Por JORGE QUINTANA (1955)
Símbolo de su época fue Pío Rosado. Todo el espíritu del Santiago de Cuba antes de comenzar la Guerra de los Diez Años se representaba en él. Era caballeroso, buscador de camorras, como si en esa lucha quisiera entrenarse para las grandes batallas que tenía que librar. Amaba la libertad por encima de todas las cosas y sufría con las angustias de la patria esclava, por cuya liberación habría de entregar los mejores esfuerzos de sus mejores años y su vida misma.
El 8 de julio de 1842 nació en la ciudad de Santiago de Cuba Pío Rosado Lorié, aun cuando Abdón Tremols, en su obra “Los patriotas de la Galería del Ayuntamiento de La Habana”, asegure que nació en 1835. Sus padres se llamaban Pío Rosado y Ana Lorié, de recia estirpe criolla. Emilio Bacardí que conoció e intimó con Pío Rosado Lorié nos lo describe como un mozo “alto, delgado, todo nervio, impulsivo. Un valor heroico, revestía los caracteres de la acometividad temeraria: en su ser el desprecio a los peligros constituía una segunda naturaleza”.
Desde muy joven se dedicó al magisterio, más que nada por vocación. Aun cuando amaba la historia y la literatura explicaba aritmética con singular acierto. En el “Colegio de Santiago” que dirigía Manuel Fernández Rubalcaba le encontramos ejerciendo el magisterio. Emilio Bacardí asegura que “llevaba su energía hasta a sus clases de aritmética. Al sentirse contrariado o desobedecido, increpaba con rudeza al discípulo, dando primeramente sobre el pupitre que le servía de cátedra un duro golpe, con el dedo del corazón, dedo previamente escondido para contenerse quizás: —¡Venga usted acá, don fulano! —, y agarrando al niño por una oreja, con sus dedos de tenazas, le hacía pegar un salto sobre un banco donde permanecería de pie, en castigo por la falta cometida. No hay que olvidar que el uso de la correa y de la palmeta era muy corriente entonces”.
En 1862 el Gobernador le recomienda para una plaza de vacunador en el partido de Morón, plaza que no le pudieron dar por falta de créditos en el presupuesto confeccionado para esos fines. Continuó explicando sus clases de aritmética en la escuela de don Federico Pérez y otras varias. El 25 de febrero de 1866 va a ser elegido el Comisionado por la Provincia de Cuba para redactar las Leyes Especiales que deben decretarse para la Isla de Cuba. Los reaccionarios integristas lanzan la candidatura de José Bautista Ustariz. Frente a ello el espíritu criollo se subleva y lanza la de José Antonio Saco. La presión, el alboroto que promueven y la justicia de lo que demandan, inclina notablemente la balanza del lado de Saco. Cuando se lleva a cabo la elección, mientras en la Sala Capitular los representantes votan, afuera en la calle grupos de estudiantes dan grandes vivas a Saco. Entre ellos figura, en primera línea, Pío Rosado. Cuando desde uno de los balcones del Palacio donde se verifican las elecciones, alguien les anuncia que ha triunfado Saco, el escándalo es notable, la policía tiene que cargar para dispersarlos. Pero no les importa ya retirarse. Ha triunfado Saco y eso es bastante. Veintisiete votos obtuvo Saco, contra dieciocho su contrincante.
Ese mismo año de 1866 aprueba el primer año de enseñanza secundaria en el Instituto de Santiago de Cuba. El 10 de octubre de 1867, alegando que ha estado enfermo, convaleciente en el campo, solicita le matriculen en el segundo año. Para demostrar sus excusas acompañó un certificado médico expedido por el Dr. José A. Pérez Peñaranda en el que se hacía constar que a consecuencia de su asiduo y constante afán por el estudio “hubo de contraer una fiebre aguda de carácter nervioso, de la que estuvo muy grave: que con el objeto de que convaleciese y se restableciese más rápidamente, secundando en esto sus deseos, le aconsejé pasase el resto de la corriente en el campo, de donde ha vuelto hoy completamente sano”. El Gobernador Superior Civil no accedió a lo que solicitaba.
