocimiento total, etc.) Otros más, adoptan una actitud mística hacia el concepto de Dios: Dios es un espíritu y no sería útil o posible describirlo en otra forma.
Seguro estoy que cada una de estas ideas han servido bien a diferentes personas en diferentes momentos. La dificultad que yo hallo en estos tres conceptos de Dios, así sintetizados, no es que sean vagos; no es que dependan más de la fe que de la razón; ni tampoco que hasta parecen involucrar contradicción. Estimo que la vaguedad no es solamente inevitable algunas veces, sino hasta deseable y que la fe en ciertos reglones de la experiencia es más poderosa que la lógica. Y los científicos aceptan tales contradicciones metafísicas con más facilidad de lo que la gente cree.
Mi dificultad con los conceptos de Dios, indicados más arriba, radica simplemente en que, aunque proporcionan consuelo en el plano emocional, no parecen aportar satisfacción en el plano intelectual.
Cuando tomo cualquiera de esos conceptos de Dios y trato de analizarlo mentalmente —clasificarlo, meditar sobre ello— me siento confundido o embarazado al usar palabras con las que no estoy fundamentalmente satisfecho, palabras que en vez de explicar las dificultades, más bien las encubren. Por lo tanto, me siento inclinado a usar otras formas de pensar en Dios —formas que me sean satisfactorias intelectualmente y que sean concordantes con mi pensamiento en otros aspectos— ya sean estos científicos o no.
En realidad, esas formas son las que se relacionar, muy directamente con el pensamiento y las teorías científicas. Vamos a ilustrar esto:
Cuando me siento preocupado o temeroso, cuando estoy profundamente inquieto por los que amo, cuando escucho los himnos que reviven los más vanos recuerdos de mi infancia, entonces Dios es para mí un Dios emocional y consolador, un padre protector.
Cuando estoy tratando de resolver un conflicto entre el bien y el mal, entonces Dios es una voz clara y recta, una fuente infalible de guía moral. No comprendo en lo más mínimo cómo me ocurren estas cosas, pero sé perfectamente bien que, si escucho esa voz, sabré lo que tengo que hacer. Muchas veces me he sentido vacilante en cuanto al curso de acción a tomar para determinado propósito práctico; pero no recuerdo un solo instante en mi vida en el cual haya preguntado lo que debía hacer, y no me haya llegado la debida respuesta.
Estas dos afirmaciones abarcan mi relación diaria con Dios. No creo que sea útil ni necesario intentar analizar estas afirmaciones en términos lógicos. Son hechos experimentados. Usted no puede convencerse de que no hay tal Dios como no puede convencerse de que una mesa o una roca no son sólidas, en cada caso la evidencia es simple, directa y uniforme.
Como científico familiarizado con las explicaciones detalladas de la estructura atómica de, digamos, la mesa y la roca, no me sorprende ni trastorna que esos conceptos diarios de Dios no me ofrezcan explicación lógica detallada. Dios, en un plano intelectual (que corresponde al plano teórico del científico), es algo más. Ese “algo más”, como es natural para un científico, muy abstracto. En un plano intelectual Dios es, para mí el nombre detrás de un concordante conjunto de fenómenos, todos reconocibles en términos de objetivo moral y que tienen que ver con el control del destino del hombre. Explicaré esto con mayores detalles en un momento.
¿Puede un Científico Creer en Dios?
Algunas personas creen que los científicos no pueden sencillamente creer en Dios. Sin embargo, yo creo que los científicos tienen ventajas impares para eso, porque los científicos son precisamente las personas que creen en lo que no se ve, en lo que esencialmente no puede definirse.
Ningún científico ha visto nunca un electrón. Y ningún científico cree seriamente que alguien podría verlo. Efectivamente “electrón” es efectivamente el nombre que se da a un conjunto de, cosas concordantes que suceden en determinada circunstancia. Sin embargo, nada hay más “real” para un científico que un electrón. Las sillas, mesas y rocas no son, en efeto, muy “reales” para un científico, si éste se pone a meditar profundamente sobre ello. Una mesa, vista con los instrumentos precisos, del físico atómico, es un conjunto de oscuras y turbulentas descargas eléctricas, que, en sí mismas, son vagas y huidizas. Contemplada así la mesa, se pierde totalmente la ilusión de solidez. En realidad, el científico tiene dos conjuntos de ideas sobre el mundo, que lleva en su mente simultáneamente.
El conjunto más sencillo lo utiliza cuando trabaja y regresa al conjunto más fundamental cuando es necesario. El conjunto de ideas más simples concierne a objetos en gran escala, como usted, yo, mesas, sillas, rocas, montañas. Para estos objetos, el científico posee un conjunto de ideas sobre su solidez, el lugar que ocupan, la realidad, etc. En términos comunes, una roca es sólida y real porque nos lastima el pie si la golpeamos. Usted sabe cómo se mide el espacio para determinar el lugar de una estrella y cómo se mueve. Estas ideas son extremadamente útiles. Si un científico se levantara una mañana sin ellas, no podría lograr siquiera ponerse los zapatos. Ni aún sabría cómo levantarse de la cama.
