Cuentan que Nasreddin, cuando era muy joven, era tan pobre que apenas tenía para comer. Pero como era muy listo y sabio, se rodeaba de grandes amigos. Uno de ellos era un joven muy rico, que un día, le invitó a cenar:
– Nasreddin, me gustaría que vinieras a mi palacio a cenar esta noche. Sería una agradable compañía.
Nasreddin llevaba días sin poder comer de forma decente, así que no pudo rechazar aquella oferta:
– Claro, esta misma noche iré. Llegó la hora de partir.
El joven tuvo que ir vestido con su ropa de siempre, la única que tenía: una andrajosa y deshilachada túnica y unas sandalias rotas. Se subió a su famélico y viejo burro y partió hacia el palacio de su amigo. Llegó a un majestuoso edificio, rodeado por impresionantes y bellos jardines. En la puerta, dos soldados controlaban el paso.
– ¡Alto ahí!- dijo uno de ellos al verle- ¿A dónde crees que vas, muchacho?
– El señor de esta mansión me invitó a cenar esta noche- dijo él.
– ¡Ja, ja, ja! ¿Y crees que nos lo vamos a creer?
El soldado le miró de arriba a abajo con cara de reprobación. ¿Cómo iba a dejar entrar a un pordiosero?
– No puedes pasar así. ¡Largo de aquí! ¡No quiero volverte a ver!
Nasreddin, cabizbajo, dio media vuelta, pero entonces tuvo una idea. Fue a ver a otro de sus amigos, que era sastre, y le pidió un favor:
– Necesito que me prestes ropa nueva para poder entrar en la casa de un amigo… Mañana mismo te lo devolveré.
– ¡Claro que sí! Verás lo elegante que te dejo. Pero primero, date un buen baño y después buscamos la ropa.
Nasreddin obedeció a su amigo. Ya limpio y perfumado, se puso una túnica bordada con hilos de oro y se calzó unas sandalias con pedrería. Regresó al palacio de su amigo y el soldado, que le reconoció al instante, se sonrojó al verlo así vestido. ¡Menudo cambio!
– Ahora sí, pase usted, caballero. Le están esperando…
Nasreddin accedió al palacio y fue recibido por dos sirvientes que le condujeron hasta un enorme comedor en donde esperaba su amigo junto con otras personas, todas vestidas de forma muy elegante.
– ¡Nasreddin! ¡Te estaba esperando! Siéntate con nosotros, que enseguida traen la cena- dijo su amigo al verle.
Uno de los sirvientes llegó con una olla de sopa de verduras, que olía maravillosamente bien. Pero Nasreddin, en lugar de usar la cuchara, metió la manga de su túnica en el plato. El resto de invitados le miraron extrañados. Su amigo, sorprendido, le dijo:
– ¡Nasreddin! ¿Por qué hiciste eso?
El muchacho respondió entonces:
– Acudí a la cena con mi ropa, pero como no era lujosa, los soldados no me dejaron entrar. Me prestaron entonces esta túnica tan cara y ellos me abrieron la puerta. Está claro que no me invitaste a mí, sino a mi ropa, así que el derecho a la cena es para ella.
Su amigo se sonrojó y lo entendió todo. Muy avergonzado, dijo:
– Será la última vez que suceda esto, te lo prometo. Daré la orden para que nunca más impidan el paso a nadie por su apariencia.
Y entonces, todos comenzaron a comer. Nasreddin disfrutó de la mejor cena de su vida.
Reflexiones sobre la historia de
“La invitación a la cena”, de Nasreddin
¿Por qué le damos tanta importancia a la apariencia externa? Lo importante es la persona, no lo que lleve puesto:
• Lo importante está en nosotros: Nasreddin les dio a todos los ricos una sabia lección con esta historia de ‘La invitación a la cena’. Y es que lo importante no está en los lujos que nos rodean, sino en la persona que atesora esos lujos.
La verdadera riqueza está dentro de nosotros, no fuera. Los soldados se dejaron llevar por las apariencias. ¿Cómo iba a entrar en un palacio un mendigo? Daban tanta importancia a la vestimenta y la apariencia, que no eran capaces de entender que un mendigo puede ser más rico que un príncipe. Nasreddin se lo explicó con su propio ejemplo. ¿A quién invitaba su amigo? ¿Le invitaba a él, tal y como es? ¿O invitaba a su indumentaria?
• Nunca te des por vencido y usa el ingenio: En “La invitación a la cena”, Nasreddin pudo haberse dado por vencido y regresar sin cenar a su humilde casa, pero no lo hizo. Sí, tenía un problema, y es que no podía entrar al palacio con su ropa mugrienta. lo que hizo fue buscar una solución, en lugar de rendirse. ¿Quieren a un Nasreddin vestido de forma lujosa? Lo tendrán, aunque sea sólo esa noche. Pidió ayuda a un amigo y consiguió lo que quería, entrar en aquel lugar.
• Nuestra capacidad de enmienda: El amigo de Nasreddin aprendió una sabia lección aquella noche. En “La invitación a la cena”, entendió que algunas normas sociales son realmente injustas. No se puede juzgar a otra persona por su apariencia y su ropa. Puede que esa persona sea mucho más valiosa que el gran príncipe que presume de llevar la mejor túnica. La verdadera riqueza está en nosotros. La soberbia podría haber llevado al amigo de Nasreddin a rebatir aquello, pero su humildad le hizo entender a la perfección el mensaje de su amigo. Es más: gracias a esta enseñanza, decidió cambiar para siempre aquella norma y dejar entrar a la persona sin tener en cuenta la ropa ni la apariencia.
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