Ese mismo año de 1867 los conspiradores bayameses logran introducirse en Santiago de Cuba. Manuel Fernández Rubalcaba es uno de los jefes. En su colegio trabaja Pío Rosado que no demoró mucho en unírsele en aquel vivo afán de libertar a Cuba.
Al iniciarse la contienda entre cubanos y españoles el 10 de octubre de 1868, Pío Rosado, para asombro de muchos, corrió a sentar plaza como Voluntario al servicio de España en el Segundo Batallón de Santiago de Cuba. Alguien al verlo con aquel traje le dijo asombrado: –“¡Tú, Pío!”, y él, sonriendo, respondió al instante: “¡Tonto! con esto tengo arma y salvoconducto para salir…” Y así fue en efecto. Pocos días más tarde de este incidente Pío Rosado, acompañado de un pequeño grupo de Voluntarios tomaba el camino de Bayamo presentándose en las filas insurrectas.
Cuando las fuerzas que operaban en torno a Bayamo partieron para la zona de Santiago de Cuba, mandadas por Donato Mármol y Máximo Gómez, entre los oficiales que le acompañaban figura Pío Rosado. Participa en el ataque a El Cobre y en la ocupación de Puerto de Bayamo, en cuya cima izaron los insurrectos la bandera de la estrella solitaria que se podía ver, perfectamente, desde la capital oriental
A las cuatro de la tarde del 24 de diciembre de 1868, cuando la población un tanto atemorizada por la proximidad de las fuerzas insurrectas, se aprestaba a celebrar la Nochebuena, en la entrada de Santa Inés se presenta el coronel Pío Rosado acompañado del soldado Manuel Acosta que llevaba bandera de parlamento. Al oficial de marina que cubría aquel puesto, don Emilio Sánchez, le pidió permiso para pasar hasta el Palacio del Gobierno y entregar unos pliegos que traía para el Gobernador. El oficial Sánchez se comunicó con el Gobernador, según aseveran todos los autores que han escrito sobre este episodio y el Gobernador, al recibir la noticia, dispuso que Pío Rosado y su acompañante entrasen como parlamentarios, escoltados por un cabo y cuatro soldados.
Sin embargo, Emilio Bacardí, que está incluido entre los autores que coinciden en relatar esta parte del episodio en la forma que nosotros lo hemos relatado, asegura en sus ‘Crónicas de Santiago de Cuba’ que el oficial Sánchez “fue arrestado por un mes, por haber permitido la entrada del parlamentario” con lo que da a entender que el jefe del puesto de la entrada de Santa Inés había actuado por su propia iniciativa. En fin, que autorizado por el oficial Sánchez o por el Gobernador, el hecho cierto es que Pío Rosado, con las consideraciones de todo un parlamentario del enemigo, avanzó hacia el interior de la ciudad, seguido por la calle del Reloj de Dolores —hoy Mayía Rodríguez— hasta Providencia —hoy Maceo—, doblando por Calvario, deteniéndose brevemente entre las calles de Sagarra y Sánchez Hechevarría para saludar a la señora Eugenia Bosque de Vidal madre de su compañero Carlos Vidal. Siguió después hasta San Jerónimo, por donde ascendió por la calle de San Pedro a la Plaza de Armas. Dicen los que le vieron que montaba un hermoso caballo moro y que vestía traje de dril crudo, botas de charol y sombrero gris de castor, de alas anchas, rodeado por una cinta tricolor.
La noticia de que a la Plaza de Armas había llegado un parlamentario que venía del campo insurrecto, conmovió a la ciudad. Navarro asegura que “el pánico fue inmediato”. Las tropas corrieron para sus cuarteles. El primer batallón de Voluntarios, con sus jefes don Manuel Arnaz y don Benigno Dorado, tomaron posiciones en la Plaza de Armas. Poco después llegó a aquel mismo lugar el escuadrón de Voluntarios que mandaba D. Saturnino Fernández. En las calles inmediatas numeroso público se había situado ávido de ver pasar al jefe mambí y, sobre todo, saber a qué había venido.
