Poesía con tinta y corazón

Written by Libre Online

4 de agosto de 2021

El Celoso

Por Luis Cané  (Argentino)

(De la selección especial del fallecido maestro de la poesía Luis Mario)

Estaba en paz con la vida;

lo estaba conmigo mismo,

puesta mi ternura en ti,

lleno yo de tu cariño.

De pronto fue como un rayo

lo imprevisto:

Te vi en mi imaginación

como nunca te había visto:

te vi andar con otro hombre

los más tortuosos caminos.

Salí a la calle, sin rumbo,

a encontrarte decidido.

Las calles de Buenos Aires

resonaban como ríos,

y las mujeres llevaban,

como un oscuro designio,

la fecha para una cita

en su recato fingido.

Mi corazón complicaba

el ritmo de sus latidos,

y cada palpitación

era un golpe de martillo

que se estrellaba en mis sienes

con una explosión de vidrios.

Marchaba como un autómata,

con el cerebro vacío.

Los hombres de cada esquina

te esperaban intranquilos;

las horas de sus relojes

me señalaban tu olvido.

Las mujeres que pasaban

en los autos fugitivos,

me dejaban en los ojos

colores de tus vestidos.  

Ibas en todos los autos

huyendo de mi destino,

con la imagen de otro hombre

hundida en tus ojos limpios

Le ciudad era tu cómplice.

Sus calles eran caminos

que te alejaban de mí

hacia mil rumbos distintos,

y tu voz, por mil teléfonos,

juraba amor infinito

con una sonrisa falsa

que yo nunca te había visto.

¿En qué portal penetrabas

con qué paso decidido?

Qué perfume te envolvía

como si fuera un abrigo?

¿Qué ascensores te llevaban

en qué casas de cien pisos,

hacia qué apretado abrazo

que no era de brazos míos?

¿Qué besos lentos y sucios

te andaban entre los rizos?

¿Qué manos estremecidas

en qué rincón escondido

de la ciudad y el crepúsculo

ganarían tus sentidos?

¿Qué día; por vez primera,

y en qué lugar le habrás visto?

¿De qué astucia te valdrías

si, estando una vez conmigo,

él te miró desde lejos

y tú hubieras sonreído?

Mi certeza se agrandaba

como bruma sobre el río.

Tomé el rumbo de tu casa

con un pensamiento fijo.

Caminaba vacilante

cual si fuese mal herido.

En cada portal metía

los ojos despavoridos.

No creí que tanta angustia

cupiese en el pecho mío.

Llegué sin respiración.

Abrí la puerta sin ruido.

Nada me sorprendería:

todo lo había previsto.

Tú estabas junto a tu lámpara,

con un bordado sencillo.

Al verme, alzaste los ojos:

¡nunca te los vi más límpidos!

Y me dijiste dichosa:

“¡Qué suerte que hayas venido! Vieras qué largo es el tiempo

cuando tú no estás conmigo…”

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