POR LUIS DE LA PAZ
Especial para LIBRE
Después de vivir 45 años en Miami me he visto obligado a irme de la ciudad, en realidad de Sweetwater, donde residí los últimos años, aunque mi dirección postal no lleva el nombre de la comunidad fundada en los años 20, sino el de Miami.
Sweetwater comenzó su crecimiento habitacional mediante un grupo de enanos de un circo ruso, que al retirarse construyeron casas en la zona, marcando de alguna manera el auge del asentamiento. Esos rusos, parte del Royal Russian Midgets, habían llegado a Estados Unidos huyendo del comunismo soviético implantado en su país, con toda su carga de persecución, censura y hambre. Dato curioso, esos primeros habitantes fueron emigrantes y exiliados, y hoy en día la mayoría de los residentes de la municipalidad, proceden de varias naciones de América Latina, fundamentalmente Nicaragua y Cuba, que hemos huido también de dictaduras totalitarias. A Sweetwater la llaman, con razón, “La pequeña Managua”.
Ya sea Sweetwater o Miami, o toda esa área metropolitana que se conoce como el Condado Miami-Dade, y que todos aludimos a ella como Miami, marcó mi vida por más de cuatro décadas. Hoy resido en otra ciudad, en otro Condado, lejos del marco vital que me rodeó por tanto tiempo.
El dueño del parque de casas móviles Li’l Abner Mobiler Homer Park decidió darles otros usos a sus terrenos y ordenó desalojar a los habitantes de las más de 900 casas móviles que hay (o había) en su propiedad. El resultado es que alrededor del 20% de la población actual de Sweetwater, estimada en el 2024 en 19,544 personas, ha sido desplazada, con el silencio, o la indiferencia, de las autoridades, que si bien no deben intervenir en las decisiones de los comerciantes, sí tienen el deber y la obligación de tomar acción para proteger a los ciudadanos, para no llegar a límites tan desastrosos, y bochornosos, como el desahucio masivo de unas 5,000 personas.
La realidad ha sido dolorosa para muchas familias, pues perdieron sus propiedades (la más importante de todas, el techo), que de alguna manera proporcionaba cierta estabilidad, ante el elevado costo de las viviendas. Algunos residentes habían forjado sus familias en el lugar, y sentían tranquilidad ante los embates imparables y feroces de la tercera edad.
Pero el desalojo destruyó sueños, desmoronó destinos, despedazó el futuro de muchos (entre ellos el mío), todo por el dinero, que no está mal, pero no era realmente necesario hacer tanto daño por acumular más fortuna. Tomando en cuenta el alquiler mensual que pagaban por el terreno las más de 900 casas, la entrada anual para los dueños del parque de trailes representaba unos 12 millones de dólares, sin tener en realidad muchos gastos.
El episodio del desahucio ha afectado también a los centros comerciales del área, cafeterías y restaurantes. Algunos empleados me han expresado que han disminuido significativamente las ventas y la afluencia de público. Como se sabe en los negocios todo es un engranaje perfectamente estructurado.
Me he marchado de Miami, resido a una hora y media de ese gran Miami, en West Palm Beach, un lugar acogedor, con un ambiente muy americano y eso me hace sentir por primera vez viviendo realmente en los Estados Unidos, pero Miami tiene otro ritmo, otra narrativa, otra carga. Definitivamente Miami es mi ciudad.
Es tan anglo mi nuevo vecindario, que cuando me mudé la señora de al lado me trajo un ‘pie de manzana’ para darme la bienvenida. Eso me llenó de gratitud, alegría, espíritu de convivencia y fue en ese momento en que sentí la fuerza de las costumbres del país que me acogió cuando llegué durante el éxodo del Mariel en 1980. Desde luego, el pastel dio paso a un interrogatorio sobre mi vida por parte de la señora, aunque todo lo hizo con mucha elegancia y sonrisas, pero preguntas personales a fin de cuentas.
He comenzado a conocer nombres de calles, a descubrir sitios para familiarizarme con el nuevo ambiente. Como no puedo evitar ser curioso, leí la historia de la ciudad y de las vecindades aledañas, la población, los mercados y restaurantes. Me alejo de las rutas principales para saber a dónde conduce una calle o qué hay en sus alrededores. Tengo bastante identificado el nuevo mundo que me rodea y eso me ha creado un espacio habitable.
Pero extraño Miami, muchísimo. La tecnología y la memoria me permiten estar en contacto con lo que ha quedado atrás. Leo los periódicos, veo los noticieros locales de televisión, estoy al tanto del acontecer cultural, interactúo con amigos, colegas y familiares, pero hay algo que se ha roto, y es la continuidad… me han roto la continuidad. Me siento desarraigado.
Por Miami siento nostalgia, y esa sensación solo se experimenta por lo que se ha perdido. Sin embargo, es algo que no me ocurrió con Cuba. Cuando salí de mi país sentí un gran alivio, como quien emerge a toda prisa de las profundidades y de repente puede aspirar aire puro, aire de vida. Irme de Cuba fue una liberación, que me permitía entrar en contacto con el mundo real, con la libertad.
Recuerdo que mientras me alejaba de las costas cubanas desde el puerto del Mariel, en un barco camaronero en 1980, donde viajábamos 260 personas, tenía la certeza de que ese paisaje no lo volvería a ver. La misma sensación la experimenté durante el viaje por las calles de La Habana durante ese último recorrido. Traté de retener las imágenes que pasaban aceleradamente, las recuerdo y tengo fresca en mi memoria ese último día en Cuba, pero el abandono de mi casa, la ausencia de mi ciudad, de mi país, no se ha convertido en añoranza. Quizás por las circunstancias que me tocó vivir. Creo que añorar el lugar de donde se sale huyendo, es una variante del Síndrome de Estocolmo.
Cuando evoco La Habana, el recuerdo más intenso es mi casa y mi familia, ese lugar íntimo y privado donde se formó un núcleo, padres, hermanos, en el que comíamos lo poco que había, donde pasábamos diariamente dos o tres horas a oscuras por el apagón. Las necesidades impuestas que nos forzaba a vivir una dictadura totalitaria. Miseria y necesidades impuestas.
Por todo eso quizás no sienta nostalgia por Cuba, pero sí por Miami. En Miami alcancé prácticamente todo lo que me propuse, pues la libertad me mostró algo que ya intuía, desde mi adolescencia, que los logros se obtienen por el esfuerzo personal, por la lucha y las metas que uno se plantea.
Sin embargo, estoy seguro que la lejanía de Miami no impedirá que siga disfrutando de lo que más me atrae, el mundo cultural de la ciudad, los teatros, los encuentros literarios, las presentaciones de libro. Allí estaré. Allí seguiré.
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