El brigadier don Fructuoso García Muñoz lo recibió con cortesía, reconviniéndole por su imprudencia, a lo que contestó Rosado, que él, como militar, no hacía más que cumplir órdenes superiores. En sus ‘Crónicas de Santiago de Cuba’ Emilio Bacardí asegura que el Gobernador García Muñoz se negó a recibir la carta que le presentaba Rosado. Y en las mismas Crónicas —y hasta en la misma página— dice Bacardí que Rosado trajo una comunicación de Céspedes “sobre ejecuciones de prisioneros por el gobierno español, lamentando dichos sucesos y amenazando con tomar represalias” y que el Gobernador García Muñoz contestó por escrito “que los cubanos eran unos rebeldes con quienes no podía el Gobierno entrar en tratos ni negociaciones”. Felipe Martínez Arango, en su obra ‘Próceres de Santiago de Cuba’, dice que el objeto de esa misión no fue otro que el de entregar una comunicación de Donato Mármol al Gobernador, sobre canje y tratamiento de prisioneros». Esta misma noticia ya nos la había ofrecido Calcagno en ‘Diccionario Biográfico Cubano’ al incluir la ficha de Pío Rosado.
Afuera en la calle, mientras se efectuaba la entrevista, aumentaba la multitud. El Gobernador comprendió que podían atacar al parlamentario y a juzgar por la excitación de los ánimos y la actitud de los voluntarios hasta llegar a darle muerte. Inmediatamente mandó a buscar un pelotón al cuartel de lanceros. Al rato llegaban frente a la puerta del Palacio del Gobierno cuarenta lanceros al mando del capitán graduado teniente don Pedro Blázquez Ruiz. Dos voluntarios, el sastre José Carbó y el propietario de la peletería “La Niña”, José Sariol, le cortaron una de las bocamangas del capote de Rosado, en donde estaban las insignias de su grado de coronel del Ejército Libertador, así como la mitad de una de las correas de los estribos, por lo que fueron reprendidos por el comandante Rebolledo, uno de los jefes del Regimiento de Cuba. Bernardo Lagreyre, de cuya casa se habían llevado el caballo que montaba Rosado, se presentó también en esos momentos ante el Gobernador García Muñoz reclamando la inmediata devolución del caballo, pero éste enérgico y resuelto, le respondió que en ese caballo había llegado Pío Rosado y que en ese caballo se iría.
Cuando llegó el capitán Blázquez a presencia del brigadier García Muñoz, éste se acercó a la puerta y en voz alta, para que lo escucharan bien, los que estaban en la plaza, le dijo:
—Capitán: Acompañe al parlamentario hasta las afueras de la ciudad por el mismo camino que recorrió al entrar. Usted me responde de él con su cabeza.
Se dice que Blázquez, sin inmutarse, saludó a su jefe y salió a la calle. Al ir a montar en su caballo se dirigió a los voluntarios diciéndoles:
—Ya han oído la orden del general y mucho sentiría tener que hacerles fuego.
Bacardí es de los que afirman que al ir a salir Rosado del despacho del Gobernador, éste le arrancó las insignias que llevaba en las mangas del saco, junto a los puños.
—¿Me desnuda usted? —dijo inquisitivamente Rosado, a lo que el brigadier García Muñoz repuso:
—No, lo salvo…
Juan María Ravelo pone especial empeño en dudar de la exactitud de esta escena. En su obra ‘Jirones de Antaño’ dice Ravelo:
“Dos cosas a nuestro juicio nos permiten presumir lo incierto de ese dato. El parlamentario no llevaba insignias y su carácter altivo e impulsivo no hubiera admitido el despojo con tanta sangre fría y sin protesta”.
