En ciertas playas del Caribe, cuando baja la marea, quedan cubiertas por miles de estrellitas de mar, totalmente indefensas, ya que todavía no han desarrollado su caparazón. Su delicada piel no soporta el calor del sol, se deshidratan y mueren.
Un día, un hombre caminando por la playa, vio a un niño que se inclinaba, recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar. Hacía lo mismo una y otra vez.
A este le llamó la atención, se acercó y para su sorpresa vio que el niño recogía a las frágiles estrellitas de mar y una a una las arrojaba de nuevo al mar. Intrigado, le pregunté:
– ¿Oye niño que estás haciendo?, sin dejar de prestar atención a su presencia le respondió:
–Estoy devolviendo estas estrellitas al agua, como puedes ver, si no las arrojo rápido, morirán deshidratadas.
-Entiendo, le dije, tal vez hallan millones que no podrás devolver al mar, probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa, ¿acaso no estás haciendo algo que no tiene sentido?
El niño sonrió, se inclinó, tomó una estrellita de mar y mientras la lanzaba de vuelta al mar le respondió:
-Para ésta sí tiene sentido… para ésta y ésta también.
El hombre sonrió, se inclinó, tomó una estrellita, mientras decía y para ésta… y ésta.
Otras personas que estaban observando y escuchando lo que sucedía, tomaron la misma actitud. En un momento eran cientos. Se podía escuchar desde lejos como un coro que decía: y para ésta… y ésta.
Cada acto de amor que hagamos a nuestros seres queridos, amigos, compañeros de trabajo, conocidos o no, es una estrellita que devuelves al mar.
Sé que, en este mundo complicado y materialista, un solo gesto de ternura y solidaridad tal vez no alcance. Pero si nos sumamos, como en la playa, lograremos que millones de almas en este mundo puedan tener una esperanza de vida y vivir en paz en las quietas y plácidas aguas de Dios.
“Si trabajamos entre todos podremos ganar muchas vidas, para que no terminen en las adicciones, en la cárcel o peor aún en una muerte violenta”.
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