Se acercan Pascua florida, época para disfrutar con la familia. Pero ya no hay familia. O por lo menos existen solo retazos de familia, un desmembramiento de aquella unidad que conocimos, por lo menos en nuestra niñez y juventud. Y sin mencionar los que ya se han ido para siempre dejando un vacío, una tristeza como cuando miramos el marco de un retrato vacío.
Unos por allá en Cuba, otros aquí e inclusive aquí estamos separados, dispersos, y aún peor, desinteresados. ¿Cuántas veces pienso escribir a mi familia en Cuba, o llamar por teléfono? Y después me digo: ¿para qué?, ¿qué les voy a decir? ¿Cómo están?
Por aquí estamos bien. Fulanito se casó, y siclanito se divorció, mengano se murió. No dejen de contarnos de allá.
¿De allá? Fulanito se casó, siclanito se divorció, y mengano está enfermo y mengana se murió. Los niños están creciendo, tanto, que ya se graduaron de médico, o abogado se casaron y tuvieron hijos. No me digas, “¡oye, cómo pasa el tiempo!” Pero eso es todo.
Pero esa cercanía, ese reconocimiento de la familia, como me sucedió cuando vi a mi hermana Marta por primera vez después de treinta años, fue una experiencia única, cuando la miré fue como mirarme en el espejo, y no solo porque nos parezcamos, sino porque vi en ella la suma total, que soy yo, somos nosotras cuatro hermanas y nuestros padres. Somos el producto de esa matemática espiritual donde 2=1.
¿Pero qué hacemos? Vivimos, luchamos, sufrimos, y andamos deambulando por el mundo como judíos errantes, sin patria y sin La Familia que fue.
¿Y que más? ¿Nos morimos y que logramos? Sufrir, luchar, distanciarnos unos de los otros porque hay que sufrir y luchar en esta vida, para después morirnos desmembrados, separados unos de los otros, perdiendo la vista de ese ojo espiritual que discierne lo que es de uno.
Como lo que es un hijo, una hija. Es sin duda una parte de mí, ni más ni menos que una apéndice expulsada después de nueve meses. Mi misma sangre que sigue reviviendo, mi corazón, que sigue latiendo. Pero los hijos no lo ven; no lo ven hasta que es muy tarde. Ellos viven de “fase” en “fase” donde viven el papel de novios, esposos, y no ven con los ojos del espíritu, que atrás han dejado parte de su propio ser: padre, madre, hermanos o hermanas, y sigue ese desdoblamiento de amputaciones que diluye más y más lo que es La Familia.
¡Mea máxima culpa! Soy culpable del mismo pecado. Y cuanto quisiera poder volver atrás, y una vez más mirarme en los ojos de aquellos míos, y verme a mí misma en ellos, y llorar de felicidad, y besarlos y decirles todo lo que no les dije; preguntarles todo lo que no sé, que quisiera saber, y especialmente decirles que los reconozco como el uno que somos y que los quiero como a mí misma.
Señor, que pronto en tu reino nos veamos unos a los otros con esos límpidos ojos del espíritu donde nuestra familia y todas las familias se verán, se abrazarán, y vivirán eternamente en amor y unidad. Donde las almas se reconozcan y se besen con lágrimas de arrepentimiento por el tiempo y el amor perdido.
Lourdes Colete
Miami, Fl.
0 comentarios