Pío Rosado salió del Palacio del Gobernador en medio de la expectación general. Todos los que han relatado este episodio dicen que el Gobernador se asomó al balcón del Palacio imponiendo respeto a la muchedumbre que allí se había congregado. Castellanos llega a más, cuando afirma que Rosado respondió a la despedida que desde el balcón le hacía el brigadier García Muñoz, saludándolo militarmente. Bacardí asegura que, al ir a montar y notar los estribos cortados, Pío Rosado dio un salto cayendo sobre la montura, al mismo tiempo que mirando despreciativamente para la muchedumbre, les decía:
—¡Simples!
Escoltado ahora por lanceros, tomaron las mismas calles por donde habían venido. En la entrada de Santa Inés se despidieron cordialmente el jefe cubano y el oficial español que eran, además, viejos conocidos de las tertulias de la ciudad, especialmente de la Filarmónica.
El capitán Blázquez moriría un mes después en un encuentro con fuerzas cubanas que operaban por Puerto de Bayamo, adonde había ido de recorrido.
En enero de 1889 toma parte en el incendio de Bayamo. Después le vemos secundando a Donato Mármol en aquel inútil esfuerzo por establecer una dictadura, desconociendo la autoridad de Carlos Manuel de Céspedes. Mármol, en esa ocasión, le designa jefe de su Estado Mayor, cargo que desempeñó por breves semanas, ya que fue electo Diputado a la Cámara que debería reunirse en abril de ese mismo año de 1869 en Guáimaro, Camagüey.
A la muerte de Donato Mármol le sustituye el general Máximo Gómez. El 26 de noviembre de 1870 el gobierno español le condenaba en rebeldía a la pena de muerte en garrote vil, con su correspondiente incautación de bienes.
Algunos autores, Bacardí entre ellos, fijan la fecha de 1872 ó 1873 como la de su salida de Cuba. Nosotros podemos aclarar hoy, que la fecha exacta de su salida de Cuba fue la del 13 de noviembre de 1871, según anota, en su Diario de campaña, el mayor general Gómez. Fue en Paso las Estancias, Guantánamo, donde el general Gómez se despidió de los que salían al extranjero con comisiones del gobierno. Eran éstos Pío Rosado, Villasana, Pacheco y Pedro de Céspedes, Gobernador del Estado de Oriente y hermano de Carlos Manuel de Céspedes. De las costas de Cuba se trasladaron a Jamaica donde habiendo enfermado Céspedes, continuó viaje sólo a Nueva York Pío Rosado.
El 14 enero de 1872 ya estaba en aquella ciudad, entrevistándose con Francisco Vicente Aguilera a quien expuso que el objeto de su misión era la organización urgente de cuatro expediciones que deberían embarcar por Oriente, Las Tunas, Camagüey y Occidente. Aguilera le informó, por su parte que estaba tramitándose un empréstito y que si el mismo se lograba habría dinero para todos esos proyectos expedicionarios, pero si no se conseguía ese dinero resultaba imposible pensar en tantos proyectos, pues la emigración carece de todo, incluso dinero.
En los Estados Unidos vivió Rosado aguardando el momento de poder retornar a Cuba. Se mantuvo junto a Francisco Vicente Aguilera cuya autoridad jamás desacató. En agosto de 1874 el periodista español José Ferrer que era de los más intransigentes en la cuestión cubana y que además se había ganado la animadversión de los cubanos por sus proyectos de africanización de Cuba dirigía en Nueva York ‘La Crónica’, un periódico subvencionado por el gobierno español para contrarrestar la campaña, que, en Estados Unidos, hacían los cubanos. En su papel de provocador estilo de Gonzalo de Castañón, le reclamó al periodista cubano Juan Bellido de Luna por un artículo publicado en el periódico que dirigía llamado “La Independencia”.
