Por J. A. Albertini,
especial para LIBRE
CRONOS Y YO
Tiene que haber un otro,
Un destiempo, digamos,
Un contratiempo, un anti-tiempo,
¡Cartílago de vida sin luctuosos
Instantes denigrantes de la muerte!
Iván Pórtela.
Y Arturo, con liviandad onírica, recorrió la madeja de sombras que lo separaba de la base de la montaña. Ya, al pie de la elevación el parpadeo de la pupila azul fue intenso y sugerente. Pronto te alcanzaré… pronto, pronto… Y escaló con la determinación desesperada del reo que huye de su propia tortura.
En la cumbre la luz se agigantó hasta enceguecerlo. Después lo bañó en preeminencia turquí y luego le situó en medio de una hondonada de sol radiante, brisa fresca y vegetación variada que intuyó era un sitio especial, porque dejó de afligirse ante el recuerdo de la hija fallecida o experimentar cualquier otro sentimiento, incluyendo la alegría, de índole humana. ¿Estaré muerto…? ¿Será esto la muerte…?, cuestionó mientras, en ademán instintivo, se palpaba el cuerpo. Estoy entero; por lo menos eso creo, evaluó sin extrañeza o sobresalto. Qué tranquilidad y paz, reconoció carente de emociones.
Arturo, con desenfado y conocimiento inusual, comenzó a caminar por el valle circundado, en la lejanía, por montañas de picos nevados. Andaba con ligereza y sus pisadas se amortiguaban en el césped de verdor incesante. Se detuvo al borde de una laguna de tamaño mediano y formación natural, cuya superficie permanecía cubierta por plantas de lotos floridos, con variedad de arcoíris. En gesto impensado se inclinó y desprendió una flor de pétalos blancos. Aún se encontraba a orillas del estanque cuando escuchó un galope que crecía. Levantó el rostro; entonces vio la imagen del animal blanco con cabeza roja y un cuerno en mitad de la frente, jineteado, a pelos y sin arreos, por una joven de piel tersa; cabellera larga y clara, vestida con una túnica transparente de color verde pálido y matices azules. Cabalgadura y jinete, dando la impresión que lo hacían levitando, se desplazaban a lo largo del cauce de la pradera. Un unicornio y una doncella, tal y como lo vi en un grabado antiguo, Arturo pensó con naturalidad. De seguro estoy en otro mundo o dimensión.
El unicornio se detuvo junto a él y con una de sus patas delanteras, terminadas en pezuñas, golpeó la tierra. Él se nombra Salam y yo Virginia; nos agrada que hayas llegado, la doncella hizo una presentación breve y saludó con voz afable. Estoy complacido de estar aquí; también del sosiego que me embarga, respondió. Alzó la vista y apreció que la virgen y el unicornio tenían ojos azules. Nos gratifica tu respuesta, pero… ¿Acaso sabes dónde te encuentras? No, tampoco quiero pensarlo, ya que de ser un sueño no me interesa despertar. Nunca en mi vida, en ningún sitio, he estado tan a gusto.
Ella sonrió y con ligereza descendió del lomo de Salam. Acarició la cabeza y el cuerno del ser fabuloso, hasta que los ojos azules de mujer y bestia se fundieron en una mirada única. Después enfrentó a Arturo. Estás en el destiempo, dijo sin abandonar la sonrisa. Sea el sitio que sea es lo que siempre apetecí, reiteró. Pero si quieres o debes decirme qué es el destiempo hazlo, manifestó sin asomo de curiosidad. Es la ausencia de tiempo humano, Virginia completó. ¿Estoy muerto…? ¿Eres, junto al unicornio, una aparición…? No lo estás, ni somos una aparición, aclaró. El destiempo no es mortal o inmortal. Es un conjunto de partículas conscientes, juiciosas y eternas. ¿Soy una partícula? Lo eres, pero a la vez eres un todo. ¿Cómo dejé de ser lo que fui?, Arturo abundó. Transformarse no es dejar de ser, ella puntualizó. Fuiste, en tu condición humana, comprimido por la invención del tiempo y el recorrido accidentado que se hace desde el nacimiento a la muerte. La pérdida de tu esposa e hija y tener que soportar la artificialidad de una mecánica de presunta inteligencia superior logró que, por un camino no usual, aceleraras la integración al destiempo.
Salam, situado detrás de Virginia, estiró el pescuezo. Con deleite olisqueó los cabellos femeninos y el azul de sus ojos refulgió. En reciprocidad, la virgen acarició la crin del unicornio.
¿Por qué ustedes, seres mitológicos, son quienes me reciben?, Arturo, laxo, se interesó. Por la universalidad de nuestra condición y los avatares terrenales que, según la leyenda, por traición y fidelidad tuvimos que afrontar es por lo que te servimos de guías iniciales. Además, parecida a la tuya, nuestra llegada fue intempestiva e irregular.
Arturo con los dedos, pulgar e índice, de la mano derecha jugueteó con el tallo del loto. En ademán de gentileza le ofreció la flor a Virginia. Ella titubeó, pero terminó aceptándola. Salam se encabritó y la virgen lo tranquilizó dándole a comer la flor.
(Continuará la semana próxima)
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