Sin embargo, el científico sabe que todas esas ideas no resisten un examen minucioso. Cuando fuerza a su pensamiento a bajar a niveles básicos, entra en juego un conjunto de ideas totalmente nuevas y abstractas. Los sólidos no son realmente sólidos. Los objetos “reales”, no están siquiera compuestos —como pensaban los físicos de hace medio siglo— por átomos submicroscópicos parecidos a bolas de billar.
Consideremos el electrón, por ejemplo. Durante un tiempo los físicos creyeron que se trataba de una partícula (usted verdaderamente no debía preguntar lo que significa partícula, del mismo modo que no debe preguntar lo que queremos decir al afirmar que Dios tiene ciertas características humanas). Entonces, los físicos se dieron cuenta que los electrones eran movimientos de onda. ¿Movimientos de onda, pero, de qué? Bien, )no es bueno preguntar esto tampoco). Hoy los físicos creen que los electrones son ambas cosas (o una u otra) partículas u onda.
Además, no se puede asir un electrón, sea lo que sea. Si le preguntamos insistentemente a un electrón “¿Dónde estás?” terminaremos por tener cada vez menos información al respecto. No crean que me estoy haciendo el chistoso. Lo que ocurre siempre es que los físicos modernos no pueden contestar ambas cosas, dónde está la partícula y hacia dónde va; pueden contestar una de estas dos preguntas, pero no ambas.
Por otra parte, supongamos que llevamos a cabo cuidadosas mediciones y consultamos las mejores teorías de física para determinar la conducta de un electrón. Bueno, lo que sucede es que únicamente podremos imaginarnos lo que éste va a hacer. La ciencia no puede predecir con exactitud en gran escala, pero si desciende por esta escala hasta los hechos individuales, la exactitud de la definición se desvanece. Si un científico estudia dos electrones al mismo tiempo, es totalmente imposible para él hasta tratar de mantener definida la identidad de cada uno de ellos.
Quizás todo esto le parezca a usted gracioso o ridículo. Pero sería mejor que no se precipitase a conclusiones erróneas. La ciencia puede alcanzar un conocimiento más avanzado de la naturaleza fundamental de las cosas, pero no existe la más pequeña posibilidad de que este conocimiento “más avanzado” sea un poco menos abstracto.
Un número creciente de científicos creo que está llegando a un concepto enteramente nuevo de lo que significa “explicación”, “comprensión”, “definición”. Y esto es valedero tanto para la ciencia como para la religión.
“Explicar” algo significaba usualmente que se describiera una situación extraña en términos aplicables a situaciones más familiares: usted “comprende” lo que se le “explica” con ideas más corrientes. Pero si usted es de los que sienten alguna curiosidad mental, estará propenso a preguntar “¿Y qué hay sobre las ideas más corrientes?” “Explíquemelas”. Y entonces es cuando se llega a un callejón sin salida. Porque cualquier “explicación”, aunque sea útil y consoladora, finalmente descansa en lo “no familiar”, puesto que cuando se llega al fondo del proceso explicativo, simplemente no existen términos que se puedan usar para “familiarizarse” con ese fondo.
Hagamos ahora el resumen. Mi propósito es explicar si un científico puede o no creer en Dios. Para lograr esto estoy tratando de explicar cómo piensa un científico, y nos encontramos con que el científico está, gracias a sus conocimientos, especialmente preparado para pensar sobre las cosas, en dos formas distintas: la forma común de todos los días y la otra mucho más profunda, lógica, inquieta. En esta segunda forma de pensar el científico se ve forzado a tener ideas muy abstractas, y siente el valor y la inevitabilidad de las mismas.
Ha desarrollado escepticismo contra las respuestas fáciles y la naturaleza “obvia” de los acontecimientos. Es el último que confía en que una explicación definitiva pueda expresarse en ideas familiares. Está convencido, además, de que la realidad no la constituyen simplemente la densidad, o visibilidad, la dureza o la solidez. Para el científico, lo real es simplemente aquello que se ha experimentado universalmente.
¿Suenan estas palabras muy abstractas y difíciles? Por supuesto que sí. El científico sabe que cuando se ve obligado a retroceder hasta el punto donde comienza su meditación, está forzado a tenérselas que ver con abstracciones difíciles. Un científico es aquella persona que no diría que un concepto abstracto de Dios da por resultado un Dios “irreal”; porque el científico sabe que la realidad diaria de la mesa y la roca es una ilusión, y que la realidad es, de hecho, una cosa sutil, huidiza, y bastante abstracta.