Bellido designó como sus representantes para concertar el duelo a Pío Rosado y José Joaquín Govantes. Acordaron verificar este en Bélgica, ya que las leyes de los Estados Unidos prohibían esa clase de lance en su territorio. A esos fines los contendientes y padrinos deberían trasladarse inmediatamente a Bélgica. Ferrer de Couto se apresuró a salir. Cuando iba a embarcarse Bellido de Luna fue detenido por la policía norteamericana. Lo habían denunciado del Consulado español, a fin de que así pudiera permitirse Ferrer de Couto decir que su contrincante no había estado en el lugar de la cita la fecha fijada. Ante ese contratiempo Pío Rosado tomó la decisión de trasladarse a Bélgica y ocupar el puesto de su representante Bellido de Luna. Por Canadá embarcó para Europa. En la fecha fijada estaba en el campo del honor. Ferrer de Couto aceptó que Rosado sustituyera a Bellido de Luna. Como era buen tirador estaba seguro de su victoria y entre un cubano u otro, cualquiera le venía bien. Lo que ignoraba era que Rosado era tan excelente tirador que podía usar ambas manos.
En Bélgica Rosado completó su representación agregando a Govantes otra persona. Según algunos autores ese otro padrino fueron Francisco Javier Cisneros, Gerardo Castellanos dice que fue Juan Manuel Macías, a quien, precisamente, cita Bacardí como un espectador del duelo, pues se habían agregado a la comitiva a su paso por Londres.
El duelo fue pactado a pistola, debiéndose colocar los contendientes a treinta pasos, pudiendo avanzar a discreción hasta situarse a quince pasos de separación. Según relatara Govantes, en una carta, al darse la señal para comenzar el trance, Ferrer de Couto avanzó sus quince pasos, mientras Rosado se quedó en la línea inicial. Desde allí hizo fuego sobre su adversario logrando herirlo en el costado derecho. Bacardí aseguraba que el lugar de la herida fue la ingle. El propio Ferrer de Couto dio otra versión muy distinta. Según él, Pío Rosado, al darse la señal, avanzó rápidamente cinco pasos, levantó el brazo y apuntó. Por su parte Ferrer de Couto, sin moverse de su línea original disparó inmediatamente sin herirlo. Rosado avanzó otros dos pasos y volvió a apuntar sin disparar. Nuevamente Ferrer de Couto disparó un segundo tiro sin hacer blanco en su adverbio. Fue entonces cuando Rosado hizo su primer disparo, abatiendo a su contrario. Los allí presentes se extrañaron de la mala puntería demostrada por Ferrer de Couto que tenía fama, como ya hemos dicho, de excelente tirador. Castellanos asegura, que el periodista español estaba tan seguro de su triunfo, que sus amigos le tenían preparado un banquete en Bruselas.
Ferrer de Couto se trasladó a París, donde los médicos no se atrevieron a extraerle la bala. En esas condiciones llegó a Nueva York. En su periódico “El Cronista” publicó una carta haciendo grandes elogios del valor y la corrección de Pío Rosado. Murió al año siguiente. Aquel hecho le sirvió al insurgente cubano para que la emigración cubana en París se entusiasmase y prometiesen costearle una expedición. Entre los donantes principales figuraban Carlos de Varona, Narciso Foxá y otros. Inmediatamente Rosado y Govantes retornaron a Nueva York, donde trataron con Aguilera de fijar las condiciones para traer esa expedición a Cuba. Aguilera, que tenía que luchar con las campañas internas de la emigración, encontró grandes tropiezos para llevar a cabo esos planes expedicionarios. En febrero de 1875 Pío Rosado visitó los centros de la emigración cubana en Key West, solicitando fondos para poder cubrir los gastos del proyecto expedicionario. En junio, Aguilera se embarca para Kingston a fin de aguardar al coronel Rosado, que con el barco expedicionario “Octavia” debería recogerlo y trasladarlo a Cuba.
En los primeros días de septiembre está Pío Rosado frente a las costas cubanas. Tres días permanece allí tratando de desembarcar los hombres y los pertrechos. Todo inútil. Desde tierra los soldados españoles le hacen nutridísimo fuego. AI fin tuvo que renunciar y darse a la fuga ante la presencia del vapor español “San Quintín” que vino expresamente, a perseguirle. La falta de carbón le hizo recalar las Islas Turcas. La tripulación y los expedicionarios se le habían enfermado. No había comida. No tenía un práctico a bordo, las Islas Turcas le venden el carbón a un precio excesivo, pero no tiene más remedio que pagarle. De allí se dirige a Kingston, donde se reúne con Aguilera. El 28 septiembre entraba en la gran bahía jamaiquina.
