Los cielos de Ucrania se mantienen trágicamente iluminados por el continuo lanzamiento de misiles, mientras los suelos tiemblan estremecidos por las explosiones de los sangrientos bombardeos rusos, dirigidos intencionalmente, contra objetivos civiles, en violación de todos los tratados y leyes internacionales, y con un absoluto desprecio a los valores humanos. La invasión rusa a ese país soberano, sin justificación, totalmente arbitraria, e ilógica, es hoy el teatro donde se comenten, a diario, crímenes de guerra, y de lesa humanidad, por los bárbaros invasores rusos, bajo las órdenes de un enloquecido fanático, obsesionado por recobrar una grandeza que hace mucho tiempo desapareció, y que, probablemente, nunca regresará.
La guerra que Putin pensó ganar en 3 días, hoy alcanzó el número 27, y continúa la resistencia ucraniana a pesar de los barbáricos destrozos ocasionados.
Mientras las bombas caen, los tanques arrasan, y los helicópteros atacan viviendas civiles causando muerte y desolación, el presidente de la nación más poderosa del mundo, se repliega y liderea desde la retaguardia pensando más en evitar una Tercera Guerra Mundial que en detener la sangrienta agresión de Putin. La Unión Europea y la OTAN deciden, y él, se muestra aquiescente. El presidente Volodymyr Zelensky ruega por un no flying zone, pero la OTAN la considera muy riesgosa, y Joe Biden, convencido por la OTAN, y atemorizado, la rechaza. El temor a la guerra es evidente, y se interpone a cualquier otra consideración.
Es cierto que se le ha enviado ayuda militar a Ucrania, aunque un poco tardía, pero ha sido efectiva.
El presidente Biden repitió, antes de la invasión, que EE.UU. estaba preparado y los hechos han demostrado que no lo estaba. De haberlo estado, las sanciones se hubieran puesto en práctica antes de la agresión, y tal vez, las cosas hubieran sido diferentes. Se perdió mucho tiempo. El servicio de inteligencia, supuestamente, conocía de los planes de Putin. Lo sabían Biden, y su secretario de Estado, Blinken, desde noviembre del 2021, y no enviaron entonces el armamento que Zelensky les pedía. ¿Cómo se explica esta tardanza, esta omisión?
Ahora, tanto la administración Biden, como la OTAN, reclaman el reconocimiento a la ayuda militar que están aportando a Ucrania. Pero, ¿cómo explicarían el hecho de no hacerlo? Tenían que hacerlo. Estaban forzados, moralmente obligados, y aunque sí, se reconoce, y se aplaude la ayuda, también, en buena lid, se debe admitir que no ha sido todo lo suficiente y deseable dadas las circunstancias. Se pudo, todavía se puede, hacer mucho más.
El presidente Biden hizo, desde el principio, un marcado hincapié, no en lo que iba a hacer, sino en lo que NO haría. “Ningún soldado americano peleará en Ucrania”. “No queremos combatir contra los rusos”. “No queremos envolvernos militarmente en el conflicto”. Y todo esto caía bien en los oídos de Putin. En fin, al estilo Chamberlain, había que apaciguar a Putin como se hizo con Hitler en 1939, quien viendo la debilidad de occidente la tomó como la luz verde para invadir Polonia, Francia y media docena de países europeos. Esta es una lección de la historia que muchos líderes de nuestro tiempo, se niegan a comprender. Cuando se apacigua a los autócratas y dictadores agresivos, el resultado es la guerra y la destrucción. ¿Estaremos repitiendo los errores que nos trajeron la Segunda Guerra Mundial? ¿Será posible que un dictador esquizofrénico y sanguinario, pueda chantajear al mundo con la amenaza de un ataque nuclear? Evidentemente, sí, es posible. Está sucediendo en este momento. Cuando Putin mencionó, como velada advertencia, ese recurso, Joe Biden comenzó un retroceso abrupto. Lució temeroso, por decir lo menos.
Reconocemos que el espectro de esa masiva aniquilación humana es de suma preocupación. Espeluznante. Pero una gran nación, como la nuestra, no se puede dejar intimidar por amenazas, ni pequeñas, ni apocalípticas. Estamos acostumbrados a otra clase de líderes, como FDR, Ronald Reagan y Harry Truman. La nación americana no se levantó sobre bases de miedo, sino sobre cimientos de bravura y de coraje. Tenemos que prepararnos, con un sistema de suma tecnología sofisticada, para protegernos contra este tipo de posible ataque destructivo.
