Cuenta una leyenda que hace mucho tiempo, una pareja recién casada de una recóndita región de Japón, no conseguía lograr el ansiado hijo. Él era funcionario y su mujer, ama de casa.
Lo cierto es que habían ahorrado mucho dinero y a él no le iba nada mal, así que pudieron pagar médicos y acudir a infinidad de especialistas en busca de asesoramiento. Aún así, y a pesar de todos sus esfuerzos, la pareja seguía sin lograr el embarazo.
Una fría noche de invierno, el hombre salió a pasear para despejarse. Ese día había luna llena, y al atravesar un parque, vio a lo lejos, sentado sobre un saco, a un anciano.
La verdad es que le despertó mucha curiosidad.. ¿qué haría un anciano solo en mitad de la noche en ese parque? Así que se acercó hasta él. Y vio que estaba escribiendo en un libro… Al llegar junto al anciano, le preguntó:
– Buenas noches, buen hombre. ¿Qué escribe usted?
– Buenas noches- respondió el misterioso anciano- Escribo nombres.
– ¿Nombres?
– Sí, nombres.
– Vaya, qué curioso… ¿puedo leerlos?
– No creo que los entiendas.
– ¿Y por qué no iba a entenderlos?
– Porque escribo en otro idioma. No soy mortal.
Entonces, el funcionario se sobresaltó… ¡no era mortal! ¿Sería acaso un ángel?
– ¿Y entonces qué hace aquí si no es usted mortal?- insistió el joven.
– Hoy hay luna llena. Me gusta venir por aquí en luna llena. De hecho, soy el anciano de la luna.
– ¿Y cuál es su misión?
– Unir parejas que están predestinadas. También padres con hijos.
El anciano, señalando la bolsa sobre la que estaba sentado, continuó.
– En este saco sobre el que me siento, guardo montones y montones de hilos rojos. A los ojos de los mortales son invisibles… Me encargo de atar los hilos entre personas… De esta forma, sus vidas quedan unidas.
Al joven funcionario se le iluminaron los ojos… ¡tal vez podría ayudarle a él y a su esposa! Le contó su historia, y el anciano respondió:
– Pues no puedo hacer nada, porque ya tienes una hija.
– ¿Una hija?- se sorprendió el funcionario.
– Sí… aquí está escrito, en mi libro, que tienes una hija y la conocerás dentro de cuatro años. En realidad es la hija de la verdulera.
– ¡No me tomes el pelo!- protestó el joven- No puede ser ella mi hija. Yo tengo un buen cargo… no puedo tener una hija de tan bajo nivel. ¡No tiene sentido!
El anciano le miró compasivo, cerró su libro y se alejó con su bolsa llena de hilos.
El joven funcionario, que no se fiaba de lo que el anciano acababa de contarle, le pidió al día siguiente a un amigo suyo que investigara si era verdad que la verdulera tenía una hija.
Su amigo le dijo que sí, pero que eran muy pobres y apenas podían sobrevivir con lo que ella vendía en el mercado. Al joven se le encogió el corazón y le pidió a su amigo que le llevara un collar de piedras de jade, para que pudieran venderlo y vivir mejor. La condición era que se fueran muy lejos de allí. Y así lo hizo su amigo.
Al cabo de cuatro años, la pareja seguía sin tener descendencia, y uno de los ministros, que era amigo suyo, se compadeció de él:
– Quiero que cuides de una de mis sobrinas… que la adoptes- le dijo.
El funcionario no podía creerlo… ¡estaba muy feliz! Al fin conseguiría un hijo… Pero la sorpresa fue mayúscula cuando de pronto conoció a la pequeña, de cuatro años de edad… llevaba un collar de piedras de jade en el cuello.
– Te presento a tu nueva hija- le dijo su amigo-. Era hija de mi hermano. Quedó huérfana y su por entonces nodriza, cuidó de ella, pero perdió todo y vivió vendiendo verduras… Al final, recuperé a la pequeña y me contaron que llevaba este collar de jade porque una buena persona se lo regaló para que pudieran salir adelante.
Y así es como, gracias al Anciano de la luna, muchos padres y madres que no pueden tener descendencia, conocen al fin a su hijo o hija, gracias a ese hilo rojo que el anciano ata a sus meñiques o a sus tobillos.
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