El 29 de octubre desde Nueva York, Miguel de Aldama le quitaba el mando de la expedición, disponiendo hiciera entrega de la misma al general Juan Díaz de Villegas. Al mes siguiente ya está en Nueva York. Unas semanas más tarde, ante una concurrencia de cubanos reunidos en la sociedad “La Independencia”, explica toda su actuación en el caso de la fracasada expedición. Mientras rechaza los cargos que le hacen de que fracasó porque perdió mucho tiempo tratando de buscar al general Aguilera, lo que no era cierto, se prepara para salir de nuevo. El 22 de abril de 1878 se embarca con Aguilera en la barca “Trait d’ Union”. Deberían dirigirse a Racoom Key, en las Bahamas, donde trasbordarían al “Anna” que con los fusiles y demás pertrechos a bordo los conduciría a las costas cubanas. Los expedicionarios llegaron al punto convenido, pero no encontraron al “Anna” que no pudo salir de Nassau a cumplir su misión debido a que le había explotado una caldera.
Aguilera se dirigió inmediatamente a Nassau. Allí se le reunió Rosado. Después de muchas deliberaciones y otras tantas esperas inútiles, decidieron dar por fracasada la expedición. Pío Rosado se embarca para Cabo Haitiano, llegando a Castle Island donde desembarca. De allí sigue Rosado viaje a Kingston primero y a Port au Prince después. En este último lugar vuelve a reunirse con Aguilera, tomándose una decisión final: trasladarse a Nueva York. Pío Rosado vuelve nuevamente a Kingston donde vivía su madre. Allí continúa defendiéndose de los ataques que le hacían en Nueva York con motivo del fracaso de la expedición del “Octavia”. Se traslada a la gran ciudad norteamericana donde le sorprende el Pacto del Zanjón que, desde luego, no acepta.
Antonio Maceo le ordena que se traslade a Key West. A principios de 1879, le encontramos en Nueva York actuando como Secretario del Comité Revolucionario Cubano que presidía el mayor general Calixto García, a cuyas órdenes había combatido en la caballería de Jiguaní.
A mediados de 1879 —exactamente el 29 de junio— presenta su renuncia como miembro del Comité. En la breve carta que con ese motivo envía al general García le dice: “Creyendo servir mejor a la causa de mi país, me veo precisado a separarme del Comité Revolucionario Cubano, a que tengo el honor de pertenecer, para tomar parte en una empresa que, en mi concepto, ha de ser altamente provechosa para aquél”. Parece que se quería ir a Perú a tomar parte en la Guerra Peruano-Chilena, sobre todo si tenemos en cuenta que conjuntamente con esta renuncia de Rosado otro miembro no menos ilustre presentó también la suya: Leoncio Prado, el hijo del Presidente Prado, que muriera heroicamente poco tiempo después fusilado por los chilenos, al caer prisionero.
Calixto García, por su parte había continuado desarrollando la conspiración que culminó, al fin, en el levantamiento conocido por la Guerra Chiquita. En Nueva York se reúnen Pío Rosado, Manuel Sanguily y el general García. Sanguily trataba de disuadirlos de que no se lanzaran a aquella aventura donde sólo podría esperarles un seguro fracaso. Cuando creyó que los tenía convencidos, dijo Rosado con tono de resolución: “…sin embargo me voy”. Calixto García se le escuchó diciendo a Sanguily: “Lo creo, pero tengo que ir”. Y SanguiIy, convencido del fracaso de aquella locura, declaró que en ese caso él también iría, costándole gran trabajo al general García convencerlo de que debería quedarse para orientar y dirigir los trabajos en la emigración.
