Cuentan los más ancianos del lugar una historia asombrosa sobre Albania, y que hace referencia a su nombre primigenio, Shqipëri.
Resulta que un joven cazador, de buen corazón y humilde, decidió salir un día a cazar a las montañas. Entonces vio en lo alto de una cumbre a un águila poderosa y muy hermosa que llevaba entre sus garras una serpiente. El águila descendió con suavidad hasta su nido y dejó caer a la serpiente, a la que creía muerta. Se alejó de allí para seguir cazando.
El joven se dio cuenta entonces de que la serpiente no estaba muerta, ya que de pronto se movió en el nido. Tan sólo estaba malherida. Corrió como nunca antes lo había hecho y justo cuando la serpiente comenzaba a recuperarse y a mostrar sus colmillos venenosos al indefenso polluelo de águila, consiguió matarla con una certera flecha.
El hombre llegó al fin hasta el nido, tomó entre sus manos al asustado polluelo y acariciándolo, se lo llevó consigo, dispuesto a protegerle mejor que lo hizo su madre.
Pero la madre del polluelo regresó al nido, y al ver que su hijo no estaba, comenzó a buscarlo desde las alturas. Con su grandiosa vista localizó al polluelo entre los brazos del joven que corría y llegó en un suspiro ante él.
– ¡Alto! ¡Ese es mi hijo! ¿Qué haces con él? ¡Devuélvemelo!
– Casi muere por tu culpa- respondió el joven-. La serpiente que dejaste en el nido estaba viva y tuve que matarla para salvar a tu hijo. Pienso cuidarle yo mismo mejor de lo que tú lo hiciste.
La madre del polluelo, arrepentida, y con lágrimas en los ojos, le dijo:
– Por favor, devuélveme a mi hijo, es todo lo que tengo. Prometo ser más cuidadosa a partir de ahora, pero necesito que me lo devuelvas o moriré de pena… Si lo haces, te otorgaré mis dos fortalezas, y serás admirado por todos.
– ¿Tus dos fortalezas? ¿Cuáles son?- preguntó intrigado el hombre.
– Tendrás una vista tan perfecta como la mía, que te alcance más allá del horizonte, y una fuerza como la de mis garras. Ningún hombre podrá contigo.
– Está bien- dijo compasivo el joven- Te devuelvo a tu hijo, pero debes protegerlo mejor.
El joven se fue, satisfecho por sentir que había hecho lo correcto, y sin ninguna esperanza de recibir los dones que el águila le había prometido. Pero estaba equivocado. A partir del día siguiente, se dio cuenta de que algo había cambiado. Era capaz de ver a la presa más pequeña a gran distancia, y en los combates, ningún hombre podía con él por su descomunal fuerza en los brazos.
El polluelo, por su parte, creció, y jamás olvidó al hombre que le había salvado la vida, así que se convirtió en su animal inseparable. Le vigilaba desde las alturas y le ayudaba en la caza y en las batallas.
El hombre se hizo tan famoso en aquella ciudad, por sus cualidades tan asombrosas y la inseparable compañía del águila, que le comenzaron a llamar ‘hombre águila’ , y a aquella ciudad, la empezaron a llamar Shqipëri, que significa ‘tierra de águilas’. Más tarde el nombre se cambió al actual Albania.
Reflexiones sobre la
leyenda del águila
Sin duda, nuestro protagonista demostró bondad y empatía, y fue recompensado por ello. Y es que la bondad y la generosidad, si es auténtica, suele recibir un regalo:
• La capacidad de ayudar a quien lo necesita: Tenemos aquí en esta leyenda del águila a tres personajes y cada uno nos enseña una sabia lección. Por un lado, el cazador, quien demuestra tener compasión y bondad en su corazón. La empatía hacia el polluelo del águila le lleva a hacer todo lo posible por salvarle. Después decide cuidarle para que nada malo le pueda pasar, pero las lágrimas y el dolor de la madre le hace cambiar de opinión. Finalmente, de nuevo su empatía hacia el águila le lleva a devolver el polluelo.
Nuestro segundo personaje es el águila, quien, por un descuido, está apunto de poner en el mayor peligro posible a su propio hijo. Una imprudencia que el hombre consigue revertir. Todos nuestros actos tienen consecuencias, y el águila está apunto de quedarse sin su hijo por un error. Tuvo la suerte de encontrarse con un buen hombre. Su sentimiento de gratitud hacia él le lleva a otorgarle lo mejor que tiene.
Y por último, tenemos al polluelo, quien indefenso, está en manos del hombre. Pero al crecer, no olvida su buen gesto y le ofrece su compañía y protección para siempre a modo de gratitud.
• La bondad es recompensada: Normalmente un acto de bondad implica una gratitud que llega en forma de recompensa. Pero sólo si este acto de generosidad es desinteresado, si nace desde el corazón. El regalo que esconde un interés o espera algo a cambio, o que incluso lo exige, no es un regalo al fin y al cabo, sino un chantaje. Este, no suele recibir recompensa alguna. Quien paga, es porque accede al chantaje, de forma obligada (o por miedo a represalias).
• La gratitud, una cadena de bondad: La gratitud suele llegar de forma inmaterial, tal y como hemos visto en esta leyenda del águila. Se recompensa un acto de generosidad mediante el amor, la amistad, la fidelidad, el respeto… o de nuevo, la generosidad. La bondad y la generosidad son como un regalo que genera más bondad y generosidad. Un regalo que es devuelto. El karma, dicen unos: cada uno recibe lo que da.
0 comentarios