(El Ministro que hace cuatro siglos convirtió a Francia en un Poder Mundial) (II)
Por Rafael Jesús de la Morena Santana
Los filmes de este corte, aprovechando la complicada trayectoria del Cardenal, están influenciados por religiones rivales del Cristianismo. Por supuesto, son bien recibidos por los izquierdistas y comunistas, acostumbrados a criticar a personajes históricos cuyas ideas rechazan y sus éxitos envidian, y más si son representantes de la jerarquía católica a la que odian y sobre todo temen.
Los mosqueteros, hombres de honor, en el libro “Veinte Años después”, la magnífica segunda parte de la novela, absuelven al ilustre ministro, al referirse en diferentes ocasiones con palabras llenas de nostalgia, devoción y admiración al Gran Cardenal y sus tiempos de gloria.
¿Quién fue en realidad el Cardenal Richelieu? Aclaremos la verdad histórica, y sin olvidar que un análisis de su vida puede ser controversial, intentemos hacer justicia al responder: Armand Jean Du’ Plessis, Cardenal-Duque de Richelieu, nació el 9 de septiembre de 1585 en París, en el seno de una familia de la nobleza de Poitou. Su madre, Suzanne de La Porte, era hija del abogado del Parlamento. Su padre, Francois du Plessis, que fue Gran Preboste de Francia; murió cuando el niño sólo tenía 5 años, víctima de las Guerras de Religión entre católicos y protestantes, dejando a la familia en una delicada situación económica.
A la edad de nueve años, el niño fue al Colegio de Navarra, luego se inclinó a la carrera de las armas y estudió en la Academia Militar de Plubinel, pero el destino le deparaba otro rumbo. Alfonso, el hermano que se preparaba para el sacerdocio, decide hacerse cartujo, no ocupará el obispado de Lucón, hereditario en la familia y fuente principal de ingresos. El joven Armand, para no perder el dinero de la canonjía, asume la responsabilidad, a pesar de no tener vocación, será presbítero. Este paso afectará el resto de sus días, por su carácter, muchas de sus acciones futuras no se corresponderán con la humildad del servicio al rebaño del Señor.
En 1606 el Rey Enrique IV de Borbón le nombra obispo de Lucón. Emprende viaje a Roma a solicitar dispensa por la edad, el Papa Pablo V se impresionó con su inteligencia y méritos y se la concedió. El 17 de abril de 1607 defiende su tesis de Doctor en Teología en La Sorbona y parte a ocupar su puesto. Richelieu tomó posesión de la diócesis situada al centro oeste del país a orillas del Golfo de Vizcaya, y se mostró como un obispo comprometido con las reformas del Concilio de Trento.
Su diócesis era pobre, Richelieu aplicó su capacidad de trabajo, conocimientos y habilidades, que luego utilizaría en política, en esta experiencia administrativa. Resolvió las carencias de las iglesias bajo su jurisdicción y escogió a los párrocos. Reedificó la Catedral Nuestra Señora de la Asunción, reemplazó ornamentos, altares y vasos sagrados desaparecidos en las guerras de religión. Ayuda al resurgir de las aldeas saqueadas y sus templos. Manda limpiar los canales de drenaje de los pantanos. Vela por el orden moral, evangeliza con las órdenes religiosas. Funda uno de los seminarios sugeridos por el Concilio de Trento, el primero en Francia. Adquirió fama de sabio y hábil, otros prelados aprenden de él, este es el primer escalón de Armand hacia el poder político.
En 1614 es electo diputado a los Estados Generales, entre sus intervenciones en la asamblea, criticó el cobro de impuestos a la iglesia, y la defensa de las reformas del Concilio de Trento. Se ganó el discurso de clausura, donde definió el futuro nacional. Su elocuencia excepcional emocionó a la Reina Madre, María de Médici, la italiana ve en él a un colaborador del régimen que ella detenta.
La regente le escoge de Consejero de Estado y capellán de Ana de Austria, la princesa española esposa de Luis XIII de Borbón. El favorito de la Corte, Concini, le nombra Secretario de Estado en 1616, con las carteras de Guerra y Relaciones Exteriores, pero a la caída del Mariscal de Ancre, derrocado por Charles de Luynes, halconero real y confidente del Rey, Armand fue destituido y tuvo que acompañar a la Reina Madre en su exilio interno al suroeste, a la pequeña ciudad de Angulema.
En 1618, debido a sospechas de Luis XIII sobre intrigas con María de Médicis, Richelieu fue deportado a Avignon, la ciudad papal, allí, dejando de momento sus aspiraciones políticas, se dedicó a estudiar e investigar para mejorar la doctrina eclesiástica, entonces escribió un didáctico catecismo titulado “L’lnstruction du chretien” (La Instrucción del Cristiano). Pero en 1619, la Médicis escapa de su nuevo confinamiento en el Castillo de Blois, y dirige una rebelión aristocrática. Se acude a Richelieu para mediar con ella, este negocia y se firma el Tratado de Angulema en 1620, garantizando la libertad de la Reina Madre y su derecho a pertenecer al Consejo Real. Así Armand vuelve al aprecio Real, llegará a Canciller.
Armand avanza, el Papa Gregorio XV le reviste de la púrpura el 5 de septiembre de 1622, de Canciller pasa a ser Primer Ministro en agosto de 1624. Tiene ante sí una ingente misión, Francia está en crisis, dividida, debilitada, amenazada, él se propone eliminar el poderío de los protestantes, controlar a la insumisa nobleza, vencer a los enemigos externos y mejorar la situación económica.
Se dispone con ánimo a la faena, trabaja veinte horas diarias para salvar la Francia debilitada por la anterior dinastía de los Valois, actuó con decisión: movilizó y reforzó al máximo las desgastadas fuerzas armadas, buscó aliados, utilizó la violencia, la diplomacia, la coacción, el espionaje, la represión y llegó hasta la eliminación física de los enemigos del reino. Su resolución es encomiable para un político, pero en realidad muy lejanas a las de un siervo de Nuestro Señor Jesucristo.
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