El 26 de marzo de 1880 salen el general García y el brigadier Rosado en la “Hattie Haskel”. El 4 de abril están ya frente a Santiago de Cuba, pero fracasan al querer desembarcar, teniendo que huir a Jamaica, adonde llegan el 7. El 4 de mayo volvían a hacerse a la mar en un bote. Tres días después desembarcan en Cojímar, cerca de Aserraderos, tratando de secundar el movimiento de la Guerra Chiquita. Se internaron en la Sierra. La persecución española es activa. Como han liquidado otros focos, disponen de grandes contingentes para lanzarlos en la persecución de los expedicionarios. El 29 de junio el brigadier Valera les sorprende el campamento que tenían establecido en “Los Diablos”, en plena Sierra Maestra, logrando dispersarlos.
Por el curso del río Bayamo Pío Rosado acompañado de tres compañeros, logra llegar al potrero Santa Rita. Es el 2 de julio. Tiene la esperanza de que sus dueños, los hermanos Teodoro, Ángel y Francisco López, aunque son españoles, le ayuden a ganar la costa y volver a salir para el extranjero. El 3, muy de mañana, estando escondidos en aquel potrero ve pasar a un hombre a caballo. Lo llama interrogándolo. El hombre le dice que ha sido soldado en el Ejército Libertador durante la Guerra de los Diez Años. Se llama Amador Estrada. A él se confía Pío Rosado, pidiéndole que avise a los dueños de la finca con quienes quiere tener una entrevista. No los conoce personalmente, pero cree estar seguro de que no le traicionarán.
Estrada le trae algo de comer, dirigiéndose a Bayamo donde los López tenían una tienda. Cuando llega junto a éstos, se encuentra con el comandante del ejército español Joaquín Encinas.
Los López informan a Encinas de lo que les acaba de contar Estrada. Pronto todos se ponen de acuerdo para llevar a cabo la prisión de los insurgentes.
El soldado Rafael Valera, que presenció la ejecución de Pío Rosado y sus valientes compañeros asegura que Estrada por su felonía cobró cuatro centenes. El plan consistía en que Encinas, vestido de paisano se presentaría en el potrero, haciéndose pasar por uno de los López. En la casa del potrero esconderían soldados que Encinas hizo vestir con urgencia y destacó en aquel lugar, con mucho sigilo. Estrada haría la presentación del falso López para que Rosado aumentara su confianza. Fue así como el noble y caballeroso Pío Rosado cayó en la trampa que le habían tendido.
Encinas se presentó en el potrero. Estrada hizo la presentación como si fuera uno de los López y Pío Rosado, más confiado, le pidió lo ayudase a ganar la costa para escapar al extranjero. Encinas pareció acceder a todo lo que le solicitaban, invitando a Rosado y sus acompañantes a trasladarse a la casa del potrero. Rosado se despojó de sus armas y se dirigió a la casa. Cuando llegó allí los soldados, que estaban escondidos, salieron y los arrestaron. Inmediatamente los trasladaron a Bayamo.
El traidor Encinas se presentó al general March informándole lo que había hecho. Amarrados, con los brazos detrás, fueron introducidos los prisioneros a presencia del general March. Encinas ya se había cambiado el disfraz de civil por su uniforme de comandante del ejército español. El general March dispuso que los desamarraran. Como estaban con el sombrero puesto les ordenó que se descubrieran. Con displicencia Pío Rosado le dijo a March:
–De brigadier a brigadier no va nada.
March montó en cólera y ordenó que los condujeran al Fuerte España donde serían juzgados en Consejo de Guerra verbal. Al descubrir a Encinas vestido de militar, Pío Rosado no se pudo contener y le fue encima echándole en cara toda la magnitud de su felonía. El 4 se efectuó el Consejo de Guerra. Ante el mismo el brigadier Pío Rosado hizo un minucioso relato de la forma artera mediante la cual Encinas lo había engañado, logrando arrestarlo.
Aquella declaración produjo muy mala impresión. Encinas, que no era muy bien visto, tuvo que hacer frente a más de una mirada de censura de sus compañeros. Después de tramitarse la sentencia que condenaba a los cuatro a morir fusilados, se dispuso que entraran en capilla. Los arrestados con Rosado eran el capitán Natalio Argenta, que de antiguo sargento del ejército de Garibaldi se había trasladado a Madrid donde ejercía el oficio de cochero. Allí le conoció el general García, del que no se separó hasta la dispersión de “Los Diablos” donde pudo huir junto con Rosado. Los otros dos eran los comandantes Enrique Varona y Félix Morejón.
