Crecía una encina en un prado, hermosa y robusta. Su tronco era ancho y fuerte y su altura le daba el privilegio de poder observarlo todo. Sus ramas eran un hogar seguro para los pájaros. Y cada otoño se llenaban de deliciosas bellotas que alimentaban a los animales del lugar.
La encina lo tenía todo: era alta, hermosa, fuerte… Al principio, estaba muy agradecida con ser como era.Y cada mañana se repetía a sí misma lo afortunada que era. Sin embargo, pronto se fijó en un delicado junco que crecía junto a un charco enorme. Era un terreno húmedo y el junco era delgado y frágil. Al compararse, la encina de pronto comenzó a sentir cierta superioridad. ¡Qué suerte tenía de ser mejor que el resto de plantas!
– Ey, junco- le dijo un día la encina- ¿No te molesta ser tan delgado? No tienes hojas, ni flores… No tienes tronco. Mírame a mí, que soy fuerte y hermoso. Siempre estoy repleto de vibrantes hojas verdes y el viento se mece entre mis ramas.
El junco, algo molesto, le miró de arriba a abajo y respondió:
– Soy un junco, y estoy contento con mi forma. No podría ser de otra manera.
– Pero vives encima del lodo y no paras de moverte de un lado a otro con el viento… ¡Qué mareo!
– Bueno, tal vez para ti sea un defecto, pero puede que sea una gran virtud.
La encina soltó una gran risotada. En realidad, no encontraba virtud ninguna en el junco.
La casualidad quiso que horas después se levantara una terrible tormenta. El viento era huracanado y su fuerza arrancó de golpe en una embestida a la encina y la arrastró hasta el precipicio. Muchos más árboles murieron aquel día. Sin embargo, el junco, dolorido, mareado, consiguió mantenerse entero. Había conseguido soportar la fuerte racha de viento. Miró entonces el agujero en donde hacía poco tiempo sonreía la encina.
– ¡Cuánto me alegro de ser un junco!- dijo entonces la planta- Si no, no hubiera podido sobrevivir al huracán.
Moraleja: “Lo que para unos no es más que un defecto, puede ser en realidad una gran virtud. Por eso, respeta las diferencias y nunca sientas que eres más que nadie”.
Reflexiones sobre la fábula ‘La encina y
el junco’
Desde luego, quien no es capaz de ver virtudes en las diferencias, puede toparse tarde o temprano con una buena ‘cura de humildad’. Todos tenemos algo especial que tal vez a otros ojos parezca ‘menos’ valioso de lo que es.
• Todos tenemos una virtud: En esta historia de la encina y el junco nos recuerdan que todos, por pequeños que parezcan, tienen una virtud que les hace especiales y fuertes. En este caso, la encina tenía grandes virtudes, como la altura, la capacidad de dar deliciosos frutos o la robustez de su tronco. Pero el junco, por su parte, al ser flexible, era más resistente a la fuerza del viento, ya que podía arquearse y zarandearse para evitar que el viento le arrancara de raíz. Lo que para la encina era un defecto o más bien, debilidad, era en realidad la gran fortaleza del junco.
• Nunca te creas superior al resto: El gran problema del árbol en esta fábula de ‘La encina y el junco’ era su prepotencia, su falta de humildad. Dejó de agradecer todo lo que tenía y comenzó a sentirse superior al resto. Esa vanidad cegó al árbol hasta el punto de impedirle admirar las fortalezas del resto de las plantas que le rodeaban. La realidad se deforma ante los ojos cegados por la vanidad. La prepotencia nos lleva a creernos más de lo que somos y a despreciar a los que tienen grandes cualidades.
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