Un científico no acepta las ideas porque éstas sean precisamente abstractas e irrealizables: inmediatamente se hace una pregunta básica: “¿Trabaja con éxito esa definición?” “Electrón” es únicamente el nombre tras un conjunto de fenómenos, pero en lo esencial, todos los físicos concuerdan en cuanto a lo que es este fenómeno del electrón; y existe una gran coincidencia de opinión sobre las reglas que gobiernan dicho fenómeno. Si existe tal acuerdo de criterio, la definición “trabaja” y el científico la encuentra aceptable y satisfactoria. Sin embargo, el hombre no ha alcanzado aún esa misma concordancia universal, o explicaciones coincidentes, para lo que se llama el fenómeno de Dios. No obstante, yo acepto la idea de Dios por tres razones:
Primero: en toda la historia del hombre ha habido un acuerdo general impresionante en cuanto a la existencia (si no en cuanto a los detalles) de “Dios”. Este acuerdo no es tan lógicamente exacto como el que existe sobre los electrones; pero hay mucha más gente que cree y ha creído en Dios que la que cree o ha creído nunca en electrones.
Segundo: Sé que no puedo creer, a través de la experiencia religiosa, tan satisfactoriamente como puedo hacerlo en determinados problemas menos importantes y más pequeños El físico nuclear dispone hoy únicamente de teorías contradictorias e incompletas, pero esas teorías trabajan muy bien y representan el mejor conocimiento que tenemos sobre tan importante problema.
Tercero: Acepto dos conceptos sobre Dios —el concepto común de un Dios emocional e intuitivo, y el concepto intelectual de un Dios abstracto— por la muy sólida razón de que ambos me resultan personalmente satisfactorias. No me preocupa en lo absoluto que estos conceptos difieran entre sí: si un electrón puede estar constituido de dos cosas totalmente inconcordantes, no hay por qué esperar menos de Dios.
¿Puede Creer un Científico en la Biblia?
Creo que Dios se ha revelado ante muchos, en muchas épocas y en muchos lugares. Creo, además, que continuamente se está revelando ante el hombre en nuestros días. Cada nuevo descubrimiento de la ciencia es una “revelación” más del orden en que Dios ha edificado el Universo.
Creo que La Biblia es la revelación más pura que tenemos de la naturaleza y la divinidad de Dios. Me parece natural, y en verdad inevitable, que ese récord humano de la verdad divina contenga un poco de fragilidad humana junto con mucha verdad divina. Me parece completamente innecesaria la preocupación por las ligeras excentricidades que muestra ese récord.
Existen, por supuesto, personas sinceras y honestas que estiman necesario hacer una interpretación literal de cada palabra de la Biblia y que aceptan cada una de sus afirmaciones como le expresión de la verdad divina. Esta actitud considero que conduce a pobreza espiritual e intelectual. Los relatos de los hechos milagrosos acaecidos en los tiempos bíblicos me lucen más razonablemente comprensibles si se les considera como una exageración poética, como la interpretación de la época de hechos que hoy ya no consideramos milagrosos como concesiones (hechas por parte de los escritores cristianos) al problema de competencia con los hechos mágicos que reclaman para sí otras religiones.
¿Puede un Científico Creer en Milagros?
Ponga una cafetera de agua al fuego. ¿Qué es lo que sucede? ¿Se calienta y hierve el agua, o se hiela? Un científico del siglo diecinueve hubiera encontrado ridícula esa pregunta. Pero los científicos de hoy, conscientes de las peculiaridades de las teorías físicas modernas, nos dirán: En la abrumadora mayoría de los casos el agua se calentará y hervirá, pero en un caso entre un gran número de ellos, se puede esperar que el agua se “hiele” en vez de “hervir”.
La ciencia moderna reconoce esa extremadamente rara posibilidad de fenómenos —como el caso del agua que se hiela sobre el fuego o de ladrillo que espontáneamente se desplaza ascendiendo varios pies— lo que contradice el orden usual de los hechos y podría ser calificado de “milagro”. Nadie Puede sostener con lógica que la ciencia crea que los “milagros” son imposibles.
Si, de una parte, mi fe religiosa me exige “milagros”, mi conocimiento científico no los niega necesariamente. Pero mi fe religiosa no descansa, en modo alguno, sobre la validez de los antiguos milagros. Para mí, Dios gana en dignidad y poder por medio de las manifestaciones de su razón y orden, no a través de exhibiciones a capricho.
¿Puede un Científico Creer en la Vida después de la Muerte?
Los científicos están muy influenciados (aunque no tan exclusivamente como algunos aseguran) por la evidencia. Si existe prueba evidente de una afirmación, aceptan o creen en dicha afirmación; si existe evidencia en contra la rechazan. Si es imposible presentar alguna prueba –ya sea a favor o en contra de la afirmación– entonces los científicos se inclinan a considerar tales afirmaciones como asuntos de investigación útil.
En cuanto a mí concierne, “la vida después de la muerte” es un problema en el que no puedo creer ni no creer.
Hasta ahora, por lo menos, me siento muy interesado en esta vida sobre la tierra para experimentar algún deseo de entrar en puras especulaciones sobre la otra.
0 comentarios