Ya en capilla recibió Pío Rosado la visita del capellán, un cubano apellidado Moreno, que había sido su condiscípulo en Santiago de Cuba. El capellán Moreno trató de reconfortarlo, a lo que repuso altivo y sereno Rosado:
—Un segundo después de haber sido fusilado me encontraré en otras regiones conspirando por Cuba.
Emilio Bacardí asegura que Pío Rosado era un convencido del espiritismo y un libre pensador que no toleraba el tutelaje de ninguna religión.
El comandante Carlos Trujillo asegura que estando aquella noche en capilla, Pío Rosado le mandó a llamar para pedirle que, en su nombre, solicitase del general March dos favores. Uno consistía en tener una entrevista final con Encinas; el otro que le procurasen un libro de Camilo Flanmarión para poder pasar la noche leyéndolo. El general March accedió, pero Encinas se excusó alegando encontrarse enfermo. Eso, dice Trujillo, aumentó más aun la mala impresión que producía su actitud entre los jefes, oficiales y tropas allí instaladas. El libro de Flanmarión no se le pudo proporcionar por no encontrarse ninguno que se le pudiera ofrecer. Asegura el comandante Trujillo que cuando Rosado conoció la excusa de Encinas, se sonrió, pero no hizo ningún comentario.
Vestía un traje de dril crudo que le había facilitado el capitán del ejército español don Manuel Ampudia.
Al amanecer del 7 los reos fueron sacados del Fuerte España y conducidos a una pequeña explanada situada frente a la puerta del Fuerte en un lugar conocido por “Campamento de Valmaseda”, junto al Bayamo, cerca de donde hoy se encuentran las bombas del acueducto que el Alcalde Saumell construyó para darle agua a la Ciudad Monumento.
Las tropas formaron el clásico cuadro de ejecución. Pío Rosado al llegar saludó cortésmente: “Buenos días, señores”. Argenta también dijo: “Buenos días militares”. Varona y Morejón se colocaron de espaldas a los soldados. Pío Rosado y Natalio Argenta se situaron de frente.
El Fiscal leyó la sentencia y la orden de ejecución. Al advertir que Rosado y Argenta no estaban de espaldas, les ordenó que se volcaran. Los aludidos protestaron en alta voz, iniciándose una discusión entre los reos y el Fiscal, teniendo necesidad de intervenir el general March para aclarar que no se trataba de un capricho del fiscal, sino de una disposición de la ley. Rosado, dirigiéndose entonces a Argenta dijo resignado:
-De espalda, que somos traidores a la patria…
El capellán Moreno comenzó a rezar un Credo. Según el relato del soldado Varela el piquete ejecutor lo mandaba el indigno comandante Encinas. Según el relato del comandante Carlos Trujillo, el piquete ejecutor actuaba bajo sus órdenes. Dice el soldado Varela que cuatro gastadores avanzaron situándose uno detrás de los reos, tocándoles la parte posterior de la cabeza con el cañón de sus rifles “Rémingtons”. En tanto el capellán continuaba su rezo. Cuando concluyó, en el instante mismo en que se iba a dar la voz de fuego. Argenta comenzó a gritar: “Viva la República Universal”, mientras Pío Rosado le aclaraba: “Viva Cuba Libre, capitán”. El capellán concluyó su rezo.
El oficial encargado de la ejecución dio la orden de fuego y los cuatro cuerpos rodaron al suelo sin vida.
El miserable Encinas ascendió a teniente coronel por aquella felonía poco tiempo después marchó a España porque en Cuba tenía muy mal ambiente.
Pío Rosado había regalado su revólver antes de morir al teniente coronel Francisco Fernández Soto, a quien se lo reclamó después de la ejecución Encinas, alegando que le correspondía como botín de guerra, por cuanto él era quien había hecho prisionero a Pío Rosado y sus compañeros de martirio.
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