Joe Biden ha concretado su línea de defensa en repetir que “defenderemos cada pulgada del territorio de la OTAN”. Eso está bien, lo sabemos. Estamos obligados legal y moralmente por acuerdos inviolables. Pero el problema cercano, el que nos toca, el que sufre las muertes y las destrucciones del momento, es Ucrania, que también es parte de la Humanidad, aunque no sea aún parte de la OTAN, ni de la Unión Europea. ¿Si la casa del vecino se incendia, porque no es la nuestra, no vamos a ayudar a apagar el fuego? ¿Nos limitaremos a proporcionarle baldes para que él sofoque las llamas mientras miramos desde la acera de enfrente cómo se destruye la casa? Y aquí, no es una casa, sino una nación entera la que está ardiendo y a punto de aniquilación. ¿Es justo, o moralmente aceptable, detenernos a considerar la pertenencia, o no, a cierta agrupación de países, cuando las bombas caen incesantemente sobre la población? Es prudente y deben hacerse todos los esfuerzos para evitar otra guerra mundial, porque en ello va la supervivencia de la Humanidad. Pero tenemos que buscar un balance donde podamos mantener nuestra libertad, sin claudicar en nuestros principios, y una de las formas de hacerlo es frenando a los dictadores sanguinarios como Vladimir Putin.
Estados Unidos ha sido ciertamente efectivo, aunque un poco tardío, en su ayuda a Ucrania, aunque se ha rehusado a cooperar más en el espacio aéreo. Las sanciones, aunque de efecto más lento, están desmantelando la economía rusa, y el costo estratosférico de la invasión, traerá, irremisiblemente, un incumplimiento de Rusia en sus pagos de deuda con consecuencias fatales.
Hoy, cuando escribimos esta columna, se cumplen 27 días de una guerra que los expertos consideraban de breve duración. Todo parece indicar que será mucho más larga de lo previsto por la feroz resistencia de la población, y por la ejecutoria excepcional de las fuerzas armadas ucranianas, ahora en poder de mejores armas para su defensa y ataque.
Los perdedores en este intento de conquista criminal, han sido Vladimir Putin, Rusia, y el pueblo ruso en general que será sometido a grandes penurias futuras.
BALCÓN AL MUNDO
Xi Jinping ha caído en un repentino silencio en cuanto a la invasión rusa a Ucrania. Sigue apoyando a su amigo Putin, tan tránsfuga como él, pero ha puesto discreta distancia por medio. No quiere que lo involucren y ya fue advertido por Estados Unidos de mantenerse fuera del conflicto.
Jinping ha sacado sus propias conclusiones y sabe que sus planes en cuanto a Taiwán tendrán que esperar un largo tiempo. Quizá la
lección de Ucrania le sirva de consejo para no intentar una locura similar en su empeño de recuperar a la pequeña isla democrática que una vez fue parte de China, pero que hoy, gústele o no, es una nación libre, soberana, y democrática, por la voluntad de sus habitantes.
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Los republicanos tienen grandes esperanzas de lograr una buena cosecha en las elecciones de medio término en noviembre. Aunque, todavía es temprano, todo parece indicar que así será. El premio mayor será la reconquista de la Cámara y el Senado. Sin embargo, deben ser muy cuidadosos con la influencia de Trump. El ex presidente, después de las pasadas elecciones del 2020, es un elemento político tóxico, con sus alegaciones de fraude electoral y su discutida influencia en los deplorables acontecimientos del Capitolio el 6 de enero.
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La estrafalaria idea de Joe Biden de comprar petróleo de Venezuela, es tan ilusoria, que mueve a la risa. ¿Qué petróleo? Las estadísticas muestran que la producción del crudo venezolano está en un elevado máximo de 643,000 barriles diarios, todos comprometidos a Cuba, Nicaragua y China, con la excepción de 200 mil Barriles que se quedan en Venezuela para el consumo doméstico.
Además, dejar de comprarle el petróleo a Rusia, para comprárselo a Venezuela, es el mismo perro con diferente collar. Maduro es una marioneta de Rusia, enemigo de esta nación, que apoya a Putin en su criminal invasión a Ucrania.
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Mientras la administración de Biden, con su emisario John Kerry, discute un nuevo acuerdo nuclear con Irán, éste le dispara 12 misiles a las instalaciones militares que Estados Unidos construyen en el vecino Iraq.
Pero, Biden, en su desesperación por conseguir petróleo iraní, está dispuesto a concretar cualquier acuerdo con la dictadura teocrática musulmana, en vez de incentivar la producción doméstica que tiene la capacidad de producir medio millón de barriles más cada día. También Canadá está dispuesta a vendernos más petróleo que el que le comprábamos a Rusia. ¿Por qué ir a los enemigos si tenemos suficiente en nuestro suelo, y amigos leales que nos pueden proveer lo que necesitamos?
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